“En la escuela las notas son un método
horrible de medir la calidad”
texto JOSÉ ÁNGEL LÓPEZ
John Taylor Gatto muestra la diferencia entre escolarizar y educar en “Armas de instrucción masiva”
El sistema educativo, permanentemente cuestionado, nos vuelve a presentar los resultados del Informe Pisa. Cualquier docente en las distintas etapas escolares o universitarias encontramos de manera recurrente la duda sobre la utilidad de las enseñanzas impartidas en las aulas y, en especial, lo absurdo de un conocimiento-efímero- puramente memorístico y carente de capacidad para interrelacionar los diversos conceptos.
John Taylor Gatto ha visto publicado, por primera vez en castellano, su libro Armas de instrucción masiva (ed. Almuzara) una crítica demoledora del sistema de educación obligatoria. El autor, a semejanza de lo que recogía la letra de la famosa canción de Pink Floyd en torno al sistema educativo de los años 50, denuncia en este ensayo desde su experiencia docente de tres décadas en la enseñanza pública en Estados Unidos, la enorme diferencia entre escolarizar y educar.
Nombrado mejor profesor de la ciudad de Nueva York durante tres años consecutivos (1989, 90, 91) y mejor profesor del Estado de Nueva York en 1991 construye un ensayo crítico y, por ende criticable también, de un modelo de enseñanza basado en un conocimiento apuntalado en la fragilidad de la memoria, que no permite desarrollar las capacidades individuales de los alumnos, estandarizando los modelos y, en definitiva, creando una masa acrítica que no se planteará, en líneas generales, la utilidad y la bondad del sistema ni de sus instructores; entendiendo por sistema no solo el educativo sino, de igual manera, el sistema económico y social. Tesis defendida por el autor desde su libro Dumbing us down, cree que el progresivo entontecimiento limita la capacidad libre pensante del individuo repitiendo mecánicamente lo que los supervisores del sistema (entre ellos los docentes), que se muestran tan atrapados en el mismo como los propios alumnos, imparten en unos programas encorsetados y con unas leyes –como en el caso español- cambiantes al albur de los intereses partidistas.
Algunas afirmaciones de Taylor son brutales aunque, no por ello, exentas de ciertas dosis de realismo: la escuela desarrolla una suerte de autoestima controlada que necesita el refrendo permanente de los “expertos”, los hace intelectual y emocionalmente dependientes; confunde a los alumnos a través de la memorización de un conjunto incoherente de información, funciona como la programación de la televisión, ocupando el tiempo libre mediante un desfile continuo de información que pasa y se olvida; amén de un conjunto de exámenes y pruebas que no evalúan el aprendizaje de una manera eficiente. A veces aquellos que se atreven a explorar nuevas vías son tildados de chamanes o iluminados y resulta más fácil, pero también más frustrante y tedioso, no bajarse de la noria.
Taylor realiza una pertinente comparación: “No exigimos que los conductores hayan estado escolarizados, solo que sean competentes”. Si la competencia se establece mediante sistemas de exámenes y de calificación estandarizados y, en ocasiones, harto discutibles, estamos fracasando. “Las notas son un horrible modo de medir la calidad. Cuanto antes lo reconozcamos al planificar, antes conseguiremos mejores medios de ayudar a los jóvenes”. Taylor insiste en que, según su dilatada experiencia docente, los mejores lectores, escritores o matemáticos nunca son los que mejores calificaciones obtienen. En una mente educada, dice el autor, nunca se consigue la certeza; siempre hay que reemplazar todo lo que es cierto. Por eso, aquellos estudiantes sobresalientes que utilizan la memoria -elemento dominante en la escolarización- como fuente básica de obtención de resultados están siendo anulados en su capacidad de pensamiento y auto-reflexión; es decir, están siendo engullidos por el sistema.
La estrategia deliberada de conversión, mediante las armas de instrucción masiva, de los seres humanos en recursos humanos permite nutrir y consolidar al sistema realmente existente privando a la mayor parte de la ciudadanía, especialmente a la que en la actualidad se está “formando”, de un imprescindible espíritu crítico. En un entorno en el que la presencia tecnológica lo inunda todo y en el que el acceso a la información y, por tanto, a la desinformación es inmediato por parte de las jóvenes generaciones debería ser objeto de máxima preocupación que cualquier argumento que aparezca en las redes sea dogma de fe. El imprescindible filtro que la crítica ofrece cuando se selecciona la fuente de información-fruto del conocimiento- comienza a diluirse en las aulas.
No se trata de aparcar a los jóvenes en unas instituciones educativas expendedoras de títulos que el sistema valida y requiere para su “inserción profesional” sino, más bien, preparar a los individuos a formarse como personas y ciudadanos. Taylor lo expresa así en el siguiente verso libre:
“Sea lo que sea la educación,
debería hacer única a una chica,
no convertirla en una sirvienta.
Debería darle valor
para enfrentarse a los grandes desafíos, para encontrar
principios que
le sirvan como guías en el camino que le espera.
Hacerla fuerte en,
presencia del mal.
Hacer que ame su destino sea cual fuere éste,
pero, sobre todo, debería llevarla a descubrir
lo que realmente importa:
Cómo vivir y cómo morir”.
Por ello es imprescindible una profunda reflexión colectiva, con la aportación de ensayos como el presente, que vayan mucho más allá de los sacralizados informes sobre el sector. No hablamos de utopías, sino de realidades. La educación es tan importante que no hay que dejarla en manos de los políticos, salvo que queramos generaciones venideras con muchos títulos pero escasamente formados y hastiados del actual sistema de enseñanza ¡Hablen con los alumnos y con los docentes, por favor!
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