sábado, 24 de marzo de 2018

FRANCO Y ESPAÑA: TIERRA QUEMADA


"El franquismo arrasó la inteligencia y el pensamiento de España


La periodista y escritora presenta hoy en Madrid su última novela, 'Honrarás 
a tu padre y a tu madre' (Anagrama), en la que rompe el silencio impuesto 
en su familia, nacional y republicana, tras la guerra civil. "Me robaron una 
parte de mi pasado".


Cristina Fallarás ha cogido la pala y rellenado los huecos. Los vacíos. Los agujeros negros.

Fallarás necesita mucha arena y mucho cemento, necesita tanta agua 
para revestir el secreto de su familia, que es un spoiler impertinente: 
su padre terminó casándose con la hija de su verdugo. Hay matices, 
pero, sobre todo, brocha gorda. Parece que Cristina —hay otra 
Cristina en la novela, aunque esa es otra historia— escribe para 
curarse. Cada libro, novela y ensayo, una tirita. ¡Vaya que no hay heridas!

Honrarás a tu padre y a tu madre (Anagrama) no es una novela. 
No es un reportaje. No es una crónica. No es una investigación. 
No es una entrevista. No es un monólogo. No es un diario. No es 
un making of. No es una memoria; tampoco histórica. Pero podría 
ser todo ello, cada cosa, o nada: una inmersión sin bombona; 
acaso una exhumación.

Fallarás lo negará todo: es una novela. A Fallarás le interesa la forma, 
el artificio, el estilo.

La literatura.
La belleza.

Fallarás niega la mayor y no vamos a ser nosotros quienes le 
llevemos la contraria.

“Hay de todo, pero es una novela, en tanto en cuanto es una 
construcción literaria. No es un documento, sino un acto literario: 
íntimo y profundamente impúdico, porque me interesa mucho la 
impudicia. Y, sobre todo, un acto de belleza, porque en el trabajo de 
la novela la estética está por encima de lo íntimo. Mi trabajo es 
amor y belleza. La memoria soy yo, no forma parte de mi trabajo. 
Y eso es muy difícil de explicar, porque mi ser es político. ¿Me 
explico? Yo soy política. Sin embargo, si no consigo alcanzar la belleza 
con mi trabajo, no vale de nada”.
Fallarás, un día, se miró al espejo y no se reconoció. ¿Quién era? 
Su abuelo materno, Pablo Sánchez (Juárez) Larque, nieto de 
Benito Juárez, presidente de México, casado con una aristócrata navarra 
y héroe de la guerra —Cristina no quiere hablar de la guerra civil: bastante 
tiene con las suyas—, tuvo que pegarle un tiro a un espejo cuando vio 
el reflejo de la sombra de lo que había sido. Fallarás se echó a andar 
—“Me llamo Cristina y he salido a buscar a mis muertos”— y enfiló 
el silencio. Esta es una novela sobre el silencio. Y Fallarás hace ruido.

¿La sinopsis? Hay cliffhangers, hay jumping the sharks, hay 
flashbacks, o flashforwards, o como se llamen: maldita palabrería 
hueca, esto es una novela. Hay un andamiaje literario para que 
la historia enganche, resulte atractiva, incite a seguir adelante, 
como la protagonista —Fallarás siempre es la protagonista—. Y 
bajo esos ropajes, dos historias: Cristina en busca de sus muertos, 
que en realidad es Cristina en busca de sí misma; y la historia de una 
familia que calla y de otra que saca pecho, muy dos Españas, la saga 
familiar de los Fallarás y la de los Sánchez, la de los vencidos y 
la de los vencedores, ¿a usted le gusta el rojo o el azul?
“¿Yo? El rojo, claro”.
Quizá no sea necesario esbozar la historia, pero es ésta, de aquí viene ella:
Zaragoza, hace tiempo.

Sus abuelos paternos, Presentación Pérez y Félix el Chico, tramoyista. 
Un tramoyista de la UGT. Hace tiempos convulsos.

Los maternos, María Josefa Íñigo Blázquez y Pablo Sánchez (Juárez) 
Larque, nieto de Benito Juárez, presidente de México. Alférez cuando 
las tapias, coronel en los años que siguieron al de la victoria y a los 
triunfales, luego mutilado de guerra y abogado fuerza viva.

Lo que pasa desde que el coronel se va a la guerra —o hace la guerra— 
hasta que Félix Fallarás, su padre, le pide la mano a María Jesús, 
su madre, viene en el libro. Apenas un detalle: nadie sabe quién es 
quién, ni víctimas ni verdugos. No triunfa el amor, que también, 
sino una desposesión de lo viejo y una nueva pertenencia: él a ella, 
ella a él. Bendito el fruto de tu vientre: Cristina.
Ojo, esto no es —sólo— un relato de abuelos, pues subyace un 
matriarcado en ambas familias, original o sobrevenido. Sobrevenido 
porque a Presentación le matan a su hombre y tiene que sacar adelante 
ella sola a sus dos hijos. Limpiará baños, los baños del teatro, y 
extenderá la mano para que el público del teatro —el teatro de Félix 
el Chico, el tramoyista, el que se llevaron de su casa a culatazos, el 
de la tapia del cementerio de Torrero— le alcance unas monedas. 
Vestirá a coristas. Trabajará como una esclava. Y, sobre todo, estará callada.
- Su padre se casó con la hija del militar asesino de su abuelo, y
  usted se crio en esa familia. La heredera de la víctima y del 
verdugo...
- Ahora soy heredera de ambos. Hasta hace poco sólo era heredera de 
uno. Yo soy hija y nieta del franquismo: de la riqueza, del expolio, 
del dolor infligido, de la comodidad que brindaba crecer y vivir 
con los ganadores… No me di cuenta de esto cuando me desahuciaron, 
porque mi compromiso social viene de mucho antes. Aunque es cierto 
que su elaboración teórica tiene que ver con mi empobrecimiento radical.
Hasta que no tuve nada que perder, no pude enfrentarme a ello.

- ¿Ha tenido alguna vez la sensación de que fue secuestrada 
  por el enemigo? O sea, por sus abuelos nacionales, los ganadores.
- No. Yo soy los enemigos. Tengo la soberbia de los enemigos. Tengo el 
arrojo de los enemigos. Tengo la confianza en mí misma que me ofrece 
haber pertenecido a quien ganó. Mi conflicto no es de clase, sino teórico, 
práctico y político. Yo soy el enemigo.

- La úlcera del bando nacional.
- Exacto [guiña el ojo; a veces, Fallarás también arquea la ceja, como 
la abuela María Josefa cuando sonreía]. Yo soy al que me enfrento.
- ¿Se ha sentido alguna vez culpable por el asesinato de su 
abuelo Félix?
- No. Es que mi abuelo Félix no existía. De hecho, acaba de nacer. No es 
que me hurtaran a un abuelo, es que jamás lo eché de menos. Si no 
construyes la idea de un abuelo, no te duele su ausencia.

- En su honor, ¿fomentaría, impulsaría o aprobaría una 
  ley que perjudicase a sus abuelos maternos?
- Yo estoy a favor de eso sin la memoria de ningún abuelo, y 
llevo tiempo practicándolo. Incluso le daría la bienvenida a una medida 
que me perjudicara a mí misma. Yo estoy a favor de una ley que me 
quitara las propiedades que pudiera recibir en cualquier momento. 
¿Me explico? Yo soy heredera de eso.
Otro pequeño detalle, que encierra un mundo: cuando Félix Fallarás —el 
hijo del cabecilla de la UGT que cae en la tapia de Torrero, ante un 
pelotón de fusilamiento entre el que se contaba su abuelo materno— 
se presenta a la Jefa, la que sería su suegra, María Josefa, ésta le 
pregunta: "Y tú, hijo, ¿cuánto ganas?". No le pregunta cuánto tiene, 
porque tener, ya tiene ella, y porque sabe que él nada tiene. No es 
lo mismo tener que ganar; la riqueza vieja, que la nueva riqueza; lo 
heredado, que lo sudado.

El sudor huele.

El empleado le dice lo que gana en el banco, donde había conocido a la 
que será su esposa, y la futura suegra le responde: "Con eso mi hija 
no tiene ni para papel higiénico". Fallarás cuenta tanto en tan poco:
hay fogonazos en la novela que esbozan en un par de líneas la historia 
de media España, no importa cuál.

Escribe Cristina en el libro: "El joven Félix Fallarás quería casarse con 
la hija de la Jefa y el coronel, qué osadía, quería casarse él, un hijo del 
hambre, un hijo de la muerte merecida, un nieto del teatro y el socialismo".
Capuletos y montescos. Flamencos y tarantos. Una ocurrencia boba que 
la autora desecha. “Mis padres deciden dejar de pertenecer y se agarran 
el uno al otro de tal modo que lo que yo heredo como hija es el mandato 
de ser contra viento y marea”.

Claro, pero el pasado…

“Mis padres se aman con un amor esférico, absoluto, compacto, 
inabarcable.Mi hermana y yo hemos conseguido a duras penas rebotar 
contra él”.

Pasa que no hay pasado. No hay memoria. Apenas silencio. ¿Hemos dicho 
ya que el libro trata precisamente de eso? Cristina hace sonar la 
bocina:“Un abuelo rico y fascista. Un hijo de la represión, del asesinato, 
de la pobreza y del socialismo. Ninguno de ellos sabe cuál es la historia 
del otro”.

- ¡Silencio, se rueda!
- ¿Cómo se explica si no que arrasaran con los logros de la 
República, que hubiese una guerra, que durante cuarenta años no 
pasara nada y que en los siguientes cuarenta no se haya recuperado 
lo anterior? ¿Cómo se explica? Los mataron a todos. Las mataron 
a todas. Arrasaron la inteligencia y el pensamiento de España. ¡Tierra 
quemada! Y lo que una hace es cerrar las piernas para que no te rompan 
el coño. Tienen cojones estos [piiiiiiiii] del PP y del franquismo para darnos 
luego a leer a Machado y a Lorca...

- Doble victoria: la de la guerra y la del mutismo.
- Triple victoria: la de la guerra, la del silencio y la de la democracia. 
¿Qué está pagando el PP con nuestro dinero? Una mierda está financiando 
el partido! Está destinando nuestro dinero a las empresas del Ibex, 
que siguen siendo franquistas: Villar Mir, Martín Villa… No nos 
engañemos: seguimos pagando el franquismo cuarenta años después.
Igual que hay dos historias en la novela, hay varias formas de 
contarlas. Primero, la narración alterna, en tiempo presente. Luego, 
lo que Fallarás llama el novelón decimonónico. Finalmente, la prosa 
poética que nos lleva adelante y atrás.

Cristina se echa a la carretera, sin nada en los bolsillos. "Andar como 
la única forma de recuperar la humanidad. También como una manera 
de tomar las riendas, de enfrentar todo esto", escribe. Emprende el 
camino en busca de sus muertos, walking dead.

Desanda la amnesia.
“Esta novela no habla sólo del silencio, sino de la construcción del silencio. 
Un silencio impuesto. Cuando se me fue el suelo de los pies y me quedé 
en el aire, escribí este relato para pertenecer”.
“¿A qué pertenecemos? ¿Qué somos?”

“Somos memoria”.

“No somos realidad, somos memoria”.

Sin embargo, Cristina no quiere hacer memoria histórica, aunque claro que 
la ha hecho. Dice, como quitándole peso: “El pasado puede ser cualquier 
cosa”. Y se quita un peso.

“Entendí que me habían robado una parte”.
El abuelo asesinado que purgó el pecado del padre. Doblemente mártir.

“Decir que no conviene remover las heridas es muy actual. Durante los 
cuarenta años de franquismo, nadie decía eso porque no era necesario”.

Cristina hace memoria sin pretender hacer memoria.

“Primero mataron a todos. Y luego le negaron la sexualidad a las 
viudas jóvenes”.

Fallarás es feminismo sin ir de feminista.

“Es muy bestia, ¿eh?”.

Así todo.

- ¿Cree que se hablaba o se habla más de lo que pasó en la 
   guerra civil en las familias nacionales que en las republicanas?
- Me importa un pito la guerra civil. El problema no es la guerra civil, 
sino la construcción del franquismo y de la democracia franquista, que 
nos obliga a interpretar los últimos cien años como una guerra 
civil. ¡No, compañero, no! La guerra civil sólo duró tres años. Y luego ya 
no hubo hombres: ni maestros, ni científicos, ni políticos, ni empresarios, 
ni nada.

- Pero su familia paterna callaba, mientras la materna contaba 
  batallitas.
- La familia de mi madre lo contaba todo entre risas. No les 
importaba reconocerse como asesinos o criminales, porque hay un orgullo 
básico y ni siquiera lo consideran crimen. De mi padre heredé el silencio, 
y este libro es un acto para que mis hijos no lo vuelvan a heredar.
Pese a todo —pese a quien pese, decía Aznar—, en la novela no se juzga 
a nadie. “Ni a las personas, ni sus intimidades, aunque sí juzgo la 
construcción política que nos hurta una parte de lo que somos y, 
con ello, asesina una parte de nosotros”.

“Yo no violento nada. En este libro no hay revolución”.

Cuando escribió la última palabra, “vivos”, se lo entregó a sus padres y 
les dijo: “Si no queréis que lo publique, inmediatamente lo quemo”. Los 
libros de Cristina arden mal.
Abro comillas.

Somos memoria. Y en España nos han cercenado la memoria. Un 
pequeño núcleo de valientes la reivindica, si bien la inmensa mayoría 
tiene una herida que se le pudre de noche en la cama y que dejará en 
herencia a sus hijos. Es como el Me Too. Yo puedo decir: “Estoy en contra 
de la violencia machista”. Pero hasta Inés Arrimadas está en contra 
de la violencia machista, you know what I mean… Otra cosa es decir: “Hola, 
¿qué tal? Me llamo Cristina Fallarás y a mí también me violaron”. Tres veces, 
que yo recuerde. Y alguna más, ciega. Y, de repente, millones de mujeres 
dicen: “Hola, me llamo…”. La conciencia de clase que genera el relato 
íntimo evidenciado elimina la abstracción. De nada vale decir que estás en 
contra de la violencia machista o a favor de la memoria histórica. Hay que 
decir: “Hola, ¿qué tal? Me llamo Cristina Fallarás y mi abuelo materno era 
un hijo de puta, y yo también soy una hija de puta como digna heredera 
de mi abuelo”. Y no es verdad que las escritoras de izquierdas seamos 
todas estupendas. Este libro es un Me Too, porque estoy hasta las 
tetas de ciertas historias de la pretendida izquierda que retrata el 
franquismo. Parece que si eres escritor y de izquierdas, das por hecho l
a bondad. Yo no soy buena, y tampoco quiero ser buena: quiero ser yo.

Cierro comillas. Las comillas son de Cristina.
- Tapa temores con cada libro. Cubre con palabras el silencio. 
  Se construye cuando ciega cada agujero negro.
Todo soy yo, ¿qué podría ser? Pero es una excusa.

- ¿No se siente más libre?
No. Cada día escribo mejor. No me interesa lo que cuento, sino cómo lo 
cuento, y no estoy frivolizando. Lo que cuento es una excusa para crear 
belleza. No he querido hacer un libro político, sino literatura. Hago una 
labor de orfebre y, jugando con el lenguaje, creo dolor y creo placer.

- Los hijos y nietos del franquismo heredan el sufrimiento de sus 
  padres y abuelos, según Clara Valverde. Llega a través de 
  la periodista Elena Cabrera tanto a ella como a su libro Desenterrar 
  las palabras. Transmisión generacional de la violencia política en el 
  siglo XX del Estado español. En él, describe que esos hijos y nietos 
  son víctimas de  anorexia, inseguridad, miedos, suicidios... ¿Explica 
  eso sus demonios?
- Claro. Aunque mis demonios son injustificables. ¿Me agarro a eso porque 
soy nieta o me aprovecho de ello? Ahí hay un juego. Yo me he drogado hasta 
las cachas, como todos los de mi generación. Yo he vivido situaciones 
de violencia imperdonables, y las he permitido. Yo he sufrido agresiones 
sexuales imperdonables, y las he permitido. Y mi generación moría en 
los billares, debajo de la mesa con la chuta en el brazo. Puedo agarrarme 
a eso para justificarlo, pero me niego a frivolizarlo. Desde que escribí 
esta novela, no permito la frivolidad ni el cinismo sobre aquello que 
nos ha convertido en basura. Porque somos basura. Ahora mismo, 
estamos tomando esta copa y pergeñando una entrevista en un diario 
de izquierdas porque vivimos en un pequeño mundo blanco, masculino, 
obeso y triste, en cuyas fronteras agonizan millones de personas. Y 
mientras bebemos, no nos preocupa eso.
- Hace años, en una fiesta que montó en su casa, con la bañera llena 
  de hielo y botellas de champán francés, le confesó a una amiga: 
  "Joder, quiero volver a ser pobre". Luego la desahuciaron. ¿Ha 
  merecido la pena?
- Claro, por supuesto. Mis hijos entendían mejor la vida en la cabaña donde 
nos refugiamos tras el desahucio, robando en los huertos para comer, 
que la actual vida en Madrid con ciertas comodidades. Porque, pese 
a tener cuatro trabajos, no hay semana a fin de mes en la que no comamos 
otra cosa que arroz blanco con huevos fritos.

- ¿Cree que, pese o gracias a esas vicisitudes, sus hijos tendrán 
  una mejor educación que la que recibió usted?
- ¡Madre mía, indudablemente! Aunque también la habrían tenido sin ese 
dolor. Mírame a los ojos: “Hola, me llamo Cristina Fallarás y me gustaría ser 
hija mía”. No soy una mujer limpia, ni buena, pero soy una mujer valiente. 
Lejos de mí queda el elogio de la coherencia, pero soy una mujer culta. 
Echo de menos lo culto en España, porque ahora todo es una ofensa 
a los sentimientos religiosos o a su puta madre. El problema no es la ofensa, 
sino quien se ofende. Deberían meter en la cárcel no a quien ofende, sino 
a quien se siente ofendido. ¡Pena de cárcel por cursi!
- Cuando decía que quería ser pobre, ¿deseaba un castigo? ¿Lo 
  tomó como tal cuando la desahuciaron?
- No. Absolutamente, no. En mi generación, se identificaba lo rico con lo 
malo y lo pobre con lo bueno. Sin embargo, yo ligo la idea de consumo 
a la ordinariez, de la misma manera que ligo la idea de lo culto a la 
austeridad. Ésa es la base de mi vida: lo culto es una forma de ser 
austero en esta tierra. Cuando le digo a Lucía Lijtmaer lo de volver a 
ser pobre, me refiero a no volver a participar de la idiotez del consumo, 
porque me abruma. El progreso y la evolución están bien hasta que 
aparecen las nuevas tecnologías, que nos obligan a participar en el ocio. 
Yo soy marxista y el ocio no me interesa nada. Busco la belleza y el 
equilibrio.

- No es consumista, pero sí hedonista.
- No, aunque puedo disfrutar. Tengo una base muy hedonista, como toda 
hija de familia rica a la que le gusta disfrutar de los placeres. Sin embargo, 
me produce mayor satisfacción la austeridad que el hedonismo. Y la 
estricta definición de la belleza, que el desparrame del consumo.
- En definitiva, salió a buscar a sus muertos para no matarse, 
  para saber quién era, para ver si esa pesquisa sanaba. ¿Pero sanar 
  de qué?
- De lo mío [risas]. Llevaba muchos años haciéndome daño. Tenemos dos 
daños básicos: uno es un daño íntimo y el otro, compartido. He tenido una 
cierta tendencia a la autolesión: no a hacerme rajitas en el brazo, sino 
a la humillación y a la infravaloración. De hecho, casi todas las mujeres de 
mi generación lo tenemos, porque si no no habría sido tan brutal el 
machismo contra nosotras. Y luego hay una construcción generacional 
de la autolesión, porque nosotros nos matábamos alegremente. Yo 
me he encontrado con chicos muertos con la chuta en Zaragoza, 
en San Sebastián, en… A mi pareja no le queda ningún amigo vivo de 
su quinta. Los que no se cargó la heroína, los remató la cocaína. ¿Por qué 
no nos hemos preguntado qué es eso?

- ¿Y su herida? ¿Está cicatrizando?
- Ya no está. ¡Ya no está! Ya no está… Y si estuviésemos en la película 
Drácula, de Bram Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola, a todos 
los miembros de mi familia y a sus allegados empezarían a cicatrizarle 
sus heridas sin darse cuenta: ¡ssssssssh! Hay algo boscoso y vegetal que 
presta su humedad a los campos secos donde nada podía curarse. Y este 
relato lo cura, porque no es un relato burdo, ni culpabilizador, ni que 
juzgue a nadie. Todo relato se consigue para pertenecer, y yo pertenezco 
a este relato.

GOLPE DE ESTADO: ARGENTINA 1976


Enviado por Noemí Nélida Correa desde Argentina

El miércoles 24 de marzo de 1976 ,se produce la interrupción de un gobierno democrático y nuevamente,como sucedió en otras oportunidades,las Fuerzas Armadas tomaban el poder... No podemos olvidar,que hacia varios años,la República estaba sitiada por el accionar de organizaciones subversivas,a lo que se debía agregar la inoperancia de uno de los peores gobiernos de la Historia..Ese gobierno,que da licencia a la PRESIDENTE ,en funciones,y asume el EJECUTIVO,EL TITULAR DEL SENADO,Italo Argentino Luder,que en el año 1975,quien firma tres de los cuatro decretos de aniquilamiento ,con el fin de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos. El primero había sido firmado por Isabel Peron,cuando da por iniciado el Operativo Independencia....

Los decretos de aniquilamiento se consideran un antecedente inmediato y directo del golpe de estado de 1976.
Comienza el 24 de marzo,de ese año,uno de los periodos mas oscuros de la historia ,el que se extenderá hasta la recuperación democrática del 10 de diciembre de 1983,de manos de la UNIÓN CÍVICA RADICAL ,con el Dr. RAUL RICARDO ALFONSIN, a la cabeza.
Durante esos largos siete años y medio miles de argentinos fueron víctimas de intimidación, torturas, desaparición y muerte por parte de las Juntas Militares .
Varios militantes de la UCR,entregaron sus vidas,entre ellos Sergio Karakachoff y Mario Abel Amaya..Tambien sufrio persecuciones y torturas,el Dr Hipolito Solari Yrigoyen, quien pudo salvar su vida...
Por ellos y por todos los que cayeron ,o sobrevivieron en circunstancias muy difíciles,seguiremos diciendo : NUNCA MÁS.

viernes, 23 de marzo de 2018

EL PLAN BOLONIA


El Plan Bolonia
por Carlos Á Trevisi (12-2008)

El desprestigio de la política y de los políticos se debe casi exclusivamente al hecho de que el sistema que impulsa a la acción no se corresponde con la realidad. Es tal la rapidez con que se precipitan los acontecimientos que no hay tiempo para hurgar en los planos ocultos de la realidad, que exigen  una profunda reflexión que abarque la mayor cantidad  posible de variables  (y vaya esto en el mejor de los casos, que si hilamos fino…). De ahí que seguramente haya caído en desuso aquello de que la educación es demasiado importante para quedar en manos de los maestros.

Un programa de televisión que aborda distintos temas de actualidad presentó a cuatro políticos representantes de otros tantos partidos a debatir sobre el tema Bolonia. Hubo coincidencias respecto de las nuevas posibilidades que se brindan a los estudiantes (asistir libremente a cualquier universidad europea -comenzando la carrera en un país y terminando en otro, por ejemplo); se habló de la existencia de antiguos planes aún en vigencia que autorizan alternancias parecidas pero que no satisfacen tan integralmente sus aspiraciones (Erasmus), etc.

Un tema, sin embargo, nada “light”, en el que coincidieron todos -una profesora universitaria del PSOE y uno de igual ocupación del PP, en los que primaba su condición de políticos- , habría exigido una reflexión más profunda y marcado con claridad las diferencias entre ambos.

Se trataba de reivindicar una necesidad que ya la universidad argentina de la década del sesenta había puesto en marcha: insertar la Universidad  en la sociedad favoreciendo estudios que sirvieran a los intereses de las empresas de modo que a través de la especialización no sólo se encontrara una salida laboral a los estudiantes, sino que las empresas contaran con gente que por "pertenecer" al medio se consustanciaría mejor.

Con todo que es de dudosa importancia lo que manifestaron, en fin, podría aceptarse como marco. Lo grave fue que no supieron explicar -pese a que se planteó el asunto- qué pasaría con las carreras de humanidades a las que, poco más o menos,  se las invitaba a seguir adelante como en la actualidad, no sin antes dejar en claro que habría carreras que desaparecerían porque la misma demanda de los estudiantes, aún hoy, día va dejando desiertas más de una de ellas; o que los tales profesores de la tertulia (¿políticos?) no dieran razones de fondo para plantear objetivamente las reservas que exige una adhesión a Bolonia .

Esto de restar importancia a las humanidades no es achacable al sistema universitario, que tiene su atraso –las universidades españolas son paquidérmicas y con esa “agilidad” no es extraño que no figure ninguna de ellas entre las cien mejores universidades del mundo- sino mas bien al desborde social propio de un país que en treinta años se ha enriquecido de tal modo que sus jóvenes han perdido el rumbo hacia el conocimiento y se han dedicado a hacer dinero. Si hoy día deserta uno de cada tres universitarios no será porque la universidad no funciona sino porque nuestros jóvenes viven una vida  despreocupada  de los valores que tendrían que alimentar su voluntad y su inteligencia (de ahí entre otras cosas que las mujeres, no imbuidas aún de esa necesidad de hacer dinero,  hayan copado el “mercado” universitario y cuantitativamente superen a los varones en número de graduados). Tampoco es de descartar que las PYMES, que representan el 80 % del PIB español estén en manos de gente lista pero sin preparación, que ha sabido encausarlas en épocas de bonanza aunque sin la vitalidad necesaria para la  prospección de un devenir no muy lejano. El hecho es que tales escaseces no las autorizan a participar de los cambios tan profundos que se están operando si no encaran una reforma  productiva que no saben cómo llevar a cabo y para la cual, por temor a perder el control de su “creación”,  excepcionalmente buscarían ayuda profesional universitaria.

Así, la demanda de universitarios quedaría en el ámbito de ese 20 % restante que representan las grandes empresas transnacionalizadas, que contratarían  a sus ejecutivos junior allá donde se instalaran. En este punto se podría asegurar, sin un gran margen de error, que difícilmente contraten españolitos   hasta que no asumamos que una de las más terribles fallas de su formación radica en que no saben inglés, detalle al que no se aludió en ningún momento y que tiene tela para cortar, porque, entre otras cosas, sólo los colegios privados imparten un buen nivel de lengua inglesa.

La universidad no es sólo para aprender medicina, química o derecho. Le cabe la obligación de ofrecer una educación epistemológica para crear universos  reflexivos  que apunten al saber antes bien que a cómo fabricar un tornillo o administrar una empresa. La postura que sostenían los profesores invitados al programa era la de condicionar esos saberes a las necesidades de la empresa que, eventualmente, hasta  “subvencionarían” carreras. Así, se me ocurre con mordacidad,  habría estudios superiores en tornillos, válvulas de coches, ordenadores, teléfonos móviles… pero difícilmente facultades de ciencias sociales.

Las sucesivas circunstancias que han empujado al mundo a esta nueva catástrofe económico-financiera que estamos viviendo exige ir a las fuentes, porque no es cuestión de que no sepamos defendernos ante tamaño atropello. La estafa por 50 mil millones de dólares que perpetró Madoff en EE.UU. es operativamente tan antigua que mete miedo. Eso de la “pirámide” lo hace cualquier Manolito como el amiguito de Mafalda. Y nadie se dio cuenta (¿nadie?) ¿Cómo es posible que ese canalla prometiera un 100% de interés a tres meses de realizada la inversión? ¿Sabrán estos profesores invitados al programa que los paraísos fiscales guardan 3 billones de dólares -3 billones, con 12 ceros- de dinero negro que no tributa y que baja, según las circunstancias, (drogas, armamentismo) aquí o acullá para seguir acumulando más millones y millones? 

Las empresas ya no tienen ni autonomía económica ni financiera. Los bancos son sus  socios principales y , en su legítima búsqueda por ganar dinero (porque es legítima, mal que nos pese) son ellos los que eligen los productos que necesita el mercado: cómo tienen que ser (o no ser), cuándo deben aparecer (y cuándo desaparecer); dónde tienen que comercializarse (y dónde no); a qué precios, y demás. Se acabó la época en que Henry Ford levantaba una fábrica de autos sin contar para nada con los bancos, a los que jamás pidió un dólar prestado. Hoy día para conseguir un crédito lo que le importa al banco es que el proyecto satisfaga sus intereses;   si no fuera así no hay crédito y, consecuentemente, no hay producto. El paradigma de esta miseria
 son las empresas farmacéuticas  y las patentes  que resguardan sus derechos exclusivos.

La gravedad de esto radica en el hecho de que esta complacencia con Bolonia en los términos actuales de aplicación puede perjudicar seriamente a la universidad pública, privando a la sociedad, a la que pretende defender, de valores esenciales que únicamente aquella puede brindar: nadie “monta” una universidad con la mira puesta en la sociedad y, aún si así fuera, llegado el momento, sus circunstancias financieras y necesidad de supervivencia tirarían por la borda sus mejores intenciones.

Todo indica que el afán por “pertenecer”  nos arroja en manos de Bolonia sin haber lavado la ropa sucia antes. Hay estadios que no se pueden saltar, a menos que aspiremos a una universidad “coca-cola”, en la que el envase vale más que el contenido.

BOLONIA O EL CAPITALISMO ACADÉMICO

Enrique Javier Díez Gutiérrez
El proceso de convergencia europea, que se presenta como una forma de armonizar los diferentes sistemas universitarios europeos, tiene un espíritu que casi todo el mundo podría compartir: equiparar las titulaciones; desarrollar un aprendizaje más centrado en el estudiante, reduciendo el peso de las clases magistrales, o potenciar la docencia tutorizada y de tipo seminario. El problema del Plan Bolonia es el marco global en el que se inscribe y la filosofía que orienta esta reforma.
Porque un aprendizaje más centrado en el estudiante y más tutorizado implica grupos de estudiantes más pequeños y, por tanto, más profesorado, cambios en las instalaciones, etc.; es decir, más financiación. Al igual que la movilidad por Europa.
Pero la aplicación del Plan Bolonia busca que la financiación corra, cada vez más, a cargo del bolsillo de los estudiantes y de las propias universidades, haciendo sus productos más atractivos para su aplicación empresarial. 
El bolsillo de los estudiantes se resentirá. Quienes quieran acceder a los títulos de posgrado, los másteres (aquellos que ofrecen una formación científica especializada y que serán los que realmente cuenten para acceder a los puestos mejor remunerados del mercado laboral), tendrán que pagarlos a un alto precio. Lo que antes equivalía a ser licenciado en una carrera de cinco años –pagando los créditos todos por igual a lo largo de esos cinco años–, ahora se divide en dos partes (grado y posgrado) y, si se quiere llegar a esa especialización de cinco años, se tienen que pagar el posgrado a precio de oro. 
Para eso se ha creado la figura de los préstamos-renta. Es decir, pasamos de las becas a los préstamos bancarios (es fácil imaginar quiénes son los más interesados), con lo que, a partir de ahora, los estudiantes estarán endeudados antes incluso de intentar buscar una vivienda. Pero lo crucial es el cambio que suponen: se pasa de considerar la educación superior como un derecho accesible a toda la ciudadanía, a entenderla como una prerrogativa que se financia a quienes puedan devolver esa inversión.
La financiación de las universidades públicas también se resentirá. Las inversiones y los planes de estudio están siendo pensados de acuerdo con las exigencias del mercado y como preparación al mercado de trabajo. Mientras, se recorta el presupuesto para proyectos improductivos de orientación humanística y/o crítica. Porque la profesionalización ya no es una finalidad entre otras de la Educación superior, sino que tiende a convertirse en la principal línea directriz de todas las reformas educativas. Con el argumento de que la Educación superior debe atender a las demandas sociales, se hace una interpretación claramente reduccionista de qué es la sociedad, como si esta se redujera únicamente a los intereses de las grandes empresas.
Es obvio que hoy en día toda persona necesita aptitudes y competencias adecuadas para moverse en el mundo laboral; pero sorprende que la actitud de las universidades sea reducir la enseñanza universitaria a las competencias útiles para la gran empresa, obedeciendo a un utilitarismo que impide a los jóvenes interesarse mínimamente en lo que parece no ser vendible en el mercado de trabajo. Otras capacidades que podrían promover una sociedad más justa y mejor van quedando obsoletas y se las obvia progresivamente.
Incluso la financiación pública se subordina a la previa obtención de fuentes de financiación externa; es decir, privada. Donantes que imponen su logotipo en las paredes, vuelven a bautizar los edificios y promueven cátedras a cambio de una denominación que revela el origen de los fondos. La investigación que proviene de estas cátedras responde a los intereses de quienes las patrocinan, no sólo porque son quienes las financian y ante quienes hay que demostrar la eficacia de su inversión a través de resultados tangibles y que produzcan beneficios, sino también porque recortan y definen los temas e intereses de las investigaciones, así como las prioridades de las mismas.
La prioridad para la investigación de temáticas de interés para las empresas y la industria siempre será así mucho mayor que la financiación disponible para la investigación de cuestiones locales de interés para la gente empobrecida, las minorías y las mujeres de clase trabajadora, por ejemplo.
Es el denominado capitalismo académico: universidades cuyo personal sigue siendo retribuido en una gran parte por el Estado, pero cada vez más comprometidas en una competencia de tipo comercial, en busca de fuentes de financiación complementarias.
Resulta difícil pensar que esta universidad va a poder preocuparse por la interculturalidad, por la diversidad, por la filosofía o por el pensamiento crítico en este contexto de competitividad por resultados y por figurar en el ranking de la excelencia académica.
Es necesario defender una universidad que se comprometa con la sociedad, que sea motor de transformación social. Pero el Plan Bolonia no pretende cambiar la sociedad desde la universidad para hacerla más justa, más sabia, más universal, más equitativa, más comprensiva, sino adaptar la universidad al mercado, a una parte muy concreta de la sociedad, cuyas finalidades no se orientan precisamente hacia la Justicia, la comprensividad o la equidad, como a la vista está. Por ello, necesitamos repensar los auténticos problemas de la universidad, para que otro proceso de convergencia sea posible. Una reforma de la Educación superior desde una óptica auténticamente social y al servicio de la sociedad y no exclusivamente del mercado.
Enrique Javier Díez Gutiérrez es  Profesor de la facultad de Educación de la Universidad de León.