martes, 13 de diciembre de 2016

FLOTE, CARAJO!

Salvataje
por Carlos A. Trevisi

Nota del autor
"Salvataje" tiene la escasa importancia imaginativa que tienen los relatos que responden estrictamente a la realidad.
Lo que va a leer es un hecho que, palabra más  o palabra menos, responde exactamente a una aventura impensable en   la que me vi envuelto  junto con mis hijos varones con motivo de una excursión a la ciudad de Gualeguaychú, en la provincia argentina de Entre Ríos. Me permitió ver los adentros de mis hijos: su templanza y afectividad. Hace de esto unos 35 o  40 años.

Salvataje
Los chicos habían crecido como para aventurarlos en actos riesgosos, que no peligrosos. Solíamos ir a Gualeguaychú, pequeña ciudad de Entre Ríos conocida por sus celebraciones del carnaval,  a enfrentarnos con el desafío de cruzar a nado los trescientos metros que separan  la provincia mesopotámica de una isla que campea solitaria e inhabitada en el centro del río.

Hacia el atardecer, cuando el tráfico del  Gualeguaychú, que así se llama el río, amainaba  -lo navegan chatas cargadas de arena que se utiliza en la construcción,  mucho más propia que la del mar- nos lanzábamos al agua para alcanzar la isla a nado. Para los chicos era toda una aventura, sobre todo si se tiene en cuenta que el mayor de ellos, Carlos, apenas superaba los 12 años y el menor de los cuatro, Pablo, andaba por los seis o siete.

El hecho era acompañado por curiosos circunstanciales que, temerosos por  la aventura que habían corrido los niños, ante el resultado feliz de haber logrado la hazaña que nos habíamos propuesto, aplaudían desde la otra orilla. La felicidad de los chicos, ya en la isla, se reflejaba en sus caritas. Pocos visitantes se lanzaban a nado a cruzar ese espacio que se ofrecía enorme entre la isla y la ciudad, lo que despertaba un mayor orgullo aún en los osados mocosos. La vuelta no era menos agradecida: cuando llegábamos la gente se amuchaba para felicitarlos y besarlos con real gusto y asombro. 

La isla.
Los cinco de nosotros descansando para el retorno. Se incorpora Ricardo, el segundo de los hijos y me espeta un
-¡Papá, hay un tipo en el medio del río...se está ahogando!
Nos incorporamos. En efecto, un joven, a unos cien metros de la isla, levantaba los brazos en señal de agotamiento. Era evidente que no se podía mantener a flote; estaba exhausto..
-¡Papá, hay que ir a sacarlo!

Me quería morir. No había socorristas ni servicios de salvataje. La gente en la orilla de enfrente, con los brazos en alto, se agitaba gritando y pidiendo ayuda. Y mis hijos empujándome para que lo salvara.
-Vamos, papá. ¡Se ahoga!

Me decidí.
-Voy a ir a ayudarlo; esperen aquí.
-Te acompañamos, papá (los dos mayores).
Los otros dos miraban despavoridos.
Debo decir que pensé la propuesta. ¿Por qué no?
-Bueno; acompáñenme. Pero cuando lleguemos a él no lo toquen ni se acerquen. Si se ponen a tiro los va a hundir; se van a ahogar todos. Yo tampoco lo voy a tocar; le hablo para tranquilizarlo y si no responde...
No pude terminar la frase. Sólo agregué ´Ustedes, lejos, por favor´, no se le acerquen. Recuerden lo que les digo: NO SE LE ACERQUEN.
Allá fuimos. Yo me aproximé a prudencial distancia y le dije, con voz estridente:
-¡FLOTE, CARAJO!

Nunca supe si fue el tono, el ´carajo´ o el ´flote´, pero el joven se tranquilizó; estaba asustado. Fui por detrás; los chicos a ambos lados, pero lejos. El trámite fue largo: me acercaba a él y lo empujaba hacia la isla. No sé ni cuento tiempo me llevó, ni cuántos empujones.  Finalmente hizo pie. Lo acercamos a la costa sosteniéndolo como pudimos.

-¿Qué te ha pasado? ¿Cómo te has lanzado a cruzar si apenas sabes nadar?
-Lo vi al más chiquito y me dije que si él podía yo también.
Lo dejamos descansando, tumbado en el pasto.
¿Y ahora qué vamos  a hacer?, preguntó Pablo.
-Lo dejamos aquí, dije.

Volvimos. El recibimiento fue apoteótico*.
Se había reunido una cantidad enorme de gente que aplaudía; no podían creer lo que acababan de presenciar.  Confieso que yo tampoco. Me sentí muy orgulloso de mis hijos.

Después de unos minutos guardamos los pocos chirimbolos que demanda este tipo de excursiones y partimos.

Antes de partir miré hacia la isla. Ahí estaba el tipo agitando los brazos para que alguien fuera a buscarlo. Nadie le prestaba atención.

-Boludo de mierda, pensé.
-¿Y ahora qué va a hacer, preguntó Pablo.
-Van a ir a buscarlo en un bote del bar, mentí.

Nota:

* Apoteósico en España

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