domingo, 18 de diciembre de 2016

LA DEMOCRACIA EN JUEGO

Carlos A. Trevisi

Uno de los nutrientes esenciales de la democracia es la puesta en común de la ciudadanía en pos de intereses que autoricen la convivencia, la cultura de su gente, su ideario; estar en los demás para poder ser en y con ellos al margen de enfrentamientos ideológicos; actuar en el ámbito de necesidades comunes; el respeto por las creencias que no se comparten; la tolerancia; comprometerse participando en un proyecto de vida común; respetar las instituciones y el poder que emana de ellas; sostener las comunidades de base anteponiendo la fraternidad y el bien común a las ambiciones personales de poder; actualizar el ámbito de acción de las ideologías  según manda la realidad tan cambiante que vivimos; luchar por una educación que proponga la imaginación, la voluntad, el afecto, la inteligencia  y la libertad; involucrarse políticamente;  distinguir entre la ley que regula la convivencia y responde a la moral, y la justicia, que se nutre de la ética…
En fin, podría lograrse denunciado la hipocresía, la mentira, el impúdico lucro, la soberbia de los que mandan, las escaseces que afectan a la educación, a la sanidad, al aparato judicial, a los ancianos, a los carenciados, a la violencia de género, a la incompetencia de la administración pública cuando se padeciera…
Todo indica que se va tomando conciencia de que así no se puede seguir.
Uno de los puntos de partida del cambio se va dando en educación. 

El fracaso escolar en España tiene raíces muy profundas. No es solo la escolaridad lo que falla. la familia falla; el afán por tener lo que no estamos en condiciones de poseer; no asumir lo que significa ser; nos perdemos en un mundo que nos invita a la diversión, a tener, lo que nos hace incapaces de ver la realidad más allá de lo que percibimos; no sabemos elegir, consecuentemente la realidad nos es ajena: pensamos mal, reflexionamos solo acerca de lo intrascendente, no alcanzamos el conocimiento mínimo indispensable para elaborar un proyecto de vida que nos autorice a vivir en común, a estar en los demás para aprender a ser en ellos y con ellos. Vivimos amuchados pero en soledad; hemos perdido de vista al Quijote; a Unamuno; a Sorolla, a Velázquez, a los clásicos que dieron vida a nuestra cultura; los hemos reemplazados por los ronaldos y los mesis... No usamos nuestra imaginación ni nuestra capacidad creativa: nos hemos transformados en discos duros, almacenes de datos, en imbéciles de una cultura de diccionario que guarda en nuestra memoria cuánto mide el tajo o la altura del Everest, el pretérito pluscuamperfecto del verbo satisfacer o el binomio suma al cuadrado. No podemos negar que los maestros somos españoles,  que los políticos también lo son, al igual que lo somos los padres y madres que somos incapaces de darnos cuenta de que lo que acabamos de leer “ut supra” nos es ajeno, que pertenece a otro mundo no necesariamente mejor pero fiel a su historia. 

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