Notas
sobre el auge de la extrema derecha en Europa
JOSEP
RAMONEDA
1.- La
extrema derecha no es el fascismo, aunque en algunas cosas se le parezca.
Podríamos decir al modo de Emmanuel Terray que la extrema derecha “se mueve en
el espacio intermedio que separa a la derecha clásica del fascismo”. Si en la
derecha hay siempre una pulsión a favor del orden establecido, no es el caso
del fascismo que pretende la construcción de un Estado nuevo, que alienta a las
masas contra las élites, que cree en la violencia y en la guerra como estado
superior de la realización humana y que hace del vínculo directo entre el líder
y las masas la forma suprema de la política. No hace falta recordar que para
Carl Schmitt el estado nazi y el estado bolchevique tenían una cosa común: era
las dos formas de estado modernas.
Esto no
significa que no haya espacios de proximidad entre la extrema derecha y el
fascismo. Buena parte del programa –sobre todo por lo que hace a la exaltación
nacional, la defensa de una identidad excluyente conceptualmente cercana a la
idea de raza y a la identificación pueblo patria- es compartida.
La
derecha democrática se mueve actualmente entre los parámetros del llamado
neoliberalismo económico y el conservadurismo social. Los neoliberales ponen el
acento en la desregulación de la economía, en el papel ancilar de la política
supeditada a las exigencias del poder financiero global, en el cosmopolitismo,
en la globalización sin fronteras, en la prioridad del crecimiento y del
beneficio empresarial sobre la redistribución y la cohesión social.
Aunque
el crecimiento de momento sólo beneficie a unos pocos, a la larga acabará
reportando beneficios a todos, como el agua que cae del cielo. El escritor
suizo Jonas Luescher bautizó este argumento como teoría del estiércol de
caballo: “Cuanta más avena demos al caballo, más abundante será su producción
de excrementos y los pajarillos tendrán más para comer”.
Apoteosis
de la idea de desigualdad y del desprecio del neoliberalismo por el común de
los mortales. El conservadurismo apuesta por la continuidad, por la tradición,
por los valores cristianos, por el orden por el marco patriótico y nacional.
Ambas concepciones raramente se dan en estado puro, y más bien se han ido
acoplando en la medida en que el neoliberalismo marca los límites de la
gobernanza económica y el conservadurismo aporta la cobertura política, para
hacer más llevaderas las incertidumbres que el proceso de globalización genera
en los ciudadanos. François Fillon es un ejemplo casi perfecto de ello: él
mismo se presenta como liberal en lo económico y radical conservador en la
tradición de la derecha católica francesa.
En este
contexto, la extrema derecha representa la radicalización de los valores
conservadores para encuadrar a unas clases medias y populares que se sienten
abandonadas e indefensas. Los valores fundamentales son compartidos: orden,
autoridad, jerarquía, desigualdad, defensa de las instituciones, nacionalismo
fundamental, prioridad a los nacionales, lo que vería es el nivel de
intensidad. Volviendo a Emmanuel Terray: “Si la derecha clásica sólo admite la
violencia si se ejerce en los límites fijados por la ley; la derecha extrema la
contempla como un medio entre otros, a utilizar en función de las
circunstancias”. Y así el rechazo al extranjero se convierte en xenofobia, el
patriotismo en nacionalismo identitario y chauvinismo, la lucha antiterrorista
en guerra al Islam, la autoridad en autoritarismo.
Y una
última precisión conceptual: hay que abandonar la inflación de palabras usadas
con intencionalidad política, ya que nada significan: no aportan conocimiento
sino confusión; no sirven para entender sino para fomentar la ignorancia. La
razón de su uso es estrictamente descalificatoria. Simplemente, se trata de
colocar una etiqueta al adversario que le marque como excluido. Me refiero
especialmente a populismo y antisistema. Y ahora está entrando en escena una
tercera que camina rápidamente hacia este papel de gadget ideológico
para todos los servicios: posverdad.
A juzgar
por los discursos oficiales, Marine Le Pen, Trump, los Grillini, el
independentismo catalán y Podemos tienen en común que son populistas y
antisistema. Magnífico recurso para descalificar a todo aquello que desborda
los estrictos límites del monopolio tradicional del poder, sin aportar
información ni conocimiento alguno. Lo único que une a cosas tan dispares es
que son diferentes expresiones al malestar generado por los estragos provocados
por los años nihilistas en que se creyó que todo era posible, que no había
límites al capitalismo, que acabaron con la crisis de 2008, y por la gestión
que de ella hicieron los gobiernos conservadores y socialdemócratas. Pero la
extrema derecha, ya sea en su versión norteamericana –Trump- o en su versión
francesa –Le Pen- no tiene nada de antisistema, al contrario, es el plan B
autoritario del sistema, y el independentismo catalán será anticonstitucional
pero sumamente respetuoso con el sistema económico y social.
Igualmente,
populismo es una palabra que atrapa todo, que ya no significa nada. Sus
definiciones más solventes son dos: hacer promesas a la ciudadanía a sabiendas
que no podrán ser cumplidas. Y el que esté libre de pecado que tire la primera
piedra. Nada se ajusta tanto a esta definición como la campaña electoral de
Rajoy de 2011. La otra definición gira en torno a la conversión del pueblo en
sujeto político de cambio, bajo liderazgos personales fuertes. Pero el pueblo
es un concepto demasiado amplio, que sólo adquiere sentido desde la pluralidad
que lo constituye. Algunos dirigentes de Podemos han hecho suya la idea de
populismo, para identificar la construcción de un nuevo relato de base popular.
Pero que poco tiene que ver con el uso descalificativo que se hace del término
populismo, y con los otros movimientos identificados como tales. En cuanto a la
posverdad -`presentar como novedad la apelación a los sentimientos y a las
emociones en política’-, me parece ridículo. La novedad es que la viralización
de las mentiras las convierte en verdades con grandes dificultades para
combatirlas. Para revisar el crecimiento de la extrema derecha en Europa hay
que despojarse de estos tópicos.
2.- En
general, toda Europa viene sufriendo un desplazamiento a la derecha desde los
años 80. La inseminación de la derecha clásica por el llamado neoliberalismo,
que ha dado lugar a una síntesis a menudo llamada neoconservadurismo, en un
contexto de inseguridad e incertidumbre creciente; y la incapacidad de la
izquierda para dar respuesta al desamparo de las clases medias y populares
hundidas por la crisis, ha dejado espacio libre al crecimiento de la extrema
derecha en Europa. La derecha clásica ha sido radical en las devastadoras
políticas económicas, pero discreta y prudente en el discurso público. Y la
extrema derecha, sin complejos a la hora de levantar la voz, ha canalizado las
iras de muchos sectores. Y ha conseguido arrastrar a buena parte de la derecha
–e incluso a la izquierda en algunos casos- para hacer su propia agenda.
La
extrema derecha se nutre de las crisis de las clases medias. Como ha descrito
Marina Subirats, desde los años 90 se fue construyendo la ilusión de que toda
la sociedad era una inmensa clase media, con unos pocos ricos en la parte de
arriba de la pirámide que habían optado por la secesión, y unos sectores
marginales, casi invisibles, por la parte de abajo. Unos compraban en Zara y
otros incluso en Louis Vuitton pero la quimera de la felicidad estaba
construida con los mismos mimbres mentales del consumismo de masas. Esta
ilusión se quebró con la crisis de 2008 que rompió a las clases medias por la
mitad. Los que conservaron el empleo y pudieron mantener su trabajo
profesional, favorecidos por la caída de la inflación, pudieron trampear la
crisis razonablemente, pero se sintieron asediados por una de los sentimientos
que más rápidamente se propagan en las clases medias: el miedo. Los que
perdieron posición y se encontraron ante un abismo que creían ya superado para
siempre, entraron en el desconcierto y la angustia. Y muchos de ellos
abandonaron a los partidos en los que habían confiado al sentirse traicionados
y se dejaron llevar por el rechazo a la política o por las promesas de
redención comunitarista que ofrecía el discurso duro de la extrema derecha. La izquierda
vio cómo su propio electorado se iba al otro lado del espectro. Y la derecha,
pero también la socialdemocracia, optaron por el mimetismo de la extrema
derecha: seguridad, xenofobia y miedo, con lo cual no hicieron más que
reforzarla.
3.- La
ciudadanía, en su desamparo, necesitaba chivos expiatorios: los encontró en los
inmigrantes y en las élites. La crisis de los refugiados –a la que Ángela
Merkel intentó inicialmente responder con franqueza, pero acabó acomodándose al
estado general de opinión- reforzó el discurso contra los extranjeros,
convirtiendo a los nacionales en víctimas y presentando a los inmigrantes como
privilegiados que nos roban bienes y derechos. Desde esta perspectiva se han
ido desplegando todos los tópicos del discurso de extrema derecha: excepción
nacional, antieuropeísmo, repliegue identitario, prioridad a los autóctonos,
comunitarismo, rechazo a la diversidad cultural. Los atentados del terrorismo
yihaidista han reforzado el rechazo al extranjero, convirtiendo a los musulmanes
en principal chivo expiatorio.
El
complemento ideológico de la extrema derecha es el discurso antiélites, que les
permite presentarse como lo que no son: una alternativa al sistema. En
realidad, la extrema derecha es el plan B del sistema: la vía más directa hacia
el autoritarismo posdemocrático. Pero se trata de capitalizar la reacción de la
ciudadanía contra unas clases dirigentes y contra una clase política que,
escondida detrás del discurso de los expertos, se ha ido alejando de la
ciudadanía y desconectando de ella. Y para ello se presenta como personas
ajenas a los que mandan, cercanas al pueblo y parte de él. Autenticidad popular
como fondo de legitimación: somos como todos. El discurso antiélites es también
una respuesta a una política que está transformando la democracia por la vía de
la transferencia de la soberanía hacia la aristocracia de los expertos. Es
decir, hacia la liquidación de la democracia liberal.
4.- La derechización de
Europa debilita enormemente los valores de las grandes tradiciones liberales y
republicanas europeas. Como si la enorme inundación producida por la
globalización, que siguió a la caída del muro de Berlín, siguiera todavía
activa. Primero, se llevó por delante al comunismo, después a la
socialdemocracia, ahora tocaría al liberalismo. La razón crítica, la conciencia
universal expresada en el imperativo categórico kantiano, la idea de humanidad
como portadora de derechos básicos de todas las personas, las libertades
civiles, se sienten amenazadas. Y el principio republicano es reemplazado por
un comunitarismo de la peor especie. Y lo grave de la situación es que la
derecha abandona el liberalismo ideológico –que no el económico- para hacer
suya la agenda de la extrema derecha. Lo hemos visto en Francia donde la
derecha católica, tradicional y conservadora ha desplazado al más liberal de
los candidatos de las primarias, Alain Juppé, a favor del neoconservadurismo de
François Fillon.
Y no
olvidemos que la derecha española ha sido pionera en este sentido. Mariano
Rajoy intentó imponer una contrarreforma en los primeros años de su mandato. El
presidente quiso demostrar que la derecha había recuperado el poder sin
complejos, y puso en acción al arsenal católico, conservador y centralizador.
Desde la impunidad de la mayoría absoluta, implementó tres proyectos estrella
que encargó a los tres ministros con más carga ideológica del Gobierno: la ley
de Educación de Wert, la ley Mordaza de Fernández Díaz, y la del Aborto, en
manos de Alberto Ruiz Gallardón. La propina fue la reforma laboral. Los tres
ministros ya no están, sacrificados a mayor gloria del presidente. La reforma
del aborto quedó en intento. La Lomce ya ha decaído, envuelta en una promesa de
pacto sobre la educación. Y la ley Mordaza está en el punto de mira de la
oposición. España resiste, en parte porque la reacción contra la crisis
nihilista ha venido de la izquierda y no de la extrema derecha.
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