ANÁLISIS
La muerte del neoliberalismo
Las políticas neoliberales van a seguir aplicándose, pero el paradigma neoliberal está roto. Y aún son una incógnita las nuevas políticas de EEUU y otros acontecimientos decisivos como las elecciones francesas o el referéndum italiano
Pocos pudieron resistir la tentación. Ella también era mujer; también era
conservadora; también tenía una reputación de política implacable; también
rondaba los sesenta años; y también se había hecho con el cargo de primera
ministra del Reino Unido. La prensa liberal y conservadora no dudó en invocar la
comparación entre Theresa May, la sucesora de David Cameron en la vanguardia del
Ejecutivo británico y la única mujer que había ocupado el cargo antes que May,
la Dama de Hierro, Margaret Thatcher.
Los hechos no tardaron en dejarles en
evidencia. May, que fue nombrada primera ministra sin haber pasado por las urnas
tras la guerra de sucesión interna propiciada por el descalabro conservador del
Brexit, tuvo que apresurarse a restañar heridas internas, al tiempo que
detallaba una visión de futuro para el Reino Unido. Utilizó su discurso ante el
congreso del Partido Conservador, el 5 de octubre, para hacerlo. Y lo hizo, en
palabras del columnista del Financial TimesMartin Wolf, “enterrando” a Thatcher
y su legado.
En el discurso más importante de su vida política, May declaró:
“Cuando uno entre nosotros desfallece, nuestro instinto humano más básico es
dejar el interés propio a un lado, tender el brazo y ayudarle a reincorporarse a
la carrera. Es por eso que el principio central de mi pensamiento es que hay más
en la vida que el individualismo y el interés propio. Formamos familias,
comunidades, pueblos, ciudades, países, naciones. Tenemos responsabilidades los
unos para con los otros. Y creo firmemente que el Estado también las
tiene”.
Habían pasado veintinueve años de la memorable declaración de
Margaret Thatcher, que entonces ocupaba la actual residencia de May en Downing
Street, a la revista Women’s Own Magazine. Thatcher dijo, en 1987: “Se ha
permitido que demasiada gente entienda que si tiene un problema es el Estado el
que debe encargarse de lidiar con él… Le pasan la responsabilidad de sus
problemas a la sociedad. Y, ¿sabe qué? la sociedad no existe. Hay hombres y
mujeres individuales, y hay familias”.
Al echar el candado sobre el fantasma
de Thatcher, May señalaba el inicio de un cambio de tiempo.
MARK BLYTH
PREDIJO LAS VICTORIAS DEL BREXIT Y DE DONALD TRUMP EN LAS ELECCIONES
PRESIDENCIALES ESTADOUNIDENSES
A Mark Blyth no le hace gracia que le traten
de pitoniso. Pero ha hecho sus méritos. El pasado mes de mayo, el politólogo
escocés, de la Universidad Brown, en Rhode Island, predijo dos acontecimientos
que pocos compañeros de profesión consideraban remotamente posibles: las
victorias del Brexit en el referéndum británico y de Donald Trump en las
elecciones presidenciales estadounidenses. “No es que tenga una bola de
cristal”, declaraba Blyth en una conferencia la semana posterior a la victoria
de Trump. “Pero este es un fenómeno global, no algo local”.
Para Blyth, los
síntomas abundan: los partidos de centroizquierda y centroderecha llevan décadas
perdiendo apoyos en toda la OCDE. En concreto, la socialdemocracia se encuentra
en caída libre, sobre todo en la Europa occidental que la vio nacer. Uno de los
últimos mohicanos del centroizquierda europeo, el premier italiano Matteo Renzi,
va camino de inmolarse con un referéndum de reforma constitucional que tiene
visos de salirle por la culata y convertirle en cadáver político. En Francia, el
presidente Hollande goza de una tasa de aprobación del 4%, mientras que la
ultraderechista Marine Le Pen es de largo la favorita para imponerse en la
primera vuelta de las elecciones presidenciales de abril. Incluso Angela Merkel
ve cómo los xenófobos a su derecha amenazan su dominio político. Todo esto,
apunta Blyth, es inseparable de la economía. En concreto, del hecho de que en
los últimos treinta años (desde la entrevista de Thatcher en Women’s Own) haya
habido enorme crecimiento en la economía global que sin embargo se ha
concentrado casi en exclusiva en el 1% más rico. “Hartas del statu quo, enormes
capas de la población han decidido aprovechar cualquier oportunidad para dejar
claro a las élites que ya no lo van a aguantar más”. Eso es lo que conecta el
Brexit con Trump, a Jeremy Corbyn con Syriza, a Podemos con Bernie
Sanders.
Quienes hemos cubierto sobre el terreno el referéndum del Brexit y
las elecciones estadounidenses podemos corroborar la observación de Blyth:
durante las semanas previas a la votación sobre la permanencia del Reino Unido
en la Unión Europea, la discusión pública se planteó en términos muy parecidos a
como se ha desarrollado la campaña entre Hillary Clinton y Donald Trump. Por un
lado, los líderes oportunistas del Leave –con Boris Johnson y Nigel Farage a la
cabeza— agitaban un peligroso cóctel de xenofobia y recuperación de la dignidad
nacional. Trumpismo puro. Por otro lado, las cabezas visibles del Remain
enarbolaban un discurso plano, sin otra emoción que el miedo a lo desconocido, y
sin mayor proyecto que la validación del statu quo. Igualito que Hillary
Clinton.
EL PARTIDO SE JUGABA EN TERRENO AJENO A LA IZQUIERDA,
ENTRE EL MAL MAYOR DEL NEOFASCISMO ACECHANTE Y LOS QUE OPTABAN POR EL CUANTO
PEOR MEJOR
De fondo, en ambos casos, una izquierda desdibujada, débil y
confundida ante un partido que se jugaba en terreno ajeno, se repartía entre
quienes optaban por frenar el mal mayor del neofascismo acechante (expresado
mediante el voto con nariz tapada a favor del Remain o de Clinton) y los que, en
ejercicio aceleracionista, optaban por el “cuanto peor mejor” (Brexit, Trump)
sin importarles demasiado alinearse con la derecha más intolerante y
reaccionaria.
Como el Brexit, el racista, misógino, protofascista Trump es
por tanto un síntoma, no la enfermedad.
Apenas un mes después del discurso de
May, el mismísimo Francis Fukuyama certificaba el cambio de época. En un ataque
de frenesí thatcherista, Fukuyama había declarado en 1992 El fin de la historia
en un bestseller internacional. Tres días después de la victoria de Trump
describía, más sombrío, la muerte de la ideología que, según él mismo, había
matado la historia.
Muerte pues al neoliberalismo. La historia ha resucitado.
La cuestión es: ¿Qué historia?
Neoliberalismo es una palabra resbaladiza. Sus
principales adalides a menudo defienden que no existe, que es objeto de una
conspiración contra sus nobles postulados en pos de la libertad individual. No
siempre fue así. En su Manifiesto neoliberal de 1983, Charles Peters obviamente
no rehuía el término, sino que lo defendía a capa y espada: “Si los
neoconservadores son liberales que miraron con ojos críticos el liberalismo y
decidieron convertirse en conservadores, nosotros somos liberales que hicimos lo
propio y decidimos mantener nuestros objetivos, pero abandonar algunos de
nuestros prejuicios. Seguimos creyendo en la libertad, la justicia y la
oportunidad para todos, en la misericordia para con los afligidos y en la ayuda
a los que sufren. Pero no estamos automáticamente a favor de los sindicatos y un
gran Estado ni nos oponemos a la intervención militar o las grandes
empresas”.
Entre los críticos contemporáneos del neoliberalismo, hay quienes
lo definen como una cuestión cultural o ideológica, mientras que otros ponen el
énfasis en su vertiente política. Así pues, el ensayista y crítico literario
William Deresiewicz escribía en Harper’s en septiembre de 2015:
“LA
AUSTERIDAD ES EL NEOLIBERALISMO CON UN ‘CHUTE’ DE ESTEROIDES”
“Así es la
educación en la era del neoliberalismo. Lo llamemos reaganismo o thatcherismo,
economismo o fundamentalismo de mercado, el neoliberalismo es una ideología que
reduce todos los valores al valor monetario. La dignidad de una cosa es pues su
precio. El valor –la dignidad— de una persona es su riqueza. El neoliberalismo
te dice que tienes valor solo en relación con tu actividad en el mercado (…), lo
que cobras y pagas. El propósito de la educación en la era neoliberal es
producir productores”.
Hay otra manera de encontrar sentido al huidizo
término. El método del microscopio, que estudia las cosas a través de la
observación de sus efectos en los casos más extremos. Todos sabemos ya qué es la
austeridad. El escritor Nick Srnicek apunta: “La austeridad es el neoliberalismo
con un ‘chute’ de esteroides”.
Pero quizá el análisis más sofisticado del
neoliberalismo, desde sus raíces ideológicas a sus manifestaciones políticas, lo
haya hecho David Harvey, el geógrafo y antropólogo británico afincado en Nueva
York. Harvey, autor de docenas de libros, publicó en 2005 un volumen titulado
Breve historia del neoliberalismo. En él, Harvey define el neoliberalismo como
una serie de prácticas económicas que “proponen que el bienestar humano se puede
lograr a través de la reducción de la intervención estatal, promoviendo la
apertura de mercados y maximizando la libertad individual”.
Para Harvey, la
misión de “la economía política llamada neoliberalismo es una sola: restaurar el
poder de clase de las élites económicas globales”, que habían perdido poder e
influencia a partir de mitad de siglo. Lo que se instaura a partir de los 60 y
70 no es por tanto un “proyecto utópico para llevar a cabo el diseño teórico
para la reorganización del capitalismo internacional”, sino un ejercicio de
poder. Harvey pone de manifiesto, con numerosos ejemplos históricos, que cuando
los principios del neoliberalismo entran en conflicto con los intereses de las
élites poderosas, se eligen siempre los segundos. Solo así se explica que los
gobiernos neoliberales rescaten sin titubear a bancos o industrias completas
cuando así lo requiere la preservación del statu quo.
El neoliberalismo se
define pues, según Harvey, por la apertura máxima de mercados, incluido el
laboral, a través de la integración de las economías del mundo y de la apertura
relativa de fronteras físicas –como la amnistía masiva a los indocumentados de
Reagan o la apertura a la inmigración turca en la Alemania de los 60— que
consigue reducir el poder de negociación de los trabajadores. Fue un asalto
ideológico, pero sobre todo económico. Más recientemente, en una entrevista
concedida a la revista Jacobin, Harvey insistía en que “el neoliberalismo es un
proyecto político”. Es precisamente ese proyecto el que ha entrado en crisis.
HARVEY EXPLICA QUE LA SALIDA A CADA CRISIS DETERMINA CÓMO SERÁ LA
SIGUIENTE
Harvey explica como nadie la tendencia cíclica del capitalismo
neoliberal a las crisis, mucho más abundantes desde que se instauró el paradigma
neoliberal en los 70. La salida a cada crisis, cuenta Harvey, determina cómo
será la siguiente. Lo curioso es que en 2008, tras una de las mayores crisis en
la historia del capitalismo, la solución brilló por su ausencia. Después de
Lehman, líderes tan poco sospechosos de bolcheviques como Nicolas Sarkozy
propusieron la urgencia de “refundar” el orden económico global. Pero aquello
duró un instante. Si con la caída del muro de Berlín en 1989 el socialismo entró
en una crisis de la que todavía no ha salido, el derrumbe de Lehman Brothers en
2008 apenas causó un rasguño a los ideólogos del capital. Tampoco pareció
‘tocarles’ el bolsillo. Tras un sobresalto, se volvió al ‘business as usual’:
para 2015, siete años después del cataclismo de Lehman, los ejecutivos de Wall
Street se embolsaban 28.000 millones de dólares en bonus, además de sus
salarios, al año, el doble de la cantidad que ganan todas las personas que ganan
el salario mínimo en EEUU.
Ese es el caldo de cultivo en el que creció Trump.
Como entre el electorado que apoyó el Brexit, hay en el trumpismo un indudable
componente nativista, racista, excluyente e incluso misógino. Pero refleja
también la expresión de un descontento económico, y un rechazo a la arquitectura
neoliberal. Solo así se explica que muchos de los Estados donde Trump se impuso
fueran en las primarias feudos de Bernie Sanders, que rechazaban como Trump
acuerdos comerciales como el TPP o el TTIP. El mapa de la victoria de Trump es
en gran parte el mapa de la desindustrialización y el empobrecimiento de
América, inseparables ambos del proyecto neoliberal. En un momento en el que los
estadounidenses reclamaban un cambio de modelo, los demócratas presentaron a la
candidata que mejor encarnaba el statu quo. Como ha escrito Naomi Klein: “Fue la
adopción del neoliberalismo por parte de los demócratas, encarnada como nadie
por Hillary Clinton, lo que dio la victoria a Trump”. Volviendo al concepto de
crisis en Harvey, fue la incapacidad de las élites de generar un recambio tras
el desastre de 2008 lo que trajo el Brexit primero, a Trump después, y quién
sabe si a Marine Le Pen en pocos meses.
Años después de abandonar la primera
línea política, a Margaret Thatcher le preguntaron cuál era la parte de su
legado de la que se sentía más orgullosa. “Tony Blair y el Nuevo Laborismo”,
respondió la Dama de Hierro. “Obligamos a nuestros oponentes a cambiar sus
mentes”.
La hegemonía del neoliberalismo la expresó mejor que nadie la propia
Thatcher cuando declaró: “T-I-N-A: There is no alternative; no hay alternativa”.
Muchos leyeron la caída de Lehman en 2008 como el fin de ese paradigma. Se
adelantaron. Lo hicieron también quienes quisieron ver la victoria del OXI en el
referéndum griego de julio de 2015 como la sentencia de muerte de TINA. Igual
que la terminó de afianzar Tony Blair, quizá a TINA solo la podía matar la
derecha. Y no está del todo claro hasta qué punto lo hará. Las políticas
neoliberales van a seguir aplicándose. Pregúntenselo a los griegos. Pero el
paradigma neoliberal, el que permitía a Ronald Reagan hacer una amnistía a tres
millones de inmigrantes indocumentados, está roto.
ES UNA INCÓGNITA QUÉ
POLÍTICAS TERMINARÁ APLICANDO TRUMP. PERO NO ES DIFÍCIL IMAGINARSE UNA SUERTE DE
ESTÍMULO KEYNESIANO CON POLÍTICAS ACTIVAMENTE XENÓFOBAS
Es una incógnita qué
políticas terminará aplicando Trump. Pero si su campaña, y sobre todo sus
nombramientos y declaraciones después de ser elegido son una muestra, no es
difícil imaginarse una suerte de estímulo keynesiano –anatema del
neoliberalismo— con políticas activamente xenófobas. Trump, todo indica,
pretende llevar a cabo deportaciones aún más masivas e indiscriminadas que las
que ha realizado la Administración de Obama. El Trump candidato llamaba
“violadores, criminales y traficantes de droga” a los mismos inmigrantes que el
padrino neoliberal del republicanismo estadounidense amnistió en masa. El Trump
presidente electo anunció en su primera entrevista que deportará a tres millones
–la misma cifra que los amnistiados por Reagan— nada más llegar a la Casa
Blanca, y que su objetivo último es expulsar a 11 millones de personas. El Trump
candidato cimentó su victoria en el rechazo al dogma neoliberal por antonomasia—
la bondad intrínseca de los tratados de libre comercio, que firmaron (TINA,
¿recuerdan?) demócratas y republicanos con ahínco tecnocrático y pospolítico.
TPP Kaput; adiós limpiaplatos mexicanos, taxistas paquistaníes, obreros
hondureños.
Lo mismo sucede con May. En su discurso ‘antitatcherista’, la
premier británica dejó claro que va a ser implacable con los inmigrantes.
Se
propone un papel más activo del Estado para resolver los problemas sociales
generados por el neoliberalismo, al tiempo que se buscan chivos expiatorios,
nuevos ‘otros’ contra los que se promete ir para saciar el descontento social.
Se elige la frontera sobre el mercado, pero se deja abierta la puerta a la
libertad de movimiento del capital.
Para terminar de cuadrar el círculo, May
se sitúa a la vez como la “defensora más apasionada y decidida del libre
comercio por todo el mundo”, al tiempo que insiste en el “control” estricto de
la inmigración. Trump tiene un programa fiscal digno del Reagan más inspirado,
basado en recortes masivos de impuestos a los ricos y las grandes empresas.
Ni a Trump ni a May los ha votado la mayoría de sus conciudadanos. Ni
siquiera la mayoría de los que votaron, en elecciones con una participación
extraordinariamente baja. Uno logró dos millones de votos menos que su oponente,
Hillary Clinton, y aun así será presidente. La otra heredó el partido del
pirómano David Cameron, que propició el incendio del Brexit y se fue a la
campiña inglesa a disfrutar del espectáculo. En sus bases hay enormes
contradicciones. ¿Declarará Trump la guerra comercial a China? ¿De dónde sacará
el dinero para financiar el plan de infraestructuras que promete, si baja los
impuestos a los ricos y las grandes empresas? ¿Cómo logrará May cortar amarras
con la UE y seguir siendo la gran adalid del libre comercio a nivel mundial,
mientras aplica la mano dura con los extranjeros en su país?
Que el
neoliberalismo haya muerto puede resultar trágico si lo que le sucede es una
suerte de autoritarismo nativista. Por otro lado, abre el espacio para proponer
una visión emancipadora, basada en la solidaridad y la justicia, en lugar del
miedo al otro, el odio y la represión que proponen quienes tienen ahora la
sartén por el mango. There is an alternative; hay alternativa. Pero el tiempo se
acaba. Próxima parada: elecciones francesas de abril de 2017.
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