Por Carlos A. Trevisi
Como
no pude ser de otra manera el descalabro que estamos viviendo en España se
precipita. La razón radica en que gran parte de las acciones del gobierno –no siendo
las puramente económicas, y no por buenas sino porque estamos atados de pies y
manos a la troika que no nos da tregua- andan a la deriva en manos de quienes
menos saben y más mienten.
Uno
de los problemas más serios que enfrenta el gobierno se vincula al ministro del
Interior. Y no por mentiroso sino porque no ha sabido –ni podido- quitarse de
encima su vinculación con el Opus. Ser del Opus es irrelevante si pertenecer no
afecta la función política de los que adhieren. No me refiero sino a la actitud
críptica que anima a sus gentes, que no comparto, aunque entiendo que en un país como el nuestro cuya sociedad está atomizada y la puesta en común no
existe, se busque refugio en una comunidad como la que ofrece el Opus que brinda todo lo que no encuentran afuera.
El
ministro del Interior es del Opus. Es un hombre de misa diaria que adhiere a
las verdades que se le ofrecen en el ámbito que ha elegido como forma de vida.
Y
es ahí dónde radica el problema.
El
espectro de la realidad es mucho más vasto y abierto que el que ofrece el Opus.
Es más fácil esconderse de la realidad buscando refugio en una organización que
ofrece el encuentro con Dios –al margen de otras ventajas- que enfrentarse a
ella para cambiarla y transformarla en un ámbito comunitario donde su gente
pueda convivir más allá de los dictados de la fe y el amor al prójimo, que no excluyo,
pero entiendo poco tienen que ver con la vida cotidiana que exige respeto por
la alteridad en el ámbito de la convivencia.
Fernández
Díaz ha recibido a un imputado de delitos varios –Rato- en su oficina del
ministerio. El hecho en sí nos dice que
ha usado su despacho, más allá de las justificaciones que ha hecho a posteriori,
para recibir a un personaje que, al margen de lo que decida la ley, está
incinerado socialmente y de que nada puede justificar tamaña actitud pese al remanido
argumento de que todos somos iguales ante la ley, lo que implícitamente
significa que si a usted, amigo lector, le tocara pasar por una situación
semejante a la del sinvergüenza de referencia, el ministro lo recibiría (aunque
ni se lo imagine). Ha sido tal la estupidez del ministro -no encuentro otra cosa para imputarle- que ha dado lugar a que la oposición en pleno se lo esté fagocitando y la ciudadanía, una vez más, reniegue del gobierno y del P.P.
Seguramente
ha incidido en su decisión que el imputado que solicitó la entrevista perteneciera
al “equipo” del P.P. Llama la atención que su actitud no haya contemplado que
es un sinvergüenza de pura cepa que, sin haber pertenecido al Opus, tiene mucho
que ver con intereses cruzados de la organización con el gobierno. El hecho me recuerda al caso Bárcenas, imputado hasta lo que no consta en la
ley como imputable, cuando el insaciable sinverguenza recibió un correo de Rajoy en el que le daba ánimo porque
todo iba a salir bien.
No
es el caso de Fernández Díaz el único que ha tenido lugar esta semana del 5 de
agosto. Hace apenas unos días el ministro de Educación que reemplaza a Wert,
sin cometer nada que pudiera imputarlo
como al de Interior, prestándose ante la televisión, manifestó que entiende
poco de educación pero que estudiaba por la noche para enterarse de qué se
trataba. Wert, después de haber destrozado la educación española aplicando
parámetros de otros países, ha recibido como premio un cargo importante en Francia,
donde residirá con su esposa gozando de un muy buen sueldo en mérito a su tarea
a cargo el ministerio del ramo.
Estos
dos casos no son los únicos que nos ha regalado este verano que, al no haber
finalizado aún, puede arrojarnos algo nuevo en materia de despropósitos.
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