27 julio, 2015
En mis clases de la universidad les planteo a mis alumnas y alumnos algunas cuestiones que ellos etiquetan de utópicas; yo les respondo que en la vida es necesario acariciar las utopías si queremos avanzar y subvertir un determinado estado de cosas. Cuando planteo que un buen proceso de enseñanza-aprendizaje debe estar sustentado en un dialogo humano abierto y auténtico entre el profesorado y el alumnado; que han de construirse espacios de aprendizaje donde los alumnos y las alumnas se sientan libres para expresarse y tenga su propia voz, tales cuestiones las consideran utópicas.
Cuando cito a Emilio Lledó para hacerles ver, tal como apunta este autor, que la libertad de expresión no consiste tanto en poder decir lo que nos venga en gana, sino es poder pensar lo que decimos, también lo consideran utópico. El alumnado entiende que estamos inmersos en un mundo globalizado y regido por el pensamiento único, por tanto no somos libres para gestar nuestros propios pensamientos. En parte tienen razón, pero se puede aplicar el pensamiento crítico para denunciar que la auténtica libertad de expresión en las sociedades democráticas está cercenada de raíz si no tenemos margen para la libertad de pensamiento.
Yo trato de razonar con ellos y les insto a que en sus proyectos de vida “dibujen utopías“, sean de la naturaleza que sean, ya que es la única manera de ir dando pasos hacia nuestros ideales de vida. Eduardo Galeano cuenta que estaba impartiendo una charla con su amigo Fernando Birri, director de cine argentino, a estudiantes de una universidad en Cartagena de Indias (Colombia). Al finalizar la charla un estudiante le preguntó a Fernando que para qué servía la utopía. Y Fernando Birri después de pensar su respuesta en silencio, respondió: “¿para qué sirve la utopía?, esta es una pregunta que me hago todos los días, yo también me pregunto para qué sirve la utopía. Y suelo pensar que la utopía está en el horizonte; si yo doy diez pasos la utopía se aleja diez pasos, y si doy veinte pasos la utopía se coloca veinte pasos más allá; por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar”.
Estupenda respuesta; ir en pos de las utopías nos puede sacudir de encima la apatía, la desgana, la perezay nos permite ampliar nuestro horizonte vital emprendiendo acciones para la mejora de la sociedad y de nuestra propia vida.
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