Si
pusieron la ciencia «bajo los auspicios de la Inmaculada Concepción de María», ¿Qué pudo fallar?
Comentario
Uno de los problemas a resolver es el de la vinculación del franquismo con la Iglesia. Tanto el uno como la otra, a los pies de Franco, son cosas de un pasado que no podemos superar. Cualquiera diría que el franquismo ha muerto. Pero no es así. Sin ningún respaldo, como no sea la implenitud ideológica que aún pervive en la sociedad española, la relación incestuosa que mantuvieron tendría que ser cosa del pasado. No deja de ser curioso que mientras la Iglesia, aunque solo muy recientemente, ha pegado un vuelco y aspira con Francisco a volver a ser lo que siempre tendría que haber sido: una hermandad antes que una institución ansiosa de poder, está viva, y el franquismo solo lo está en función de intereses ideológicos de sus simpatizantes que aún no han podido quitarse de encima el temor a ser libres o a luchar por su libertad en un afán por la seguridad ¿seguridad? que aquél garantizaba ¿garantizaba?
Si nos preguntamos qué pudo fallar, pues casi todo lo que devino a partir de una democracia que se administró simplemente como un recurso político que, con el andar del tiempo, no ha sabido sortear el puente que existe entre lo puramente institucional -votar, la presencia de partidos políticos, elecciones "libres"- y el verdadero sentido de la democracia como forma de vida.
De una manera u otra, ya con el franquismo o con estos últimos 40 años de "democracia", no hemos sabido hacer las cosas ni en el orden de las ciencias, ni el educativo, ni el social, ni tampoco dejar de lado las ideologías y asumir los idearios como proyecto de vida. Es allí, en los idearios, donde cabe la puesta en común, la apreciación de las verdaderas necesidades de la gente y el creci-miento de España. Cuando escucho a los políticos hablar a la ciudadanía como factor determinante del camino a seguir no puedo menos que sentir un gran agobio: la gente está en otra cosa (encendamos el televisor, sino; o el número de desempleados o que España ha superado la crisis). Pese a todo, hay muchos que han despertado del letargo que les impedía asumir el cambio que era menester para cambiar las cosas.
Es imprescindible recuperar el quehacer científico, trazar un proyecto que empalme con la realidad, terminar con la fuga de cerebros, alentar a nuestros jóvenes para que la educación que se les brinda sea algo más que la de la acumulación de "datos". No podemos desligarnos de este compromiso porque vamos a ser el vater de Europa, un territorio de inmigrantes desesperados que serán carne de cañón de los intereses de los `poderosos países vecinos que seleccionarán a los mejores abandonando en España a los pobres muertos de hambre que terminarán trabajando clandestinamente como recolectores para impíos terratenientes.
El artículo de Manuel Ansede, lleno de verdades, tiene que alentarnos para despegarnos de esta inopia y asumir que el tiempo nos está devorando: cualquier novedad en lo educativo se reflejará en actitudes solo dentro de 15 o 20 años. Lo inmediato es recuperar los cerebros que se nos han ido y hacer lo imposible para que, con un presupuesto digno de las aspiraciones que debemos sostener a ultranza, empalmen con los científicos que aún permanecen en España; diseñar un proyecto educativo que impulse la imaginación y un espírito investigativo, impulsar el conocimiento de lenguas extranjeras para que nuestros jóvenes puedan ir a sacar provecho de todo lo que vean cuando viajen al exterior y no solo para buscar refugio ante la escasez que padecen en nuestro país.
Así podremos salir de la inestabilidad en la que estamos viviendo.(Carlos A. Trevisi)
Así podremos salir de la inestabilidad en la que estamos viviendo.(Carlos A. Trevisi)
Reseña
de Manuel Ansede sobre "Enseñanza, ciencia e ideología en España
(1890-1950)
Manuel Asende ha
publicado en El País (25 de julio de
2015) una reseña sobre Enseñanza, ciencia e
ideología en España (1890-1950) de Manuel Castillo y Juan Luis Rubio
Mayoral.
Ediciones El
País
“Al
carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia”, sentenció
Santiago Ramón y Cajal, único científico 100% español que ha ganado un premio
Nobel. El investigador recibió el galardón en 1906 por descubrir las neuronas
del cerebro y un año después predicó con el ejemplo y se transformó en el
carretero del país: se puso al frente de la nueva Junta para Ampliación de
Estudios (JAE), una institución que pagaba a los mejores científicos españoles
estancias en las grandes universidades europeas y americanas.
La
JAE contribuyó al florecimiento de la Edad de Plata de las letras y las ciencias
en España durante el primer tercio del siglo XX. Hasta el físico Albert
Einstein aceptó dirigir una cátedra
extraordinaria en la Universidad Central de Madrid en 1933. Pero el
golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil barrieron este progreso. El 8 de
diciembre de 1937, el general Francisco Franco disolvió la JAE y creó otra
institución para colocar la “vida
doctoral bajo los auspicios de la Inmaculada Concepción de María”.
El
libro Enseñanza, ciencia e ideología en España
(1890-1950), editado por la Diputación de Sevilla y Vitela
Gestión Cultural, repasa ahora el desmantelamiento de la ciencia en España
ejecutado por la dictadura franquista. “A los que estudiamos en la Universidad
española entre finales de los sesenta y principio de los setenta nos hacían
creer que antes de 1940 la ciencia estaba atrasada y fue casi inexistente, que
todo lo que se estaba haciendo entonces provenía del actual régimen, el cual
había puesto los medios materiales y las personas adecuadas para que la ciencia
española progresara y saliera del atraso en que se encontraba en la década de
1930. Pero nada más lejos de la realidad”, reflexiona el historiador Manuel Castillo,
catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y
coautor del libro.
De
los 580 catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se
exiliaron, señala el historiador Manuel Castillo
Castillo
recuerda que José Ibáñez Martín, ministro de Educación entre 1939 y 1951, asumió
la decisión de “recristianizar la sociedad”. La represión vació la universidad.
De los 580 catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se
exiliaron, señala Castillo. “La Iglesia supervisó o participó en cada una de
estas denuncias”, afirma.
Uno
de los primeros en huir fue el físico Blas Cabrera, un experto en magnetismo que
había sido elegido miembro de la Academia de Ciencias de París en sustitución
del fallecido Svante August Arrhenius, premio Nobel de Química. “A México
llegaron medio millar de médicos e investigadores de ciencias biomédicas”,
prosigue Castillo. También escaparon grandes figuras de las ciencias naturales,
como Ignacio Bolívar, sucesor de Ramón y Cajal al frente de la JAE en 1934, y Odón de Buen,
pionero de la oceanografía en España y un divulgador de la ciencia cuyos libros
fueron prohibidos por el papa León XIII por defender las teorías de
Darwin.
Las
matemáticas españolas perdieron a Luis Santaló, uno de los padres de la
Geometría Integral, que se exilió en Argentina y continuó investigando en la
Universidad de Buenos Aires. En 1983, con 72 años, recibió el premio Príncipe de
Asturias de investigación científica. La química también se resintió. Antonio
García Banús, catedrático de Química Orgánica en la Universidad de Barcelona, se
exilió en Colombia y allí creó la Escuela de Química en la Universidad de los
Andes, en Bogotá. Enrique Moles, autoridad mundial en la determinación de los
pesos atómicos, también fue depurado, como firmante del manifiesto “Contra la
barbarie fascista” publicado tras el bombardeo aéreo de Madrid.
El
CSIC nació para buscar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las
ciencias destruida en el siglo XVIII”
Son
solo algunos de los ejemplos que aparecen en Enseñanza, ciencia e ideología
en España (1890-1950), cuyo segundo autor es Juan Luis Rubio, profesor de Historia
de la Educación en la Universidad de Sevilla. El Decreto del 8 de noviembre de
1936, dictado por Franco en Salamanca, había ganado. Era una orden de eliminar
“las ideologías e instituciones disolventes, cuyos apóstoles han sido los
principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra
Patria”.
Sobre las cenizas de la
JAE, y bajo la batuta de José María Albareda, miembro del Opus Dei
más tarde ordenado sacerdote, se creó en 1939 el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC). Albareda propuso en un primer momento que se
denominase Nacional en lugar de Superior, pero en cualquier caso el CSIC nació
para intentar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias
destruida en el siglo XVIII”, según la ley que lo creó el 24 de noviembre de
1939.
Aquel
texto criticaba la supuesta “pobreza y paralización” de la ciencia en España
durante el primer tercio del siglo XX. Franco decretaba el olvido de la JAE, una
falta de memoria que se repitió de manera sorprendente en 2014, en el 75
aniversario del CSIC, cuando el organismo pasó de
puntillas por su pasado de exilios y depuraciones en los actos de
celebración. El actual presidente del CSIC es Emilio Lora-Tamayo, hijo de Manuel
Lora-Tamayo, ministro de Educación con Franco y también presidente del CSIC,
entre 1967 y 1971.
Con
la llegada de la dictadura, El origen de las especies de Charles Darwin
se convirtió en una obra totalmente prohibida. El ministro Ibáñez Martín incluyó
pasajes del Génesis bíblico en algunos libros de Ciencias Naturales. La
investigación de la evolución humana, que había empezado a despuntar gracias a
la JAE, fue sustituida por Adán y Eva. La paleontología “se retrotraía hasta el
Cuarto Concilio de Letrán”, organizado por el papa Inocencio III en el año 1215,
según Castillo.
“Hay
que reconocer que en esto el franquismo fue pionero: se adelantó decenas de años
a la corriente creacionista tan en boga hoy en algunas universidades
norteamericanas que afinan la inventiva para introducir sus teorías como
avaladas por la ciencia”, ironiza el catedrático emérito.
“La
falta de libertad de pensamiento y de expresión durante casi 40 años taró al
país y lo convirtió en uno de los más subdesarrollados del continente en ciencia
y en cultura general”, sentencia Castillo. El Auditorio de la Residencia de
Estudiantes, una de las joyas de la JAE en Madrid y sede de importantes
conferencias científicas internacionales, fue demolido parcialmente y se
convirtió en una iglesia. “Si de las basílicas romanas surgieron las primitivas
iglesias cristianas, por qué de un teatro o cine, en donde se pensaba ir
ensuciando y envenenando, con achaques de cultura y de arte, a la juventud
española, no puede surgir un oratorio, una pequeña iglesia para que sea el
Espíritu Santo el verdadero orientador de esta nueva juventud de España”,
escribió tras la Guerra Civil su arquitecto, Miguel Fisac, por entonces miembro
del Opus Dei.
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