Hay quien ha acogido con mal disimulado alborozo una de las últimas concesiones que acaba de hacer el Gobierno griego: la venta de catorce terminales aeroportuarias, que –miren ustedes por dónde– irán a parar a manos de un consorcio público-privado de nacionalidad alemana. Esa decisión es parte de la penitencia impuesta a Alexis Tsipras por los grandes poderes financieros, que le han obligado a envainarse todas sus promesas, creando el ambiente propicio para la convocatoria ayer de nuevas elecciones, sólo siete meses después de las anteriores.
Según los detractores del presidente griego –que en España los hay a miles por su fraternal relación con los líderes de Podemos–, la privatización forzosa de los aeropuertos por 1.200 millones de euros es una prueba de lo que espera a aquellos gobiernos que se atrevan a plantear soluciones atrevidas para sus problemas de deuda. Sin embargo, eso de vender el país a trozos por cuatro duros al mejor postor no es nada nuevo y, con ocasión de la crisis económica, aquí tampoco hemos tenido empacho en hacerlo, incluso con mayor descaro –si me apuran– que en el caso de Grecia.
Podría ponerles un montón de ejemplos de cómo los fondos buitres, sobre todo anglosajones, han caído sobre los despojos de las cajas de ahorros o sobre los activos inmobiliarios malbaratados tras la debacle del ladrillo o sobre numerosas empresas del Ibex 35 que se les han puesto a tiro. Pero voy a referirme a uno especialmente sangrante, que tiene que ver también con los aeropuertos: la privatización parcia hace seis meses del capital de AENA, en el que han entrado a saco especuladores de fama mundial, sin duda atraídos por un precio que se ha revelado innecesariamente bajo.
Entre esos especuladores figura el estadounidense de origen húngaro George Soros, que invirtió cien millones para hacerse con un buen trozo del pastel y cuyas acciones valen ya hoy casi el doble, gracias a la continua subida que AENA ha experimentado en Bolsa desde que en febrero salió al parqué. A semejanza de él, también han hecho su agosto con la privatización de la gestora aeroportuaria española los fondos soberanos de Abu Dabi, Singapur o Noruega, y otros de carácter privado, como los potentes BlackRock, Canadian Pension Plan Investiment Board y Macquaire.
La voracidad de Soros en España es insaciable y su relación de compras debería sonrojar a los que blasonan de patriotismo económico, instalados casi todos ellos en los predios de la más rancia derecha. En poco tiempo, además de en AENA, ha metido la cabeza el FCC, en Iberdrola, en Endesa, en Hispania, en Liberbank, en Bankia y hasta en el Santander. Casos como el suyo son una prueba irrefutable de que no sólo la Grecia de Tsipras, sino también la España de Mariano Rajoy está en almoneda.
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