viernes, 1 de julio de 2016

QUÉ TRISTEZA ME DAS, AMIGO MÍO

Carlos A. Trevisi

Venimos de un mundo en el que la felicidad era una aspiración en términos de puesta en común, introspección, de  crecer siendo y estando en y con los demás, compartiendo alegrías y pesares, esperanzas e ilusiones en pos de una meta que habría de alcanzarse a partir de un proyecto de vida que autorizara actitudes de comprensión y afecto. 
Se trataba de un mundo en el que todos cabíamos. 

A partir de los años 50 del siglo pasado comenzaron los cambios. Hoy día podemos decir sin temor a equivocarnos que ya se han instalado entre nosotros.
El hombre ha dejado de ser lo que aspiraba a ser: sus proyectos no son los suyos; son los del "sistema". Ha  perdido el  control que tenía sobre su voluntad, su inteligencia  y hasta de sus afectos. Los propósitos que solían alentar sus proyectos  están en manos de una forma de vida que maneja "ad libitum" su existencia. Lo han metido en el mundo de la diversión, del gozo, ajeno a aquellos valores sobre los que se sostenía su vida. Todo se reduce a emociones  -fútbol; contactos que hacen a lo relacional, nunca a la búsqueda de una puesta en común, de un encuentro; a entretenimientos como los que brinda la televisión; a juegos que brindan las nuevas tecnologías; a una educación repetitiva llena de datos que un disco duro registra y "memoriza" mejor que nuestro cerebro; a apuestas por dinero; a desaprovechar  la natural capacidad imaginativa que encierran nuestros adentros de personas creativas; votamos a ciegas: nos amedrentan con el caos venezolano, nos advierten de los riesgos que corre España si votamos la radicalidad de partidos que coartarán nuestra libertad de ser elegidos sus candidatos... 
En fin, nos han aborregado: nuestros hijos a escuelas privadas que los visten de uniforme para diferenciarlos de  moros  y sudacas;  nuestros viejos a hospicios para que estén bien "atendidos",  y nosotros a los bancos a sacar créditos para pasar una "semanita de vaciones" buscando el descanso al que nos obliga  el agobio de buscar trabajo sin conseguirlo.

Lo que hasta hace apenas unas pocas décadas autorizaba a elegir, hoy día es  apenas la imposición del mercado.
Y entonces votamos.
Y elegimos lo que se nos impone porque no hemos asumido que somos unos imbéciles vacíos de afecto que no sabemos ponernos en la situación de los casi 5 milones de desocupados a los que está salvando un gobierno inhóspito que no nos tiene en cuenta; de voluntad para quitarnos de encima tanta miseria, y de inteligencia para comenzar a andar aquella olvidada senda por donde han ido... 

1 de julio  de 2016, en Guadarrama, aunque podría ser en cualquier otro lugar





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