lunes, 25 de julio de 2016

DEMOCRACIA Y PODER: SUS PARADOJAS

Luis Jiménez Isac

Hace tiempo apareció una viñeta de El Roto en el diario El País en la que destacaba la frase: “Las democracias no funcionan sin un poquito de dictadura”. La finalidad de la viñeta no era otra que hacer una crítica del cinismo de algunos “demócratas”, que tiran de autoritarismo y de coacción de libertades, no para preservar los intereses de la mayoría, sino los privilegios de unos pocos y el statu quo. Sin embargo, si nos desplazamos de la lógica de la intervención política a la lógica del análisis la afirmación “La democracia no funcionan sin un poquito de dictadura” tiene mucha más enjundia. Lo que está en cuestión es si la democracia puede ser una entidad plena, totalmente constituida, si la democracia puede ser total, es decir, abarcarlo absolutamente todo. Si no puede ser una entidad plena porque nada lo puede ser, todo necesita de un afuera que constituya lo que hay dentro, algo que permita y delimite su existencia, entonces la democracia plena no puede existir en términos lógicos.
Con otro ejemplo queda más claro. Solemos caer en la idea de que una sociedad plenamente libre es aquella en la que han sido abolidas totalmente las relaciones de poder. Pero eso implicaría asumir que la libertad de esa sociedad se presenta como una entidad positiva, no relacional, sin afuera que la constituya, y por tanto, completamente autorregulada. Si algo es completamente autorregulado, es decir, que no supone interacción, entonces ello significa que no hay margen para ningún tipo de decisión, estoes, que no habría libertad. Toda decisión sería propiamente interna y no se tomaría en relación a otras entidades. Por ejemplo, no hay libertad en las matemáticas. No hay posibilidad de decidir si dos más dos son cuatro. En una identidad plenamente constituida, sea la que sea, cualquier suceso o decisión necesariamente estaría algorítmicamente predeterminado. Una sociedad libre no es aquella que abole las relaciones de poder, sino la que las subvierte en un sentido emancipatorio sin llegar a eliminarlas plenamente. Porque para existir la libertad, necesita de un afuera, y sin este afuera, una libertad total y un poder sin límites describirían la misma situación.
La democracia radical solo puede existir, por tanto, como movimiento y tendencia de abolición de las desigualdades, no como la desaparición completa de las mismas. Eso nos llevaría a la cínica afirmación de que para que exista la “democracia” tiene que haber un poco de “dictadura”, o mucha, pero ambas identidades no pueden constituirse nunca plenamente. Se necesitan mutuamente para existir. Por eso se da la siguiente paradoja:de la misma manera que el poder es la condición de posibilidad de la libertad (es su afuera constitutivo), y su condición de imposibilidad (impide su constitución plena), la “dictadura”sería la condición de posibilidad e imposibilidad de la democracia, pues permite su existencia pero impide su constitución plena.
Llegar a esta conclusión no nos debe llevar a caer en el cinismo que El Roto denunciaba, y apoyar en nombre de la democracia la Ley Mordaza o la desigualdad de género. Estas reflexiones sólo nos ayudan a concluir que las relaciones de poder, en última instancia, no se pueden abolir. Pero la política nunca se produce en esa última instancia, sino en situaciones y circunstancias históricas y concretas. No es lo mismo actuar y tomar decisiones políticas sobre la base de una manera de comprender las posibilidades de la democracia que sobrela contraria. Por eso estas conclusiones nos deben de hacer más demócratas, más conscientes de que algunos de los mayores intentos de la historia para abolir las relaciones de poder han sido los más totalitarios precisamente porque se daba como horizonte la posibilidad de constituir identidades plenas: una sociedad sin conflicto, en paz y armonía completas, sin política. Por eso, como decíamos, la democracia radical no es aquella que abole completamente la opresión, sino que la subvierte sabiendo que tenemos ante nosotros un proceso sin final. Luchemos, pues, por radicalizar nuestra democracia, a ver hasta dónde llegamos.


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