martes, 5 de julio de 2016

¿QUÉ RELACIÓN GUARDA LA LEY CON LA JUSTICIA Y LA LIBERTAD?

Carlos A. Trevisi

En  ocasión en que estaba rindiendo Derecho Civil I en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires,  uno de los profesores que integraba la mesa me preguntó acerca de la relación que guardaba la ley con la justicia.  Le contesté que poco tenían que ver la una con la otra. Al profesor no lo satisfizo la respuesta y dio por terminado el examen: me aplazó. Para entonces yo llevaba alrededor de un año trabajando como auxiliar de séptima en un juzgado de instrucción, experiencia ésta que no pude transmitirle.
Si me hubiera dado la oportunidad de explicarle con argumentos (que todavía hoy día sostengo, aunque más reforzados), me habría aplazado igualmente.
Algún tiempo más tarde, hice abandono del  Juzgado de Instrucción- me fui sin siquiera presentar la renuncia- porque  el Juez me reprochó de mala manera lo que él entendió que una indagatoria que yo había tomado “más que una indagatoria era una defensa del procesado”. El pobre tipo –me refiero al imputado, aunque… - se había ido a vivir a Comodoro Rivadavia porque había conseguido un trabajo en YPF y había dejado de pagar dos cuotas de una heladera y tres de otro enser doméstico. El juez –la ley-, lo izo arrestar, lo trajo en avión esposado, sin cinturón para que no se ahorcara y sin cordones en los zapatos- desde Comodoro Rivadavia: perdió el trabajo, se tuvo que volver a Buenos Aires con toda su familia (mujer y 3 hjijos) y me tocó a mí indagarlo. Fiel a aquello que me había enseñado Julio de Vedia, en el Nacional de Buenos Aires, aprendí que el “dura lex sed lex” tenía un atenuante: La ley es lo que el juez quiere que sea;  seguí su criterio y me di cuenta que el derecho no era para mi.
Para entonces había llegado a una serie de conclusiones tales como

1. Las leyes actúan en el marco de la moral**, de la costumbre y del poder*
2. La justicia en el de la ética**
3. La libertad en ambas ***

Las leyes son circunstanciales y asoman en el derecho vista la necesidad de regular las relaciones sociales que, innecesario sería decirlo, el tiempo va modificando.  En el siglo IXX no podría haber existido una ley que condenara a prisión a un empresario por explotar laboralmente a los niños (leamos a Dickens, si no); la moral derivada de la Revolución Industrial de entonces no lo contemplaba; los grandes cambios que provocaron las nuevas tecnologías de entonces, tampoco. Del mismo modo, no existe hoy día una ley que prohíba beber alcohol en el planeta Marte.  Cuando el hombre se aposente allí y se adviertan los perjuicios que le acarrearía a la humanidad tener un borrachín dando vueltas por el espacio, ya se promulgaría una ley que lo prohibiera.

Todo en nombre de la ley
Solemos adjudicar a la ley un valor que no tiene; prescindimos de la ética** y asumimos la libertad desde aquello que reza  que la “libertad termina donde comienza la de los demás.” La pregunta sería ¿Quién marca los límites?
Esa libertad es restrictiva porque conlleva normas regulatorias atadas a intereses imbuidos de cerrazón ideológica antes bien que de idearios que respondan a las necesidades e intereses de la gente. Habiendo conversado del tema vastamente, una gran mayoría de personas opinó que las cámaras de seguridad –decenas de miles y miles de instaladas en Londres y en París - ofrecían garantías suficientes ante la ola de terrorismo que se avecinaba, ladrones, violadores y demás. Ante mi pregunta acerca de si no se sentirían ellos mismos vigilados la respuesta fue unánime: NO ME AFECTA, YO NO TENGO NADA QUE ESCONDER. En algún caso pregunté si no sentían que estaban postergando su libertad*** en nombre de la seguridad. Unos cuántos contestaron, simplemente, “es lo que hay”.
El avasallamiento por parte del poder de los derechos que nos asisten, proclamados por  la ley, la Constitución a la cabeza, al igual que  las obligaciones que nos atañen,  también enmarcadas por la ley y la moral, si delictivas, incumben a la ley, pero su  incumplimiento no puede prescindir de la ética que aborda los cambios desde la necesidad  de estar en los demás siendo en ellos antes que en cualquier alternativa que promueva el poder.  España es un modelo de lo que acabo de decir: el gobierno salvó a los bancos que guardan los dineros de la gente en paraísos fiscales, pero el resultado de los recortes a los que tuvo que apelar el gobierno para su salvataje ha llegado a la educación, a la sanidad, a la investigación y al empleo, echando por tierra las posibilidades de crecimiento de  5 millones de desocupados, dos millones de chicos subalimentados y 1 millón 800 mil hogares en los que todos sus miembros están en el paro. Todo en nombre de España –como si la gente en si misma no fuera España- y de la ley, una ley que se promulgó gracias a la mayoría absoluta que ostentaba el partido del gobierno. Valdría la pena preguntarse si los políticos “democráticos” dictan leyes para salvar a la “Patria” o a la gente.

Habría que establecer normas (¿más leyes?) para que en caso de que los políticos traicionen a sus electores puedan ser removidos y se los pueda condenar al ostracismo en salvaguarda de una sociedad convivible apelando al clamor de la ética para que la legalidad asuma un rol justiciero. Solemos decir “en nombre de la ley”, pero habría que aprender a decir “en nombre de la justicia”.
No son sin embargo la moral y las costumbres las que limitan la relación tiempo-espacio de las leyes; el poder, ya sea militar, económico o político se ha constituido en el “fac totum” de la crueldad  que encierran sus decisiones.
La ley, en su perentoriedad, también debe responde a la moral que la enmarca y, siendo ésta cambiante, es menester que la acompañe en sus características: actualizarse con los cambios que impone un ritmo de vida que viene acelerándose desde hace más de un siglo, aunque no siempre para mejor, debo decir, según nos lo relata Orwell en su libro “1984” pero, sobre todo salvaguardando valores**** que la ley, atada a menesteres menores, en su pragmatismo, no puede resolver.
Así como la ley tiene que ver con la moral, la justicia tiene que ver con la ética y con la libertad de consciencia.  La ética no es de circunstancias; ante todo porque es producto de una cultura instalada en nosotros desde hace miles de años y su tránsito a lo largo del tiempo no la ha pervertido; por el contrario, está sólidamente incorporada a nuestros adentros: la ética anida en nuestra consciencia. Puede no ser necesaria la ley para vivir, pero no podemos vivir si nuestro proyecto de vida carece del impulso de nuestra consciencia. Podemos quebrantarla, y hasta no reconocerla, pero tarde o temprano, cuando la recuperamos, lo único que nos devuelve el ser es una ética que renace pese al quebranto al que la hemos sometido.  Para esto es imprescindible que asumamos que no se puede estar de visita en la vida: hay que vivir. Solo así entenderemos que nuestra libertad no solo no termina donde comienza la de los demás sino que se expande adentrándose en otras libertades.
Es entonces cuando nos asaltan varias preguntas a las que no sabemos dar respuesta: qué significa la  ley, la justicia, la libertad, el poder, las costumbres… e  irrumpen el desasosiego y la intrascendencia. Hemos perdido de vista los valores y lo que es peor, al no haber podido reemplazarlos por otros, porque no los hay, hemos quedado a la intemperie en un mundo donde prima cualquier cosa menos la justicia.

NB.

*El Poder

Se ha impuesto, y con razón, que las instituciones son relevantes a los efectos de la gobernabilidad. Las instituciones, cualesquiera sean ellas, son el fundamento sobre el que se organizan todas las vertientes que hacen a la vida en sociedad.
Del mismo modo, en general, todos concebimos una “comunidad” como una puesta en común en el afecto donde priman la entrega y el encuentro fraterno entre sus integrantes.
Así como a nadie se le ocurriría depositar la gobernabilidad de una organización desde el afecto –aunque sí de un sano respeto por los intereses de todos los que la integran- tampoco podríamos imaginar  una comunidad estructurada desde el poder, como sucede con las instituciones en las que las  luchas por alcanzarlo son su signo distintivo.
Sucede que mientras las instituciones perduran en el tiempo, las comunidades se agotan rápidamente. La historia de la humanidad es la historia del poder y las instituciones, en su perdurabilidad, son las portadoras del mensaje. Las comunidades son anecdóticas, efímeras; aquéllas porque están definitivamente atadas al mundo y éstas porque su ligazón con la realidad es demasiado lábil.  Será porque el amor no alcanza o porque no tienen cabida en un mundo donde el ejercicio del poder llama con fuerza, pero tarde o temprano tienen que “organizarse” para su supervivencia, pues de no ser así desaparecen. Pocas son las comunidades que perduran. Acaso la de aquellos seguidores de Cristo que se institucionalizaron derivando en Iglesia.
Las instituciones, sin embargo, se van precipitando en gran desprestigio. Sus responsables, cualesquiera sean las áreas que les incumban –desde la Iglesia hasta una ONG pasando por las políticas, las han condenado. Las organizaciones han quedado en manos de desaprensivos ufanos de poder que impúdicamente lo utilizan para robar a mansalva, y no sólo dineros, sino los adentros de la gente dibujando ideologías bien urdidas que terminan siendo aplicadas a otros aconteceres de la vida: la historia, la educación, las creencias religiosas, la inmigración, los empresarios, el diferente, la pobreza, las artes, la política...
Así termina siendo todo como el poder necesita que sea: la historia teñida del color que le apetece  según y conforme las circunstancias; la educación dejada de la mano de dios y de maestros que no ven más allá de sus narices, una pobre diplomatura mediante; las creencias religiosas en manos de cretinos llenos de ínfulas que amenazan con el pecado y con el infierno; la inmigración  en manos de desaprensivos que explotan a los pobres desgraciados que escapan de sus países en busca de una vida mejor; los empresarios que no tienen ningún empacho en exigir al estado que favorezca su gestión bajando las indemnizaciones por despido y dando  trabajo en negro; el diferente, al que nadie presta atención y se lo condena a su diferencia porque no tiene rampas ni para acceder a un tren; la prostitución en manos de proxenetas que explotan miserablemente a unas pobres mujeres que venden cara su intimidad, su libertad y su pobreza;  los hechos históricos  son ilegítimamente asociados con las ideologías, alabados o denostados según y conforme, como si fuera necesario un juicio axiológico “confirmado por autoridad competente” para ser entendidos; el prejuicio que se manifiesta abiertamente  a favor o en contra de la Iglesia, cuando lo que sería de esperar es que se asumiera que el templo, la diócesis, el gerenciamiento de la institución (el poder) no tiene nada que ver con la Iglesia (comunidad fraterna de fieles en comunión); es apenas su administrador (bastaría con recordar que Cristo echó a los mercaderes del “templo”, no de la Iglesia.); los judíos, a los que se sigue estigmatizando como si viviéramos en Venecia asistiendo al juicio por  la libra de carne que exige Shylock en la obra de Shakespeare; o los musulmanes, porque pertenecen a una cultura que no se corresponde con la nuestra y, consecuentemente, perturban nuestras costumbres y terminarán ocupando  Europa; el obispo Cirilo de Alejandría, en la película Ágora, en cuya crítica se resucitan viejos rencores contra la Iglesia; al abordar su actitud poco menos que se lo descuartiza, como sucedió con Hipatia en la realidad, desviándose un obispo fundamentalista, dueño del poder del templo,  hacia la Iglesia, confundiendo una vez más el alcance del poder institucional con la fraternidad que rige la comunidad, para entonces ya meramente virtual;  o las amenazas de un obispo de la constelación del templo madrileño que  rige Rouco Varela, un tal Caminos que, invadiendo los adentros de la gente ante la promulgación de la ley del aborto,  ha puesto a todos los diputados católicos a parir: o declaran públicamente su arrepentimiento por haber votado la ley o permanecerán en “pecado objetivo” sin que cura alguno les conceda el perdón ni, en consecuencia, la comunión; o la ignorancia de circunscribir la realidad del mundo, prescindiendo de la gran variedad de otras realidades donde ante circunstancias semejantes se procede de manera distinta; fieles a no poner jamás punto final al juicio que nos merecen  los Reyes católicos por haber echado a los musulmanes de España bastaría acudir al Quijote que,  en diálogo con un musulmán desterrado, éste le explica que cuando abandonó España anduvo de aquí para allá hasta que llegó a Alemania donde lo acogieron como uno más, sin marcar diferencias, porque allí  sí había libertad.
La gente no se da cuenta que los dos millones de cámaras que espían a los londinenses en las calles no son para cuidarlos. Son un recurso más para inmovilizarlos en nombre de “su propia seguridad” (claro que omite que en detrimento de su libertad). El poder necesita saber dónde está cada uno a cada momento; retiene los correos que enviamos vía e-mail. por dos años; EEUU puede confiscar las cámaras fotográficas, ordenadores y demás aparatos de los viajeros que entran en el país por el riesgo que implican..
Un mundo que ha postergado las esencias de las personas al extremo de que ya ni las reconocemos ha impuesto la postergación de valores esenciales imprescindibles para el ejercicio del poder. Y carencia se refleja en las instituciones.
Y no me refiero a las grandes verdades –de las que podemos descreer con todo derecho- sino a las que nos impulsan a ver al   “otro”  en su verdadera dimensión, con sus errores y virtudes, aceptándolo tal cual es y no como quisiéramos que fuera.
El poder no lo autoriza. Tenemos que ver al prójimo como el poder lo ordena. ¿Entonces qué?

** Ética y Moral
En contexto filosófico, la ética y la moral tienen diferentes significados. La ética está relacionada con el estudio fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad, mientras que la moral son las costumbres, normas, tabúes y convenios establecidos por cada sociedad.
Estos términos tienen diferente origen etimológico. La palabra "ética" viene del griego "ethos" que significa "forma de ser" o "carácter". La palabra "moral" viene de la palabra latina "morales", que significa "relativo a las costumbres".
La ética es un conjunto de conocimientos derivados de la investigación de la conducta humana al tratar de explicar las reglas morales de manera racional, fundamentada, científica y teórica. Es una reflexión sobre la moral.
La moral es el conjunto de reglas que se aplican en la vida cotidiana y todos los ciudadanos las utilizan continuamente. Estas normas guían a cada individuo, orientando sus acciones y sus juicios sobre lo que es moral o inmoral, correcto o incorrecto, bueno o malo.
En un sentido práctico, el propósito de la ética y la moral es muy similar. Ambas son responsables de la construcción de la base que guiará la conducta del hombre, determinando su carácter, su altruismo y sus virtudes, y de enseñar la mejor manera de actuar y comportarse en sociedad.

*** Acerca de la libertad

El ordenamiento legal establece que la libertad de cada uno termina donde comienza la de los demás. En ese sentido, la ley es el marco regulador de las relaciones entre los ciudadanos; marca los límites; es seguridad, razón, taxonomía, cantidad.

La libertad, sin embargo, fuera del ordenamiento legal, trasciende lo meramente relacional para dispensar el encuentro, el acto desalienante por excelencia, "el instante de suprema lucidez que somos capaces de alcanzar los hombres" (José Isaacson). La auténtica libertad consiste, así, en la creatividad espontánea con que una persona o comunidad realiza su verdad, es fruto  de una fidelidad sincera del hombre a su propia verdad.
La libertad es conciencia, es el adentro-verdad; es diálogo, comprensión; comunión; solidaridad, exigencia, amplitud, reflexión, apertura, pasión, justicia... La libertad devela, esclarece, amplía, invita; es incierta, incómoda; está más allá de la ley. En este contexto la libertad no sólo no se acota sino que se amplía en el encuentro con otras libertades; la insignificancia de uno en libertad deviene en la grandeza de una comunidad en libertad.
La ley vela, oscurece, limita, obliga; es sólida, confiable; certera, confortable: nos dice  lo que no debemos hacer y hasta lo que debemos.
Siendo que las comunidades apelan a su conciencia y las instituciones a la ley, corresponde a los gobiernos, depositarios de aquélla y garantes de ésta, disipar los temores de una subyacencia de recelo con respecto a la libertad y a las iniciativas de la comunidad. En tal cumplimiento, exhibirán actitudes políticas francas, alejadas de toda sospecha de indiferencia para con  situaciones humanas concretas, o de intencionalidad en la creación de un mundo abstracto con valores desconectados de la realidad.
Aunque la sospecha incumbe por igual a la ley y a la conciencia, en el marco de la ley, que garantiza las libertades individuales y se reserva la condena por actos ilícitos, la sospecha abre un camino a seguir, acaso uno más, para garantizar la justicia  de su accionar y poder condenar o exonerar con certezas.
En cambio, en el ámbito de la conciencia, la sospecha es el punto de inflexión a partir del cual asumimos que se resquebraja el andamiaje ético de los valores que hemos elegido, que se posponen las metas que nos hemos impuesto, que se tuercen los procedimientos.
Cuando es  así, en salvaguarda del proyecto, la conciencia colectiva denuncia el malestar. Si, pese a todo, no hay respuesta, procede “per se”, con violencia.

La historia humana, una odisea para reducir nuestra incierta condición
La búsqueda de seguridades absolutas o el delirio que llama a los totalitarismos
La libertad requiere la capacidad para vivir la incertidumbre
El fin de las certezas neoliberales

****Los Valores
Diálogo acerca de las cosas, los valores, la cultura y la civilización

La juventud europea y los valores democráticos - Fundación Emilia Mª Trevisi

Formación de valores - Fundacion Emilia Maria Trevisi

¿Individuo o persona? - Fundacion Emilia Maria Trevisi

CIVILIZACIÓN - Fundacion Emilia Maria Trevisi
www.fundacionemiliamariatrevisi.com/bicentenario/civilizacionycultura.htm

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