Carlos A. Trevisi
En ocasión en que estaba rindiendo Derecho Civil
I en la Facultad de Derecho de
la Universidad Nacional de Buenos Aires, uno de los profesores que integraba la mesa me
preguntó acerca de la relación que guardaba la ley con la justicia. Le contesté que poco tenían que ver la una
con la otra. Al profesor no lo satisfizo la respuesta y dio por terminado el
examen: me aplazó. Para entonces yo llevaba alrededor de un año trabajando como
auxiliar de séptima en un juzgado de instrucción, experiencia ésta que no pude
transmitirle.
Si me hubiera dado la oportunidad
de explicarle con argumentos (que todavía hoy día sostengo, aunque más
reforzados), me habría aplazado igualmente.
Algún tiempo más tarde, hice
abandono del Juzgado de Instrucción- me
fui sin siquiera presentar la renuncia- porque el Juez me reprochó de mala manera lo que él
entendió que una indagatoria que yo había tomado “más que una indagatoria era
una defensa del procesado”. El pobre tipo –me refiero al imputado, aunque… - se
había ido a vivir a Comodoro Rivadavia porque había conseguido un trabajo en
YPF y había dejado de pagar dos cuotas de una heladera y tres de otro enser
doméstico. El juez –la ley-, lo izo arrestar, lo trajo en avión esposado, sin
cinturón para que no se ahorcara y sin cordones en los zapatos- desde Comodoro
Rivadavia: perdió el trabajo, se tuvo que volver a Buenos Aires con toda su
familia (mujer y 3 hjijos) y me tocó a mí indagarlo. Fiel a aquello que me
había enseñado Julio de Vedia, en el Nacional de Buenos Aires, aprendí que el
“dura lex sed lex” tenía un atenuante: La
ley es lo que el juez quiere que sea; seguí su criterio y me di cuenta que el
derecho no era para mi.
Para entonces había llegado a una
serie de conclusiones tales como
1. Las leyes actúan en el marco de la moral**, de la costumbre y del
poder*
2. La justicia en el de la ética**
3. La libertad en ambas ***
Las leyes son circunstanciales y
asoman en el derecho vista la necesidad de regular las relaciones sociales que,
innecesario sería decirlo, el tiempo va modificando. En el siglo IXX no podría haber existido una
ley que condenara a prisión a un empresario por explotar laboralmente a los
niños (leamos a Dickens, si no); la moral derivada de la Revolución Industrial
de entonces no lo contemplaba; los grandes cambios que provocaron las nuevas
tecnologías de entonces, tampoco. Del mismo modo, no existe hoy día una ley que
prohíba beber alcohol en el planeta Marte. Cuando el hombre se aposente allí y se
adviertan los perjuicios que le acarrearía a la humanidad tener un borrachín
dando vueltas por el espacio, ya se promulgaría una ley que lo prohibiera.
Todo en nombre de la ley
Solemos adjudicar a la
ley un valor que no tiene; prescindimos de la ética**
y asumimos la libertad desde aquello que reza que la “libertad termina donde comienza la de
los demás.” La pregunta sería ¿Quién marca los límites?
Esa libertad es restrictiva porque conlleva normas
regulatorias atadas a intereses imbuidos de cerrazón ideológica antes bien que
de idearios que respondan a las necesidades e intereses de la gente. Habiendo
conversado del tema vastamente, una gran mayoría de personas opinó que las
cámaras de seguridad –decenas de miles y miles de instaladas en Londres y en
París - ofrecían garantías suficientes ante la ola de terrorismo que se
avecinaba, ladrones, violadores y demás. Ante mi pregunta acerca de si no se
sentirían ellos mismos vigilados la respuesta fue unánime: NO ME AFECTA, YO NO
TENGO NADA QUE ESCONDER. En algún caso pregunté si no sentían que estaban
postergando su libertad*** en nombre de la seguridad. Unos cuántos contestaron,
simplemente, “es lo que hay”.
El avasallamiento por parte del poder de los derechos que
nos asisten, proclamados por la ley, la
Constitución a la cabeza, al igual que
las obligaciones que nos atañen, también enmarcadas por la ley y la moral, si
delictivas, incumben a la ley, pero su incumplimiento
no puede prescindir de la ética que aborda los cambios desde la necesidad de estar en los demás siendo en ellos antes
que en cualquier alternativa que promueva el poder. España es un modelo de lo que acabo de decir: el
gobierno salvó a los bancos que guardan los dineros de la gente en paraísos
fiscales, pero el resultado de los recortes a los que tuvo que apelar el
gobierno para su salvataje ha llegado a la educación, a la sanidad, a la
investigación y al empleo, echando por tierra las posibilidades de crecimiento
de 5 millones de desocupados, dos
millones de chicos subalimentados y 1 millón 800 mil hogares en los que todos
sus miembros están en el paro. Todo en nombre de España –como si la gente en si
misma no fuera España- y de la ley, una ley que se promulgó gracias a la
mayoría absoluta que ostentaba el partido del gobierno. Valdría la pena
preguntarse si los políticos “democráticos” dictan leyes para salvar a la
“Patria” o a la gente.
Habría que establecer
normas (¿más leyes?) para que en caso de que los políticos traicionen a sus
electores puedan ser removidos y se los pueda condenar al ostracismo en
salvaguarda de una sociedad convivible
apelando al clamor de la ética para que la legalidad asuma un rol justiciero. Solemos
decir “en nombre de la ley”, pero habría que aprender a decir “en nombre de la
justicia”.
No son sin embargo la moral y las
costumbres las que limitan la relación tiempo-espacio de las leyes; el poder,
ya sea militar, económico o político se ha constituido en el “fac totum” de la crueldad
que encierran sus decisiones.
La ley, en su perentoriedad, también debe responde a la moral que la
enmarca y, siendo ésta cambiante, es menester que la acompañe en sus
características: actualizarse con los cambios que impone un ritmo de vida
que viene acelerándose desde hace más de un siglo, aunque no siempre para mejor, debo decir, según
nos lo relata Orwell en su libro “1984” pero, sobre todo salvaguardando valores**** que la ley, atada a menesteres
menores, en su pragmatismo, no puede resolver.
Así como la ley tiene que ver con la moral, la justicia tiene que ver
con la ética y con la libertad de consciencia. La ética no
es de circunstancias; ante todo porque es producto de una cultura instalada en nosotros
desde hace miles de años y su tránsito a lo largo del tiempo no la ha
pervertido; por el contrario, está sólidamente incorporada a nuestros adentros:
la ética anida en nuestra consciencia. Puede no ser necesaria la ley para vivir, pero no podemos
vivir si nuestro proyecto de vida carece del impulso de nuestra consciencia.
Podemos quebrantarla, y hasta no reconocerla, pero tarde o temprano, cuando la
recuperamos, lo único que nos devuelve el
ser es una ética que renace pese al quebranto al que la hemos sometido. Para esto es imprescindible que asumamos que
no se puede estar de visita en la vida: hay que vivir. Solo así entenderemos
que nuestra libertad no solo no termina donde comienza la de los demás sino que
se expande adentrándose en otras libertades.
Es entonces cuando nos asaltan varias preguntas a las que
no sabemos dar respuesta: qué significa la ley, la justicia, la libertad, el poder, las
costumbres… e irrumpen el desasosiego y
la intrascendencia. Hemos perdido de vista los valores y lo que es peor, al no
haber podido reemplazarlos por otros, porque no los hay, hemos quedado a la
intemperie en un mundo donde prima cualquier cosa menos la justicia.
NB.
*El Poder
Se ha impuesto, y con
razón, que las instituciones son relevantes a los efectos de la gobernabilidad.
Las instituciones, cualesquiera sean ellas, son el fundamento sobre el que se
organizan todas las vertientes que hacen a la vida en sociedad.
Del mismo modo, en
general, todos concebimos una “comunidad” como una puesta en común en el afecto
donde priman la entrega y el encuentro fraterno entre sus integrantes.
Así como a nadie se le
ocurriría depositar la gobernabilidad de una organización desde el afecto
–aunque sí de un sano respeto por los intereses de todos los que la integran-
tampoco podríamos imaginar una comunidad
estructurada desde el poder, como sucede con las instituciones en las que
las luchas por alcanzarlo son su signo
distintivo.
Sucede que mientras las
instituciones perduran en el tiempo, las comunidades se agotan rápidamente. La
historia de la humanidad es la historia del poder y las instituciones, en su
perdurabilidad, son las portadoras del mensaje. Las comunidades son
anecdóticas, efímeras; aquéllas porque están definitivamente atadas al mundo y
éstas porque su ligazón con la realidad es demasiado lábil. Será porque el amor no alcanza o porque no
tienen cabida en un mundo donde el ejercicio del poder llama con fuerza, pero
tarde o temprano tienen que “organizarse” para su supervivencia, pues de no ser
así desaparecen. Pocas son las comunidades que perduran. Acaso la de aquellos
seguidores de Cristo que se institucionalizaron derivando en Iglesia.
Las instituciones, sin
embargo, se van precipitando en gran desprestigio. Sus responsables,
cualesquiera sean las áreas que les incumban –desde la Iglesia hasta una ONG
pasando por las políticas, las han condenado. Las organizaciones han quedado en
manos de desaprensivos ufanos de poder que impúdicamente lo utilizan para robar
a mansalva, y no sólo dineros, sino los adentros de la gente dibujando
ideologías bien urdidas que terminan siendo aplicadas a otros aconteceres de la
vida: la historia, la educación, las creencias religiosas, la inmigración, los
empresarios, el diferente, la pobreza, las artes, la política...
Así
termina siendo todo como el poder necesita que sea: la historia teñida del
color que le apetece según y conforme
las circunstancias; la educación dejada de la mano de dios y de maestros que no
ven más allá de sus narices, una pobre diplomatura mediante; las creencias
religiosas en manos de cretinos llenos de ínfulas que amenazan con el pecado y
con el infierno; la inmigración en manos
de desaprensivos que explotan a los pobres desgraciados que escapan de sus países
en busca de una vida mejor; los empresarios que no tienen ningún empacho en
exigir al estado que favorezca su gestión bajando las indemnizaciones por
despido y dando trabajo en negro; el
diferente, al que nadie presta atención y se lo condena a su diferencia
porque no tiene rampas ni para acceder a un tren; la prostitución en manos de
proxenetas que explotan miserablemente a unas pobres mujeres que venden cara su
intimidad, su libertad y su pobreza; los
hechos históricos son ilegítimamente
asociados con las ideologías, alabados o denostados según y conforme, como si
fuera necesario un juicio axiológico “confirmado por autoridad competente” para
ser entendidos; el prejuicio que se manifiesta abiertamente a favor o en contra de la Iglesia, cuando lo
que sería de esperar es que se asumiera que el templo, la diócesis, el
gerenciamiento de la institución (el poder) no tiene nada que ver con la
Iglesia (comunidad fraterna de fieles en comunión); es apenas su administrador
(bastaría con recordar que Cristo echó a los mercaderes del “templo”, no de la
Iglesia.); los judíos, a los que se sigue estigmatizando como si viviéramos en
Venecia asistiendo al juicio por la
libra de carne que exige Shylock en la obra de Shakespeare; o los musulmanes,
porque pertenecen a una cultura que no se corresponde con la nuestra y,
consecuentemente, perturban nuestras costumbres y terminarán ocupando Europa; el obispo Cirilo de Alejandría, en la
película Ágora, en cuya crítica se resucitan viejos rencores contra la Iglesia;
al abordar su actitud poco menos que se lo descuartiza, como sucedió con
Hipatia en la realidad, desviándose un obispo fundamentalista, dueño del poder
del templo, hacia la Iglesia,
confundiendo una vez más el alcance del poder institucional con la fraternidad
que rige la comunidad, para entonces ya meramente virtual; o las amenazas de un obispo de la
constelación del templo madrileño que
rige Rouco Varela, un tal Caminos que, invadiendo los adentros de la
gente ante la promulgación de la ley del aborto, ha puesto a todos los diputados católicos a
parir: o declaran públicamente su arrepentimiento por haber votado la ley o
permanecerán en “pecado objetivo” sin que cura alguno les conceda el perdón ni,
en consecuencia, la comunión; o la ignorancia de circunscribir la realidad del
mundo, prescindiendo de la gran variedad de otras realidades donde ante
circunstancias semejantes se procede de manera distinta; fieles a no poner
jamás punto final al juicio que nos merecen
los Reyes católicos por haber echado a los musulmanes de España bastaría
acudir al Quijote que, en diálogo con un
musulmán desterrado, éste le explica que cuando abandonó España anduvo de aquí
para allá hasta que llegó a Alemania donde lo acogieron como uno más, sin
marcar diferencias, porque allí sí había
libertad.
La
gente no se da cuenta que los dos millones de cámaras que espían a los
londinenses en las calles no son para cuidarlos. Son un recurso más para
inmovilizarlos en nombre de “su propia seguridad” (claro que omite que en
detrimento de su libertad). El poder necesita saber dónde está cada uno a cada
momento; retiene los correos que enviamos vía e-mail. por dos años; EEUU puede
confiscar las cámaras fotográficas, ordenadores y demás aparatos de los
viajeros que entran en el país por el riesgo que implican..
Un
mundo que ha postergado las esencias de las personas al extremo de que ya ni
las reconocemos ha impuesto la postergación de valores esenciales
imprescindibles para el ejercicio del poder. Y carencia se refleja en las
instituciones.
Y
no me refiero a las grandes verdades –de las que podemos descreer con todo
derecho- sino a las que nos impulsan a ver al
“otro” en su verdadera dimensión,
con sus errores y virtudes, aceptándolo tal cual es y no como quisiéramos que
fuera.
El
poder no lo autoriza. Tenemos que ver al prójimo como el poder lo ordena.
¿Entonces qué?
** Ética y Moral
En contexto filosófico, la ética y la
moral tienen diferentes significados. La ética está relacionada con el estudio
fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad,
mientras que la moral son las costumbres, normas, tabúes y convenios
establecidos por cada sociedad.
Estos términos tienen diferente origen
etimológico. La palabra "ética" viene del griego "ethos" que
significa "forma de ser" o "carácter". La palabra
"moral" viene de la palabra latina "morales",
que significa "relativo a las costumbres".
La ética es un
conjunto de conocimientos derivados de la investigación de la conducta humana
al tratar de explicar las reglas morales de manera racional, fundamentada,
científica y teórica. Es una reflexión sobre la moral.
La moral es el
conjunto de reglas que se aplican en la vida cotidiana y todos los ciudadanos
las utilizan continuamente. Estas normas guían a cada individuo, orientando sus
acciones y sus juicios sobre lo que es moral o inmoral, correcto o incorrecto,
bueno o malo.
En un sentido práctico, el propósito de
la ética y la moral es muy similar. Ambas son responsables de la construcción
de la base que guiará la conducta del hombre, determinando su carácter, su
altruismo y sus virtudes, y de enseñar la mejor manera de actuar y comportarse
en sociedad.
*** Acerca de la libertad
El ordenamiento
legal establece que la libertad de cada uno termina donde comienza la de los
demás. En ese sentido, la ley es el marco regulador de las relaciones
entre los ciudadanos; marca los límites; es seguridad, razón, taxonomía,
cantidad.
La libertad, sin embargo,
fuera del ordenamiento legal, trasciende lo meramente relacional para dispensar
el encuentro, el acto desalienante por excelencia, "el instante de suprema
lucidez que somos capaces de alcanzar los hombres" (José Isaacson).
La auténtica libertad consiste, así, en la creatividad espontánea con que una
persona o comunidad realiza su verdad, es fruto de una fidelidad sincera
del hombre a su propia verdad.
La libertad es conciencia,
es el adentro-verdad; es diálogo, comprensión; comunión; solidaridad,
exigencia, amplitud, reflexión, apertura, pasión, justicia... La libertad
devela, esclarece, amplía, invita; es incierta, incómoda; está más allá de la
ley. En este contexto la libertad no sólo no se acota sino que se amplía en el
encuentro con otras libertades; la insignificancia de uno en libertad deviene
en la grandeza de una comunidad en libertad.
La ley vela, oscurece,
limita, obliga; es sólida, confiable; certera, confortable: nos dice lo
que no debemos hacer y hasta lo que debemos.
Siendo que las comunidades
apelan a su conciencia y las instituciones a la ley, corresponde a los
gobiernos, depositarios de aquélla y garantes de ésta, disipar los
temores de una subyacencia de recelo con respecto a la libertad y a las
iniciativas de la comunidad. En tal cumplimiento, exhibirán actitudes políticas
francas, alejadas de toda sospecha de indiferencia para con situaciones
humanas concretas, o de intencionalidad en la creación de un mundo abstracto
con valores desconectados de la realidad.
Aunque la sospecha incumbe
por igual a la ley y a la conciencia, en el marco de la ley, que garantiza
las libertades individuales y se reserva la condena por actos ilícitos, la sospecha
abre un camino a seguir, acaso uno más, para garantizar la justicia
de su accionar y poder condenar o exonerar con certezas.
En cambio, en el ámbito de
la conciencia, la sospecha es el punto de inflexión a partir del cual
asumimos que se resquebraja el andamiaje ético de los valores que hemos
elegido, que se posponen las metas que nos hemos impuesto, que se tuercen los
procedimientos.
Cuando es así, en
salvaguarda del proyecto, la conciencia colectiva denuncia el malestar. Si,
pese a todo, no hay respuesta, procede “per se”, con violencia.
Humanidad, incertidumbre y
dificultad de la libertad , Autor: Francesc Viçens
La historia humana, una odisea
para reducir nuestra incierta condición
La búsqueda de seguridades absolutas o el delirio que llama a los totalitarismos
La libertad requiere la capacidad para vivir la incertidumbre
El fin de las certezas neoliberales
La búsqueda de seguridades absolutas o el delirio que llama a los totalitarismos
La libertad requiere la capacidad para vivir la incertidumbre
El fin de las certezas neoliberales
****Los Valores
Diálogo acerca de las cosas, los valores, la cultura y la civilización
La juventud europea y los valores democráticos - Fundación Emilia Mª
Trevisi
Formación de valores - Fundacion Emilia Maria Trevisi
¿Individuo o persona? - Fundacion Emilia Maria Trevisi
CIVILIZACIÓN - Fundacion Emilia Maria Trevisi
www.fundacionemiliamariatrevisi.com/bicentenario/civilizacionycultura.htm
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