JÜRGEN HABERMAS / SOCIÓLOGO
"Alemania es
una potencia hegemónica, insensible e incapaz"
CTXT publica en exclusiva la versión española de una entrevista sobre el
Brexit y la UE
THOMAS ASSHEUER (DIE ZEIT) TRADUCCIÓN: ADRIANA M.
ANDRADE Y JOSÉ LUIS MARÍN
20 DE JULIO DE 2016
Señor Habermas,
¿pensó alguna vez que el Brexit sería posible? ¿Qué sintió cuando se enteró de
que la ‘salida’ había logrado la victoria?
Nunca habría imaginado que el populismo ganaría al capitalismo en su país
de origen. Dada la importancia vital del sector bancario para el Reino Unido,
el poder de los medios y el peso político de la City (ciudad financiera de
Londres), era poco probable que las cuestiones de identidad prevalecieran sobre
los intereses.
Mucha gente está ahora pidiendo referendos
en otros países. ¿Produciría un referéndum en Alemania un resultado distinto
del que tuvo en Reino Unido?
Bueno, eso supongo. La integración europea estaba –y todavía permanece–
entre los intereses de la República Federal de Alemania. En las primeras
décadas de la posguerra fuimos capaces de restaurar, paso a paso, una
reputación nacional completamente devastada actuando cautelosamente como
‘buenos europeos’. Con el tiempo, pudimos contar con el apoyo de la UE para la
reunificación. Retrospectivamente, Alemania ha sido el gran beneficiario de la
unión monetaria en Europa –incluso durante la crisis del euro–. Y debido a que,
desde 2010, Alemania ha sido capaz de imponer en el Consejo Europeo su visión
ordoliberal contra Francia y los europeos del sur, Angela Merkel y Wolfgang
Schäuble han tenido fácil adoptar en casa el papel de grandes defensores de la
idea europea. Por supuesto, esto es una forma muy nacionalista de mirar las
cosas. Pero este gobierno necesitaba no tener dudas de que la prensa iba a
adoptar un enfoque diferente e informar a la población sobre las buenas razones
de otros países para ver las cosas de forma completamente opuesta.
¿Está usted acusando a
la prensa de doblegarse abúlicamente ante el gobierno? De hecho, Merkel
difícilmente puede quejarse del número de sus críticos. Al menos en lo que
respecta a su política de refugiados.
De hecho no estamos hablando de eso. Aunque no tengo reparo en decirlo. La
política sobre refugiados también ha dividido a la opinión pública alemana y a
la prensa. Esto puso fin a larga etapa de parálisis sin precedentes en el
debate político público. Yo me refería al período anterior, el de la crisis del
euro, tan cargado políticamente, y en el que se podría esperar una
polémica igual de agitada acerca de la política del gobierno federal ante la
crisis. Toda Europa ha considerado contraproducente el enfoque tecnocrático que
aplaza indefinidamente las decisiones. Pero no ha sido así en las dos grandes
cabeceras diarias y las dos semanales que leo habitualmente. Si esta
observación es correcta, entonces, como sociólogo, uno puede buscar
explicaciones. Pero mi punto de vista es el de un lector de periódicos
comprometido, y me pregunto si la política del avestruz de Merkel, destinada a
adormecer a todo el mundo, podría haber barrido el país sin una cierta
complicidad por parte de la prensa. Los horizontes imaginables se reducen
cuando no hay puntos de vista alternativos en la oferta. Ahora mismo estamos
asistiendo a otra ronda de somníferos. Como en el informe que acabo de leer
sobre la última conferencia política del SPD, donde se reduce –-en lo que Hegel
habría llamado una perspectiva de mayordomo-- la posición de un partido de
gobierno ante el enorme evento del Brexit, que debería ser objetivamente de
interés para todo el mundo, a las próximas elecciones generales y a las
relaciones personales entre el Sr. Gabriel y el Sr. Schulz.
¿Pero no se basa el
deseo británico de abandonar la UE en razones domésticas? ¿O es el síntoma de
una crisis en la UE?
Ambas cosas. Los británicos tienen detrás una historia diferente a la del
continente. La conciencia política de ser una gran potencia, dos veces
victoriosa en el siglo XX, pero en declive a nivel global, vacila a la hora de
adaptarse a esa situación cambiante. Con ese sentido nacional de sí misma, Gran
Bretaña se colocó en una situación incómoda después de unirse a la CEE por
motivos puramente económicos en 1973. Las élites políticas, de Thatcher a
Cameron pasando por Blair, nunca tuvieron intención de abandonar su mirada
distante hacia la Europa continental. Esa fue la perspectiva de Churchill
cuando, en su famoso discurso de Zurich de 1946, dibujó al imperio (británico)
en el papel de padrino benévolo de una Europa unida –pero sin ser realmente
parte de ella. La política británica en Bruselas ha sido siempre un
enfrentamiento inspirado en la máxima: "Queremos nuestra parte del pastel,
y además nos lo comemos".
¿Se refiere a su
economía política?
Los británicos tenían una visión decididamente liberal de la UE como una
zona de libre comercio, y esto se expresó en una política de ampliación de la
UE sin ningún tipo de profundización simultánea en la cooperación. Ni Schengen,
ni euro. La actitud exclusivamente instrumental de las élites políticas hacia
la UE se ha reflejado en la campaña por el Remain. Los defensores (a
medias) de permanecer en la UE se inclinaron de forma estricta por una campaña
basada en el miedo y armada con argumentos económicos. ¿Cómo podía ganar la
actitud pro-europea frente a una mayoría más amplia si los líderes políticos se
han comportado durante décadas como si la búsqueda estratégica y sin piedad de
los intereses nacionales fuera suficiente para mantenerse dentro de una
comunidad supranacional de Estados? Visto desde lejos, este fracaso de las
élites se materializa, de forma diferente y llena de matices (tal como son), en
dos tipos de políticos egocéntricos, conocidos como Cameron y Johnson.
En la votación, no solo
hubo una sorprendente brecha de edad, sino también una fuerte brecha
urbana-rural. La ciudad multicultural perdió. ¿Por qué esta repentina ruptura
entre la identidad nacional y la integración europea? ¿Han subestimado los
políticos europeos el poder persistente y real de la voluntad nacional y
cultural?
Está usted en lo cierto, el voto británico también refleja una parte de la
situación general de crisis de la Unión Europea y sus Estados miembros. El
análisis del voto apunta a la misma clase de patrón que vimos en las elecciones
presidenciales de Austria y en nuestras recientes elecciones regionales en
Alemania. La elevada participación sugiere que el campo populista tuvo éxito en
la movilización del sector de los abstencionistas previos. Estos votantes
dominan de forma abrumadora en los grupos marginados que se sienten
abandonados. Esto se une a la evidencia de que los estratos más pobres, más
desfavorecidos socialmente y menos instruidos votaron más por salir que por
quedarse. Por lo tanto, no sólo existen patrones de voto contrario en las zonas
rurales y en las ciudades, sino que la distribución geográfica de los votos por
la salida se acumulan en la región central y en partes de Gales –incluyendo las
antiguas zonas industriales abandonadas, que no han podido recuperar sus bases
económicas–, y esto apunta a las razones sociales y económicas para el Brexit.
La percepción del drástico aumento de la desigualdad social y la sensación de
impotencia que produce ver que tus propios intereses ya no están representados
en el plano político, todo eso está en el contexto de la movilización contra
los extranjeros, en el dejar Europa atrás, en el odio a Bruselas. En una vida
diaria insegura, 'un sentido nacional y cultural de pertenencia' es, de hecho,
un elemento de estabilización.
¿Pero son esas solo
cuestiones sociales? Hay una tendencia histórica bien conocida hacia la
auto-ayuda nacional y de renuncia a la cooperación. La supranacionalidad
significa, para la gente común, la pérdida de control. Muchos piensan: sólo la
nación ofrece la roca sobre la que aún se puede construir. ¿No demuestra esto
que la transición de lo nacional a la democracia transnacional ha fracasado?
No se puede decir que se ha venido abajo un esfuerzo que apenas ha
comenzado. Por supuesto, la llamada a "recuperar el control", que ha
jugado un papel en la campaña británica, es un síntoma que se debe tomar en
serio. En lo que realmente los observadores dieron en el blanco es en la
irracionalidad evidente, no sólo del resultado, sino de toda la campaña. Las
campañas de odio también están creciendo en el continente. Los rasgos
socio-patológicos de esta desinhibida agresividad política apuntan al hecho de
que las compulsiones sistémicas omnipresentes en una sociedad global
coalescente, económicamente no administrada y digital, simplemente
sobre-representan las formas de integración social que se obtienen
democráticamente en el Estado-nación. Esto desencadena comportamientos
reaccionarios. Un ejemplo son las fantasías wilhelmianas de, por ejemplo,
Jaroslav Kaczynski, mentor del actual gobierno polaco. Después del referéndum
británico propuso la desintegración de la UE en una asociación informal de
estados nacionales soberanos, de manera que éstos se fundan rápidamente en una
gran potencia militar entre ruido de sables.
También se podría decir, simplemente: Kaczynski se limita a reaccionar ante
la pérdida de control del Estado-nación.
Como todos los síntomas, este sentimiento de pérdida de control tiene un
núcleo real –el vaciamiento de las democracias nacionales que, hasta ahora,
habían dado a los ciudadanos el derecho a participar en las decisiones
importantes que condicionan su vida social. El referéndum de Reino Unido
proporciona una prueba viva de la palabra clave: "post-democracia".
Obviamente, se ha derrumbado la infraestructura sin la cual no puede haber una
esfera pública sólida y competencia entre los partidos. Después de los análisis
iniciales, los medios de comunicación y los partidos políticos de la oposición
fallaron a la hora de informar a la población sobre cuestiones relevantes y
hechos elementales, y mucho más a la hora de discernir los argumentos, a favor
o en contra, de los puntos de vista políticos opuestos. La muy baja
participación de las personas entre 18 y 24 años de edad, supuestamente
perjudicados por los ancianos, es otro dato revelador.
Parece que la prensa es
culpable, otra vez…
No, pero el comportamiento de este grupo de edad ilustra la manera en que
los jóvenes usan los medios en la era digital y cómo cambia la actitud hacia la
política. En la ideología de Silicon Valley, el mercado y la tecnología
salvarán a la sociedad y por tanto harán que algo tan antiguo como la
democracia sea superflua. Un factor que hay que considerar seriamente en este
asunto es la tendencia general hacia la integración cada vez más estrecha de
los partidos políticos en el complejo organizativo del Estado. Y, por supuesto,
no es una coincidencia que las políticas europeas no estén enraizadas en la
sociedad civil. La Unión Europea se ha constituido de manera que las decisiones
económicas básicas que afectan a la sociedad en su conjunto no figuran entre
las decisiones democráticas. Este vaciamiento tecnocrático de la agenda diaria
a la que se enfrentan los ciudadanos no es un destino de la naturaleza sino la
consecuencia del diseño de los tratados. En este contexto, la intencionada
separación política de la división de poder entre el nivel nacional y el
europeo también juega un papel: el poder de la Unión se concentra allá donde
los intereses del estado-nación se bloquean entre ellos. La
transnacionalización de la democracia sería la respuesta correcta. En una
sociedad global tan interdependiente, no hay otra manera de compensar la
pérdida de control que los ciudadanos sienten y de la que se quejan; en
realidad, esto es lo que ha pasado.
LA UNIÓN EUROPEA SE HA CONSTITUIDO DE MANERA QUE LAS DECISIONES ECONÓMICAS
BÁSICAS QUE AFECTAN A LA SOCIEDAD EN SU CONJUNTO NO FIGURAN ENTRE LAS
DECISIONES DEMOCRÁTICAS.
Pero casi nadie cree ya en esa transnacionalización de la democracia. El
sociólogo Wolfgang Streeck dice que la UE es una máquina desreguladora que fue
incapaz de proteger a las naciones del capitalismo salvaje, es más,
que las abandonó a su suerte. Ahora bien, las naciones-estado deberían
tomar el asunto en sus propias manos otra vez. ¿Por qué no debería haber una vuelta
al antiguo capitalismo del Estado de bienestar?
El análisis de Streeck sobre la crisis se basa en datos empíricos
convincentes. Comparto también su diagnóstico sobre el estado apergaminado de
la sustancia democrática, que hasta ahora ha tomado forma institucional casi
únicamente en el Estado-nación. También comparto muchos diagnósticos parecidos
de politólogos y abogados que se refieren a las consecuencias
des-democratizantes de la “gobernanza” --las nuevas formas políticas y legales
de “gobernar más allá del Estado-nación”. Pero el argumento para volver al
formato de pequeños Estados-nación no me convence tanto. Porque estos deberían
funcionar en los mercados globalizados en la misma línea que los conglomerados
globales. Y esto significaría la total abdicación de la política frente a los
imperativos de los mercados desregulados.
Hay un campo
interesante en formación… Por un lado están los que piensan que la UE ha
superado su propósito de ser un proyecto político y que el Brexit es una clara
señal para eliminar Europa. La otra parte, la de Martin Schulz, por ejemplo,
dice: “No podemos seguir así. La crisis de la UE se debe a la falta de
profundización: existe el euro, pero no hay ni un gobierno europeo ni una
política económica y social". ¿Quién tiene razón?
Cuando, en la mañana después del Brexit, Frank-Walter Steinmeier
aprovechó el momento para invitar a los primeros ministros de los seis estados
fundadores de la UE, Ángela Merkel sintió el peligro enseguida. Esa reunión
podría haber sugerido a algunos que el deseo real era reconstruir Europa
después de una serie de temblores. Al contrario, ella insistió en buscar un
acuerdo entre los otros 27 Estados miembros. Sabiendo que en este círculo, y
con líderes nacionalistas como Orban o Kaszinski, un acuerdo constructivo es
imposible, Ángela Merkel quiso cortar de raíz cualquier pensamiento sobre una
futura integración. En Bruselas exigió al Consejo que se mantuviese firme. Tal
vez tiene la esperanza de poder neutralizar exhaustivamente las consecuencias
económicas y comerciales del Brexit, o incluso de que se reviertan del todo.
Su crítica suena un poco antigua. Ha acusado mucho a la señora Merkel de
acometer una política de agachar la cabeza y tirar hacia adelante. Al menos en
la política europea.
Tengo miedo a que esa política de minimizar las cosas triunfe, aunque tal
vez ya haya triunfado --aquí sin perspectiva, ¡por favor! El argumento es: “No
te cabrees, la UE siempre ha cambiado”. De hecho, este ir saliendo del paso sin
un final visible ante la actual, explosiva crisis europea, se traduce en que la
UE nunca será capaz de caminar hacia delante “como antes”. Pero precipitarse y
adaptarse a la normalidad de la “dinámica de estancamiento” se paga renunciando
a cualquier intento de dar forma, políticamente, a los acontecimientos. Y es
precisamente esta Ángela Merkel la que rechazó enfáticamente, en dos ocasiones,
la extendida noción de los politólogos sobre la falta generalizada de espacio
para acometer maniobras políticas --sobre el cambio climático y la acogida de
refugiados--. Sigmar Gabriel y Martin Schulz son las únicas voces destacadas
con alguna traza de temperamento político que se niegan a aceptar la tímida
retirada de la clase política ante cualquier intento de pensar, siquiera, con
tres o cuatro años de antelación. Que el liderazgo político simplemente deje
que el férreo puño de la historia tome el control no es un signo de realismo.
“En casos de peligro y extrema emergencia, decidirse por el término medio lleva
a la muerte” --últimamente pienso mucho en la película de mi amigo Alexander
Kluge. Por supuesto solo desde la retrospección se entiende que podría haber
otra solución. Pero para descartar una alternativa antes de que se haya
intentado poner en marcha uno debe tratar de imaginar nuestra situación actual
igual que un historiador mira al pasado presente.
SIGMAR GABRIEL Y MARTIN SCHULZ SON LAS ÚNICAS VOCES
DESTACADAS CON ALGUNA TRAZA DE TEMPERAMENTO POLÍTICO QUE SE NIEGAN A ACEPTAR LA
TÍMIDA RETIRADA DE LA CLASE POLÍTICA ANTE CUALQUIER INTENTO DE PENSAR,
SIQUIERA, CON TRES O CUATRO AÑOS DE ANTELACIÓN
¿Cómo puede imaginarse
la profundización de la Unión sin obligar a los ciudadanos a temer una mayor
pérdida de control democrático? Hasta ahora toda profundización ha incrementado
el euroescepticismo. Hace años Wolfgang Schäuble y Karl Lamers hablaron de la
Europa de dos velocidades, de un corazón europeo --y usted estaba de acuerdo.
¿Cómo funcionaría? ¿No se deberían cambiar los tratados en este caso?
La convocatoria de una convención que conduciría a grandes cambios y
referendos sólo sucedería si la UE hubiese hecho intentos más perceptibles y
convincentes para abordar los problemas más urgentes. Los problemas urgentes
son la todavía no resuelta crisis europea, el problema a largo plazo de los
refugiados y los problemas de seguridad. Ni siquiera la mera descripción de
estos factores están consensuados en el círculo cacofónico de los 27 miembros
del Consejo Europeo. Solo se puede llegar a compromisos si los socios están
dispuestos a comprometerse y esto significa que sus intereses no deberían ser
demasiado divergentes. Una mínima convergencia de intereses es lo mejor que se
puede esperar de los miembros de la Eurozona. La historia de la crisis de la
moneda común, cuyos orígenes han analizado extensamente los expertos, une a
estos países durante varios años --si bien de manera asimétrica. Por lo tanto
la Eurozona delimitaría el tamaño natural del corazón de Europa. Si estos
países tuviesen la voluntad política, el principio básico de “cooperación
estrecha” prevista en los tratados permitiría los primeros pasos hacia la
separación de ese corazón --y, con ello, la largamente esperada formación de
una contraparte del Eurogrupo dentro del Parlamento Europeo.
Eso dividiría la UE.
Cierto, la argumentación contra este plan es la “división”. En cualquier
caso, asumiendo que se quiera la integración europea, este argumento es
infundado. Porque solo un corazón que funcionase correctamente podría convencer
a las poblaciones polarizadas de todos los Estados-miembro de que el proyecto
tiene sentido. Solo bajo estos fundamentos aquellas poblaciones que prefieren
estar sujetas a su soberanía podrían convencerse gradualmente de unirse --una
decisión que siempre estará abierta (!) para ellos: en esta perspectiva debe de
haber, desde el principio, un intento de hacer esperar entre bastidores a los
Gobiernos para tolerar ese proyecto. El primer paso hacia un compromiso en la
Eurozona es bastante obvio: Alemania deberá renunciar a su resistencia a una
coordinación más estrecha de las políticas fiscales, económicas y sociales, y
Francia deberá estar preparada para renunciar a su soberanía en estas mismas
áreas.
SOLO UN CORAZÓN QUE FUNCIONASE CORRECTAMENTE PODRÍA
CONVENCER A LAS POBLACIONES POLARIZADAS DE TODOS LOS ESTADOS-MIEMBRO DE QUE EL
PROYECTO TIENE SENTIDO.
¿Quién bloqueó esto?
Mi impresión desde hace mucho tiempo era que la posible oposición sería
mayor en el lado francés. Pero esto ya no es así. Cada acción de profundización
colapsa por la obstinada resistencia de la CDU/CSU gubernamental, que durante
años ha decidido evitarle a sus votantes un mínimo de solidaridad con los
ciudadanos de otros países europeos. Cuando las siguientes elecciones están en
el horizonte, juegan con los egoísmos de la economía nacional -y sistemáticamente
subestiman la disponibilidad de la mayoría de los ciudadanos alemanes a hacer
concesiones en sus intereses a largo plazo. Se debería ofrecer, enérgicamente,
una alternativa razonable y de largo aliento a la abrumadora continuación de su
actual línea de acción.
El Brexit refuerza la
influencia alemana. Y Alemania ha sido vista como hegemónica. ¿Cómo nace esa
percepción?
La recuperación de la supuesta normalidad de los Estados-nación llevó a un
cambio en la mentalidad de nuestro país, que se dasarrolló durante décadas en
la antigua Alemania del Este. Esto coincidió con un estilo de creciente
autoestima y una insistencia más franca sobre la orientación “realista” de las
actitudes políticas en la nueva República de Berlín hacia el mundo exterior.
Desde 2010 hemos visto cómo el Gobierno alemán trata su indeseado y creciente
papel de liderazgo en Europa pensando menos en lo general y más en su interés
nacional. Incluso un editorial de Frankfurter Allgemeine Zeitungadmite
el efecto contraproducente de las políticas alemanas, “porque confunde más y
más el liderazgo europeo con la imposición de sus propias ideas sobre el orden
político”. Alemania es una potencia hegemónica reacia pero insensible e
incapaz, que usa e ignora a la vez el alterado equilibrio de poder europeo.
Esto provoca rencores, sobre todo en otros países de la Eurozona. ¿Cómo debería
sentirse un español, portugués o griego que ha perdido su trabajo como
resultado de la política de recortes decidida por el Consejo Europeo? No puede
emplazar a los ministros alemanes que impusieron sus políticas en Bruselas: no
puede votarlos ni echarlos de la administración. En lugar de esto, durante la
crisis griega pudo leer cómo esos mismos políticos negaban enfadados cualquier
tipo de responsabilidad en las desastrosas consecuencias sociales que habían
causado, casualmente, sus programas de recortes. A menos que nos libremos de
esta estructura antidemocrática y defectuosa, será difícil asombrarse por la
campaña de desprestigio antieuropea. La única manera de que haya una democracia
europea es intensificando la cooperación europea.
EL ESTADO DEL BIENESTAR Y LA DEMOCRACIA FORMAN UN NEXO
INTRÍNSECO QUE EN LA UNIÓN MONETARIA YA NO PUEDE SER ASEGURADO POR LOS ESTADOS
NACIÓN INDIVIDUALES.
¿Lo que está diciendo es
que los movimientos de derechas solo desaparecerán cuando haya más Europa y la
UE sea mucho más democrática?
No, creo que perderán
terreno durante el proceso. Considero correcto que todas las partes asuman que
la Unión tiene que recuperar confianza para cortar la hierba bajo los pies de
los populistas de derechas. Una parte quiere sacar provecho de su capacidad de
impresionar a los simpatizantes de derechas mostrando músculo. El eslogan es
“no más visiones elevadas, más soluciones prácticas”. Ese punto de vista está
tras la renuncia pública de Wolfgang Schäuble a su propia idea sobre el corazón
de Europa. Ahora cuenta completamente con el método intergubernamental, confía
en que los jefes de Estado y de Gobierno resuelvan las cosas entre ellos. Sigue
confiando en la apariencia exitosa de la cooperación entre Estados-nación. Pero
los ejemplos que pone --la unión digital de Oettinger, la europeización de los
presupuestos armamentísticos o la unión energética-- difícilmente cumplirían el
deseado objetivo de impresionar a la gente. Y, cuando se trata de problemas
verdaderamente urgentes –él mismo habla de la política de refugiados y de la
creación de un derecho de asilo europeo, aunque elude el dramático paro juvenil
en los países del sur--, entonces los costes de la cooperación son tan altos
como han sido siempre. Por lo tanto, el bando opuesto recomienda la alternativa
de una cooperación profunda y vinculante con un círculo más pequeño de Estados
que estén dispuestos a converger. Esa Euro-Unión no necesita buscar problemas
solo para demostrar su propia capacidad de actuación. Y, en el en el camino
hacia eso, los ciudadanos se darán cuenta de que ese corazón de Europa se
ocupará de los problemas sociales y económicos que están detrás de las
inseguridades, del miedo al declive social y del sentimiento de pérdida de
control. El Estado del bienestar y la democracia forman un nexo intrínseco que
en la unión monetaria ya no puede ser asegurado por los Estados nación
individuales.
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