martes, 26 de julio de 2016

BREVE RELACIÓN HISTÓRICA DE LA ARGENTINA

Carlos  A. Trevisi

El siguiente artículo es apenas un breve anticipo del libro "ARGENTINA ¿HASTA CUANDO?" publicado en 2010 en conmemoración del BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO.

Desde 1810
La Generación del 80
Juan Domingo Perón
El principio del fin: Onganía
La vuelta de Perón
La última etapa militar: Videla
El toque final

Desde 1810 

Contrariamente a lo que se piensa acerca de que la influencia de España ha sido determinante de las características que animan la forma de ser de los argentinos, fue, en verdad, Inglaterra, la potencia que la colonizó y de la que la burguesía argentina se enamoró. El Imperio Británico  puso un sello por el que se identificó definitivamente a toda la nación: Buenos Aires. Lo demás pasó a ser simplemente “el resto del país”. (5)
España había accedido a los territorios de la actual Argentina por el norte del Virreinato del Río de la Plata, por el Alto Perú, llegando en su ocupación hacia el sur hasta  poco más allá de Córdoba, provincia mediterránea que, al igual que Salta, y otras (todas) más al norte, reflejan definitivamente las raíces coloniales hispánicas.  Buenos Aires, para entonces, era irrelevante a los intereses de España.
Cuando  España cae bajo el dominio de Francia, a principios del siglo IXX, el pueblo de Buenos Aires, que ya había conocido de las penurias a las que el monopolio español sometía a la ciudad, se levanta contra el virrey, al que despoja de su cargo, asumiendo el poder local una junta de gobierno entre los que se encontraban los vecinos más caracterizados de la ciudad –españoles y criollos- y que dio en llamarse “Primera Junta de Gobierno”.
La Revolución de Mayo, que así se denominó el movimiento, se llevó a cabo, sin embargo, sin consultar a los pueblos del virreinato,  en razón  de que no había tiempo de reunirlos  a todos en consulta, según aventuró Buenos Aires. Era  innegable, no obstante el atropello, que esta decisión unipartita que tenía su fundamento en el “negotiorun gestor” (gestor de negocios)  del derecho romano, propendía a la modernidad. Por otra parte, la ocasión era sumamente propicia: habiendo caído el Rey de España, el Virrey había perdido mandato.
A partir de esa decisión, si bien se llega en 1816 a declarar la independencia  de las “Provincias Unidas del Virreinato del  Río de la Plata”, Buenos Aires se constituyó en el eje de la diáspora de los pueblos del interior. La llegada de San Martín para liberar Chile y Perú fue un importantísimo logro de la modernidad, pero terminó con la estructura política y administrativa del Virreinato, una verdadera joya geopolítica y geoestratégica biselada en España. (6)
El interior del país, ante la decisión de Buenos Aires,  no se queda quieto y se convoca una nueva junta; pero el daño ya está hecho: se desata una guerra civil que dura treinta años.  Triunfan  las políticas de la gran ciudad, y Buenos Aires cobra gran impulso, años más tarde, en el espectro mundial gracias a un proyecto político de gran envergadura, moderno, ágil, dinámico, abierto: el de la generación del 80. (7)


Apoyada en Inglaterra, Buenos Aires se constituye en un foco de irradiación cultural de primer orden. Su pecado, no obstante, es el mismo que el de la Revolución de Mayo: no mira al interior del país; mira a Europa.
Buenos Aires reluce, pero la Argentina se deshace. Los dineros de la oligarquía, las ganancias cuantiosas que nacen a partir de  la venta de las carnes, cueros lanas  e insumos críticos que valora especialmente Inglaterra, permanecen  en Buenos Aires; no hay planes de desarrollo para el interior del país.  Se crea una red ferroviaria radial con eje en el puerto de Buenos Aires, desde donde se despachan los insumos a la Gran Bretaña, hacia “adentro”, como ha quedado dicho.
La  oligarquía de Buenos Aires, permanentemente articulada con los intereses ingleses, e Inglaterra misma, que compra insumos a precios que ella misma fija,  y vende lo que produce a precios en permanente alza, se enriquecen cada vez más y por igual.  Pierde la Argentina, que se descapitaliza en insumos y  deja escapar una primera ocasión de industrializar el país  tal cual hace  EEUU, cuya oligarquía sureña  cae en pedazos ante el empuje del industrialismo norteño.  María Sáenz Quesada, con motivo de los 400 años de la fundación de la ciudad escribe en La Nación (miércoles 11 de junio de 1980):   “Buenos Aires se convertía en una capital cosmopolita dueña de riquezas aparentemente inagotables. Importaba modas europeas y borraba los vestigios de la aldea de antaño: algunos conservadores lamentan el aire solemne y empacado  que los porteños estimaban oportuno asumir  en los grandes saraos  […]  Aparecían nuevas y más modernas nuevas de divertirse, entre ellas el club, de origen británico…”
Cuando Inglaterra  deja de comprar nuestros insumos –cambia de proveedor, opta por Australia- la Argentina se precipita en  una profunda crisis. (8)
La pobreza se hace con la mayoría de los argentinos. Surgen, entonces, movimientos políticos que se aprestan a revertir la situación. Las instituciones que habían regido el país a partir de los intereses de la oligarquía se popularizan y aparecen en escena partidos políticos populistas que, en mayor o menor medida, cumplen un derrotero que perdura hoy día.: La Unión Cívica Radical que logra poner en el gobierno de la nación a Hipólito Irigoyen.
La década del cuarenta del siglo pasado ha sido definitiva en este aspecto. Se apodera de la  escena política un Coronel del Ejército  que, impulsando  un movimiento nacional,  se lanza a la vida política con tres apotegmas meridianos a su proyecto nacionalista: un país “socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano”. Se trata de Juan Domingo Perón, que si bien  preside la Argentina sólo entre 1946 y 1955, y apenas dos años más en la década del setenta, ha ejercido su influencia hasta finales de siglo.
En el mundo comienza a perfilarse EEUU como potencia. Destruida Europa por la Segunda Guerra, EEUU cobra primacía y se transforma, ante la declinación del Imperio Británico, en la nueva potencia hegemónica.
Hacia allí apunta, ahora, la Argentina.

Juan Domingo Perón

Mientras tanto en la Argentina, Perón conculca todas las libertades, dando pie a que la oligarquía proceda a su destitución, militares mediante (mandó quemar edificios emblemáticos de Buenos Aires: templos católicos, el Jockey Club y su pinacoteca; amenazó con repartir alambre de fardo para colgar a la oligarquía, aclarando en el mismo acto que “por cada uno de los nuestros que caiga caerán cinco de los de ellos; cerró diarios y revistas, aplastó a los medios de comunicación imponiendo una opinión única: la del gobierno… y  sigue la lista) .
El conflicto no puede ser más grave: se sale de un dictador fascista para caer nuevamente en manos de la oligarquía “liberal”.
Un artículo aparecido en el ABC  del 30 de julio de 2003, titulado "Argentina:  un déficit de modernidad" de  Carlos A. Montaner, hace referencia al acostumbramiento del argentino a un nivel de vida que hasta la década del cincuenta respondía a hábitos de consumo y formas de vida de sociedades ricas: "[...] un argentino  de la clase media del año 1950  vivía como un europeo occidental, [...] y en muchos como un norteamericano". Agrega que "estos rasgos de comportamiento se transmiten de generación en generación [...] y que "ese argentino transmitió  a sus hijos y nietos una cosmovisión de ciudadano de primer mundo" que no condijo con la realidad que sucesivamente se fue viviendo.
Puesto así, los argentinos aparecen como un pueblo que, cuanto menos, ha eludido la realidad. Y algo de eso hay. 
La Argentina de los últimos 60 años ha vivido signada por el peronismo, un movimiento político con metas claras –un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano- pero objetivos  desencontrados. Autoritario y demagógico,  fue fascista con Perón, comunista con Cámpora, neoliberal con Menem, y social demócrata (o algo parecido) con el actual presidente Kirchner, pero insólitamente, siempre peronista*.

Una artículo en la contraportada de “El país”, fechado el 18 de octubre de 2006, apenas  a unas 24 horas de la conmemoración máxima del peronismo –el 17 de octubre de 1945- con traslado de los restos de Perón  para su “descanso definitivo” en un mausoleo que se levantó en las afueras de la Capital Federal (San Vicente) , reza en las partes que nos atañen: […] Mientras en el palco resonaban los sones de la marcha peronista (“todos unidos triunfaremos” inciso del autor)  volaban las piedras y sonaban los tiros […] mientras los justicialistas –peronistas- se peleaban con puños y palos. […]
El féretro, tras recibir el tributo de varias personalidades, entre otros del ex presidente peronista Eduardo Duhalde (el que dijo que  “los políticos de mi generación somos todos una mierda”, nuevo inciso del autor) fue subido a una cureña  y rodeado por un escuadrón de los soldados  que custodian al Presidente de la República, puso rumbo a San Vicente.

(El Presidente) Kirschner, que tenía previsto asistir a las exequias decidió  cancelar su presencia ante las imágenes que mostraban a simpatizantes peronistas abriendo fuego  contra sus compañeros. Los enfrentamientos duraron horas y se saldaron con más de medio centenar de heridos graves.” El artículo termina diciendo, poco más o menos que el peronismo es, hoy, la principal fuerza política de la Argentina.
Con Perón en el poder, la Argentina  vivió del beneficio que le deparó una Europa destrozada por la Segunda Guerra Mundial  y de la estafa a la que sometió a la clase trabajadora: la justicia de distribuir la riqueza entre los más necesitados chocaba con su incapacidad para crearla.   
Con el derrocamiento de Perón en el 55, la oligarquía  se hace con el gobierno -es decir, asume la conducción económica del país prescindiendo de la clase peronista a la que expolia y hace responsable de todos los males. "Revolución Libertadora" se llamó; su fracaso consistió en que se abstuvo de reconvertir a una Argentina que ya daba signos de atraso.

La sucede el gobierno de Arturo Frondizi.

Frondizi llevó adelante un plan de desarrollo para poner al país en órbita, es decir para poder dialogar con los grandes. Tenía muy claro lo que pasaría en el mundo a algunos años vista. Su proyecto de integración social autorizó el acuerdo al que llegó con los peronistas.  Fue un pragmático que aspiró a resolver el problema del subdesarrollo argentino apartando su derrotero de las ideologías que habían marcado la historia argentina; vio, como ningún otro antes, el desastre que se avecinaba. y se dio a una lucha que, aún a sabiendas de que podía ser estéril, sostuvo hasta el final.

He tenido el privilegio de frecuentarlo, ya alejado de la vida política. Durante casi tresaños, viernes tras viernes me hizo ver, poco más o menos, y pese al optimismo que aún brillaba en su mirada, que la Argentina estaba perdida. “Quedan poco menos de 20 años  para que termine el siglo y el problema no es su economía, ni sus instituciones, ni su Ejército, ni sus obreros... el problema de la Argentina son los argentinos que no alcanzan a ver que nos separan  años luz  de un mundo que se despega cada vez más de  sus viejos postulados. La democracia, que  se va a refugiar en esos países, será el brazo político del capital. Los países desintegrados socialmente y sin desarrollo económico no tendrán democracia. En países como el nuestro, la partidocracia se hará con las instituciones y negociará su supervivencia (la del país y la suya propia) con el poder económico”.

Su proyecto "desarrollista", que contempló la industrialización del país a partir de la explotación intensiva del petróleo, la petroquímica y el acero,  y la integración de los sectores sociales,  creó una riqueza que pronto llegó a los bolsillos de la gente.
Los militares, una vez más impulsados por la oligarquía que todavía para entonces nutría sus filas, derrocaron a Frondizi. 
Se cortó así  la primera reconversión de la Argentina desde el lejano siglo XIX, cuando la Generación del 80 la articulaba con el mundo.

El principio del fin: Onganía

Frondizi es derrocado en 1962. Poco más o menos, hacia mediados de 1965, la Argentina todavía vive del rédito de las políticas implementadas por Frondizi.
La oligarquía tiembla porque la juventud está en la calle, la lucidez se “desenclaustra”; la Argentina ya no es un tema a debatir entre “los grandes” que resolvían por todos; se multiplican las  manifestaciones de estudiantes y de jóvenes trabajadores que descubren que otra vida era posible; todo lo  invaden, todo.
Aparecen centros culturales como el San Marín, o el Di Tella, relumbra el Museo de Bellas Artes,  la universidad funciona a pleno, se crean carreras universitarias nuevas que unos pocos años antes eran apenas “materias” de carreras tradicionales; se arman tertulias espontáneamente en cafés como el “Tortoni” en Avda. de Mayo, proliferan las publicaciones, aparecen nuevos periódicos.
A los jóvenes nos habían preparado para ese mundo y, fieles a consignas que no recuerdo si reconoceríamos como unamunianas, salíamos a la calle a buscar  compañeros de lucha. Gente que estuviera dispuesta a poner en acto el cambio definitivo con inteligencia, buscando espacios de libertad para crecer en el diálogo, en el encuentro …
Las universidades y el Colegio Nacional de Buenos Aires, de donde provengo, aunque sin duda otros centros de estudios por igual- fueron semillero de un cambio que nunca se logró. Destacadas personalidades de las ciencias, de las humanidades, de las artes, del periodismo  de hoy día ya estaban en la calle entonces, luchando y luchando por el cambio. Muchos trascendieron esos años de peleas, otros quedaron en el camino.
Los menos templados, los más ansiosos, ante la resistencia que comenzaba a ofrecer el sistema, se volcaron a la subversión.  

La Argentina estaba viva. La represión también.

Así, caído Frondizi , aparece en escena,  un general invertebrado llamado Onganía, que rinde a la Nación Argentina a los pies de la Virgen de Luján y  somete a los argentinos a los designios de Adalbert Krieger Vasena, su ministro de economía. El  cometido de Vasena  es "terminar con el disparate del petróleo y el acero", como dice un Guido Di Tella de  entonces (peronista de la “primera hora”), a modo anticipatorio de lo que haría y diría (la Argentina tiene que mantener relaciones carnales con USA) 30 años después como ministro del "pelele" Menem  (ABC, Prada, Madrid, 5 de agosto de 2001). (10)
Lo  que había sido  holgura se transforma en una pesadilla. Comienza a reinar la escasez y se rompe la cadena del conocimiento. Por primera vez en la historia de la Universidad Argentina, el ejército irrumpe violentamente en sus aulas, llevándose por delante no sólo la ley sino un prestigio largamente ganado. De resultas de esta invasión, se inicia una  fuga de cerebros que no ha de cesar.

"El Chocón", (11) monumental obra hidráulica, impulsada desde principios de siglo como una fuente inacabable de energía para alimentar las soledades de la Patagonia,  comienza a trabajar para la "Gran Capital". Sus torres, otrora orientadas hacia el sur, toman otro rumbo: Buenos Aires. Ya no iluminarán el desierto “patagón”, ansioso de población: alimentarán el aire acondicionado de las oficinas de Buenos Aires, desde donde, vía telex,  la oligarquía seguirá haciendo su "diferencia" comprando petróleo y acero en el exterior (gracias a la anulación de los contratos petroleros que había firmado Frondizi -radicales mediante, siendo presidente Arturo Illia.

El "onganismo" termina en una catástrofe: un  general de la nación, por entonces Presidente de la República, Agustín  Lanusse tuvo que hacerse cargo del país ante los estragos de la “Revolución Argentina” de Onganía y no tiene más remedio que facilitar el retorno de Perón al que provocó con una prepotencia que ya se estaba haciendo carne en el Ejercito: “A perón no le da el cuero para volver”.
A la escasez y al desmoronamiento de la industria instalada durante el desarrollismo se agrega la subversión: Montoneros (Guerrilla peronista) (12) y ERPianos (Guerrilla marxista, Ejército Revolucionario del Pueblo: ERP) se hacen con la Argentina. Revientan bombas por todas partes y hay muertos por doquier.
La vuelta de Perón

La vuelta de Perón, "al que no le iba a dar el cuero" y  en la que algunos depositan alguna esperanza, agrega más desasosiego. El viejo león –apenas un componedor de situaciones dentro del sistema, jamás un revolucionario-, ahora embrujado ecologista, se ha vuelto herbívoro. El deglutidor de hierbas cumple, así, sin ningún esfuerzo, con su cometido (Humberto Eco, en su libro “Estrategia de la ilusión” alude al retorno de Perón como una imposición del poder económico transnacional  para terminar con la subversión). Perón  desautoriza a los montoneros, a los que echa de la Plaza de Mayo en memorable jornada que registra la televisión como presagio de lo que habrá de venir: una columna desafiante que se marcha de la Plaza, alejándose lentamente del lugar de privilegio que ha ocupado en la movilización, casi frente mismo al balcón –su balcón, el histórico- desde el que sigue hablando Perón detrás de una vidriera blindada.

A su muerte es sucedido por su mujer, María Estela Martínez, una pobre infeliz a la que el poder económico la lleva a las Naciones Unidas a decir lo suyo (lo del poder económico, claro, que tenía que ratificar ante el mundo lo que tenía atado con el viejo león ya muerto, en una jornada memorable que todavía recuerdo con vergüenza).

Isabelita, acaso su nombre de cabaretera, totalmente tomada por un advenedizo ignorante, un tal López Rega, cabo retirado de la Policía Federal, que desde hacía varios años venía influyendo en Perón, llegó a someterse a sesiones de espiritismo para adquirir los poderes de Eva Perón.

El peronismo luce sus mejores galas: aflora toda la mugre que subyace en sus entrañas. López Rega, miembro del gabinete de Isabel Perón (ya había sido ministro con Juan Perón), crea la TRIPLE AAA (Asociación Anticomunista Argentina, o algo así) para combatir el comunismo y sale a “cazar”  rojos.
El desmadre es total. La Argentina es  un caos: su economía a la deriva, la guerrilla a las puertas de cada casa, la educación se cae en pedazos, la justicia es una falacia y la seguridad una entelequia. Ni hablar de la salud. ¿Se puede hablar de reconversión?

A todo esto, promedia la década del setenta. La Comisión Trilateral, cuyo objetivo, para lograr hacerse con la producción y comercialización de los recursos energéticos del mundo es devastar  los fundamentos  del estado-nación (13), se pone en marcha; se fomenta la idea de “mercado común” y la política se subordina a la economía.

La última etapa militar: Videla

Nuevamente la oligarquía toma el poder impulsando a los militares a un nuevo golpe de estado. En esta ocasión aparecen en escena un ignoto general de infantería, a la sazón Comandante en Jefe del Ejército: Rafael Videla, y un "súper ministro" de economía, Martínez de Hoz, que instauran el "Proceso de Reorganización Nacional". Con el puño firme de uno y la "plata dulce" del otro (14)  vuelve la abundancia a la Argentina (y la angustia de los desaparecidos); nuevamente se hace presente la "platita" en el bolsillo. Claro que esta "abundancia", sin ningún fundamento, como no sea acabar con la Argentina en beneficio de un estado de cosas que terminará postrándola,  va horadando las arcas de la nación: cuando la echan a Isabel Martínez la deuda externa -1976- era de 5000 millones de dólares y cuando se va el "Proceso" -1983- ya ronda los 70.000 millones (Domingo Cavallo mediante, que hace su entrada triunfal en política, estatizando la deuda privada de la oligarquía argentina, que, a partir de entonces, ya pasa a ser de todos, es decir, que pasamos a pagar todos).
Es durante el Proceso que se declara la guerra a Inglaterra e invadimos Las Malvinas (Apéndice IX) La catástrofe es total. El mundo asiste perplejo a la rendición de un general argentino que, vestido de gala, recién salido de la ducha, lustroso e infatuado, entrega su sable a un triunfador general inglés vestido de fajina y embarrado.
A esta altura de los acontecimientos, perdida la Guerra de las Malvinas, el descrédito es total. Ya no hay recursos de ningún tipo y el hombre de la calle se desmorona. La Argentina está devastada afectiva, volitiva e intelectualmente. La herencia no admite reconversión alguna.
El tema es volver a respirar en libertad. Por eso se lo elige a Alfonsín. Es el que mejor representa la necesidad de cambio, de purificación del medio.
De este modo, terminado el "Proceso", volvemos nuevamente a la democracia con un iluso  que cree que va a salvar a la Argentina aumentando las cuotas de exportación de carne y de trigo. En 1983 seguimos hablando como en 1955, como si en el mundo nada hubiera cambiado. Los políticos no ven, no tienen cómo ver el mundo. No se dan cuenta de lo que efectivamente explica el artículo del ABC: la Argentina no ha reconvertido ni a su industria -que ya no la tiene- ni a sus hombres;  ni a los que se gradúan en una universidad desactualizada, caduca,  enferma en sus entrañas, una academia que ha perdido universalidad y es apenas un enseñadero, un secundario de lujo donde se ha terminado con la investigación;  ni a sus técnicos y obreros, a los que ha trasformado en sub-ocupados que viven del pelotazo diario: hoy haciendo un jardín, mañana recogiendo basura, pasado como peones de albañil.
Alfonsín se va derrotado (16) Su absurda idea de que  la  democracia es un fin en sí mismo y que su vigencia garantiza la abundancia  (“con la democracia se educa, se come y se cura...”) ha sido una ilusión, una mera ilusión perdida ante la nueva modalidad de golpe que impone la globalización: el económico. No lo lamenta nadie. Pero es que no hay remedio; la gente está harta de la inestabilidad económica, no sabe como llegar a fin de mes, el desempleo se generaliza y  la hiperinflación termina con media Argentina. Para colmo se siente traicionada por Alfonsín.
Una Semana Santa, ante un movimiento castrense lleno de exigencias reivindicativas de los militares, con más de un millón de personas en la calle que repudia el amotinamiento, Alfonsín cede a las exigencias de los amotinados y su mensaje final, después de un día de zozobra, fue simplemente  un “Felices Pascuas, la casa está en orden”.  Fue la traición más grande que podía cometer un político. Un millón de personas auto convocadas, unidas en su repudio al Proceso y a los militares es desoído en su clamor; Era gente que pedía libertad, que no quería volver a lo que habíamos dejado atrás.  
La diferencia con épocas anteriores, pese a todo,  es que ya no hay militares  que  “acudan en respuesta a los grandes intereses de la patria”; la funesta y trágica experiencia del “Proceso de Reorganización Nacional” de Videla y CIA.  espanta hasta a la oligarquía, que, según veremos, y a pesar de todo, siempre tiene resortes a su alcance.

El toque final

El Proceso de Videla  no termina con las elecciones que llevan a Alfonsín a la presidencia.  La precipitada renuncia de Alfonsín cuando aún le queda un año de mandato y la siguiente elección que “entroniza” a Menem siguen marcando la línea que había vuelto a instaurar la oligarquía. En el caso de Alfonsín “derrocándolo” por un golpe económico; en el de Menem porque su gobierno fue la continuidad exacta,  pero llevada a sus máximas consecuencias, de las políticas económicas que sustentaba la oligarquía.
A la caída de Alfonsín, desprestigiadas las FFAA, la oligarquía opta por un "pelele", el más abyecto de los advenedizos que jamás ha llegado a la Presidencia de la República: Carlos Saúl Menem. Y de su mano culmina una faena que las circunstancias históricas habían ido interrumpiendo con alguna que otra llamada a elecciones que  demoraba sus planes.
El  primer gobierno de Menem  es el dulce de la abundancia: nuevamente el argentino medio siente que vuelven las “vacas gordas”. Falto de principios, de capacidad y hasta de dignidad personal, el tal Menem adhiere a la globalización (Apéndice V) sacrificando el resto de las "Joyas de la Corona". Remata el país, regalando todo lo poco que queda. Su más fiel ejecutor: Domingo Cavallo; sus más siniestros mentores, burócratas internacionales:  Guido di Tella y Oscar Camilión; sus víctimas: los argentinos que, endeudados en dólares -hipotecas, coches y demás-, quedan atrapados en sus propias deudas. Un peso = un dólar es la trampa mortal en la que nos mete.
Luego de la Rúa, un imbécil sin límites de quien Cavallo en un alarde de agradecimiento llega a decir que será recordado como el Sarmiento del siglo XXI. Este pobre hombre  que tiene que escaparse de la  presidencia del país dejando un tendal de miserias y desengaños, precipita  un caos institucional que termina llevando a la presidencia a un tal Duhalde, dirigente peronista que en un arrebato da por terminada la paridad 1dólar   =  1 peso, dejando el tendal de empobrecidos que habían guardado  sus ahorros en el banco. 
El mundo no perdona delirios. La dirigencia argentina, que nunca ha asumido la reconversión del país –políticos, empresarios, docentes, la Iglesia, los militares- ha postergado a su ciudadanía durante 50 años, transformando a la Argentina, paradójicamente el cuarto productor de alimentos del mundo, en uno de los países más pobres de América: se mueren por enfermedades no necesariamente letales –sarampión, varicela, colitis, cólera, etc. -entre 50 y 70 niños desnutridos menores de 5 años por día.
Una Argentina exhausta, en manos de la especulación y del poder económico transnacionalizado, cierra, así,  un ciclo que había comenzado Krieger Vasena, continuado Martínez de Hoz y rematado Cavallo. Y lo cierra sin reconversión

Ya no tiene cómo salir. (Apéndice II)

No hay comentarios:

Publicar un comentario