Carlos A. Trevisi
El siguiente artículo es apenas un breve anticipo del libro "ARGENTINA ¿HASTA CUANDO?" publicado en 2010 en conmemoración del BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO.
La Generación del 80
Juan Domingo Perón
El principio del fin: Onganía
La vuelta de Perón
La última etapa militar: Videla
El toque final
Desde 1810
Contrariamente a lo que se
piensa acerca de que la influencia de España ha sido determinante de las
características que animan la forma de ser de los argentinos, fue, en verdad,
Inglaterra, la potencia que la colonizó y de la que la burguesía argentina se
enamoró. El Imperio Británico puso un sello por el que se identificó
definitivamente a toda la nación: Buenos Aires. Lo demás pasó a ser simplemente
“el resto del país”.
(5)
España había accedido a los
territorios de la actual Argentina por el norte del Virreinato del Río de la
Plata, por el Alto Perú, llegando en su ocupación hacia el sur hasta poco más
allá de Córdoba, provincia mediterránea que, al igual que Salta, y otras (todas)
más al norte, reflejan definitivamente las raíces coloniales hispánicas. Buenos
Aires, para entonces, era irrelevante a los intereses de España.
Cuando España cae bajo el
dominio de Francia, a principios del siglo IXX, el pueblo de Buenos Aires, que
ya había conocido de las penurias a las que el monopolio español sometía a la
ciudad, se levanta contra el virrey, al que despoja de su cargo, asumiendo el
poder local una junta de gobierno entre los que se encontraban los vecinos más
caracterizados de la ciudad –españoles y criollos- y que dio en llamarse
“Primera Junta de Gobierno”.
La Revolución de Mayo, que
así se denominó el movimiento, se llevó a cabo, sin embargo, sin consultar a los
pueblos del virreinato, en razón de que no había tiempo de reunirlos a todos
en consulta, según aventuró Buenos Aires. Era innegable, no obstante el
atropello, que esta decisión unipartita que tenía su fundamento en el
“negotiorun gestor” (gestor de negocios) del derecho romano, propendía a la
modernidad. Por otra parte, la ocasión era sumamente propicia: habiendo caído el
Rey de España, el Virrey había perdido mandato.
A partir de esa decisión, si
bien se llega en 1816 a declarar la independencia de las “Provincias Unidas del
Virreinato del Río de la Plata”, Buenos Aires se constituyó en el eje de la
diáspora de los pueblos del interior. La llegada de San Martín para liberar
Chile y Perú fue un importantísimo logro de la modernidad, pero terminó con la
estructura política y administrativa del Virreinato, una verdadera joya
geopolítica y geoestratégica biselada en España.
(6)
El interior del país, ante
la decisión de Buenos Aires, no se queda quieto y se convoca una nueva junta;
pero el daño ya está hecho: se desata una guerra civil que dura treinta años.
Triunfan las políticas de la gran ciudad, y Buenos Aires cobra gran impulso,
años más tarde, en el espectro mundial gracias a un proyecto político de gran
envergadura, moderno, ágil, dinámico, abierto: el de la generación del 80.
(7)
Apoyada en Inglaterra,
Buenos Aires se constituye en un foco de irradiación cultural de primer orden.
Su pecado, no obstante, es el mismo que el de la Revolución de Mayo: no mira al
interior del país; mira a Europa.
Buenos Aires reluce, pero la
Argentina se deshace. Los dineros de la oligarquía, las ganancias cuantiosas que
nacen a partir de la venta de las carnes, cueros lanas e insumos críticos que
valora especialmente Inglaterra, permanecen en Buenos Aires; no hay planes de
desarrollo para el interior del país. Se crea una red ferroviaria radial con
eje en el puerto de Buenos Aires, desde donde se despachan los insumos a la Gran
Bretaña, hacia “adentro”, como ha quedado dicho.
La oligarquía de Buenos
Aires, permanentemente articulada con los intereses ingleses, e Inglaterra
misma, que compra insumos a precios que ella misma fija, y vende lo que produce
a precios en permanente alza, se enriquecen cada vez más y por igual. Pierde la
Argentina, que se descapitaliza en insumos y deja escapar una primera ocasión
de industrializar el país tal cual hace EEUU, cuya oligarquía sureña cae en
pedazos ante el empuje del industrialismo norteño. María Sáenz Quesada, con
motivo de los 400 años de la fundación de la ciudad escribe en La Nación
(miércoles 11 de junio de 1980): “Buenos Aires se convertía en una capital
cosmopolita dueña de riquezas aparentemente inagotables. Importaba modas
europeas y borraba los vestigios de la aldea de antaño: algunos conservadores
lamentan el aire solemne y empacado que los porteños estimaban oportuno asumir
en los grandes saraos […] Aparecían nuevas y más modernas nuevas de
divertirse, entre ellas el club, de origen británico…”
Cuando Inglaterra deja de
comprar nuestros insumos –cambia de proveedor, opta por Australia- la Argentina
se precipita en una profunda crisis.
(8)
La pobreza se hace con la
mayoría de los argentinos. Surgen, entonces, movimientos políticos que se
aprestan a revertir la situación. Las instituciones que habían regido el país a
partir de los intereses de la oligarquía se popularizan y aparecen en escena
partidos políticos populistas que, en mayor o menor medida, cumplen un derrotero
que perdura hoy día.: La Unión Cívica Radical que logra poner en el gobierno de
la nación a Hipólito Irigoyen.
La década del cuarenta del
siglo pasado ha sido definitiva en este aspecto. Se apodera de la escena
política un Coronel del Ejército que, impulsando un movimiento nacional, se
lanza a la vida política con tres apotegmas meridianos a su proyecto
nacionalista: un país “socialmente justo, económicamente libre y políticamente
soberano”. Se trata de Juan Domingo Perón, que si bien preside la Argentina
sólo entre 1946 y 1955, y apenas dos años más en la década del setenta, ha
ejercido su influencia hasta finales de siglo.
En el mundo comienza a
perfilarse EEUU como potencia. Destruida Europa por la Segunda Guerra, EEUU
cobra primacía y se transforma, ante la declinación del Imperio Británico, en la
nueva potencia hegemónica.
Hacia allí apunta, ahora, la
Argentina.
Juan Domingo Perón
Mientras tanto en la
Argentina, Perón conculca todas las libertades, dando pie a que la oligarquía
proceda a su destitución, militares mediante (mandó quemar edificios
emblemáticos de Buenos Aires: templos católicos, el Jockey Club y su pinacoteca;
amenazó con repartir alambre de fardo para colgar a la oligarquía, aclarando en
el mismo acto que “por cada uno de los nuestros que caiga caerán cinco de los de
ellos; cerró diarios y revistas, aplastó a los medios de comunicación imponiendo
una opinión única: la del gobierno… y sigue la lista) .
El conflicto no puede ser
más grave: se sale de un dictador fascista para caer nuevamente en manos de la
oligarquía “liberal”.
Un artículo aparecido en el
ABC del 30 de julio de 2003, titulado "Argentina: un déficit de modernidad"
de Carlos A. Montaner, hace referencia al acostumbramiento del argentino a un
nivel de vida que hasta la década del cincuenta respondía a hábitos de consumo y
formas de vida de sociedades ricas: "[...] un argentino de la clase media del
año 1950 vivía como un europeo occidental, [...] y en muchos como un
norteamericano". Agrega que "estos rasgos de comportamiento se transmiten de
generación en generación [...] y que "ese argentino transmitió a sus hijos y
nietos una cosmovisión de ciudadano de primer mundo" que no condijo con la
realidad que sucesivamente se fue viviendo.
Puesto así, los argentinos
aparecen como un pueblo que, cuanto menos, ha eludido la realidad. Y algo de eso
hay.
La Argentina de los últimos
60 años ha vivido signada por el peronismo, un movimiento político con metas
claras –un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente
soberano- pero objetivos desencontrados. Autoritario y demagógico, fue
fascista con Perón, comunista con Cámpora, neoliberal con Menem, y social
demócrata (o algo parecido) con el actual presidente Kirchner, pero
insólitamente, siempre peronista*.
Una artículo en la
contraportada de “El país”, fechado el 18 de octubre de 2006, apenas a unas 24
horas de la conmemoración máxima del peronismo –el 17 de octubre de 1945- con
traslado de los restos de Perón para su “descanso definitivo” en un mausoleo
que se levantó en las afueras de la Capital Federal (San Vicente) , reza en las
partes que nos atañen: […] Mientras en el palco resonaban los sones de la marcha
peronista (“todos unidos triunfaremos” inciso del autor) volaban las piedras y
sonaban los tiros […] mientras los justicialistas –peronistas- se peleaban con
puños y palos. […]
El féretro, tras recibir el
tributo de varias personalidades, entre otros del ex presidente peronista
Eduardo Duhalde (el que dijo que “los políticos de mi generación somos todos
una mierda”, nuevo inciso del autor) fue subido a una cureña y rodeado por un
escuadrón de los soldados que custodian al Presidente de la República, puso
rumbo a San Vicente.
(El Presidente) Kirschner,
que tenía previsto asistir a las exequias decidió cancelar su presencia ante
las imágenes que mostraban a simpatizantes peronistas abriendo fuego contra sus
compañeros. Los enfrentamientos duraron horas y se saldaron con más de medio
centenar de heridos graves.” El artículo termina diciendo, poco más o menos que
el peronismo es, hoy, la principal fuerza política de la Argentina.
Con Perón en el poder, la
Argentina vivió del beneficio que le deparó una Europa destrozada por la
Segunda Guerra Mundial y de la estafa a la que sometió a la clase trabajadora:
la justicia de distribuir la riqueza entre los más necesitados chocaba con su
incapacidad para crearla.
Con el derrocamiento de
Perón en el 55, la oligarquía se hace con el gobierno -es decir, asume la
conducción económica del país prescindiendo de la clase peronista a la que
expolia y hace responsable de todos los males. "Revolución Libertadora" se
llamó; su fracaso consistió en que se abstuvo de reconvertir a una Argentina que
ya daba signos de atraso.
La sucede el gobierno de
Arturo Frondizi.
Frondizi llevó adelante un
plan de desarrollo para poner al país en órbita, es decir para poder dialogar
con los grandes. Tenía muy claro lo que pasaría en el mundo a algunos años
vista. Su proyecto de integración social autorizó el acuerdo al que llegó con
los peronistas. Fue un pragmático que aspiró a resolver el problema del
subdesarrollo argentino apartando su derrotero de las ideologías que habían
marcado la historia argentina; vio, como ningún otro antes, el desastre que se
avecinaba. y se dio a una lucha que, aún a sabiendas de que podía ser estéril,
sostuvo hasta el final.
He tenido el privilegio de
frecuentarlo, ya alejado de la vida política. Durante casi tresaños, viernes
tras viernes me hizo ver, poco más o menos, y pese al optimismo que aún brillaba
en su mirada, que la Argentina estaba perdida. “Quedan poco menos de 20 años
para que termine el siglo y el problema no es su economía, ni sus instituciones,
ni su Ejército, ni sus obreros... el problema de la Argentina son los argentinos
que no alcanzan a ver que nos separan años luz de un mundo que se despega cada
vez más de sus viejos postulados. La democracia, que se va a refugiar en esos
países, será el brazo político del capital. Los países desintegrados socialmente
y sin desarrollo económico no tendrán democracia. En países como el nuestro, la
partidocracia se hará con las instituciones y negociará su supervivencia (la del
país y la suya propia) con el poder económico”.
Su proyecto "desarrollista",
que contempló la industrialización del país a partir de la explotación intensiva
del petróleo, la petroquímica y el acero, y la integración de los sectores
sociales, creó una riqueza que pronto llegó a los bolsillos de la gente.
Los militares, una vez más
impulsados por la oligarquía que todavía para entonces nutría sus filas,
derrocaron a Frondizi.
Se cortó así la primera
reconversión de la Argentina desde el lejano siglo XIX, cuando la Generación del
80 la articulaba con el mundo.
El principio del fin:
Onganía
Frondizi es derrocado en
1962. Poco más o menos, hacia mediados de 1965, la Argentina todavía vive del
rédito de las políticas implementadas por Frondizi.
La oligarquía tiembla porque
la juventud está en la calle, la lucidez se “desenclaustra”; la Argentina ya no
es un tema a debatir entre “los grandes” que resolvían por todos; se multiplican
las manifestaciones de estudiantes y de jóvenes trabajadores que descubren que
otra vida era posible; todo lo invaden, todo.
Aparecen centros culturales
como el San Marín, o el Di Tella, relumbra el Museo de Bellas Artes, la
universidad funciona a pleno, se crean carreras universitarias nuevas que unos
pocos años antes eran apenas “materias” de carreras tradicionales; se arman
tertulias espontáneamente en cafés como el “Tortoni” en Avda. de Mayo,
proliferan las publicaciones, aparecen nuevos periódicos.
A los jóvenes nos habían
preparado para ese mundo y, fieles a consignas que no recuerdo si reconoceríamos
como unamunianas, salíamos a la calle a buscar compañeros de lucha. Gente que
estuviera dispuesta a poner en acto el cambio definitivo con inteligencia,
buscando espacios de libertad para crecer en el diálogo, en el encuentro …
Las universidades y el
Colegio Nacional de Buenos Aires, de donde provengo, aunque sin duda otros
centros de estudios por igual- fueron semillero de un cambio que nunca se logró.
Destacadas personalidades de las ciencias, de las humanidades, de las artes, del
periodismo de hoy día ya estaban en la calle entonces, luchando y luchando por
el cambio. Muchos trascendieron esos años de peleas, otros quedaron en el
camino.
Los menos templados, los más
ansiosos, ante la resistencia que comenzaba a ofrecer el sistema, se volcaron a
la subversión.
La Argentina estaba viva.
La represión también.
Así, caído Frondizi ,
aparece en escena, un general invertebrado llamado Onganía, que rinde a la
Nación Argentina a los pies de la Virgen de Luján y somete a los argentinos a
los designios de Adalbert Krieger Vasena, su ministro de economía. El cometido
de Vasena es "terminar con el disparate del petróleo y el acero", como dice un
Guido Di Tella de entonces (peronista de la “primera hora”), a modo
anticipatorio de lo que haría y diría (la Argentina tiene que mantener
relaciones carnales con USA) 30 años después como ministro del "pelele" Menem
(ABC, Prada, Madrid, 5 de agosto de 2001).
(10)
Lo que había sido holgura
se transforma en una pesadilla. Comienza a reinar la escasez y se rompe la
cadena del conocimiento. Por primera vez en la historia de la Universidad
Argentina, el ejército irrumpe violentamente en sus aulas, llevándose por
delante no sólo la ley sino un prestigio largamente ganado. De resultas de esta
invasión, se inicia una fuga de cerebros que no ha de cesar.
"El Chocón",
(11) monumental obra hidráulica, impulsada desde
principios de siglo como una fuente inacabable de energía para alimentar las
soledades de la Patagonia, comienza a trabajar para la "Gran Capital". Sus
torres, otrora orientadas hacia el sur, toman otro rumbo: Buenos Aires. Ya no
iluminarán el desierto “patagón”, ansioso de población: alimentarán el aire
acondicionado de las oficinas de Buenos Aires, desde donde, vía telex, la
oligarquía seguirá haciendo su "diferencia" comprando petróleo y acero en el
exterior (gracias a la anulación de los contratos petroleros que había firmado
Frondizi -radicales mediante, siendo presidente Arturo Illia.
El "onganismo" termina en
una catástrofe: un general de la nación, por entonces Presidente de la
República, Agustín Lanusse tuvo que hacerse cargo del país ante los estragos de
la “Revolución Argentina” de Onganía y no tiene más remedio que facilitar el
retorno de Perón al que provocó con una prepotencia que ya se estaba haciendo
carne en el Ejercito: “A perón no le da el cuero para volver”.
A la escasez y al
desmoronamiento de la industria instalada durante el desarrollismo se agrega la
subversión: Montoneros (Guerrilla peronista)
(12) y ERPianos (Guerrilla marxista, Ejército Revolucionario del Pueblo:
ERP) se hacen con la Argentina. Revientan bombas por todas partes y hay
muertos por doquier.
La vuelta de Perón
La vuelta de Perón, "al que
no le iba a dar el cuero" y en la que algunos depositan alguna esperanza, agrega
más desasosiego. El viejo león –apenas un componedor de situaciones dentro del
sistema, jamás un revolucionario-, ahora embrujado ecologista, se ha vuelto
herbívoro. El deglutidor de hierbas cumple, así, sin ningún esfuerzo, con su
cometido (Humberto Eco, en su libro “Estrategia de la ilusión” alude al retorno
de Perón como una imposición del poder económico transnacional para terminar
con la subversión). Perón desautoriza a los montoneros, a los que echa de la
Plaza de Mayo en memorable jornada que registra la televisión como presagio de
lo que habrá de venir: una columna desafiante que se marcha de la Plaza,
alejándose lentamente del lugar de privilegio que ha ocupado en la movilización,
casi frente mismo al balcón –su balcón, el histórico- desde el que sigue
hablando Perón detrás de una vidriera blindada.
A su muerte es sucedido por
su mujer, María Estela Martínez, una pobre infeliz a la que el poder económico
la lleva a las Naciones Unidas a decir lo suyo (lo del poder económico, claro,
que tenía que ratificar ante el mundo lo que tenía atado con el viejo león ya
muerto, en una jornada memorable que todavía recuerdo con vergüenza).
Isabelita, acaso su nombre
de cabaretera, totalmente tomada por un advenedizo ignorante, un tal López Rega,
cabo retirado de la Policía Federal, que desde hacía varios años venía
influyendo en Perón, llegó a someterse a sesiones de espiritismo para adquirir
los poderes de Eva Perón.
El peronismo luce sus
mejores galas: aflora toda la mugre que subyace en sus entrañas. López Rega,
miembro del gabinete de Isabel Perón (ya había sido ministro con Juan Perón),
crea la TRIPLE AAA (Asociación Anticomunista Argentina, o algo así) para
combatir el comunismo y sale a “cazar” rojos.
El desmadre es total. La Argentina es un caos:
su economía a la deriva, la guerrilla a las puertas de cada casa, la educación
se cae en pedazos, la justicia es una falacia y la seguridad una entelequia. Ni
hablar de la salud. ¿Se puede hablar de reconversión?
A todo esto, promedia la
década del setenta. La Comisión Trilateral, cuyo objetivo, para lograr hacerse
con la producción y comercialización de los recursos energéticos del mundo es
devastar los fundamentos del estado-nación
(13),
se pone en marcha; se fomenta la idea de “mercado común” y la política se
subordina a la economía.
La última etapa militar:
Videla
Nuevamente la oligarquía
toma el poder impulsando a los militares a un nuevo golpe de estado. En esta
ocasión aparecen en escena un ignoto general de infantería, a la sazón
Comandante en Jefe del Ejército: Rafael Videla, y un "súper ministro" de
economía, Martínez de Hoz, que instauran el "Proceso de Reorganización
Nacional". Con el puño firme de uno y la "plata dulce" del otro
(14) vuelve la abundancia a la Argentina (y la
angustia de los desaparecidos); nuevamente se hace presente la "platita" en el
bolsillo. Claro que esta "abundancia", sin ningún fundamento, como no sea acabar
con la Argentina en beneficio de un estado de cosas que terminará postrándola,
va horadando las arcas de la nación: cuando la echan a Isabel Martínez la deuda
externa -1976- era de 5000 millones de dólares y cuando se va el "Proceso"
-1983- ya ronda los 70.000 millones (Domingo Cavallo mediante, que hace su
entrada triunfal en política, estatizando la deuda privada de la oligarquía
argentina, que, a partir de entonces, ya pasa a ser de todos, es decir, que
pasamos a pagar todos).
Es durante el Proceso que se
declara la guerra a Inglaterra e invadimos Las Malvinas
(Apéndice IX)
La catástrofe es total. El mundo asiste perplejo a la rendición de
un general argentino que, vestido de gala, recién salido de la ducha, lustroso e
infatuado, entrega su sable a un triunfador general inglés vestido de fajina y
embarrado.
A esta altura de los
acontecimientos, perdida la Guerra de las Malvinas, el descrédito es total. Ya
no hay recursos de ningún tipo y el hombre de la calle se desmorona. La
Argentina está devastada afectiva, volitiva e intelectualmente. La herencia no
admite reconversión alguna.
El tema es volver a respirar
en libertad. Por eso se lo elige a Alfonsín. Es el que mejor representa la
necesidad de cambio, de purificación del medio.
De este modo, terminado el
"Proceso", volvemos nuevamente a la democracia con un iluso que cree que va a
salvar a la Argentina aumentando las cuotas de exportación de carne y de trigo.
En 1983 seguimos hablando como en 1955, como si en el mundo nada hubiera
cambiado. Los políticos no ven, no tienen cómo ver el mundo. No se dan cuenta de
lo que efectivamente explica el artículo del ABC: la Argentina no ha
reconvertido ni a su industria -que ya no la tiene- ni a sus hombres; ni a los
que se gradúan en una universidad desactualizada, caduca, enferma en sus
entrañas, una academia que ha perdido universalidad y es apenas un enseñadero,
un secundario de lujo donde se ha terminado con la investigación; ni a sus
técnicos y obreros, a los que ha trasformado en sub-ocupados que viven del
pelotazo diario: hoy haciendo un jardín, mañana recogiendo basura, pasado como
peones de albañil.
Alfonsín se va derrotado
(16) Su absurda idea de que la democracia es
un fin en sí mismo y que su vigencia garantiza la abundancia (“con la
democracia se educa, se come y se cura...”) ha sido una ilusión, una mera
ilusión perdida ante la nueva modalidad de golpe que impone la globalización: el
económico. No lo lamenta nadie. Pero es que no hay remedio; la gente está harta
de la inestabilidad económica, no sabe como llegar a fin de mes, el desempleo se
generaliza y la hiperinflación termina con media Argentina. Para colmo se
siente traicionada por Alfonsín.
Una Semana Santa, ante un
movimiento castrense lleno de exigencias reivindicativas de los militares, con
más de un millón de personas en la calle que repudia el amotinamiento, Alfonsín
cede a las exigencias de los amotinados y su mensaje final, después de un día de
zozobra, fue simplemente un “Felices Pascuas, la casa está en orden”. Fue la
traición más grande que podía cometer un político. Un millón de personas auto
convocadas, unidas en su repudio al Proceso y a los militares es desoído en su
clamor; Era gente que pedía libertad, que no quería volver a lo que habíamos
dejado atrás.
La diferencia con épocas
anteriores, pese a todo, es que ya no hay militares que “acudan en respuesta
a los grandes intereses de la patria”; la funesta y trágica experiencia del
“Proceso de Reorganización Nacional” de Videla y CIA. espanta hasta a la
oligarquía, que, según veremos, y a pesar de todo, siempre tiene resortes a su
alcance.
El toque final
El Proceso de Videla no
termina con las elecciones que llevan a Alfonsín a la presidencia. La
precipitada renuncia de Alfonsín cuando aún le queda un año de mandato y la
siguiente elección que “entroniza” a Menem siguen marcando la línea que había
vuelto a instaurar la oligarquía. En el caso de Alfonsín “derrocándolo” por un
golpe económico; en el de Menem porque su gobierno fue la continuidad exacta,
pero llevada a sus máximas consecuencias, de las políticas económicas que
sustentaba la oligarquía.
A la caída de Alfonsín,
desprestigiadas las FFAA, la oligarquía opta por un "pelele", el más abyecto de
los advenedizos que jamás ha llegado a la Presidencia de la República: Carlos
Saúl Menem. Y de su mano culmina una faena que las circunstancias históricas
habían ido interrumpiendo con alguna que otra llamada a elecciones que demoraba
sus planes.
El primer gobierno de
Menem es el dulce de la abundancia: nuevamente el argentino medio siente que
vuelven las “vacas gordas”. Falto de principios, de capacidad y hasta de
dignidad personal, el tal Menem adhiere a la globalización
(Apéndice V)
sacrificando el resto de las "Joyas de la
Corona". Remata el país, regalando todo lo poco que queda. Su más fiel ejecutor:
Domingo Cavallo; sus más siniestros mentores, burócratas internacionales: Guido
di Tella y Oscar Camilión; sus víctimas: los argentinos que, endeudados en
dólares -hipotecas, coches y demás-, quedan atrapados en sus propias deudas. Un
peso = un dólar es la trampa mortal en la que nos mete.
Luego de la Rúa, un imbécil
sin límites de quien Cavallo en un alarde de agradecimiento llega a decir que
será recordado como el Sarmiento del siglo XXI. Este pobre hombre que tiene que
escaparse de la presidencia del país dejando un tendal de miserias y
desengaños, precipita un caos institucional que termina llevando a la
presidencia a un tal Duhalde, dirigente peronista que en un arrebato da por
terminada la paridad 1dólar = 1 peso, dejando el tendal de empobrecidos que
habían guardado sus ahorros en el banco.
El mundo no perdona
delirios. La dirigencia argentina, que nunca ha asumido la reconversión del país
–políticos, empresarios, docentes, la Iglesia, los militares- ha postergado a su
ciudadanía durante 50 años, transformando a la Argentina, paradójicamente el
cuarto productor de alimentos del mundo, en uno de los países más pobres de
América: se mueren por enfermedades no necesariamente letales –sarampión,
varicela, colitis, cólera, etc. -entre 50 y 70 niños desnutridos menores
de 5 años por día.
Una Argentina exhausta, en
manos de la especulación y del poder económico transnacionalizado, cierra, así,
un ciclo que había comenzado Krieger Vasena, continuado Martínez de Hoz y
rematado Cavallo. Y lo cierra sin reconversión
Ya no tiene cómo salir.
(Apéndice II)
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