lunes, 18 de julio de 2016

LA LECCIÓN DE NIZA

La lección de Niza

La batalla de Argel en Niza. Aquella excelente película de Pontecorvo, sobre la matanza indiscriminada de franceses por los nacionalistas argelinos laicos, revive hoy en la masacre indiscriminada de franceses por los terroristas islámicos, en la Promenade des Anglais. El terror de ayer en la bahía de la capital argelina es similar al de hoy en la capital de la Costa Azul. Mismas causas, mismos efectos. Los nietos de aquellos harkis, que colaboraron con el general Massu en la batalla de Argel, se revuelven ahora contra París. Francois Hollande, que no vaciló en apoyar al ISIS en su intento de derrocar al régimen de Asad, apela estos días al combate contra el grupo radical islámico.1 comentario
Nada más lógico y necesario que la solidaridad policial. España es uno de los países con mayor experiencia antiterrorista. Más de medio siglo desentrañando la madeja asesina de ETA, hasta lograr desarticularla políticamente, han generado suficiente masa gris para abordar la muy grave amenaza del yihadismo. En este sentido contamos con unas Fuerzas de Seguridad del Estado que  muy escasas naciones poseen. Precisamente por ello, saben que un problema policial, como es el terrorismo, nunca debe ser abordado desde el ángulo militar. Bombardear países, invadir territorios, decretar estados de excepción, apoyar golpes de estado victoriosos en Argelia y Egipto o fallidos en Turquía son iniciativas, al margen de la barbarie que suponen, de muy dudosa o nula eficacia.
Por mucho que escondan sus acciones bajo grandes conceptos abstractos -la defensa de Occidente, la democracia o la libertad-, las sucesivas intervenciones neocoloniales de Paris y Londres en Oriente Medio y Norte de Africa son bastante ajenas a esas proclamaciones y, sobre todo, no responden a los intereses de España. Madrid es solidario en lo que se refiere a las víctimas, pero no puede ni debe serlo en apoyar las políticas de guerra. Es una constante en la política exterior de estas dos ex-potencias coloniales, desde que dejaron de serlo, la injerencia abierta o soterrada en ambas zonas conflictivas. Hasta el punto de que incluso Estados Unidos tuvo que detener aquella gran invasión anglofrancesa de Egipto, cuando el coronel Nasser nacionalizó el canal de Suez .
Asombra  que España vuelva a revivir en el siglo XXI el escenario político, social y mediático que vivió bajo el siglo XIX, donde los distintos gobiernos de Madrid se diferenciaban además por su mayor o menor atención en seguir los dictados de las embajadas de Paris o Londres. Lo cual es bastante visible en los comentarios de influyentes círculos de opinión, o fundaciones muy próximas al bipartidismo. Como el personaje de Molière, se expresan en francés y en inglés,sin saberlo; nunca como españoles. Eso sí, bien recubiertos bajo el velo del euroilusionismo de Angela Merkel o el socialconialismo de Francois Hollande.
Sería necesario recuperar  conceptos básicos, como el de la Defensa Nacional, en un mundo sometido a ese implacable gran juego de las grandes potencias. En vísperas de lo que ya se anuncia como una próxima intervención en Libia, al otro lado del Mediterráneo, España debería contar con sus propios medios defensivos, ya que la OTAN no nos cubre militarmente ni en las islas Canarias, ni en Melilla y Ceuta, y, por supuesto, no lo hace en Gibraltar. La apuesta de Adolfo Suárez y de Felipe González, al reducir el servicio militar obligatorio y, finalmente la decisión de José María Aznar, suprimiéndolo, dejaron una España sin apenas defensa. El electoralismo  de estos líderes políticos es estos días un enorme boquete en la capacidad defensiva del Estado español. No es extraño que  Josep Borrel haya planteado una autocrítica.
La correlación de fuerzas a nivel nacional e internacional, reflejada en los leoninos compromisos heredados desde 1939, nos impide incorporar a la Constitución de 1978 aquel artículo constitucional republicano por el que “España renuncia a la guerra como instrumento de política exterior”. Que no sea posible, no quiere decir lo contrario, que nos metamos en las guerras ajenas, y que, por lo tanto, nos sumemos, como José María Aznar, a las graves iniciativas bélicas de las grandes potencias arropadas bajo el manto de la mentira. No se olvide que el general De Gaulle, llegado el momento, supo  retirarse de la OTAN. No hace falta llegar a tanto, pero convendría un mínimo de dignidad nacional.

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