Por Amador Fernández
Savater
Para plantear esta
pequeña reflexión sobre las relaciones entre verdad penal y verdad(es)
social(es) partimos de tres juicios muy recientes: Génova, 11-M y el 18/98.
Génova
Acaba de hacerse
pública la sentencia del proceso judicial que se desarrollaba contra 25
personas acusadas principalmente de “saqueo y devastación” en las protestas
contra el G-8 en Génova en 2001. Mientras se archiva la causa por el asesinato
de Carlo Giuliani, esta vez las penas ascienden a 102 años.
De la sentencia se
desprende que la represión policial fue una respuesta a la violencia ejercida
por los manifestantes en la calle, cuando en realidad Génova padeció durante
tres días un auténtico estado de excepción en el que se atacó brutalmente a
todos los manifestantes, incluido al más piadoso seguidor de Gandhi. El
objetivo era cortar de raíz la acumulación de potencia política que empezó en
Seattle e iba de contracumbre en contracumbre. ¿El precio? 250 detenidos, 1.000
heridos, varias docenas de personas vejadas y torturadas en comisaría.
Las redes sociales y
políticas presentes en Génova se han reactivado para denunciar la reescritura
judicial de la Historia. Miles de testimonios, imágenes, reflexiones y relatos
de viva voz no sólo transmiten la verdad de lo sucedido en las calles y comisarías,
sino que mantienen vivo el recuerdo de lo que se quiso destruir: un movimiento
muy plural pero articulado, con gran capacidad de contaminación social, creador
de otras maneras de estar en la calle, otras estéticas y otros lenguajes, y que
trataba de escapar por la tangente de cualquier escenario en el que lo
“militar” predominase sobre lo político.
La sentencia
judicial es una mentira que querría borrar nuestra experiencia directa,
convertir a miles de manifestantes en violentos descerebrados, suscitar en cada
uno vergüenza y culpabilidad por lo que hizo. Por eso la verdad social lucha
contra ella.
11-M
Hannah Arendt decía
que el castigo no restaura la justicia, pero que su inexistencia nos sume en
una indignidad peor. Pienso que así es en el caso del 11-M: la impunidad sería
lo insoportable mismo. Pero la justicia a la que se refiere Arendt pasa más bien
por comprender qué sucedió, hacerse cargo y luchar para que no se repita. En
ese sentido, aquí la verdad penal no es una mentira, pero tampoco contribuye en
gran medida a la justicia. Es una verdad estrecha o incompleta.
¡Y sin embargo la
pena ha sido el único horizonte de discusión pública! Sin ninguna resistencia,
se han impuesto desde arriba los términos en que había que interpretar el
juicio: inocentes o culpables. Versión oficial contra teoría de la
conspiración. Otras lecturas han brillado por su ausencia, aunque había muchos
elementos que podían habernos dado que pensar *como sociedad*: ¿por qué fue tan
fácil conseguir dinamita? ¿Sigue siendo así? ¿La promiscuidad
policía-confidentes contribuye a nuestra seguridad? Más allá de la
responsabilidad *penal* de los autores materiales, ¿tienen alguna
responsabilidad *social* los políticos que decidieron embarcarnos en la guerra
de Irak? Etc. La delegación de la sociedad en el sistema jurídico ha sido
paralela a la delegación de la sociedad en el sistema de partidos que
caracteriza la etapa ZP.
¿Se han alimentado
precisamente de ese vacío los Peones Negros y demás conspiranoicos? En su
interpretación, los “agujeros negros” que podían suscitar interrogantes sobre
nuestro funcionamiento social se zurcen bajo el patrón de una teoría total: la
conspiración. Las preguntas posibles a elaborar (¿qué pasó el 11-M? ¿qué puede
hacerse para que no se repita? ¿qué significa una memoria viva del
acontecimiento?) tienen ya una respuesta que pasa por abatir a ZP. Se trata de
una verdad completamente instrumental que no abre sino que cierra el tablero de
ajedrez que nos ahoga: las dos Españas, la lógica política de bandos, etc. Sin
embargo, nos gusten o no, los Peones Negros han elaborado un sentido al 11-M,
ofrecen hoy una lucha y una forma de fidelidad activa y pública a la memoria de
las víctimas. De ahí su fuerza, que ninguna sentencia va a erosionar.
18/98
Por último, el
18/98. ¿Se está construyendo un Derecho a la medida del que manda, el Derecho
penal de autor, mediante el cual uno es juzgado por lo que es (islamista,
abertzale, etc.) y ya no por lo que hace? ¿O bien redefine la organización en
red del terrorismo los límites, los contornos y los entornos de las
responsabilidades penales? Ciertamente, este juicio replantea mil preguntas
decisivas sobre el espacio garantista del Derecho en nuestra época.
Pero entonces, ¿a
favor o en contra el 18/98? Ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario. Es
decir, los aspectos judiciales han ocupado de nuevo todo el espacio de la
reflexión social, cuando lo que este juicio cuestiona radicalmente es la misma
existencia de la justicia como espacio puro, cerrado, neutral. Salta a la vista
que la sentencia es parte activa de un clima político. Entonces, entre los que
tienen claro que “todo es ETA” y los que tienen claro que “avanza el fascismo”,
¿hay alguna verdad social que pueda contribuir a agujerear ese clima en lugar
de confirmarlo? Como en el caso del 11-M y a diferencia de Génova, no se trata
de reactivar una verdad social ya existente, sino de crearla. Ahí está la
verdadera dificultad.
Jean Baudrillard
explica que en la lucha contra el terrorismo, *la misma sociedad es un rehén*.
Espectador pasivo de su suerte, “representado” por unos o por otros, el rehén
es la figura de la imposibilidad de la acción (esto es, de la política). Su
existencia depende de un juego de manipulaciones y cálculos de poder entre
agentes indiferentes a su destino y en los que él no puede intervenir. Como hoy
todos somos rehenes, no hay quien pueda pagar nuestro rescate: sólo podemos
liberarnos nosotros mismos. La verdad social es la toma de palabra desde abajo
que nos pone de pie. No se alista en el bando de tal o cual captor, sino que
denuncia y desbarata la misma situación de chantaje: desafía el secuestro de la
política.
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