jueves, 26 de marzo de 2015

LOS JÓVENES Y LA CRISIS

por Carlos A. Trevisi

Existe en cada hombre un afán de superación que lo va empujando a cambiar sus circunstancias.  Este afán de cambio, que parece ser la norma general,  va  atenuándose con el tiempo.  Buena parte   se podrá atribuir a los sucesivos  fracasos que padecemos en el intento, generalmente atribuibles a un mal manejo de las variables,  pero en general, a la luz  de experiencias propias y ajenas en el mismo sentido, he comprobado  que se debe, sobre todo, a que lo intentamos desde fuera del sistema cuyos contenidos  aspiramos a cambiar.
El secreto consiste en tener muy claro qué queremos lograr, el ámbito dónde  se puede llevar a cabo y con quién. La experiencia me dice que los “contenidos” no pueden ser expuestos linealmente, que es cómo en verdad procede el sistema cuando los pone en marcha. Es así como no podemos apreciarlos en su totalidad:  perdemos de vista  los contenidos periféricos  que son el marco  de referencia al que hay que remitirse para  entender el contenido principal. 
Uno no puede cambiar la historia, pero si jerarquizar su interpretación estudiando su causalidad sobre el momento que nos toca vivir. Así, ampliaremos el entorno de las circunstancias en las que nos movemos. Cuanto más amplio sea ese entorno, más rica la comprensión de la realidad. 
La tecnología ha dado lugar a un nuevo mundo signado por el sinceramiento al que han empujado la precisión y la velocidad con que se producen los acontecimientos. Basta con un móvil de última generación, un e-book o una tablet que aquélla ha puesto al alcance de cualquiera para que asumamos que es así. Lo que no alcanzamos a ver es que nuestras vidas, todavía ancladas en hipotecas a 30 años, en la dependencia que tenemos para con los bancos, un afán de seguridad que nos paraliza o el casamiento por iglesia han llegado a su fin. Los jóvenes nos dan prueba de ello. Lo más interesante de todo es que pareciera que se han hecho al cambio sin ruido.
Las exigencias ("escandaletes" , para los que están bien acomodados) del 15 M o de la "Spanish Revolution" están lejos de ser aquellas apuestas por un cambio radical que reiniciaban una nueva vida de un momento para el otro. El cambio no lo hemos operado los hombres. La tecnología se ha independizado de nuestra voluntad y los activa sin nuestra intervención. Los jóvenes simplemente nos alertan del cambio y adhieren. Acaso sea la primera vez en la historia que el hombre toma conciencia de lo que ha creado: su creación llega a todos y a todas partes.
Nuestros jóvenes han visto la realidad desde la realidad misma y lo que han visto no les ha parecido mal. Generosamente nos dicen que se ha acabado la parálisis a las que nos tiene aún sometido el poder de unos pocos que todavía no han visto que las cosas están cambiando y que por más que renieguen de la "intrascendencia" en la que viven los jóvenes y apliquen los forceps más rigurosos para neutralizarla, se les va escurriendo el poder de las manos. Se acerca el final de una época. No pasará mucho antes que los devotos de la "belle époque", que está tocando a su fin, se vean arrollados en sus afanes especulativos: la inteligencia a la que ha apelado la tecnología acabará con las tarjetas de crédito; con nuestros ahorros, que terminan devorando los bancos; con los artificios de una vida social que ha impulsado sus negocios "non sanctos" alentando a la gente al consumismo; con los paraísos fiscales y hasta con una educación decadente, poco imaginativa, repetitiva, que sienta a los chicos uno detrás del otro para escuchen el discurso del sistema sin distraerse: matemáticas, lenguas modernas, física, y química para estudiar ingenierías y así conseguir trabajo, que lo demás es accesorio: plástica, arte, música, actividad física, aborda lo emocional y con eso no se va a ninguna parte.
Sólo los más imbéciles se prestan a la opinión de que los jóvenes no saben lo que quieren. El único gran problema al que se enfrentan estos tontuelos de capirote es que ese desarrapado que anda con un botellón bajo el brazo tiene todo tan claro que ni siquiera se violenta; simplemente nos transmite lo que está viendo.
El mundo vuelve a sus esencias. No es  menester ser universitario para vivir en él. Basta con un sano equilibrio de nuestros actos. Les basta con saber que el amanecer es un punto de partida, que el día no admite ocios y que el atardecer es el anticipo del recogimiento, de la contemplación.
No les interesa el boato. ¡A circular en pelota viva en bicicleta por el centro de las capitales del mundo para demostrar el disconformismo que nos agobia con mentiras que no hay moral ni ley que las sostengan! No necesitan asambleas en pomposas residencias: les basta con la calle; tampoco aspiran a terminar con el sistema: sólo quieren que se les reconozca el derecho a poder elegir sin más condicionamientos que los de sus propias capacidades; tampoco admiten mentiras: las relaciones que sostienen no necesitan fórmulas ni leyes que la vieja tradición nos dice que tienen que terminar en encuentro; los encuentros y desencuentros, no necesariamente enojosos, no son eternos; son parte del juego de un tiempo cambiante, de vidas cambiantes, de lugares  cambiantes. Cada momento, que no tiene porque ser efímero por su sola condición de "momento", goza de puestas en común según los que participan y las circunstancias dadas: los amores de pareja, de familia, los que impone la relación fraterna, el trabajo, el deporte, las bellas artes, la música, simplemente entran en estado latente porque se desactiva aquello que lo había motivado. Esto no significa rotura; es simplemente un distanciamiento en el encuentro, que devendrá nuevamente, si se volviera a dar, en relación amistosa y duradera.
No se atan  a las viejas hipocresías que animaron la vida de las generaciones que los precedieron. Los afectos no admiten contratos. Tampoco entienden la libertad limitativa que impone aquello de que termina donde comienza la de los demás; la entienden contenida en sus conciencias, más allá de códigos o normas, y están dispuestos a jugar con las limitaciones que impone la vida en sociedad, vida ésta que aspiran a desinstitucionalizar de modo que en cada uno reine, sino una entrega infinita, por lo menos una indiferencia que autoriza a que cada cual sea lo que quiera y pueda ser.
Entienden  la política como una mentira atada a intereses ajenos a los de la ciudadanía. Sin embargo no reniegan de su importancia, aunque nunca participarían en ella incorporándose a las instituciones que la activan. Insistirían desde la calle misma en que habrá que purificarla del cretinismo que demuestran sus representantes terminando con la partidocracia e impulsando una democracia participativa donde todo el mundo quepa.
Reniegan de una religión, cualquiera sea, que suplanta las conciencias individuales por una conciencia colectiva a la que hay que adherir interpósitos mediante. Su contacto, de tener fe, se remite a una relación individual para con su dios, aquél que él mismo ha creado e instalado en sus adentros consubstanciándolo con su propia intimidad.
Miremos hacia el futuro siguiendo sus actitudes, manteniéndonos alerta de sus logros y, sobre todo, con aprecio. Veremos entonces que son valientes, viven intensamente, y por encima de todas las cosas, no son hipócritas.
En eso estamos.


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