martes, 31 de marzo de 2015

MODELOS CON CARAS DE NADA

Hace unos meses recibimos un artículo* de Alejandro Trevisi en el que se hacía referencia a la publicidad. Su autor dejaba en claro que la invasión publicitaría no solo era propia de un país que ha caído en el consumismo sino de las razones que nos impulsaban a serlo.
Una propaganda que se publicitara en El País Semanal nos muestra una joven luciendo un vestido de conocida firma de ropa femenina.
Lo mostré a unas cuantas personas que opinaron que la modelo era flaca, linda de cara y poco más. Dos personas opinaron que era un maniquí, un robot. Una de ellas agregó que mientras hace unos años los maniquíes se asemejaban a la gente ahora, por una rara circunstancia, era la gente la que se parecía a los maniquíes.
En efecto,  la modelo que posa es una copia de los maniquíes que aparecían en los escaparates hace años: articulaciones duras y cara de nada, tal cual sucede con las modelos que circulan por las pasarelas hoy día para satisfacción de un público anodino que se permite gastar su  tiempo observando los intras-cendentes  ropajes que llevan las chicas-robot-mecánicas.
Se dirá que la mayoría de la gente coincidirá con nosotros. Lo que no es de recibo es que no se den cuenta de que es un síntoma más de cómo nos van precipitando en valores poco representativos de lo que se espera de una sociedad en la que deben primar actitudes  afines a las personas antes que a las cosas.



* Los medios de comunicación tienen un papel preponderante en este mundo que nos toca vivir. La televisión, el medio masivo por excelencia, nos aborda   con mensajes decisivos y contundentes. Si ordenamos los mensajes en orden al consumo, la publicidad se lleva las palmas. Su objetivo - lanzar un producto al mercado para su comercialización- no siempre atiende a las necesidades de su público: las crea. Su meta es vender desde el producto que promociona y no desde la necesidad de la gente. La publicidad se vale de modelos ideales, todos ellos asociados al éxito -contradictorios las más de las veces, como cuando se promociona tabaco o bebidas alcohólicas utilizando deportistas - lo que empuja a la gente a seguir las  pautas propias del consumismo: el gasto en satisfacción de intereses distintos de los de la compra misma. El hombre pierde protagonismo. No sale al encuentro del otro:  va al encuentro de las cosas y se refugia en los bienes materiales. El sistema es el gran responsable. Erosiona los valores morales de la sociedad rompiendo la relación del hombre con el hombre e invitando a la  inestabilidad social. Un sociedad consumista -distinta de una sociedad  que consume- disimula los altibajos económicos de la gente, su pobreza, invitándola a disfrutar, en un acto de paroxismo, de las luces que otros encienden y apagan por ellos en las grandes superficies comerciales: el paseo de los pobres (Y también de los angustiados, que en el consumo de lo innecesario, aligeran sus pesares)

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