Por Guillermo Jaim Etcheverry - Médico y educador.- Especial para Los Andes
Una apasionada defensa del libro como sujeto de conocimiento, frente a las modernas tecnologías que dominan el acceso a la información pero carecen de otras capacidades para estructurar y ordenar el pensamiento.
En
cada oportunidad en la que se menciona la tendencia declinante de la lectura se
argumenta que, por el contrario, nunca se ha leído tanto como en nuestra
época.
Lo
que no se aclara es que, casi exclusivamente, el material de lectura actual
consiste en breves mensajes de SMS o de Whatsapp, correos electrónicos, breves
tuits o, en el mejor de los casos, alguna página de la Red. Frases aisladas,
muchas veces mal construidas y peor escritas constituyen nuestro alimento
intelectual cotidiano.
Por
eso ha causado tanto impacto el hecho de que el creador de
Facebook, el gurú tecnológico Mark Zuckerberg -30 años y una fortuna
estimada en 30 mil millones de dólares- se haya propuesto como objetivo para
2015 el leer dos libros por mes. Ha invitado a acompañarlo a sus millones
de seguidores, categoría que en la actualidad equivale a “amigos”. Si bien
encontró un importante eco entre ellos, no todos lo siguen en la exótica
aventura que propone.
Pero
lo verdaderamente interesante son las razones en las que sustenta su decisión.
Dice Zuckerberg: “Estoy entusiasmado con el desafío de leer. He descubierto
que leer libros proporciona una importante satisfacción intelectual. Los
libros permiten explorar un tema de manera completa mediante una inmersión más
profunda que la que hacen posible la mayoría de los medios actuales. Espero
poder ir desplazando mi dieta de medios cada vez más hacia la lectura de
libros”.
El
empleo habitual de los recursos tecnológicos, de los que ha sido uno de sus
principales artífices, ha llevado a Zuckerberg a redescubrir las propiedades del
libro.
Aun
los tecnófilos más empedernidos deben de haber abrigado la sospecha de que un
rápido vistazo en un medio virtual no permite adquirir un conocimiento real
similar al que se logra leyendo un estudio profundo realizado por un experto en
la materia. Uno se siente tentado a imaginar qué hubiera sucedido en un mundo en
el que, al cabo de 700 años de internet, en la década de 1990 alguien hubiera
inventado el libro.
El
hecho de que en lugar de rastrillar océanos de información semiconfiable
resultara posible contar con una fuente segura, portátil y económica de
conocimiento expuesto por alguien que sabe de qué se trata y cómo exponerlo
mediante una escritura correcta, hubiera sido considerado un verdadero milagro y
celebrado como un gran avance para la humanidad.
Al
señalar el hecho de que “Los libros permiten explorar un tema de manera completa
mediante una inmersión más profunda que la que hacen posible la mayoría de los
medios actuales”, Zuckerberg reformula una de las características esenciales del
libro.
Se
trata de su capacidad de organizar y estructurar el saber, razón por la cual el
libro constituye una poderosa línea de defensa del conocimiento frente al avance
de la información, que no es sino un conjunto fragmentario de experiencias no
relacionadas unas con otras y cuyo único prestigio deriva de la novedad.
Como
he señalado en alguna ocasión, a diferencia de la información fugaz, el libro se
fortalece con el paso del tiempo al constituir un vehículo del conocimiento
reflexivo. Valora nuestras experiencias, no por el atractivo momentáneo de los
hechos sino por la permanencia de su significado. Sobre todo, nos devuelve el
valor del tiempo, arrasado por la inmediatez de la información.
Aunque
de manera confusa, ante los libros de una biblioteca intuimos que las calladas
voces que encierran quieren llamar nuestra atención para hablarnos sobre el
sentido profundo de nuestras vidas.
Percibimos
que hay en ellos algo que podría dar orden y significado a la experiencia
humana, trascendiendo lo cotidiano. Hace un tiempo, el pensador estadounidense
Daniel Boorstin señaló acertadamente que sostener hoy la vitalidad del libro “es
afirmar la permanencia de la civilización frente a la velocidad de lo
inmediato”.
Es
que nuestra civilización se identifica a sí misma por sus libros. Una casa sin
libros es, tal vez, un refugio, pero no una casa. Los niños y los jóvenes
que no leen las grandes novelas pueden estar entrenados, pero no educados.
Adquirir habilidad con las nuevas tecnologías constituye hoy una herramienta
esencial para vivir, como lo es manejar el dinero y prepararse para las
relaciones personales. Pero no tiene nada que ver con la cultura.
Las
pantallas contribuyen a conseguir información de manera sencilla e instantánea
y, sobre todo, ofrecen un entretenimiento, algunas veces no dañino. Precisamente
el auge de las modernas herramientas tecnológicas vinculadas con las
experiencias fugaces se explica por el desprestigio contemporáneo del
esfuerzo.
Ese
mismo horror al esfuerzo explica la decadencia de la lectura, porque leer un
libro requiere realizar un esfuerzo intelectual que pocos están hoy dispuestos a
emprender.
Leer
es una tarea formativa porque la lectura -un hábito que se adquiere durante la
infancia y la adolescencia- nos hace reflexivos y racionales, nos enseña a
escribir y a hablar. Sobre todo, nos impulsa a meditar, a desarrollar
nuestra imaginación. No es casual que algunos niños cuando se les pregunta
acerca de lo que sienten cuando leen, respondan: “¡Es como si
soñáramos!”.
Cuando
menciona que los libros permiten una “inmersión más profunda”, Zuckerberg
demuestra haber percibido la importancia de lo que en alguna ocasión he
denominado el “tiempo lento”, cuya dimensión estamos perdiendo al ritmo del
videoclip en el que se han convertido nuestras existencias.
Ese
tiempo está vinculado con la reflexión y la imaginación, en fin, con la
capacidad de pensar el mundo y de pensarnos. Nuestros jóvenes deben ser
introducidos a esa dimensión temporal porque, además de disciplinados
consumidores, merecen ser creadores.
Crear
supone adquirir el hábito de ingresar al sosegado tiempo lento así como la
capacidad de instalarse en él con comodidad antes de actuar.
Precisamente,
la revalorización de la lectura de libros se basa en la convicción de que
representa una puerta de entrada a ese ámbito intrínsecamente humano de lo
lento.
aportado por A. Roldán
Biblioteca Central UCA (Universidad Católica Argentina)
Dificilmente podamos entender el mensaje que se lanza desde la UCA si en España el 55% de la gente manifiesta no leer y, consecuentemente se cierran dos librería por día. Visitad http://guadarramaenmarcha.blogspot.com.es/2015/03/espana-cierran-dos-librerias-por-dia.html
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