Por Carlos A. Trevisi
Nuestra
sociedad está produciendo un tipo de hombre nefasto que se caracteriza por su
ligereza. El pragmatismo se apodera de nosotros y se instala en la educación
como mera instrucción ¿Qué autonomía tendrán nuestros jóvenes cuando las
circunstancias de la vida los obliguen a tomar decisiones? Ese hombre, al que
estamos adiestrando para el ejercicio de sus posibilidades extrínsecas de
poder, perderá su ser por el camino, su interioridad, su capacidad de ponerse
en común. Y lo que es peor, perderá la posibilidad de acceder a un estado de
resolución que lo habilite para decidir autónomamente. Su capacidad de
autonomía le permitirá aquella otra de la cooperación, que no es una mera
disposición anímica asociada a la bondad. O por lo menos no es sólo eso. "Saber
cooperar", dice Savater, "exige una comprensión del otro en términos
de proyectos comunes, del conocimiento necesario para hacer los aportes
intelectuales que saquen adelante esos proyectos, saber participar".
Participar
es "tener parte", parte de un todo que nos es común. La posibilidad
de participación obliga a una visión clara de ese todo - su razón de ser, sus
objetivos, metas y de los procedimientos a seguir- y de las propias calidades
personales; ¿entiendo la razón de ser del "todo común"? ¿He logrado
la plenitud de discernimiento que me permita distinguir a los "otros"
en sus calidades? ¿Mi participación dinamizaría los procedimientos? ¿Mi
claridad contribuiría al logro de los objetivos? ¿Comparto la meta? El
"todo común" es la combinación de intereses de todas las partes
actuantes de una comunidad. La palabra "común" actúa como
galvanizadora de servicio, entrega, presencia constante del "otro".
La participación, en estos términos, no es un derecho; es una obligación
ineludible para la cual hay que estar capacitado.
"La
sociedad es sólo una resultante de las fuerzas de sus individuos; según éstos
se organicen podrán producir una acción intensa o débil, o neutralizarse por la
oposición, y la obra total participará siempre del carácter de los que
concurren a crearla. Una sociedad que no ha sido enseñada, inducida, estimulada
a pensar para vivir se limita a meros movimientos de simpatía o antipatía". (Eduardo Mallea, La vida blanca, Ed. Sudamericana,
Argentina).
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