Por Ana
Lacorazza
Considero esencial resaltar el significado del
término "aprendizaje en la certeza de que coincidiremos en lo que
estimo significa "aprender". Si así no fuera, holgaría cualquier
conclusión.
El aprendizaje debe concebirse como un proceso de
construcción personal en el que el sujeto que aprende es el protagonista.
Cuando hablamos de "construcción" no
hablamos de un albañil, hablamos de un arquitecto. Cuando hablamos de
"protagonista" no hablamos de un actor. Hablamos de un autor.
El niño tiene necesidad de conocer todo aquello que
le interesa, de aquello que es parte de su vida aquí y ahora. Su naturaleza
dialógica lo empuja al encuentro, de allí que se interese por conocer el
nombre de sus amigos; su naturaleza biológica lo empuja al conocimiento
de aquello que le interesa.
De ser así, y no lo dudamos, no se puede
concebir un nivel infantil en el que los pequeños vocalizan y
memorizan "pa, pe, pi, po, pu."; "ma, me, mi,...etc".
para luego combinar "ma" con "pa", "po" con
"po"; "pu" con "ma".
¿Por qué limitarse al "pa, pe,
pi..." si su mejor amigo se llama Juan y quiere aprender a leer y
escribir ese nombre? Por qué seguir trabajando con repeticiones de sílabas sin
sentido, con memorizaciones descolgadas de su realidad? ¿Cómo vamos a
empujarlos a que apilen ladrillos que inventó otro para que hagan una casa que
diseñó otro? La albañilería es una técnica que exige precisión, cuidado,
prolijidad y conocimiento. Ser albañil no está mal. Lo malo es conformarse,
pudiéndose llegar a ser arquitecto.
El conocimiento no es una copia de la
realidad. Hemos sido concebidos para ver el mundo y vernos en el mundo, para
trascender con actos creativos. Debemos permitir a los niños
realizar una tarea inteligente de elaboración de estrategias personales
que autoricen su apropiación de la lecto-escritura interactuando con el
material, con el maestro, con sus compañeros y con lo que él ya sabe.
¿Cómo llegar a ser un arquitecto del propio
aprendizaje?
Debemos orientar a los niños para que
aprendan a elegir. El maestro tiene que asumir que están comenzando a
desarrollar esa capacidad y su tarea es la de favorecerla. A partir del
momento en que el niño elige (y, consecuentemente descarta, como es inevitable)
asume el protagonismo de su aprendizaje.
¿Cómo lograr ese protagonismo en la escuela?
Los distintos momentos que organizan la
dinámica cotidiana son propicios para interactuar con la lengua escrita: las
actividades iniciales, cuando los niños escriben en la pizarra su propio nombre
como registro de su asistencia, o de su condición de
"secretarios"; en las actividades de conjunto, cuando se interpretan
textos o anticipan contenidos a partir de imágenes de cuentos o envases, anuncios,
etiquetas, etc.; cuando finaliza la jornada, momento en que los chicos
registran el préstamo de material bibliográfico o revistas para llevar a casa;
a partir de experiencias directas : "vamos a conocer la carnicería del
papá de Pedro"; a partir de la necesidad de organizar materiales
para un juegoproyecto ("juguemos al circo") ; a partir de situaciones
problemáticas: "¿cómo podemos hacer que los papás se enteren que habrá
vacunación en la escuela?"; a partir de propuestas circunstanciales
que surjan del interés espontáneo de los niños ("¿Qué nombre le
pondremos a la mascota de la sala? ¿Y si votamos?").
Es necesario crearle al niño situaciones en las que
sienta la necesidad de escribir. Hay que problematizarlo, cuestionarlo
para que cree sus propias hipótesis y sea capaz de comprobarlas. Aquí la
intervención del maestro debe ser la adecuada para impulsar al niño a la
conclusión de que el resultado, la comprobación, debe ser escrita. "Mirad
que bonita es la tortuga que nos han regalado para que sea nuestra
mascota. Yo de pequeña tuve una que se llamaba Pepita. Pero la nuestra no tiene
nombre... ".
Ya está planteado el estímulo: "lástima
es...". La hipótesis será el alboroto de 20 niños proponiendo
nombres, y, el resultado, cada niño escribiendo el nombre de su elección para
elegirlo, democráticamente, mediante una votación. Los ladrillos serán
defectuosos, el diseño imperfecto, pero los alumnos van camino de ser
arquitectos: el proceso de aprendizaje no admite más que un albañil: el
maestro.
El maestro debe salir de su refugio cómodo y
seguro, desde donde controla todo; re-educarse, aprendiendo de la
naturaleza inocente, abierta, curiosa, sin prejuicios de sus alumnos, y actuar
con la solvencia de sus capacidades, madurez y seriedad profesional.
Alguno se preguntará para qué tanta historia, si al
final los niños siempre terminan aprendiendo. La diferencia está en que con el
"pa, pe, pi..." los niños pierden lo más valioso del proceso y acaso
lo único importante: aprender a descubrir.
Los niños están preparados y te aguardan, maestro.
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