Cruzada por la verdad
por Carlos A. Trevisi
Cuando uno es
confiado se entrega. Claro que al mismo tiempo mira y saca conclusiones. Si se
descubre alguna falla en el otro, entonces pone en juego la comprensión. Así,
uno sobrelleva la amistad o una sincera relación con afecto. El problema radica
en que uno ve cada vez más porque el otro, en certeza de que eres un inocente
infeliz, comienza a maniobrar con elementos que nunca antes había puesto en
juego. Desnuda de a poco sus adentros; se anima a decir lo que antes no decía o
apenas insinuaba.
Suele suceder con
los que viven en una verdad que creen haber encontrado. Pero su verdad
no es propia, no ha sido elaborada por ellos mismos.. Es una verdad que dicta la corporación a la que pertenecen y a la
cual han cedido su conciencia en detrimento de la suya propia. Es así como
cuando la exponen quedan al descubierto.
Los casos más típicos con los que me he topado son aquellos que han “amasado” su moral a partir de las verdades que les dictan las las fuerzas armadas o la Iglesia, amén de otras que actúan desde las tinieblas.
Tuve ocasión de ver
en acción a dos o tres personajes deleznables de las fuerza armadas argentinas.
El caso más patético fue el de un tal Galtieri que tenía la fuerza de un buey y
el cerebro de un pez, combinación nefasta que impulsa actitudes inconcebibles.
Otro tipo de característica semejantes fue un coronel, católico
fundamentalista, que iba al Colegio Militar a aleccionar a los cadetes para que
se transformaran en monstruos como él, Seineldín se llamaba. Videla, un
oligofrénico sin nombre que se sentía un enviado de Dios para terminar con el
comunismo, era otro, que, a diferencia de los anteriores, sin embargo, tenía la
certeza más absoluta que era un enviado de Dios y hoy día, a los 80 y pico de
años sigue pensando que si no hubiera sido por él Argentina se habría
convertido en un país marxista-leninista.
El poder, que
fueron manejando por turnos, sembró en la oficialidad del Ejército la idea de
que eran los salvadores de la patria y que todo valía para terminar con sus
enemigos.
Toda esta gentuza,
a la que conocí de cerca porque trabajaba como profesor del Colegio Militar, no
estaba sola, sin embargo. La jerarquía de la Iglesia la acompañaba.
También conocí a un
Obispo, un tal Monseñor Colinos, con quien mantuve alguna relación durante mi
militancia en la Iglesia –era el “capo” de la diócesis de Lomas de Zamora,
ciudad vecina a Buenos Aires donde yo vivía y desde la cual desarrollaba con
varios amigos una actividad de apoyo a los marginales de una villa –chabola- de
unos 250.000 habitantes de las afueras de la ciudad. Íntimo del poder militar,
bendijo las armas de los soldados argentinos que Galtieri mandó a la muerte
cuando la Guerra de las Malvinas. Era el mismo “católico” que nos negó, a los
que colaborábamos con los indigentes, traer un cura a la villa para celebrar
alguna que otra misa, nada sistemático, sólo los domingos al mediodía. “Ahí no
tenemos nada que hacer nosotros; olvídese del asunto”. Y así fue.
Basta con lo dicho
para testar que unos y otros “se pasaron de rosca” y pretendieron hacerme
cómplice de sus actos queriéndome incorporar a la “conciencia de la
corporación”.
Ahí se acabó todo.
Años más tarde me
sumariaron y despidieron del Colegio Militar y me aparté de la Iglesia porque
evidentemente yo no tenía nada que hacer allí. Nació entonces la diferencia que
habréis leído en más de un escrito de la Fundación: La iglesia de Cristo y la
Iglesia Vaticana.
Mi alejamiento fue
doloroso porque resultó de un no menos dolido trabajo de investigación que
conllevó varios años: cristología y dogma.
Cuando vinimos a
España con la intención de radicarnos me vinculé naturalmente con gente que
tenía en común conmigo, sino la fe, que ya había perdido, ni el catolicismo,
del cual ya había renegado, sí un Cristo, cuya trascendencia, en mi caso,
excedía el plano de lo confesional.
Sigo apegado al
cristianismo como fundador de una puesta en común entre los hombres que no tiene
parangón. Creo sinceramente que ser cristiano, aunque sin fe, es un regalo que
tenemos que agradecer a todos los que a lo largo de nuestra historia han
sostenido a Cristo como valedor de los adentros del ser humano y de su lucha
por mantenerlos vivos en su conciencia.
Ya en España, poco
a poco me he ido dando cuenta de que el imperio de la Iglesia Vaticana ha
terminado con la Iglesia de Cristo en todas partes. Cuando escucho a Rouco
Varela pedir a la feligresía que rece para que no haga calor el día de la
venida del Papa a Madrid o que el Papa va a perdonar los pecados de todos los
que asistan a la ceremonia, me siento un labriego de la Edad Media, aunque con
la plena conciencia de que el humanismo renacentista impulsó al ser humano a
ser uno mismo en busca de otros con los que alcanzar un nosotros, lo cual me
causa gran dolor.
¿Será posible tanta
miseria?
Lo es. Y sé que lo
es porque ese afán mío por conseguir compañeros de lucha va desnudando a muchos
sinvergüenzas de misa dominical intrascendentes,
anodinos, convencionales, cobardes, inflexibles, autoritarios, machistas
solitarios, obcecados, miserables, monológicos, egoístas, negociosos,
individualistas, cosistas, pragmáticos, inconsecuentes, serviles, acomodaticios
en busca de seguridades.
¿En qué lugar
recóndito de la Iglesia –si es que lo hay- se han refugiado los militantes que
buscan la verdad?
¿Dónde están los
críticos, los valientes, los comunitarios, los solidarios, los exigentes
consigo mismo, los amplios para abarcar
y los abiertos para dejarse abarcar, los reflexivos, los abiertos, los
independientes, los apasionados, los consecuentes, los dialógicos, los
democráticos, los comprensivos… dónde están?
Sólo escucho voces
que me dicen “yo soy amigo del papa, el Papa es mi amigo” y yo no puedo menos
que pensar que son dos que marchan por la misma vía.
Así ha sido como he
perdido amigos allá en Buenos Aires y aquí en Madrid. No lo lamento. Esas
inmundicias se encuentran en cualquier parte.
Si conoces a
alguien que esté dispuesto a compartir esta cruzada por la verdad, házmelo
saber, amigo lector.
Quedo a la espera.
EL CULTURAL DE LA SIERRA (ÍNDICE)
SAY IT NOW
FUNDACIÓN EMILIA MARÍA TREVISI
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