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GUADARRAMA EN MARCHA Asociación cultural |
Los últimos
acontecimientos que han tenido lugar en
el mundo nos obligan a una reflexión que
excede el marco político, el religioso y hasta el personal;una reflexión que
está más allá de todo.
Este nuevo
mundo, que se despega cada vez más de
nosotros, está destruyendo valores sin
siquiera proponérselo. Simplemente los destruye porque su derrotero no los
contempla, no los necesita. Así,
los aplasta como un elefante aplastaría a un
ratón: sin darse cuenta.Los recursos de
los que se vale son la información y una red de comunicaciones inimaginable hace
apenas 15 años.
Manipula la información, domina las redes y nos transforma en
convidados de
piedra, distanciándonos cada vez más del conocimiento. El
crecimiento
exponencial de la información, la precisión y velocidad de las redes
de
comunicaciones, y los distractores que conlleva – la televisión el mayor de
ellos- nos van aletargando al extremo de que perdemos capacidad reflexiva. El
mare magnum informativo nos sobrepasa, nos
desalienta y quedamos inermes. Es el
signo de los tiempos.
Se avecina un
“crack” –uno más de todos los que han sacudido la natural
tendencia del hombre a dejar que los demás hagan por él- del que nadie va a
quedar exento. El primer
mundo no tiene capacidad, per se, para impedir el
desastre. Por eso, quebrando
valores esenciales a la vida, y en satisfacción de
necesidades no siempre
justificables, acude a otras latitudes en busca de
insumos críticos con los que
se hace sin complejos. Prueba de ello son las
guerras que se han desatado. A
poco de terminadas relucen todas las mentiras
y afloran los intereses que verdaderamente las han impulsado. Su frecuencia
está en relación directa con le
imperiosa necesidad de sostener un sistema
que está al borde de la anoxia. No
pasará mucho antes de que otra guerra
sacuda nuestros adentros.
La recesión
está golpeando nuestras puertas. El desempleo –o el empleo
basura, que es una vertiente de aquél- los golpes financieros que nos
empobrecen de un día para
otro, la educación que no sabe dar respuesta a los
cambios, la seguridad
ciudadana, totalmente apabullada por un incremento del
delito que no tiene
nombre; el armamentismo (la crisis económico-financiera
de Israel, casi
terminal, no se entiende a la luz de sus inversiones en
armamentos, a ese
extremo se ha llegado); la sanidad (50 millones de
norteamericanos caídos del
sistema de la seguridad social y un presupuesto
para la guerra de Irak que
insumió cerca de 200 mil millones de dólares); la
justicia, en manos de los
poderosos.
En esta crisis
entran nuestros hijos; es la herencia que les vamos a dejar.
Cuando se caiga
todo, nuestros hijos tendrán que asumir el desastre. Si están
capacitados para
ello, no les será difícil; pilotearán bien los cambios y podrán
sacar la crisis
adelante.
Si están
capacitados para ello, insisto.
Por ahora,
andan sueltos y solos. Ya que el hogar y la escuela no prestan
apoyo, su
necesidad de plenitud, que la tienen, se satisface, incompleta, fuera
de los
ámbitos que naturalmente hasta ahora fueron los más propios para su
educación.
La calle, el mundo exterior, egoísta y hostil, es su habitat y poco
podrán hacer
si no entran en él con una infraestructura sólida que autorice
una inserción
acabada. Y esa es tarea nuestra.
El descuido que
los padres hemos hecho de los valores creyendo que bastaba
con recitarlos, el desinterés por el conocimiento, la abulia que nos anima, han
eclipsado nuestra
relación con ellos centrifugándolos del entorno familiar. El
ámbito escolar, con
sus filas de bancos donde se investigan la nuca del que
los precede, en un
degenerado alineamiento antieducativo que impide el
logo y la puesta en
común; con maestros que aún sostienen que “eso de la
informática no es para
ellos”, como si pudieran decidir acerca de los recursos
prescindiendo de la
realidad que los circunda; que no quieren saber nada con
los padres, a los que
imputan que depositan a sus hijos en las aulas para
quitárselos de encima, y
sin ninguna imaginación para encarar una vida de
relación que termine en un
espléndido encuentro , los colegios, insisto, poco
aportan.
En pocos años
el hogar se transformará en el lugar donde se acuda a dormir y
la escuela en un centro de información donde se obtendrán datos y se
evaluarán rendimientos. Otra
forma de vida, otra forma de ser que no está
necesariamente mal, que sólo es
distinta, pero que padres y maestros
tenemos que encarar ahora mismo para que
los chicos puedan asumir el
cambio.
Esta es la
realidad que estamos empezando a vivir y de la que no tenemos
porqué sentirnos satisfechos, sino más bien todo lo contrario. Entendemos que
la vida nos apura y
apenas si tenemos tiempo para sobrevivir a las angustias
cotidianas. Pero
también sabemos que tenemos una responsabilidad que no
podemos dejar de lado.
Así, ni como
padres ni como maestros podemos dar pruebas de nuestra
ligereza para encarar
las nuevas tecnologías porque ya habitan en nuestros
hijos.
Tampoco podemos
los padres mantener una estructura familiar que los
centrifugue ni puede el colegio hacerlo. La pérdida de estas dos instituciones
contribuirán a un vacío
afectivo que no podrán recuperar de mayores.
Tampoco
podemos, ni padres ni maestros, conculcar su independencia, se mire
como se
mirare: desde el temor a que les pase algo o desde nuestra propia
incapacidad
para impulsarlos a que sean ellos mismos.
Tampoco podemos
abandonar nuestros intentos para que descubran las
maravillas del conocimiento como elaboración estratégica personal para afrontar
una vida rica en
alternativas, fluida, creativa e imaginativa.
Ni podemos
contarles cuentos de hadas respecto de Dios y de la Iglesia. Las
cosas son como
son y si ambos se precipitan a tierra es porque no hemos
sabido poner en acto la
existencia del uno ni las virtudes de la otra.
Tampoco podemos
hablar de paz si en nuestros corazones anida la indiferencia
por los demás y terminamos aplaudiendo cualquier guerra que se montan por
ahí los intereses
económicos.
Ni hablar de
amor si tenemos a toda la humanidad bajo sospecha. Tampoco
podemos
enseñarles la virtud de la puesta en común si vivimos para dentro,
vidas individuales, incluso en el seno del hogar.
Tampoco podemos
insistir en que todo es una porquería, porque no es cierto.
La vida es lo más maravilloso que tenemos y ellos lo saben; miran adelante y
saben que les espera
un mundo descarnado, en el que podrán intervenir
creando circunstancias,
estableciendo relaciones y celebrando nuevos
encuentros.
No podemos
dejar que entren desnudos, despojados de todo, como si se
tratara de un comienzo cuyo pasado no tiene nada que aportar.
Si nuestro
aporte es vital, nuestro legado es irremplazable: tenemos que
convocarlos a
descubrir que el conocimiento es el sustento de la vida.
Y para eso es
menester que pongamos el nuestro propio en acto y cumplamos
con nuestro deber de
maestros y padres.
EL CULTURAL DE LA SIERRA (ÍNDICE)
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FUNDACIÓN EMILIA MARÍA TREVISI
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