por Carlos A. Trevisi
Cuando invoco aquello de "este mundo que nos toca vivir"
que habréis leído tantas veces en nuestras páginas, está claro que
encierra una carga despectiva. En "este mundo" se
anticipan sus miserias y en "que nos toca vivir" que no
somos nosotros los que lo elegimos: aquí hemos caído y aquí estamos.
En ratificación de estas circunstancias tenemos la certeza de que en
nuestra trayectoria, al margen de alguna que otra mordacidad, está
patente el respeto que nos merece la gente, nuestros hermanos, los seres
humanos, cualesquiera sean su ideologías y actitudes; que hasta en esto
de las actitudes, que las ha habido verdaderamente criminales, nos atenemos a
la ley y no admitimos linchamientos de ningún tipo.
En un artículo sobre la libertad dijimos:
Entendemos que el ordenamiento legal
establece que la libertad de cada uno termina donde comienza la de los demás.
En ese sentido, la ley es el marco regulador de las relaciones entre los
ciudadanos; marca los límites; es seguridad, razón, taxonomía, cantidad.
Entendemos, igualmente que la libertad,
sin embargo, fuera del ordenamiento legal, trasciende lo meramente relacional
para dispensar el encuentro, el acto desalienante por excelencia, "el
instante de suprema lucidez que somos capaces de alcanzar los hombres" *. La
auténtica libertad consiste, así, en la creatividad espontánea con que una
persona o comunidad realiza su verdad, es fruto de una fidelidad sincera
del hombre a su propia verdad.
La libertad es conciencia es
adentro-verdad; es diálogo, comprensión; comunión; solidaridad, exigencia,
amplitud, reflexión, apertura, pasión, justicia... La libertad devela,
esclarece, amplía, invita; es incierta, incómoda; está más allá de la ley. En
este contexto la libertad no sólo no se acota sino que se amplía en el encuentro
con otras libertades; la insignificancia de uno en libertad deviene en la
grandeza de una comunidad en libertad.
La ley vela, oscurece, limita, obliga; es
sólida, confiable; certera, confortable: nos dice lo que no debemos hacer
y hasta lo que debemos.
Siendo que los hombres apelan a su
conciencia y las instituciones a la ley, corresponde a los gobiernos, depositarios de las
necesidades y voluntad de aquéllos y garantes de ésta, disipar los
temores de una subyacencia de recelo con respecto de sus libertades e
iniciativas. En tal cumplimiento, exhibirán actitudes políticas francas,
alejadas de toda sospecha de indiferencia para con situaciones humanas
concretas, o de intencionalidad en la creación de un mundo abstracto con
valores desconectados de la realidad.
Si los hombres apelamos a
nuestra conciencia será menester que pongamos en claro
que ésta es producto de un fuero íntimo al que la vida y sus circunstancias van
matizando. Lo que acabamos de leer respecto de la libertad es paradigmático: mi
verdad no es "la" verdad; es apenas la mía y poco valdría mi
libertad si fuera fruto de la fidelidad que mantiene con "mi"
verdad. No sería así, sin embargo, si mi libertad y mi verdad nacieran de
una íntima necesidad de ser en los demás.
El ser humano vive en distintos planos
sociales pero su vida íntima es la única que le pertenece exclusivamente.
Es en esa intimidad donde fraguan su conciencia, sus reservas, sus
frustraciones, sus ilusiones, sus deseos. Es el espacio donde se forja
la distancia que existe entre el "ser" y el "humano". Es el
espacio del señorío, del encuentro definitivo entre el alma y el cuerpo en una
sola pieza; es el espacio de la respetabilidad.
¿Entenderá
este gente algo acerca del espacio del señorío, del encuentro definitivo
entre el alma y el cuerpo en una sola pieza, del espacio de la respetabilidad?
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