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Marcilio Ficino
¿Pero qué buscan los amantes, cuando en forma recíproca se aman? Buscan la hermosura; el Amor es deseo de gozar de la hermosura, o sea de la belleza.
La belleza es un cierto esplendor que arrebata hacia sí el alma humana. La belleza del cuerpo no es otra cosa que esplendor en el ornamento de colores y líneas; la belleza del alma es fulgor en la consonancia de conocimientos y costumbres; esa luz del cuerpo no es conocida por los oídos, nariz, gusto o tacto, sino por los ojos. Si los ojos la conocen, ellos solos la gozan; tan sólo, pues, los ojos gozan de la belleza corporal. Y siendo el Amor deseo de gozar belleza, y conociéndose ésta únicamente por los ojos, el amador del cuerpo está contento sólo con ver; de manera que la concupiscencia del tacto no forma parte del Amor, ni constituye un afecto del amante, sino que es una especie de lascivia y perturbación propia de hombre servil. Además, la luz del alma sólo la comprendemos a través de la mente; de donde, quien ama la belleza del alma, sólo se contenta con la contemplación mental. Finalmente, la belleza entre los amantes se intercambia por belleza.
El hombre maduro goza con los ojos la belleza del más joven; y el más joven goza con la mente la belleza del mayor. Y aquel que sólo es bello en el cuerpo, llega por esta costumbre a ser bello en el alma; y aquel que sólo tiene bella el alma, llénase los ojos de belleza corporal. Este es un intercambio maravilloso entre el uno y el otro, honesto, útil y gozoso; la honestidad en ambos es igual; porque lo mismo es honestidad el aparecer y el enseñar. En el más viejo hay mayor goce, pues obtiene su delectación de la vista y del intelecto. En el joven es mayor la utilidad; ya que cuanta mayor prestancia tiene el alma que el cuerpo, tanto más valiosa es la adquisición de la belleza intelectual que de la corporal.
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