La
desinformación (2000)
Por Carlos A. Trevisi
De
todos los recursos con que cuenta una nación, su gente es el más preciado.
Decisiva en la formulación y elección de los valores que habrán de regir su
existencia, es acreedora de información objetiva y de una educación que la
consustancie con esos valores. Las grandes concentraciones urbanas y la
revolución producida en las comunicaciones han afectado el proceso educativo
tradicional; prácticamente lo han invalidado. La vida rural ha muerto y, con
ella, las circunstancias edu-cativas que la impulsaban. Los medios masivos de
comuni-cación han impuesto una nueva forma educativa: la informa-ción; detrás
de la información subyace, moribunda, la educa-ción sistemática y con ella la democracia.
Como recursos edu-cativos los medios adolecen de todo aquello que, por lo
pre-cipitado de su aparición, no tienen encuadre teórico que los sustente;
tampoco discrimina las calidades de los sujetos a los que va dirigida,
respondiendo a los intereses de la difusión antes que a los puramente
pedagógicos y en tanto información nos llega teñida, violada por los intereses
que se le entre-cruzan. Sometida a su propia fugacidad, apela a la percepción
del receptor estableciendo una relación superficial de éste para con el objeto
informado. Unido a esto, “una necesidad
de soluciones adocenadas que alivien rápidamente sus dudas existenciales (C.
Berbeglia, “Espacio, tiempo, huida”. El papel decisional de las teorías, Buenos
Aires, Biblos 1991) hace del hombre una víctima propiciatoria de la
desinformación.
El
3 de mayo de 1991, N. Chomsky, en “Página 12” (http:// www.pagina12.com.ar), respecto de
la desinformación a la que se
sometió al pueblo americano con motivo de la guerra del Golfo, manifiesta que,
de no haber tenido el aval de los medios, toda la argumentación del gobierno se
habría derrumbado como un castillo de naipes porque “cuanto más la gente miraba
televisión menos informada estaba, [y] cuanto menos informada estaba más
apoyaba la guerra”.
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