Por Carlos A. Trevisi
La sociedad del conocimiento
y el mundo que se avecina
La sociedad que se avecina será
la sociedad del conocimiento. El conocimiento será la llave del mundo futuro y
los hombres que lo posean serán llamados a
ser el grupo dominante en el ámbito del trabajo.
El conocimiento tiene
dos o tres características que lo distinguen.
La primera
es que se expande mucho más velozmente que el dinero. No reconoce barreras en su expansión y su adquisición
dependerá de la ecuación personal de cada uno.
La segunda
es que , pese a ser de crecimiento vertiginoso,
la educación sistemática que se brinde en los ciclos de escolarización
lo pondrá al alcance de cualquiera .
La tercera, verdaderamente preocupante, es que
potencia para el éxito, pero no lo garantiza, lo cual empujará a la sociedad a una competitividad que ya empieza a asomar –sólo eso, asomar- en
el momento actual.
Tanto las instituciones
–no sólo las del estado, sino todas en general: las escuelas, institutos,
universidades, ONGs, hospitales- como las personas, tendrán que ser
“globalmente” competitivas, pues gracias a Internet y a la velocidad con que
viaja la información, ésta, como ya sucede en la actualidad, estará presente en
todas partes al mismo tiempo. Así, si bien la mayor parte de las actividades
seguirá teniendo lugar localmente y
seguirá suministrando a los mercados locales, la expansión de sus ofertas
llegará al mundo entero.
En el ámbito de la
escuela donde, como hemos dicho “la educación sistemática que se brinda en los
ciclos de escolarización pondrá el conocimiento al alcance de cualquiera”, habrá que
producir cambios para que esto suceda.
La escuela del futuro
–veinte años vista- convivirá con la actual que, aún para los parámetros de hoy día carece de vitalidad: su personal
desactualizado, es repetitiva, ha caducado
como depositaria de valores para retransmitir a los educandos, ajena al
marco educativo como generadora de personalidades nuevas, está sólidamente instalada en brindar datos
inconexos que poco aportan a los chicos, cerrada, fuera de la realidad y mil
detalles más que cada cual podrá aportar
a partir de sus propias experiencias (adivinemos de qué escuela estoy hablando).
La nueva escuela del
futuro se está gestando desde ahora (y no quisiera reiterar lo de la adivinanza
porque ya sabemos a cuales me refiero) ya ha comenzado a lanzar a sus alumnos
al mundo exterior para que reconozca otras vertientes del conocimiento (como he
comentado en algún artículo anterior, el proyecto que ha autorizado el contacto
entre jóvenes de Europa a través del Modelo de Parlamento Europeo, ha llegado también a las escuelas públicas,
que excepcionalmente han aprovechado sus ventajas).
Los hombres del futuro –nuestros jóvenes de hoy- tendrán
que poder reconocerse en el mundo entero como nos reconocemos hoy día todos
aquellos que hemos superado la barrera de la mediocridad: en todas partes del
mundo tenemos “amigos” que piensan –aunque no necesariamente como nosotros- que
son sensibles, que son capaces de la utopía,
que luchan más allá del éxito en esa batalla continua contra la
medianía, que han vislumbrado –intuido- un mundo distinto en el que saben que
tendrán que insertarse sus hijos, que hablan de paz, de puestas en común...
Del mismo modo, nuestros
jóvenes tendrán que incorporarse a ese nuevo mundo como hacedores de
realizaciones, más que como meros testigos. Las puesta en acto del conocimiento
exige datos, certezas, información y debemos brindarles el herramental
imprescindible para que abran caminos junto con otros como ellos, aunque vivan
en Japón o en La india.
La población escolar
incluye chicos que no tienen interés, –acaso por falta de antecedentes
familiares y no por su culpa, pero de hecho no tienen interés- otros que no tienen
capacidad y algunos más a los que la
vida ha llevado por distintos derroteros muy alejados de la contracción y el
encierro que significa abocarse al estudio.
Si este mundo del futuro
es para cualquiera –es decir para TODOS- nuestro deber es apuntar a aquellos
que el sistema naturalmente expurga: nuestros chicos de la escuela pública.
Partiendo de estas premisas,
bajemos a hora a nuestro pueblo, Guadarrama.
¿Es nuestro problema la falta de un edificio para crear
otro colegio o la falta de un proyecto educativo revolucionario que contemple
un futuro que se basa en la veloz
expansión del conocimiento, en una educación sistemática que deberá ponerlo al
alcance de todos y en la falta de garantías que habrá de ofrecer?
En El País aparece una artículo que tiene que ver con un “proyecto
educativo revolucionario”: “Educación liberaliza los horarios, los días
lectivos y el currículo en los colegios públicos y concertados”. La medida
reza: “para poder desarrollar al máximo
las capacidades, formación y oportunidades de los alumnos, los centros
podrán ampliar el currículo, horario escolar y días lectivos”
CCOO desaprueba la
novedad: “los públicos no van a poder
ampliar nada, no pueden modificar el calendario y ,desde luego, tampoco
el currículo si la
Administración no manda más profesores para ello. No podemos
decirle a los profesores que trabajen más tiempo del estipulado”.
Al margen de la justicia
que encierra la negativa, está clarísimo que estamos diciendo que “no” desde el
siglo XIX y no sabemos decir que “SI” desde el siglo XXI.
Y no deja de ser
curioso. Manejamos nuestros intereses desde la realidad actual –ordenadores,
banca, créditos, especulación de mercado- pero abordamos los derechos que nos
asisten como cuerpo social como si nada hubiera cambiado desde que apareció el
teléfono. ¿Es que recién ahora comienza a ocurrirnos que los ordenadores, la
banca los créditos y la realidad del
mercado también tienen que ver con la educación sistemática?
Me pregunto seriamente
qué pasaría si los directores de la escuela
pública convocaran a las fuerzas vivas del pueblo, les presentaran un proyecto de
cambio que favoreciera a los chicos y pidieran colaboración para sacarlo
adelante. Todo bien armadito; con la participación del ayuntamiento en materia
logística, de la
Subdirección Territorial en apoyo de la “Revolución
didáctico-pedagógica” de Guadarrama, con el AMPA, con la FAPA , con los colegios
universitarios especializados de la Complutense... y con los políticos (que
sacaríamos buen provecho del cambio y tendríamos que estar en primera línea
para prestar apoyo al director). Me pregunto nuevamente, ¿Qué pasaría?
Si nosotros somos
políticos, lo que se dice políticos, nuestra tarea es abordar
a los padres para que reflexionen acerca
de lo que está pasando y va a pasar en el mundo en el que van a vivir
sus hijos y ellos mismos ya sin fuerzas,
y a los maestros, para involucrarlos en una realidad a la que no prestan
atención.
Esto no se puede hacer
con dulzura. Ni los padres aceptarán la oferta ni los maestros se interesarán por un
cambio. Los primeros porque no entienden nada y siguen cómodamente instalados
en su mediocridad de miembros de una
sociedad abundante, y los segundos
porque, hagan lo que hicieren, padecen la cruel soledad de no contar con los padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario