por Carlos A. Trevisi
El fútbol “prende” en
cualquier lugar del mundo por sus características únicas: es un juego de equipo
en el que participan 11 deportistas que tan pronto se abrazan con efusión por
la marcación de un gol como se demudan en cuanto el equipo contrario vence su
valla. Se pasa de la alegría a la tristeza, de la euforia a
la pesadumbre manteniendo en tensión permanente al espectador a lo largo
de los 90 minutos que dura el partido.
El fútbol comenzó a llamarme cuando apareció en
escena Guardiola. Hasta ese momento y pese a haberlo jugado cuando era
estudiante, nunca le había prestado gran atención.
Con Guardiola descubrí algunas vertientes que iban más
allá del juego y de las pasiones irracionales que despierta en miles y miles de
aficionados, algo que sin duda me había mantenido indiferente.
Guardiola busca el triunfo en el campo.
No apela a
ninguna espectacularidad ajena al juego. Su equipo juega siempre igual, con
armonía, con una solvencia que no varía, vaya ganando o perdiendo; sin
violencia, con tesón; logra que sus jugadores vivan el juego con alegría
dibujando jugadas insólitas que apuntan al gol pero que de no darse no arroja
disgusto por el fracaso (acaso resignación), ni gestos de rabia, ni amargura.
Gestiona su trabajo de tal manera que sus hombres no se alteran. Saben que
tarde o temprano vendrá el gol que les dará el triunfo; es todo cuestión
de insistir hasta que llegue.
Guardiola no necesita ser mordaz. Ni despellejar a los
árbitros, ni a los que organizan los torneos, ni a los dirigentes, ni apelar a
críticas soeces, ni gesticular, ni meterle el dedo en el ojo a nadie. Es un
hombre que desde un deporte nos envía el mensaje de que en el mundo existen
posibilidades de éxito sin ejercer violencia, sin vituperar al oponente. En
pocas palabras, que basta con la confianza en uno mismo, una estricta voluntad
y convicción por lo que se hace.
Su postura ante el juego no puede ser distinta de la
que con toda seguridad alienta su propia vida. Se retiró de la dirección
técnica de su equipo sin alborotos. Simplemente se fue a descansar, acaso
buscando otros horizon-tes, pero con la misma sencillez con la que asumió la
responsabilidad de dirigirlo apenas unos pocos años antes cuando comenzó una
carrera de éxitos que pocos equipos en el mundo pueden exhibir.
El que lo ha sucedido en la dirección técnica del
equipo, ya fallecido, que él condujo al éxito no se queda atrás en sus virtudes: sencillez,
esfuerzo, cordialidad, buenos modos y criterio profesional para seguir adelante
con un proyecto que ha demostrado tanta eficacia como para ser imitado por
muchos otros en los que reinan los malos modos, la irritabilidad ante el
fracaso, la violencia para con el rival y un afán de ganar a cualquier coste.
Mire las caras de los jugadores, en especial la de la gran estrella portuguesa,
sus gestos y sus revolcones innecesarios para ver la diferencia entre los que
disfrutan jugando y los que quieren ganar a costa del fútbol.
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