España, como
la mayoría de los países que ha pasado de una dictadura a una mal llamada democracia –acaso porque no es
más que el juego de organizaciones no
siempre en correspondencia con las instituciones- padece de escaseces sociales que no autorizan un
diálogo que transite por los adentros de los conflictos. Por el contrario, los
comentarios de entre casa y un afán
categorizador que excluye la zona de grises entre las distintas posturas –todo
tiene que ser SI o NO -dominan el
panorama.
No hace
mucho una periodista en un debate televisivo sacó a relucir un muñequito con
forma de feto y dirigiéndose a otro periodista que no compartía su idea, le
espetó un “esto es lo que tú quieres matar”.
El programa
de referencia se emite los sábados por la noche, bien entrada la noche, y su público es gente corriente que se va
empachando de lugares comunes. Los periodistas que acuden al plató, como suele
suceder en este tipo de programas hablan de todo y no saben de nada. No hay una
reflexión, una simple pregunta que encauce la conversación fuera de la medianía
en la que se desarrolla el debate.
El
presentador inició la discusión a partir de la siguiente pregunta: ¿Está una
chica de 16 años preparada para ser madre? La pregunta induce al más variado tipo
de opiniones, aunque paralelamente se
trataba de una encuesta a la que los televidentes podían enviar su opinión con
un simple Si o NO.
El aborto,
que no admite la derecha, aunque sí la izquierda, se desdibuja en el ámbito de la
política como si bastara con la
ideología para solucionar tamaño conflicto. Para la izquierda la frustración de
una niña menor de edad que queda embarazada se remite a que perderá su juventud
teniendo que asumir un compromiso como es el de criar un hijo, más propio de
mujeres mayores. Para la derecha, las jóvenes tienen que asumir que es una vida
la que llevan en su vientre y que tienen que seguir adelante con el embarazo.
Había dos
jóvenes en el plató, sentadas a la misma mesa en la que debatían los
periodistas. Una de ellas manifiestó que nunca habría abortado. Habló con sus
padres –seguramente con la madre- y la ayudaron a salir adelante. La otra
decidió, igualmente, no abortar, pero manifestó que a su hijo, que ahora tiene
9 años, y al que adora, lo habría abortado. Los periodistas de derecha se
quedaron perplejos y uno de los de izquierda la aplaudió. La primera estaba
hecha una flor: todo indicaba que era de familia acomodada.; la segunda tenía
el aspecto del que ha asumido responsabilidades muy tempranamente: sus ojos mostraban
una seriedad impropia de su juventud, su ropa hablaba de dificultades
económicas. De la primera poco más se supo. De la segunda, que había seguido
estudiando porque “si uno no estudia no llega a ningún lado, ni siquiera a
conseguir un mal empleo”.
Los
discursos de las jóvenes prolongaron unos pocos minutos más el debate. Se habló
entonces de que matar un embrión era un asesinato; era matar a una persona. Los
periodistas de izquierda opinaron que no era así argumentando que el valor de
la vida de la madre y el padecimiento que sufriría justificaba el aborto.
Entendemos
que lo primero que hay que debatir es cuándo un ser, que tiene proyección de “persona”,
lo es. La Iglesia dice que lo es desde
el mismísimo momento de su creación; así, un cigoto es un ser humano, una
persona.
En otros ámbitos del conocimiento, ese cigoto no es un ser humano, es un individuo igual a todos los demás,
indistinto del resto. Así, a partir del momento de su nacimiento comienza a
recorrer el camino que lo irá transformando en persona idéntica a si misma.
Estas dos
formas de ver al ser humano son irreconciliables porque en su exteriorización
pesa la ideología de los que las sostienen.
La implenitud del planteo está dada por una alternativa que no se contempla: la
responsabilidad que le cabe al padre del aún no nato. ¿Es que no tiene nada que
decir? ¿Ninguna obligación que asumir? ¿Por qué todo recae en la mujer? ¿Qué
diferencia hay entre el hombre y la mujer como para que el futuro del no nato solo recaiga sobre ella?
¿Qué papel juega la mujer? En caso de no querer abortar, ¿el papel de víctima o
el de madre ejemplar y persona intachable? ¿Acaso el de canalla y, mala madre, si aborta?
La
naturaleza de la decisión es íntima. Tan íntima como para que los responsables
de la decisión no tengan ataduras ni se vean obligados por imposiciones que provengan de la religión o de ideologías
políticas, que no deben interferir en ningún sentido. Si se tratara de menores
–insisto en la responsabilidad compartida de los padres- tomarán su decisión
con el apoyo de sus familias y si esto no se diera, pues se habrán adelantado a
la miseria de una vida sin modelos de gratitud,
esperanza y sacrificio que no se les ha sabido inculcar.
La vida
tendrá que seguir y la tragedia de una decisión como la que las circunstancias
los obligan a tomar servirá para moderar sus actos futuros y templar su
personalidad.
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