miércoles, 15 de abril de 2015

MÁS SOBRE EL ABORTO

Por Carlos A. Trevisi

España, como la mayoría  de los países  que ha pasado de una dictadura a una  mal llamada democracia –acaso porque no es más  que el juego de organizaciones no siempre en correspondencia con las instituciones- padece  de escaseces sociales que no autorizan un diálogo que transite por los adentros de los conflictos. Por el contrario, los comentarios de entre casa y  un afán categorizador que excluye la zona de grises entre las distintas posturas –todo tiene que ser SI  o NO -dominan el panorama.
No hace mucho una periodista en un debate televisivo sacó a relucir un muñequito con forma de feto y dirigiéndose a otro periodista que no compartía su idea, le espetó un “esto es lo que tú quieres matar”. 
El programa de referencia se emite los sábados por la noche, bien entrada la noche,  y su público es gente corriente que se va empachando de lugares comunes. Los periodistas que acuden al plató, como suele suceder en este tipo de programas hablan de todo y no saben de nada. No hay una reflexión, una simple pregunta que encauce la conversación fuera de la medianía en la que se desarrolla el debate.

El presentador inició la discusión a partir de la siguiente pregunta: ¿Está una chica de 16 años preparada para ser madre? La pregunta induce al más variado tipo de opiniones, aunque  paralelamente se trataba de una encuesta a la que los televidentes podían enviar su opinión con un simple Si o NO.

El aborto, que no admite la derecha, aunque sí la izquierda, se desdibuja en el ámbito de la política  como si bastara con la ideología para solucionar tamaño conflicto. Para la izquierda la frustración de una niña menor de edad que queda embarazada se remite a que perderá su juventud teniendo que asumir un compromiso como es el de criar un hijo, más propio de mujeres mayores. Para la derecha, las jóvenes tienen que asumir que es una vida la que llevan en su vientre y que tienen que seguir adelante con el embarazo.

Había dos jóvenes en el plató, sentadas a la misma mesa en la que debatían los periodistas. Una de ellas manifiestó que nunca habría abortado. Habló con sus padres –seguramente con la madre- y la ayudaron a salir adelante. La otra decidió, igualmente, no abortar, pero manifestó que a su hijo, que ahora tiene 9 años, y al que adora, lo habría abortado. Los periodistas de derecha se quedaron perplejos y uno de los de izquierda la aplaudió. La primera estaba hecha una flor: todo indicaba que era de familia acomodada.; la segunda tenía el aspecto del que ha asumido responsabilidades muy tempranamente: sus ojos mostraban una seriedad impropia de su juventud, su ropa hablaba de dificultades económicas. De la primera poco más se supo. De la segunda, que había seguido estudiando porque “si uno no estudia no llega a ningún lado, ni siquiera a conseguir un mal empleo”.

Los discursos de las jóvenes prolongaron unos pocos minutos más el debate. Se habló entonces de que matar un embrión era un asesinato; era matar a una persona. Los periodistas de izquierda opinaron que no era así argumentando que el valor de la vida de la madre y el padecimiento que sufriría justificaba el aborto.

Entendemos que lo primero que hay que debatir es cuándo un ser, que tiene proyección de “persona”, lo es. La Iglesia  dice que lo es desde el mismísimo momento de su creación; así, un cigoto es un ser humano, una persona.

 En otros ámbitos del conocimiento, ese cigoto no es un ser humano, es un individuo igual a todos los demás, indistinto del resto. Así, a partir del momento de su nacimiento comienza a recorrer el camino que lo irá transformando en persona idéntica a si misma. 

Estas dos formas de ver al ser humano son irreconciliables porque en su exteriorización pesa la ideología de los que las sostienen.

La implenitud del planteo está dada por una alternativa que no se contempla: la responsabilidad que le cabe al padre del aún no nato. ¿Es que no tiene nada que decir? ¿Ninguna obligación que asumir? ¿Por qué todo recae en la mujer? ¿Qué diferencia hay entre el hombre y la mujer como para que  el futuro del no nato solo recaiga sobre ella? ¿Qué papel juega la mujer? En caso de no querer abortar, ¿el papel de víctima o el de madre ejemplar y persona intachable? ¿Acaso el de  canalla y, mala madre, si aborta?


La naturaleza de la decisión es íntima. Tan íntima como para que los responsables de la decisión no tengan ataduras ni se vean obligados por imposiciones  que provengan de la religión o de ideologías políticas, que no deben interferir en ningún sentido. Si se tratara de menores –insisto en la responsabilidad compartida de los padres- tomarán su decisión con el apoyo de sus familias y si esto no se diera, pues se habrán adelantado a la miseria de una vida sin modelos de gratitud,  esperanza y sacrificio que no se les ha sabido inculcar.

La vida tendrá que seguir y la tragedia de una decisión como la que las circunstancias los obligan a tomar servirá para moderar sus actos futuros y templar su personalidad. 

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