sábado, 25 de julio de 2015

LAFIESTA Y LOS TOROS

De Religión Digital
Hay tradiciones y fiestas que no se pueden discutir. Yo no soy especialmente taurina, no me gusta la fiesta, la danza entre la bestia herida y el torero, me resulta macabra. Y por si fuera poco la estocada final es de un trágico que me eriza el vello. Sé que esto no es políticamente correcto. No voy contra nada, pero en San Fermín me pasa lo mismo. Veo la estampa de esos corredores jugándose la vida, y me parece que no están bien de la cabeza. Que todo ese juego con la muerte tiene una adrenalina peligrosa. Si además le añades a la fiesta vino, borrachera y mucha juerga, quedará la típica estampa épica de Hemingway, Orson Welles, Ava Gardner y tantas otras celebrities. Pero la realidad es que la España de la fiesta es casi una metáfora de nuestra idiosincrasia, que siempre va rozando el filo de la navaja.
Siguen siendo multitud los pueblos y ciudades donde los toros forman parte de esas ganas perennes que tienen algunos de jugarse la vida de la manera más tonta. Por puro sentido común deberían prohibirse. Y me dirán ustedes que Gora San Fermín y todo lo que supone esa semana para el comercio y la hostelería. Pero es que estoy viendo a los bichos empitonar personas y como se populariza para el turismo foráneo la danza de la muerte.
Y me pasa lo mismo con los montañeros, tan ecológicos ellos, que se suben a los picos y luego se despeñan y hay que recatarlos, a veces, ya sin vida. Deportes, aficiones, fiestas, que llevan la tragedia adosada a la espalda. Y así nos va. Yo debo de estar hecha de otra pasta, porque a mí todo esta parafernalia me sobra y me molesta, hiere mi vista y no le encuentro la belleza por ningún lado. El espíritu poético del asunto lo he perdido hace mucho tiempo.
Ya digo que hay tradiciones a las que no les encuentro sentido, o mejor dicho, carecen de sentido común y por tanto me parecen que pueden debatirse. España sin los toros es casi como perder la denominación de origen. Y no me quejo de que las reses bravas pasturen mansamente hasta el día que les llega la abatida final, con un poco de suerte hasta pueden cargarse a su asesino. Mientras que las ovejas van directas al sacrificio sin ninguna exhibición artística. Pero aún así, lo vuelvo a repetir, me parece fuera de lugar que todos los veranos caigan piezas humanas por pura diversión.
Que esto es un invento tan viejo como la propia civilización, me consta. La lucha con la bestia es ancestral proviene de la civilización cretense, donde se jugaba ya con el animal. Eso sí, sin tener que irle dando estoques para templar su furia, y abatirlo atravesado al grito de olé. Seguramente también era trágico el destino final de ese animal tan noble que es el toro. Y digo que es noble porque así me lo parece en la suerte que le toca. Una lucha por la vida perdida de antemano, en la que el hombre juega a hacer florituras con un capote frente al toro.
Una suerte que algunos quieren suprimir por amor a los animales. Porque no quieren que sufran. No voy a ser yo la que recuerde que esta fiesta también está en el sur de Francia y en toda Hispanoamérica. Exportada por España y ensalzada como fiesta nacional. El toro y el hombre vuelven este verano a serpentear la vida y la muerte. Esperemos que las víctimas no sean humanas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario