El Concilio de Trento y el arte del Barroco
En 1517 un monje agustino
llamado Martín Lutero, lanzó el
desafío más grande que hasta
entonces nadie había osado
lanzar a la poderosa Iglesia
Católica de Roma. La respuesta
al mismo llegó tarde y mal. La
reunión del concilio, reclamada
inútilmente por algunos, como el
propio emperador Carlos, no se
produciría hasta 1545, en
Trento, una ciudad del norte de
Italia.
El Concilio de Trento pretendía
reparar aquella grieta abierta
en la cristiandad, pero no sólo
llegó tarde, sino que fue
interminable. Sus sesiones
concluyeron dieciocho años más
tarde, en 1563. Durante aquel
tiempo hubo diferentes
interrupciones, se sucedieron
cinco papas, tres de ellos,
Paulo III, Julio III y Pío IV,
convocaron sesiones del mismo,
mientras que otros dos, Marcelo
II y Pablo IV ni siquiera lo
hicieron, si bien es cierto, que
Marcelo II sólo rigió la iglesia
durante un año. Con este
panorama a quién puede extrañar
que el Concilio se cerrara con
un rotundo fracaso, al menos en
el intento de restablecer la
unidad de la Cristiandad.
De sus sesiones salió la Reforma
católica o Contrarreforma, y su
influencia se mantuvo en la vida
y en la estructura de la iglesia
católica hasta el Concilio
Vaticano II. Durante las mismas
se elaboraron algunos decretos
que tendrían consecuencias para
el desarrollo del arte durante
los siglos XVI y XVII en los
países católicos. El grueso de
las mismas se recoge en la
sesión XXV del Concilio,
desarrollada durante los días 3
y 4 de diciembre de 1563, y en
ellas se adoptaron importantes
decisiones en cuanto al culto a
las imágenes, a las que se
oponían tenazmente los
reformistas protestantes.
Respecto a ello, la Iglesia
Católica se expresó del
siguiente modo:
"Además de esto, declara que
se deben tener y conservar,
principalmente en los templos,
las imágenes de Cristo, de la
Virgen madre de Dios, y de otros
santos, y que se les debe dar el
correspondiente honor y
veneración: no porque se crea
que hay en ellas divinidad, o
virtud alguna por la que
merezcan el culto, o que se les
deba pedir alguna cosa, o que se
haya de poner la confianza en
las imágenes, como hacían en
otros tiempos los gentiles, que
colocaban su esperanza en los
ídolos; sino porque el honor que
se da a las imágenes, se refiere
a los originales representados
en ellas; de suerte, que
adoremos a Cristo por medio de
las imágenes que besamos, y en
cuya presencia nos descubrimos y
arrodillamos; y veneremos a los
santos, cuya semejanza tienen:
todo lo cual es lo que se halla
establecido en los decretos de
los concilios, y en especial en
los del segundo Niceno contra
los impugnadores de las
imágenes.
Enseñen con esmero los Obispos
que por medio de las historias
de nuestra redención, expresadas
en pinturas y otras copias, se
instruye y confirma el pueblo
recordándole los artículos de la
fe, y recapacitándole
continuamente en ellos: además
que se saca mucho fruto de todas
las sagradas imágenes, no sólo
porque recuerdan al pueblo los
beneficios y dones que Cristo
les ha concedido, sino también
porque se exponen a los ojos de
los fieles los saludables
ejemplos de los santos, y los
milagros que Dios ha obrado por
ellos, con el fin de que den
gracias a Dios por ellos, y
arreglen su vida y costumbres a
los ejemplos de los mismos
santos; así como para que se
exciten a adorar, y amar a Dios,
y practicar la piedad. Y si
alguno enseñare, o sintiere lo
contrario a estos decretos, sea
excomulgado. Mas si se hubieren
introducido algunos abusos en
estas santas y saludables
prácticas, desea ardientemente
el santo Concilio que se
exterminen de todo punto; de
suerte que no se coloquen
imágenes algunas de falsos
dogmas, ni que den ocasión a los
rudos de peligrosos errores. Y
si aconteciere que se expresen y
figuren en alguna ocasión
historias y narraciones de la
sagrada Escritura, por ser estas
convenientes a la instrucción de
la ignorante plebe; enséñese al
pueblo que esto no es copiar la
divinidad, como si fuera posible
que se viese esta con ojos
corporales, o pudiese expresarse
con colores o figuras.
Destiérrese absolutamente toda
superstición en la invocación de
los santos, en la veneración de
las reliquias, y en el sagrado
uso de las imágenes; ahuyéntese
toda ganancia sórdida; evítese
en fin toda torpeza; de manera
que no se pinten ni adornen las
imágenes con hermosura
escandaloa; ni abusen tampoco
los hombres de las fiestas de
los santos, ni de la visita de
las reliquias, para tener
convitonas, ni embriagueces:
como si el lujo y lascivia fuese
el culto con que deban celebrar
los días de fiesta en honor de
los santos. Finalmente pongan
los Obispos tanto cuidado y
diligencia en este punto, que
nada se vea desordenado, o
puesto fuera de su lugar, y
tumultuariamente, nada profano y
nada deshonesto; pues es tan
propia de la casa de Dios la
santidad. Y para que se cumplan
con mayor exactitud estas
determinaciones, establece el
santo Concilio que a nadie sea
lícito poner, ni procurar se
ponga ninguna imagen desusada y
nueva en lugar ninguno, ni
iglesia, aunque sea de cualquier
modo exenta, a no tener la
aprobación del Obispo".
CONCILIO DE TRENTO, sesión XXV,
La invocación, veneración y
reliquias de los santos y de las
sagradas imágenes (1653).
Biblioteca Electrónica Cristiana
)
De
la lectura del documento puede
desprenderse que para la iglesia
católica, el arte se convertía,
una vez más, en un instrumento
de propaganda al servicio de la
fe, a través del cual había que
estimular la piedad y la
devoción en los fieles,
conmoverlos, ese era el mensaje
que había de transmitirse.
Para ello se les pedía a los
artistas que el arte fuera
comprendido con facilidad por
las personas del pueblo, lo que
suponía abandonar muchas de las
alegorías cultas que hasta
entonces se empleaban; contar
las historias sagradas
centrándose en lo principal y
prescindiendo de detalles que
distrajesen la atención del
asunto; tratar los temas
religiosos de forma elevada, es
decir, con respeto, que ellos
entendían como seguir fielmente
los textos bíblicos y sagrados y
no otros que hasta entonces
también se empleaban, como los
evangelios apócrifos, por
ejemplo.
En estas decisiones, por tanto,
está el origen de muchas de las
modificaciones temáticas y
plásticas que van a diferenciar
el arte barroco del
renacentista.
Todas las cuestiones
concernientes al gobierno
espiritual y de las almas eran
debatidas en los Concilios
(instituidos a fines del siglo
II), siendo el tema de la
representación de las imágenes
unos de los puntos de mayor
significación en las artes, en
especial, en la pintura por ser
esta la productora directa de
dichas imágenes. El Concilio de
la Reforma Católica reunido en
Trento entre 1545 y 1563 no
estuvo exento de estas
discusiones ya que, entre otras
cosas, lo que la Iglesia
necesitaba en esos momentos era
un arte relativamente sencillo,
dirigido más al ánimo y al
sentimiento que al intelecto; es
decir, un arte para las masas
que acudía a las iglesias. Por
tal motivo, había que evitar
ante todo, que en las iglesias
se exhibiera obras de arte
inspiradas en herejías
religiosas, los desnudos, el
adorno de las imágenes con
incitaciones seductoras, las
imprecisiones teológicas, todo
elemento pagano y secular. El
arte eclesiástico se transforma
en un arte oficial, juzgándose
la obra, sobre todo, por su
valor de devoción. Igualmente,
los artistas debían realizar sus
obras, destinadas a las
iglesias, siguiendo las
instrucciones de sus consejeros
espirituales (asignados por la iglesia) y supervisados
por los teólogos.
La Iglesia Católica tuvo que
asumir el difícil papel de poner
en funcionamiento los decretos
del Concilio de Trento; su
acción tomó el nombre de
Contrarreforma y fue dirigida
por las órdenes religiosas, en
especial por los jesuitas. Estos
usaron el arte como medio para
inducir a las masas a aceptar
las verdades enseñadas, en
realidad, lo que hizo fue
retomar las doctrinas medievales
que consideraban que el arte,
igual que la filosofía, estaban
al servicio de la teología.
La Contrarreforma encuentra en
el Barroco su plenitud
artística: hay un emocionalismo
y un sentimentalismo, un deseo
de hurgar en el dolor, en la
aflicción, en las heridas y en
las lágrimas lo que constituye
el sentimiento barroco. La
Contrarreforma supo ver en las
fuerzas inconscientes y
afectivas, no racionales, las
nuevas condiciones de lucha,
basando la propaganda, mas en la
emoción que en el pensamiento;
desarrolla un arte religioso
barroco, es decir, un arte
emotivo, teatral, con gran
sentido escenográfico que se
vale de la sugestión y del
prestigio. Un estilo que combina
las artes de la arquitectura, la
pintura y la escultura actuando
sobre el espectador,
invitándole a participar de
las agonías y éxtasis de los
santos.
El concilio de Trento fue la
olla del diablo, muchos
científicos, artistas y
filósofos fueron interrogados
por el tribunal de la Santa
Inquisición; uno de los
interrogados fue el
Veronés, el año de
1573, gracias a sus altas y
principales amistades se salvo
de la muerte. El cuadro que fue
renombrado como "La cena
de Leví" contenía
imágenes no agradables para los
"representantes de Cristo en la
tierra", después del
interrogatorio la "nariz
sangrando", detalle de seguro
fabuloso, tuvo que ser borrado
por el pintor, pero, el perro,
el bufón, el papagayo y los
alabanderos alemanes quedaron en
la pintura.
Lo sorprendente en ese
interrogatorio fue el aplomo y
seguridad del pintor para
responder las preguntas, más
allá de sus amistades creo que
vale no desmerecer el ingenio
del Veronés y sus buenas maneras
para exponer su criterio y
razones:
Ante el tribunal de la
Santa Inquisición (Sábado 18 de
julio de 1573)
-El señor Paolo Caliari
Veronese, domiciliado en la
parroquia de San Manuel, fue
citado por el Santo Oficio a
compadecer ante el Sagrado
Tribunal, y le fueron
preguntados nombre y apellido.
Contestó como se consigna
arriba.
Se le preguntó su profesión.
R.: Pinto y hago cuadros.
P.: ¿Conocéis la razón de haber
sido citado?
R.: No, señores.
P.: ¿Podéis suponerla?
R.: Puedo, seguramente.
P.: Decidnos qué suponéis.
R.: Por la razón que me ha dicho
el Reverendo Padre, es decir, el
Prior de San Juan y San Pablo,
cuyo nombre desconozco, el cual
me dijo que había estado aquí y
que Vuestra Ilustrísimas
Señorías le habían ordenado que
me hiciera substituir un perro
por una figura de Magdalena. Y
yo le contesté que con mucho
gusto haría esto o cualquier
otra cosa que me reportara
crédito o favoreciera a mi
pintura, pro que no pensaba que
una figura la Magdalena sentara
bien allí, por muchas razones
que estoy dispuesto a exponer
siempre que se me de ocasión.
P.: ¿A que pintura os referís?
R.: A una pintura de la última
cena que hizo Jesús con sus
apóstoles en casa de Simón.
P.: ¿Donde está esa pintura?
R.: En el refectorio de los
frailes de San Juan y San
Pablo...
P.: En esa Cena de Nuestro
Señor, ¿pintasteis algunos
sirvientes?
R.: Si, señores.
P.: Decidnos cuantos y lo que
hace cada uno.
R.: Primero, está el dueño de
casa, Simón. Después, debajo de
esta figura, pinté un mayordomo,
que supuse había ido allí por
curiosidad, para ver como iban
las cosas en la mesa. Hay además
otros varios personajes que no
recuerdo, porque ya hace tiempo
que colgué esta pintura.
P.: ¿Habéis pintado otras Cenas,
además de esta?
R.: Si, señores.
P.: ¿Cuantas habéis pintado y
donde?
R.: Pinté una en Verona, para
los reverendos monjes de San
Nazario, que está en su
refectorio.
-Dijo: Hice una en el refectorio
de los reverendos Padres de San
Jorge, aquí en Venecia.
Le dijeron: Esto no es una Cena.
Se os pregunta sobre la cena de
Nuestro Señor.
R.:Hice una en el refectorio de
los Servitas en Venecia, y una
en el refectorio de San
Sebastián, aquí en Venecia. Y
pinté una en Padua para los
padre de la Magdalena. Y no
recuerdo haber hecho más.
P.: En la Cena que pintasteis en
San Juan y San Pablo, ¿qué
significa la figura del hombre
con la nariz sangrando
R.: La hice representando un
criado, cuya nariz, por algún
accidente, puede haberse puesto
a sangrar.
P.: ¿Que significan aquellos
hombres armados, vestidos a la
alemana, cada uno con una
alabarda en la mano?
R.: Aquí necesito decir unas
palabras.
P.: Decidlas.
R.: Nosotros, los pintores, nos
tomamos las mismas libertades
que los poetas y los locos. Y yo
pinté estos dos alabanderos, el
uno bebiendo y el otro comiendo
junto a la escalera, apostados
allí como para cumplir algún
servicio, porque me pareció
propio que el señor de la casa,
que era grande y rico, según me
contaron, tuviera tales
sirvientes.
P.: este individuo vestido como
bufón, con un papagayo en el
puño, ¿con que objeto lo
pintasteis en la tela?
R.: Como adorno, según se hace a
menudo.
P.: ¿Quién está sentado a la
mesa con Nuestro Señor?
R.: Lo doce apóstoles.
P.: ¿Qué está haciendo San
Pedro, que es el primero?
R.: Está trinchando el cordero,
para pasarlo al otro extremo de
la mesa.
P.: ¿Qué hace el siguiente?
R.: Presenta un plato para
recibir lo que le dé San Pedro.
P.: Decidnos que hace el que
sigue.
R.: Tiene un palillo con el que
se está mondando los dientes.
P.: ¿Quién creéis que estuvo
realmente presente en esta Cena?
R.: Creo que estaban presentes
Cristo y sus doce apóstoles,
pero si en una pintura quedan
espacios vacíos, los adorno con
figuras según mi imaginación.
P.: ¿Os encargó alguien que en
este cuadro pintarais alemanes,
bufones y otras cosas de ese
género?
R.: No, señores. Pero me
encargaron que adornara el
cuadro según mi criterio, y es
un cuadro grande, con espacio
para muchas figuras, según me
pareció.
- Fue interrogado sobre los
adornos que él, el pintor, tiene
costumbre de introducir en sus
cuadros y pinturas murales, si
tiene costumbre de hacerlos
convenientes y adecuados al tema
y a las figuras principales, o
si los pinta a capricho,
siguiendo los antojos de su
fantasía, sin discreción ni
juicio.
R.: Hago mis pinturas
considerando bien lo que es
adecuado, en la medida en que se
alcanza la mente.
- Se le preguntó si creía
adecuado que en la Última Cena
de Nuestro Señor se pintaran
bufones, borrachos, alemanes,
enanos y payasadas semejantes.
R.: No, señores.
P.: ¿No estáis enterado de que
Alemania y otros países
infestados de herejía hay
costumbre de usar las pinturas
extrañas y procaces y las
invenciones semejantes para
mofarse, escarnecer y
ridiculizar las cosas de la
Santa Iglesia Católica, con el
fin de enseñar la falsa doctrina
a los indoctos e ignorantes?
R.: Si, señores. Esto es
abominable. Pero yo repetiré lo
que he dicho antes, o sea que
estoy obligado a seguir lo que
hicieron mis predecesores.
P.: ¿Qué hicieron vuestro
predecesores?
¿Hicieron jamás algo parecido?
R.:Miguel Ángel, en Roma, en la
Capilla Pontificia. Pintó a
Nuestro Señor Jesucristo, a su
Santísima Madre, San Juan, San
Pedro y a la corte celestial
todos desnudos, incluso la
Virgen María, con poca
reverencia.
P.: ¿ No sabéis que al pintar el
Juicio Final, en el que se
supone que no hay vestidos ni
cosas parecidas, no había
necesidad de pintar ropajes, y
que en estas figuras no hay nada
que no sea espiritual, y que no
hay bufones, perros, armas ni
parecidas payasadas? ¿Y
presumís, basándoos en este o
cualquier otro ejemplo, de haber
hecho bien al pintar este cuadro
como está? ¿Y os proponéis
defenderos alegando que la
pintura es totalmente correcta y
decorosa?
R.: Ilustrísimos señores, no. No
intento defenderla, pero pienso
que yo obré bien. Y no reparé en
tantas cosas, no creyendo que
hiciera nada incorrecto, tanto
más cuanto que las figuras de
los bufones están fuera del
lugar donde está Nuestro Señor.
-Después de lo cual, Sus
Señorías decretaron que el
citado señor Paolo fuera
requerido y obligado a corregir
y enmendar la pintura en
cuestión de sus propias expensas
y en el plazo de tres meses, a
contar desde el día de la
sentencia, bajo las penalidades
que pudiera imponerle el Sagrado
Tribunal.
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