La perversión del sistema judicial español y la infame sentencia de ‘La Manada’
Lidia Falcón
PÚBLICO.ES
28 ABRIL, 2018
28 ABRIL, 2018
La
sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Navarra sobre la violación
cometida por los cinco integrantes de la banda ‘La Manada’, a una muchacha de
18 años en las fiestas de San Fermín en Pamplona, hace dos años, ha
conmocionado a nuestra sociedad, y también a algunas otras. No solamente al
Movimiento Feminista ni a las mujeres, sino a todas las personas, hombres y
mujeres de bien, que han visto como se conculcan todos los parámetros del
sentido común y de los valores de la democracia y de la igualdad, en este ya
entrado siglo XXI.
Muchos
comentaristas han desmenuzado, con gran conocimiento jurídico, tanto la
declaración de hechos probados, que los propios magistrados aceptan en su
sentencia, como los considerandos que establecen que esos mismos hechos no
constituyen agresión sexual sino únicamente abusos, lo que les permite rebajar
la pena de los 18 años que pide el fiscal a los 9 que establecen en la condena.
La
incongruencia que supone la admisión de la cadena de humillaciones, mal trato e
imposición de actos sexuales a que sometieron los culpables a la víctima y la
negativa a calificar de agresión esas conductas, es evidente y
así lo remarcan todos: juristas, periodistas de tribunales, comentaristas,
feministas, políticos y gente común.
Pero yo
quiero analizar con una mirada más amplia lo que está sucediendo en nuestro
ordenamiento jurídico y en nuestro sistema judicial respecto a la conducta de
los hombres en su relación con las mujeres.
El
Código Penal de 1995, tildado pomposamente por el entonces ministro de Justicia
e Interior, Juan Antonio Belloch, de Código Penal de la Democracia, modificó el
ordenamiento legal en cuanto a las conductas sexuales en el sentido de:
Eliminar
el delito de estupro, que consistía, desde el Derecho Romano, en penalizar las
relaciones sexuales de un mayor de edad con un menor, aún con el consentimiento
de este último, entendiendo que éste no tiene madurez emocional ni mental
suficiente para otorgarlo, y que permitirlo únicamente sirve para dejar impunes
a los pederastas.
Estableció
la edad mínima para prestar consentimiento sexual en 12 años.
Eliminó
el delito de perversión de menores.
Eliminó
la prohibición de la prostitución y del proxenetismo.
Ni
menciona la pornografía.
No
existe el incesto.
Y
elimina la calificación de violación considerándola agresión sexual, eludiendo
incluso utilizar la palabra violación, y estableciendo unos parámetros confusos
para entender la violencia.
De todo
ello, y mucho más, salieron beneficiados los violadores, los proxenetas, los
consumidores de prostitución, los creadores y difusores de pornografía, los
pederastas y autores de abusos sexuales a menores, los padres violadores y
abusadores de sus hijos. Las modificaciones que logramos con la lucha y las
reclamaciones del Partido Feminista, han sido minúsculas. La más importante ha
sido elevar la edad para prestar consentimiento sexual a los 16 años. Porque en
España las conductas criminales sexuales están consentidas en una sociedad tan
perversa que ni siquiera considera repudiable y punible el incesto.
De esta
legislación se sigue la jurisprudencia consecuente. Se habla mucho de lo
repudiable de la sentencia de ‘La Manada’, y de otras resoluciones judiciales,
como si únicamente los jueces fueran los responsables de las innumerables
injusticias que padecen las mujeres en los tribunales. Pero ciertamente si los
magistrados dictaran sentencias no ajustadas a la ley podrían ser perseguidos
por prevaricación, sin que hasta la fecha hayamos podido actuar en tal sentido.
Porque esos administradores de justicia operan con respeto a la legislación
vigente. Y de tal modo ha sido posible que se elaborara una larga
jurisprudencia que dirige el criterio de las sentencias a la tolerancia de los
crímenes sexuales cometidos por los hombres.
Una
legislación que tiene sus raíces en el Patriarcado más antiguo que exige que
las mujeres sean carne de satisfacción para los varones. Y que si no quieren
ser acosadas, maltratadas y violadas por estos no deben salir de casa, tienen
que cubrirse honestamente el cuerpo y no pueden hacerse notar
públicamente.
Una
ley, tanto el Código Penal como la de Violencia de Género, que establece toda
clase de subterfugios, atenuantes y garantías para no castigar a los
hombres que pegan, humillan, violan y asesinan mujeres. Al fin y al cabo, eso
es lo que se merecen esas féminas respondonas, que pretenden decidir sobre su
propia vida, que salen solas de noche a fiestas y jolgorios, como dice el voto
reservado de uno de los magistrados que firman la sentencia, y hasta provocan a
los varones dejándose besar en el portal. Lo que evidentemente supone permiso para que cinco jóvenes, dos veces más grandes que la
víctima, le tapen la boca y la penetren 11 veces, anal, bucal y vaginalmente.
Todo porque ella se atrevió a hablar con ellos en la calle.
Las
leyes hay que interpretarlas en cada sentencia, para eso se redactan los
artículos del Código Penal con tanta ambigüedad, por unos señores y señoras
magistradas que tienen como única preparación técnica y humana lo que les
obligaron a estudiar en unas dementes oposiciones. Solamente la China antigua
establecía unas normas semejantes para ser funcionario del Imperio. Durante
varios años, tres como mínimo y muchas veces se prolongan a diez, memorizan
artículo por artículo de una elefantiásica legislación que únicamente la
biblioteca Aranzadi puede recopilar. Y después de días de repetir como seres
enfermizos sus conocimientos legislativos, en unos meses de interminables
exámenes, se les puede dar por aprobados y entrar en la carrera judicial.
De esa
entrada en el sagrado ámbito de la justicia se pasa a la Escuela Judicial que
es la escuela del machismo. Allí se les enseña a desconfiar de las declaraciones
de las mujeres, advirtiéndoles que muchas presentan denuncias falsas de
maltrato y de violaciones. A pesar de las infinitas reclamaciones que hemos
realizado desde muchos ámbitos del feminismo para que se organizara una
verdadera enseñanza de valores de igualdad y democracia, nunca hemos podido
penetrar en el pétreo refugio de la Escuela Judicial.
Y como
una de las condiciones de una democracia es, sin duda, la independencia de los
jueces, a los que se no se debe someter a presiones para que resuelvan en un
sentido u otro cuando dirimen los conflictos de intereses de los
ciudadanos, los magistrados se han creído portadores de la Verdad
Revelada. Hoy, todas las asociaciones de jueces se han pronunciado contra
las manifestaciones callejeras que ha provocado esa infame sentencia. Porque
a ellos no se les puede criticar. Hallándose por encima del bien y del mal,
sus resoluciones son intocables, únicamente modificables por otra de superior
rango, dictada por otros componentes de ese clan, que siempre queda impune
aunque cometa errores de graves consecuencias, y que se protegen unos a otros
ante las reclamaciones de la ignorante plebe.
Teniendo
en cuenta el machismo imperante en la sociedad española, que se transmite a
todas las generaciones siguientes a través de la familia, la escuela, los
institutos, las Universidades, los medios de comunicación, la legislación, la
propaganda política, la Iglesia, la cultura dominante, la corporación
judicial no es una excepción, pero el grave peligro es que tiene más poder que
otras instituciones y de ella depende la hacienda, la libertad, el honor y
hasta la vida de todas las personas sujetas a su poder.
En esta
sentencia, como en tantas otras, los jueces se han convertido en encubridores
de los criminales.
Porque encubrir, como dice el diccionario de la RAE, consiste en “ocultar
a un delincuente o un delito para que no sea descubierto”. Con esa perversa
disquisición que han protagonizado los ilustres magistrados, en la que se
entretienen disertando sobre si hubo o no violencia en las múltiples
violaciones de los miembros de la Manada en los actos de aquella noche en el
portal de Pamplona –no olvidemos que la víctima fue penetrada 11 veces bucal,
anal y vaginalmente- han ocultado la responsabilidad criminal de los
violadores e impedido que los verdaderos delitos sean descubiertos.
Con esa
sentencia le han negado a la víctima su legítimo derecho a que se le haga
justicia en cumplimiento del mandato constitucional de la tutela judicial
efectiva, se la ha denigrado como mujer y se la ha hundido más en la
humillación y la depresión.
Y sobre
todo, lo más grave, han pervertido la noble acción de la justicia y hundido el
ya tocado prestigio de la acción judicial, desanimando a las mujeres a
presentar denuncias y pedir amparo a los tribunales para protegerse de las
numerosas tropelías que padecen a manos de hombres maltratadores, abusadores,
violadores y asesinos. Con lo que se afirma más la convicción de las
ciudadanas de que en España no hay justicia.
Madrid,
27 abril 2018.
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