Autor desconocido
Crítica a la visión etnocéntrica
occidental en clave
histórica y
antropológica
La apertura etnográfica de amplios horizontes
históricos y culturales se superpone a todo intento de imposición étnica
etnocéntrica. El pujante etnocentrismo cultural, europeo y contemporáneo,
asociado en su forma primigenia al pensamiento decimonónico progresista y
evolucionista, es combatido por Ortega. Éste, como vengo afirmando desde hace
tiempo, se aparta de la etnocéntrica y errónea creencia occidental que dice que
somos los más culturalmente avanzados del planeta. La cima de la civilización
mundial. Así creía en su momento, sumida en una acentuada prepotencia biológica
racial, la Inglaterra victoriana, embalsamada de elogios por los primeros
antropólogos evolucionistas decimonónicos (Morgan, Spencer o Tylor). Éstos,
modernos precursores del actual etnocentrismo occidental y herederos directos
de una idea moderna de progre-so desbordante durante el racionalmente
magnificado siglo XVIII, proyectan sobre Europa y especialmente sobre la
económicamente pujante y burguesa Inglaterra del siglo XIX todas sus esperanzas
como teóricos antropológicos. Ven en ella la suprema forma de existencia. Ese
estadio superior cultural de la civilización humana que tanto les enorgullecía
y al que tendían, en principio y según ellos, el resto de culturas -no todas lo
conseguían- definidas desde Occidente como más "primitivas" o
salvajes. Ortega menciona la figura de Kurt Breysig para ilustrar este asunto:
"Algo más sutil fue el ensayo de Kurt Breysig en
su Historia de la cultura moderna, donde hallamos un primer
capítulo "Sobre los pueblos eternamente primitivos", es decir, sobre
los salvajes (...)Siempre recaerá sobre Breysig el honor de haber sido el
primero que introduce el llamado "salvajismo" como personaje esencial
en el gran drama humano. Su idea es que la realidad histórica se produce en
grandes ciclos, cada uno de los cuales recorre una serie de estadios siempre
idéntica. Así, hay en Grecia una época primitiva, una antigüedad, una edad
media, una edad moderna, una época reciente. Mas no todos los pueblos avanzan
de un estadio a otro; los hay que se quedan perennemente en una determinada
altura de su desarrollo histórico esperando la hora de desaparecer. Habría,
pues, como razas "eternamente primitivas", naciones irremediablemente
medievales o antiguas" (Ortega y Gasset [III] 2004: 766).
La culturalmente soberbia visión histórica y
evolucionista decimonónica soportaba una idea del progreso recalcitrante. Toda
existencia cultural planetaria o mundial era juzgada según su mayor o menor
colaboración en ese progreso que simbolizaba modernidad. Cuando un pueblo
parecía no haber contribuido a él, se le negaba -en opinión de Ortega-
"positiva existencia histórica y quedaba descalificado como bárbaro o salvaje.
Ahora bien; ese progreso era simplemente el desarrollo de las aficiones
específicamente europeas: las ciencias físicas, la técnica, el derecho
racionalista, etcétera" (Ortega y Gasset [III] 2004: 765). Durante los
siglos XVIII y XIX, el mundo dominado por la civilización europea vivía
sostenido por la fe en el progreso. Creía que la humanidad había por fin
montado "en un convoy llamado cultura, el cual por necesidad
mecánica, había de llevarla en incesante avance a formas de existencia cada vez
mejores y así hasta el infinito [...]. La fuerza creadora de esa cultura
progresiva o progrediente era la razón, la inteligencia" (Ortega y Gasset
[XII] 1983: 246). El europeo no entiende más historia que la que va movida por
"la idea del progreso, la que consiste en el servicio de una cultura
creciente" (Ortega y Gasset [II] 2004: 762). Occidente sacraliza la idea
moderna del progreso pues, desde hace siglos, impulsa la civilización europea
-según se piensa- hacia cotas culturales y humanas cada vez mejores y
"prohibidas" a otros pueblos denominados "primitivos" de
los que nada se conoce. El progresismo occidental etnocentrista conduce en este
sentido a que porciones gigantescas de vida humana, en el pasado y aun en el
presente, nos sean desconocidas y los destinos no europeos que han llegado a
ser noticia sean tratados, todavía hoy, como formas marginales de lo humano,
"como accidentes de valor secundario, sin otro sentido que subrayar más el
carácter substantivo, central, de la evolución europea" (Ortega y Gasset
[III] 2004: 765).
Los evolucionistas sociales progresistas, aun cuando
en principio combaten todo universalismo dieciochesco y humano cultural por
falso, no logran escapar a ciertos postulados ilustrados que impulsan un tipo
de etnocentrismo occidental racional cultural que somete otros modos de estar
en el mundo. Siguen aquéllos pensando que Europa simboliza cultura superior y
razón. Presos de un determinismo biológico racial y sobre todo de una soberbia
cultural sin precedentes inmediatos, categóricamente afirmaban que las culturas
del pasado se encontraban en una fase evolutiva retrasada. Salvajismo o
barbarie. Primitivismo. Culturas que, por tanto, no habían contribuido al
progreso. Esta actitud supone sentir, como advierte Ortega, "fobia hacia
el pasado, sobre todo hacia el hombre primitivo". Implica creer que
"el pretérito no puede enseñarnos nada, y mucho menos ese pasado absoluto
(...) que habita el hombre prehistórico" (Ortega y Gasset [II] 2004: 408).
El progresismo unilineal evolucionista es, como piensa Ortega, falso porque se
refiere exclusivamente al porvenir. En él pone todas sus esperanzas. Está
ciegamente seguro de que el hombre progresará "con astronómica
necesidad" (Ortega y Gasset [VI] 2004: 321).
Con la posterior, ya entrado el siglo XX, parcial
crisis de un, a veces, delirante e impositivo progresismo racional occidental,
el evolucionismo unilineal y secuencial antropológico sufrirá un claro desdén
por parte de determinadas y por entonces ascendentes corrientes teóricas
antropológicas [particularismo histórico, difusionismo cultural, funcionalismo
o estructuralismo] menos dañadas por la perspectiva progresista etnocéntrica
occidental y más atentas a lo discontinuo y diferencial cultural. Semejanzas e
identidades pasan a un segundo plano: "En general -dice Ortega en 1924- el
espíritu evolucionista, tan característico del siglo pasado, tiende a ignorar
las diferencias y a subrayar lo que hay de común entre las cosas" (Ortega
y Gasset [III] 2004: 768). Pero ya desde 1914, Ortega, invitado por la Sociedad
de Matemática, dio en el Ateneo de Madrid una conferencia, donde pronosticaba
que "al siglo evolucionista y, por tanto, unitarista
seguiría una época de mayor atención a lo discontinuo y diferencial"
(Ortega y Gasset [III] 2004: 763, n.). No se equivocaba.
Al difusionismo, corriente que contribuye al
desarrollo de la teoría antropológica en el siglo XX, dedica Ortega algunas
líneas en dos obras: Las Atlántidas (1924) y Las ideas
de León Frobenius (1924). Cita aquél al etnólogo alemán difusionista
León Frobenius y al antropogeógrafo, igualmente difusionista y alemán, Ratzel.
El principio teórico de los "ámbitos o círculos culturales" -Kulturkreise-
domina el pensamiento de ambos autores -especialmente de Frobenius que, como
recuerda Ortega en 1924, lo introdujo en la etnología hace veinticinco años y
tan fecundas cosechas ha producido. En virtud de este principio, respaldado por
ambos teóricos antropológicos alemanes, el desarrollo social y cultural
obedecería a "préstamos culturales" de unos pueblos hacia otros:
"Una cultura (...) nace en una región y se extiende por expansión de la
raza que la creó" (Ortega y Gasset [III] 2004: 759). Cada tipo de utensilio
"ha sido inventado sólo una vez, en un lugar determinado; su aparición en
otros lugares implica un proceso migratorio (...), se ha ido extendiendo por
transmisión" (Ortega y Gasset [III] 2004: 658 s). Algo que Ratzel explica,
según Ortega, por la "pobreza de ideas" connatural a la especie
humana: "Siempre que puede elude el hombre el esfuerzo de inventar y
prefiere recurrir a la imitación, al préstamo" (Ortega y Gasset [III]
2004: 658). El difusionismo, corriente antropológica de comienzos del siglo
pasado, niega el progresismo evolucionista unilineal y secuencial, entendiendo
en rigor todo progreso social en términos de "préstamo cultural".
Desde nuestra perspectiva y en este trabajo nos
inclinamos por la siguiente tesis: no hay razón para negar, en cualquiera de
los casos teóricos abordados, la realidad del progreso, pero es preciso
corregir la noción que cree seguro ese progreso. Más congruente con los hechos
es pensar, como hace Ortega, "que no hay ningún progreso seguro, ninguna
evolución, sin la amenaza de involución y retroceso. Todo es posible en la
historia -lo mismo el progreso triunfal [...] que la periódica regresión"
(Ortega y Gasset [IV] 2004: 422). El decimonónico evolucionismo radicalmente
progresista es sobre todo futurismo. El futurismo o afán de supeditar la vida
actual y pasada a un mañana que no llega nunca, fue, como afirma Ortega, una de
las enfermedades de ese tiempo pasado -que todavía hoy en este siglo XXI
seguimos en cierto sentido arrastrando- (Ortega y Gasset [II] 2004: 624 s).
Con Ortega, y en este contexto de crítica a toda
perspectiva radical etnocéntrica y progresista, asimismo coincidimos en el
positivo valor antropológico asociado al progreso de la etnología, disciplina
que ha ocasionado una esperanzadora transmutación en nuestra idea etnocéntrica
de cultura, reforzada especialmente a partir del siglo XIX. La visión
provincial, mediterránea y europea del cosmos histórico, donde cultura
simboliza una manera ejemplar de comportarse, ha sufrido un zarpazo correctivo
etnográfico. No debemos pensar que solamente produce alta cultura, simbólica o
material, Occidente actualmente, ni debemos tachar de inculto cualquier otro
sistema de formas religiosas, intelectuales o políticas ajeno al nuestro. No
hay sólo una cultura social global étnicamente paradigmática que desde hace
siglos, por cierto, afincamos erróneamente en Occidente. Esto no significa, no
obstante, apostar a ciegas y sin más por el relativismo moral cultural que
aboca necesariamente al nihilismo, pero menos aún sacralizar el despótico afán
de universalismo racional, cultural y etnocéntrico occidental que germinó en la
Modernidad. Etnógrafos y especialmente etnólogos, acumulando datos y vivencias,
fruto de haber ido penetrando en el secreto de pueblos completamente dispares de
los europeos y mediterráneos, han llegado, como en efecto afirma Ortega, a
intimar con sus modos de pensar y sentir. Como especialista en análisis
descriptivos y comparativos en materia histórica cultural, el etnólogo fue
advirtiendo, según Ortega, lo siguiente:
"Aquellos usos bárbaros y
aun salvajes, aquellas ideas grotescas o absurdas, tenían un
profundo sentido, una exquisita cohesión. Eran, a la postre, una manera de
responder al cosmos circundante muy distinta de la nuestra, pero no menos
respetable. Eran, en suma, otras culturas. Gracias a la etnología, el singular
de la cultura se ha pluralizado, y al pluralizarse ha perdido su empaque
normativo y trascendente. Hoy la noción de cultura deriva hacia la biología y
se convierte en el término colectivo con que denominamos las funciones
superiores de la vida humana en sus diferencias típicas. Hay una cultura china
y una cultura malaya y una cultura hotentote, como hay una cultura europea. La
única superioridad definitiva de ésta habrá de ser reconocer esa esencial
paridad antes de discutir cuál de ellas es la superior (...) Las culturas, no
los hombres, no las razas o pueblos, serían los protagonistas históricos. Los
pueblos quedan como meros portadores de ellas, como los vientos del polen
vegetal. Un mismo individuo humano sería históricamente distinto si, en vez de
nacer en el ámbito de una cultura, naciera en el de otra. Todo hecho humano es
un brote de ellas y en ellas radica su sentido. Por eso, el etnólogo, el
historiador, tienen que acostumbrarse a considerar las culturas como los
fenómenos fundamentales. Lo demás es sólo fragmento de ellas" (Ortega y
Gasset [III] 2004: 757 y ss).
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