jueves, 12 de abril de 2018

EL ABANDONO DEL NIÑO


Carlos A. Trevisi    

La realidad de la familia es cruel porque abandona al niño.
Si afectivamente, porque no somos capaces de hacerlo sentir que es parte de nosotros mismos, siendo otro y distinto; porque no le sonreímos, ni vivimos en él, ni lo respetamos, ni le exigimos. Si intelectualmente, porque no pensamos con él lo que él quiere y necesita pensar; porque somos incapaces de crearle situaciones nuevas para que resuelva; porque lo comprometemos en una vida que sólo ofrece modelos estereotipados. Si volitivamente, porque al no respetar lo que quiere, lo desmotivamos en su heroicidad,  e imaginación algo tan propio de su edad, y porque en lugar de responder a sus interrogantes, nos apuramos a resolver sus problemas atropellando sus propias capacidades; si desde la libertad que tendrá que ganarse, porque no lo independizamos; no le permitimos que corra riegos; lo hacemos desconfiado; le impedimos que descubra otros espacios; no lo dejamos elegir qué hacer ni cómo hacerlo ni con quién hacerlo. Así, lanzamos al mundo hijos convencionales, inflexibles, autoritarios, monológicos, egoístas, serviles.
El informe de la SGAE, ya visto,  más los vacuos programas de televisión, los  teléfonos móviles, los ordenadores, sientan a nuestros niños entre tres y cuatro horas diarias frente  a tales aparatos y los padres facilitamos la embrutecedora diversión poniéndoles un televisor en el dormitorio (2 de cada tres niños españoles disfrutan de ese "privilegio")

Surge así que la interacción de la familia con la escuela es prácticamente -por no decir inevitablemente- nula, y su peso en ese ámbito, no obstante ser, por definición, la primera educadora del niño, ninguno.
Los conflictos entre padres y maestros son permanentes. Lo menos que se escucha decir a las partes es que "los padres depositan a los chicos en la escuela y se desentienden de ellos"; los padres a su vez, insisten en que los maestros "son meros funcionarios que cumplen con sus horarios de clase y basta".
Me permito decir que todos tienen razón. Y como dice nuestro ingenioso hidalgo, que todos tengan razón "no es sino la razón de la sinrazón que a esta razón hace".
Si en lugar de agredirnos y aplastarnos entre nosotros, nos pusiéramos en común, todo sería más simple. Claro que los padres tendríamos que asumir las obligaciones que conlleva que nuestros hijos sean lo mejor que tenemos, y los maestros, que el camino que han emprendido al obligarse con la carrera docente, está lleno de entrega, de esfuerzo, de sinsabores, de paciencia, y, al mismo tiempo, vacío de reconocimiento social, de prestigio y de comodidad, por sólo citar algunos de sus "contratiempos".
Sin embargo, hay algo en común entre padres y maestros que favorecería muchos acuerdos: el disfrute que brindan la alegría y la frescura de los niños. Si un padre fuera al colegio a preguntar al maestro si su hijo se sonríe, si es solidario, si es dialogal, si es feliz, en lugar de increparlo porque no sale de excursión con sus alumnos, el maestro se sorprendería agradablemente y, con toda seguridad, no actuaría como un “funcionario” a la espera de la hora de salida.
Si bien este mundo no autoriza esa clase de idilios, ofrece, sí, otro tipo de soluciones. En lo que nos atañe podría ser una puesta en común institucional, un igual a igual, en el que participarían la escuela, la Asociación de Padres y Madres, las municipalidades, los consejos escolares y sus respectivas alzadas; cada cual en lo suyo pero con un objetivo: los chicos, y una única meta: su educación. 

¿Estamos educando debidamente a nuestros hijos?



Debemos lograr en nuestros hijos una calidad de pensamiento que, sucesivamente, les permita elegir, cambiar y crecer y, finalmente, que estén en los demás en cumplimiento de su destino de amor y entrega. Estos logros serán fruto de una tarea conjunta familia-escuela, con eje en la primera. Habiendo transformado sus potencias en actitudes gracias al proceso educativo, se asumirán   personas con visión de sí mismos y del entorno como para insertarse en él según sus propias capacidades.

El mundo nos alerta sobre el signo de los tiempos: el cambio vertiginoso y sobre sus características más elocuentes: la precisión y la globalización. Una visión de nosotros mismos nos dice que, para introducirnos en ese mundo, es menester la imaginación. Lo educaremos, entonces, en satisfacción de armonías en un entorno imaginativo.
La realidad no condice con estos principios. Ni el hogar, ni la escuela, ni la calle van por ese camino. La formación académica de los maestros es enciclopedista y así aplican sus enseñanzas. Esto conlleva problemas. El enciclopedismo no es malo porque aporte datos; es malo porque excluye la imaginación. 

La formación académica de los maestros parece no hacer el debido hincapié en lo pedagógico, o si lo hace, se esfuma, entre otras cosas, ante un resguardo laboral que los ha empujado hacia el “funcionariado” lo que abona un ”dejar de hacer" sin riesgos. Los padres, a nuestra vez, atrapados en una red que nos obliga inútilmente, incapaces de ver más allá del momento que nos toca vivir, atosigados de problemas –de lo que da prueba el hecho de que una gran mayoría "depositemos" los chicos en la escuela- uno de los pocos signos de salud mental que damos respecto de nuestros hijos –permítaseme la mordacidad- es que hemos optado por no tenerlos. La crueldad que encierran los modelos hedónicos que nos ofrece la calle me exime de mayores comentarios: una televisión idiota, revistas vacías de contenidos, el afán consumista...
La salida, sin duda, es una puesta en común a partir de la deposición de actitudes propias de padres miopes y de maestros academicistas y de algunos otros vicios que aquejan nuestra convivencia (una  participación fundamentada en el conocimiento de las causas del desaquisado antes bien que en sus   consecuencias). ¿Es que hemos pensado en PISA    por ejemplo ? ¿Sabemos qué es la TRILATERALy su imposición de terminar con los esados-nación? ¿O en Bilderberg? ¿Hemos asumido las razones por las cuales el gobierno está echando al abandono la la educación pública?
Menudo problema.

 Acerca del aprender de nuestros hijos
 
Coincidiremos en que cualquier proceso educativo sistemático tiene un aquí y un ahora.

Cada lugar se corresponde con un momento de nuestra existencia. El lugar es nuestro "aquí", con su carga de afectos, anécdotas, épica, usos y costumbres; con sus senderos serranos; con su estación de ferrocarril, iglesia, escuela y cemen-terio; con el tendero de la esquina, el borrachín; el policía; el fútbol, la bicicleta, las luminarias de la calle principal; las fiestas locales...

Sin embargo, ese "aquí", lo más probable, es que "mañana", dadas las características del mundo que nos toca vivir, sea un "allá": un país distinto, una ciudad desconocida; acaso sin sierras, con borrachines ajenos, con muertos ignotos... Distintos lugares, distintos momentos de un tiempo que marcan otros. Ya no hay un "aquí" para siempre (a).

Por eso, para abordar la educación sistemática, es menester contemplar que hemos de transcurrir en respuesta a circunstancias laborales, de estudio, personales o de familia en un contexto dinámico, de cambio, incierto, tan incierto como la vida misma, donde nada está garantizado.

Si asumimos que es así, padres y escuela debemos dar a nuestros niños una formación que autorice su inserción plena en el mundo, una forma de ser en cuyos logros es menester un alto nivel educativo y gran adaptabilidad social; que aprendan a reconocerse, a saber de sus propias capacidades, a ser dueños de su voluntad, de sus afectos, de su inteligencia y de su libertad.
La enseñanza se canalizará a través de la investigación, del aprender a aprender y no desde los datos. La estrategia del aprendizaje debe favorecer una curiosidad tal que motive una búsqueda que impulse al acto de aprender.

Entonces habremos cumplido con ellos. Y con nosotros mismos.

(a) Tiempo y espacio , por el autor en



























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