Muy pertinente con su condición de criatura del Opus, la semana del Popular ha sido muy de pasión, aunque como el cuento ha cambiado una barbaridad nadie en su sano juicio confía ya en que el banco resucite. La entidad, que en cuatro días ha perdido el 25% de su valor en Bolsa, viene siendo un muerto viviente desde hace cinco años y las reiteradas referencias a su solvencia por parte del ministro de Lehman, el costalero Luis de Guindos, y su cofradía económica han certificado oficialmente su defunción. Por lo visto, en un sistema financiero tan saneado como el nuestro también ocurren estas desgracias.
Es la vieja historia eternamente repetida, en la que los sagaces supervisores, como es tradición, han estado a la luna de Valencia. Centrado en su negocio tradicional de créditos a pequeñas empresas y particulares, el Popular era un banco muy rentable, hasta que la caída de los tipos de interés le pilló con el paso cambiado. Lo razonable hubiera sido entonces abrirse a una fusión, pero eso habría supuesto a la Obra (el OPUS) perder el control del juguete y la Prelatura no iba a resignarse a que otros les racionaran el foie gras con el que se untaba el pan suyo de cada día.
Con las mismas, los ‘obreros’ se lanzaron a una tarea de engorde muy desaconsejada por los nutricionistas. Entre otras aventuras, compraron el Pastor a cascoporro, y se metieron de lleno en el negocio inmobiliario, cuando ya era evidente que el ladrillo era puro colesterol en vena. Desde 2012 han lanzado tres ampliaciones de capital hasta que fue evidente que el cáncer era imparable. Se llegó así a los 3.485 millones de pérdidas récord de 2016, resultado de provisionar 5.700 millones para cubrir la depreciación de sus activos tóxicos. Paralelamente, se dio el pasaporte al presidente, Ángel Ron, junto a una limosna en forma de pensión de 23 millones de euros, y se fichó a un ex de JP Morgan, Emilio Saracho, para ver si lo de multiplicar el pan y la sardina podía repetirse.
El tal Saracho ha dejado claro que lo suyo no son los milagros sino los entierros. Anunció primero un ajuste de las cuentas de 2016 de 600 millones que no se habían contabilizado entre las provisiones, y expuso las dos alternativas del banco: ofrecerse al mejor postor o ampliar capital por cuarta vez, al tiempo que se ponen en venta algunas de sus filiales, el mobiliario de oficina y hasta los manguitos.
Lo que para algunos ha de considerarse mala gestión, desde la óptica de muchos accionistas ha sido simplemente una estafa. El Popular ha captado en sus anterior ampliaciones cerca de 5.500 millones y ahora necesita otros tantos. La última, en junio de 2016, se hizo a un precio de 1,25 euros por acción. El título cotizaba este jueves a 0,61 por lo que los compradores de entonces acumulan una pérdida cercana al 90%.
El quebranto no ha sido sólo para las familias del Opus, que en el pecado llevan la penitencia y que para mantener su porcentaje de control han tenido que apoquinar pasta en la instrumental en la que tienen sindicadas sus participaciones. El perjuicio es el de miles de accionistas, clientes del banco y captados en sus sucursales, a los que nadie les advirtió de la situación real de la entidad y que harían bien en interponer las correspondientes demandas ante los tribunales.
Como no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, la cuarta ampliación tendría que ir dirigida a inversores institucionales a precios de saldo, lo que aumentaría la ruina de los pequeños incautos del capitalismo popular, y nunca mejor dicho. Una vez más quienes debían haberles protegido –la CNMV y el Banco de España- se han lavado las manos como Pilatos en la bacinilla de los enjuagues.
Mientras el banco del Opus ruega una oración por su eterno descanso está por ver que el desastre no acabe salpicando a los contribuyentes, que todo puede ocurrir. Desde el Ministerio de Economía se ha insistido en que se trata de un asunto privado que debe resolverse en ese ámbito. Oremos.
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