Construyendo un mundo donde las
transnacionales respeten los derechos humanos
Sol Trumbo
Investigador en el
Transnational Institute (TNI) y activista en varias redes internacionales como
la “Campaña Global para Desmantelar el Poder Corporativo, Poner Fin a la
Impunidad y Reivindicar la Soberanía de los Pueblos”
En la semana del 24 al 28 de octubre tuvo lugar en la sala XX
del Palacio de las Naciones, la sede de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) en
Ginebra, la segunda sesión del Grupo de Trabajo intergubernamental de
composición abierta para la elaboración de un instrumento internacional,
jurídicamente vinculante, sobre empresas transnacionales y otras empresas
comerciales en materia de derechos humanos.
Este Grupo de Trabajo está en marcha desde que se aprobó, en
junio de 2014, la histórica resolución A/HRC/26/9, que pone fin a cuatro
décadas de intentos infructuosos de iniciar dentro del Consejo de Derechos
Humanos de la ONU una discusión para construir un instrumento jurídico
vinculante sobre transnacionales
en materia de derechos humanos. Reconociéndose
así reivindicaciones de comunidades afectadas en todo el mundo.
Hasta ahora, la autorregulación y las guías voluntarias, como la
Responsabilidad Social Corporativa (RSC), y los principios rectores de Ruggie,
aprobados estos últimos por el Consejo de Derechos Humanos en 2011
y en proceso
de implementación, se consideraban suficientes para tratar las
violaciones de derechos humanos cometidas por las transnacionales.
Algunos van más allá. “¿Por
qué definiría los tratados de inversión como
una forma de protección de los
derechos humanos? Bien, lo son en la
medida en que protegen a los inversores
particulares, es decir, la propiedad
de seres humanos particulares”. Así se
expresaba, ante el estupor general,
Ariel Meyerstein, del Consejo de Estados
Unidos para el Comercio
Internacional (USCIB), tratando de argumentar en la
sala XX por qué no es necesario el tratado en discusión. Meyerstein hacía
frente común con la Organización Internacional de Empleadores (OIE) y la Cámara
de Comercio Internacional (ICC), –dos de las organizaciones empresariales más
grandes del
mundo–, y la propia Unión Europea (UE).
Las palabras del representante de las multinacionales
estadounidenses chocaban todavía más en una semana en la que la aprobación del
CETA, el tratado comercial entre la UE y Canadá, estaba en entredicho debido a
las reservas presentadas por el gobierno regional de Valonia. Su elemento más
controvertido es el sistema de protección de las inversiones mediante arbitraje
(conocido como ISDS por sus siglas en inglés), que permite a las grandes
empresas acudir a tribunales internacionales privados para demandar a los
Estados por leyes que consideren que mermen su beneficios. Sistemas como el
ISDS contienen normas claras sobre cómo iniciar un proceso, desarrollarlo y
ejecutar la sentencia. En materia de derechos humanos no existe ninguna
instancia similar, especialmente en cuanto a las obligaciones de las
transnacionales.
Las transnacionales y quienes se oponen a que se les impongan
normas vinculantes, argumentan que además de las guías voluntarias existen instancias
judiciales nacionales y regionales que tienen la responsabilidad de asegurar la
defensa de los derechos humanos y la compensación de daños ocasionados a las
víctimas. Como ya señalé en un artículo
anterior, estos sistemas han demostrado ser ineficientes y, en la
práctica, numerosas transnacionales actúan con total impunidad.
Chevron (antes Texaco) es un ejemplo paradigmático. La
transnacional estadounidense vertió millones de toneladas de residuos tóxicos
durante décadas en la Amazonía ecuatoriana, a sabiendas de las consecuencias.
Debido a ello, han desparecido dos pueblos originarios y se han visto afectados
más de 30.000 indígenas, incluidos múltiples casos de cáncer y malformaciones.
En 1993, varias comunidades indígenas iniciaron un proceso judicial contra
Chevron en un tribunal de Nueva York. Tras casi diez años de litigio, Chevron
logró convencer de que debía ser juzgada en Ecuador. Más de diez años después,
la Corte Superior ecuatoriana dictaminó que Chevron debe pagar casi 10.000
millones de dólares en daños. Sin embargo, Chevron se niega a pagar y, al no
tener activos en Ecuador, no se puede ejecutar la sentencia. Los demandantes
han abierto el caso en otros países donde Chevron tiene activos, como Canadá,
donde está todavía pendiente de resolverse. El coordinador del equipo legal
contra Chevron, Pablo Fajardo, explicó en la sesión de la ONU que su equipo
cuenta con menos de diez personas, mientras que Chevron tiene más de
2.000 abogados contratados para el caso. Tras 23 años de litigios, las
comunidades afectadas todavía no han accedido a la justicia, y es incierto que
con los sistemas legales actuales lo consigan algún día.
El caso de Chevron no es aislado. Comunidades del Delta del
Níger llevan casi tres décadas litigando contra la compañía petrolera Shell por
violaciones similares. En Sudáfrica, fueron asesinados 34 de los mineros en
huelga de la multinacional minera Lohmin; en Bangladesh, murieron más de 1.000
personas, en su mayoría mujeres, en el derrumbe del edificio Rana Plaza, donde
se confeccionaban prendas de vestir para las mayores multinacionales de la
moda, como la española Inditex.
En la sala también se aludió a la impunidad de la que gozan
otras transnacionales españolas pese a cometer violaciones de derechos humanos.
Tom Kucharz, de Ecologistas en Acción e integrante de la Campaña Global para Desmantelar el Poder
Corporativo, Poner Fin a la Impunidad y Reivindicar la Soberanía de los
Pueblos (Campaña
Global) expuso situaciones como la de Ferrovial, que a través de su filial
australiana, Broadspectrum, gestiona el centro de detención de solicitantes de
asilo en Nauru, donde Amnistía Internacional ha denunciado violaciones de
derechos humanos. O cómo la empresa Unaoil, con sede en Mónaco, usó prácticas
ilegales con la multinacional española Técnicas Reunidas y Leighton Holdings,
filial de ACS. La firma Unaoil ha cobrado de grandes corporaciones para
conseguir contratos en países afectados por una gran inestabilidad política y
la guerra, como Irak, Libia o Siria, donde se están cometiendo graves crímenes
de lesa humanidad y crímenes de guerra.
La creciente evidencia de la necesidad de crear instrumentos
vinculantes ya ha sido reconocida en otras instancias fuera de las Naciones
Unidas. En Francia se votará en 2017 una ley que permitirá juzgar los crímenes
cometidos en terceros países por las transnacionales con sede o activos en el
país galo. Y a fines de octubre, el Parlamento Europeo aprobó un informe en el
que urge a la creación de instrumentos jurídicos vinculantes para las
transnacionales más allá de guías voluntarias y la autorregulación.
Sin embargo, el papel de la UE en el Grupo de Trabajo no es
coherente con dicha resolución. Ya en 2015, en la primera sesión en la ONU, la
UE intentó hacer descarrilar el proceso proponiendo que el tratado no se
centrara en las transnacionales, sino en todos los tipos de negocios. Una
posición defendida por los representantes de las transnacionales y que, en la
práctica, pondría en el mismo nivel de responsabilidad a un vendedor callejero
que a una multinacional con cientos de miles de empleados y con operaciones en
decenas de países. Tal y como plantea la Campaña Global, esa vía
desnaturalizaría el tratado, eliminando la urgente necesidad de crear normas
vinculantes para las transnacionales y sobrepasando además el mandato otorgado
por el Consejo de Derechos Humanos al Grupo de Trabajo mediante la resolución
A/HRC/26/9.
La similitud de los argumentos presentados por la UE, la
Organización Internacional de Empleadores (OIE) y la Cámara de Comercio
Internacional (ICC) no es sorprendente, aunque no deja de ser triste evidenciar
la facilidad con que las líneas políticas de las transnacionales marcan las
propias de las instituciones de la UE, tal y como pasa con acuerdos como el
TTIP y el CETA.
Por suerte tal y como se reconoció en la sala, los Estados que
apoyan este proceso, encabezado por Ecuador, sienten que este goza de un enorme
apoyo popular, en particular entre las comunidades afectadas.
Para ello ha sido determinante el trabajo de la mencionada
Campaña Global, una coalición de 200 movimientos sociales, organizaciones de la
sociedad civil, sindicatos y comunidades afectadas por las transnacionales, que
organizó una semana de movilización en Ginebra, con actividades dentro y
fuera de la ONU. Además de facilitar la presencia de decenas de
delegados y delegadas de todo el mundo, la instalación de una tienda de campaña
en la Plaza de las Naciones, en frente de la ONU, dio visibilidad a las
víctimas de las transnacionales, ofreciendo también un espacio de discusión y
de creación de estrategias conjuntas. La acción de la Campaña Global fue
también determinante en el Grupo de Trabajo, ante el que presentó seis propuestas que se deberían
incluir en el futuro tratado, así como en la labor de coordinación
para incidir en los Estados participantes con la amplia coalición de ONG Alianza por el tratado, un espacio de
convergencia que la Campaña Global ayudó a construir y del que es parte.
Entre las propuestas de la Campaña Global estaría la creación de
un tribunal internacional que tuviera competencias para hacer cumplir a las
transnacionales sus obligaciones vinculantes. Obligaciones que se extenderían a
instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el
Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio (OMC), que, junto con el
régimen de comercio e inversiones, constituyen el andamiaje de actuación
de las transnacionales. Se exige, en definitiva, que se dé prioridad a las
comunidades afectadas y se antepongan los derechos humanos a los derechos
comerciales con el fin de desmantelar la ‘arquitectura de la impunidad’ de la
que gozan las transnacionales.
El Grupo de Trabajo se volverá a reunir en 2017 para discutir el
contenido concreto del tratado, y la Campaña Global se volverá a movilizar para
asegurarse de que todas las voces sean escuchadas. Queda mucho camino por
delante para que las transnacionales estén obligadas a respetar los derechos
humanos, pero tras la sesión del pasado octubre se ha renovado el vigor de un
proceso que persigue construir un nuevo paradigma del derecho
internacional: uno en el que los pueblos reafirmen su soberanía frente a las
transnacionales.
Ginebra, la segunda sesión del Grupo de Trabajo intergubernamental de composición abierta para la elaboración de un instrumento internacional, jurídicamente vinculante, sobre empresas transnacionales y otras empresas comerciales en materia de derechos humanos.
en materia de derechos humanos. Reconociéndose así reivindicaciones de comunidades afectadas en todo el mundo.
Responsabilidad Social Corporativa (RSC), y los principios rectores de Ruggie, aprobados estos últimos por el Consejo de Derechos Humanos en 2011
y en proceso de implementación, se consideraban suficientes para tratar las
violaciones de derechos humanos cometidas por las transnacionales.
Algunos van más allá. “¿Por qué definiría los tratados de inversión como
una forma de protección de los derechos humanos? Bien, lo son en la
medida en que protegen a los inversores particulares, es decir, la propiedad
de seres humanos particulares”. Así se expresaba, ante el estupor general,
Ariel Meyerstein, del Consejo de Estados Unidos para el Comercio
Internacional (USCIB), tratando de argumentar en la sala XX por qué no es necesario el tratado en discusión. Meyerstein hacía frente común con la Organización Internacional de Empleadores (OIE) y la Cámara de Comercio Internacional (ICC), –dos de las organizaciones empresariales más grandes del
mundo–, y la propia Unión Europea (UE).
No hay comentarios:
Publicar un comentario