David
Torres, (PÚBLICO) noviembre 10, 2016
No es por nada, pero yo podía
haberme forrado con el negocio de las apuestas si tuviera dinero con el que
apostar. Predije la victoria de Evander Holyfield contra Mike Tyson en su
primer combate, la de Zapatero contra Rajoy cuando nadie daba un duro por
Zapatero y la del brexit contra el sentido común, aunque esa
no tiene mucho mérito porque el sentido común suele salir perdiendo casi siempre.
No ha sido, sin embargo, el caso de la aplastante mayoría de Donald Trump en
las elecciones estadounidenses, aunque analistas de referencia, empresas
demoscópicas, periodistas especializados y politólogos de guardia se froten una
y otra vez los ojos ante la evidencia. En lo que va de año la realidad ya les
ha pasado por encima tres o cuatro veces, pero ellos se empeñan en creer que su
propio culo es el centro del universo. Y no.
[…]
Ahora, a toro pasado, y como dice un
ingenioso y certero comentario en twitter, los mismos expertos que
profetizaban la victoria de Clinton van a explicarnos las claves de la victoria
de Trump. Hablarán de la incidencia del voto latino, el voto femenino, el voto
descontento, el voto negro y el voto redneck, pero dudo mucho que
algunos de los reputados expertos alcance a entonar un mea culpa y
confesar que no tiene ni la más pajolera idea de lo que habla. Que la realidad
es algo mucho más complejo, azaroso y extraño que lo que suponen sus burdos
vaticinios estadísticos. La noche antes de las elecciones un ridículo estudio
en The New York Times daba una probabilidad del 85% a favor de
Hillary Clinton: el equivalente periodístico a las velas negras de la Bruja
Lola. Prácticamente la prensa entera del país se volcaba del lado del candidato
demócrata mientras que sólo dos periódicos apoyaban a Trump, uno de ellos la
hoja parroquial del Ku-Klux-Klan. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha fallado? Sospecho
que, para empezar, la primera virtud de un investigador, un historiador o un
periodista: la humildad.
No es que yo dispusiera de una bola
mágica ni que tenga mucha más idea que ellos, pero, en fin, está claro que
Trump tenía bastantes posibilidades de ganar. Para empezar había arrasado con
los mejores candidatos del partido republicano y para continuar se salió de
todos los protocolos establecidos en una lucha electoral. Únicamente esos
detalles, su originalidad y su impredicibilidad, lo convertían de hecho en un
rival peligrosísimo. El equipo de Clinton lo subestimó con la misma suficiencia
con que subestimaron en su día a Obama, a pesar de que contaban con la inmensa
ventaja de la partitocracia estatal y todo el aparato mediático estadounidense
a su disposición. Salvo Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger, Jon Voight,
Dennis Rodman y, curiosamente, Mike Tyson, que se decantaron por Trump, la casi
totalidad del mundo del cine, el deporte, la intelectualidad y el famoseo
apoyaba a Clinton. No obstante, el principal problema de Hillary Clinton era,
claro está, Hillary Clinton. Como en el judo, Trump aprovechó el peso de su
oponente para estamparlo contra el suelo.
Las proclamas apocalípticas sobre el
fin del mundo y la III Guerra Mundial no se han disipado ante el discurso
reconciliador del nuevo presidente. Donald Trump, en efecto, da mucho miedo,
pero me pregunto qué daban en su día Nixon, Reagan o Bush II. Trump, es verdad,
constituye un peligro público, pero me pregunto qué clase de balsa de aceite
esperaban algunos de una secretaria de estado que, aparte de corrupta hasta el
tuétano, ha sido una ayuda inestimable para la desestabilización política en
Oriente Medio, la guerra de Irak, la creación del ISIS, un sanguinario golpe de
estado en Honduras y una guerra civil en Libia. Trump, desde luego, no es
Holyfield, pero Clinton sí que parece The Real Deal. Al
final de la pax americana de Obama circulan por el mundo más
refugiados que durante la Segunda Guerra Mundial. Trump ha dicho en su
discurso: “Vamos a renovar el sueño americano”. El sueño americano es que
cualquiera puede ser presidente, que un millonario bocazas, xenófobo, machista
e ignorante haya llegado por cojones al podio de la Casa Blanca. Para los
demás, los pobres parias de la tierra, incluidos los de Estados Unidos, el
sueño americano seguirá siendo la pesadilla que siempre fue. Cuando los
chavales del mayo del 68 decían aquello de “la imaginación al poder” quizá no
se referían a esto.
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