TRIBUNA
El valor del no
Permitir gobernar a una organización carcomida por la corrupción es una anomalía que amenaza la salud democrática del país. Abstenerse es condonar la corrupción del PP
TRIBUNA
El valor del no
Permitir gobernar a una
organización carcomida por la corrupción es una anomalía que amenaza la salud
democrática del país. Abstenerse es condonar la corrupción del PP
LA BOCA DEL LOGO
12 DE OCTUBRE DE 2016
Todo indica que el grupo parlamentario del PSOE, o al menos una parte de
él, va a abstenerse en la votación de investidura de Mariano Rajoy, de modo que
España continuará con el PP en el Gobierno.
La abstención del PSOE parece inevitable una vez que se ha forzado la
dimisión del secretario general y se ha constituido una gestora. En las
condiciones actuales, con el liderazgo descabezado, sería extremadamente
arriesgado para el PSOE optar por unas terceras elecciones. Como además el
Partido Socialista recela de Podemos y rechaza llegar al Gobierno mediante el
apoyo o la abstención de los nacionalistas, no le queda más remedio que
abstenerse. Así acaba, pues, la triste historia del “no es no”.
Son muchos quienes han criticado la oposición incondicional de Pedro
Sánchez al Gobierno del PP (refrendada, por lo demás, por el Comité Federal del
partido hasta bien recientemente). Santos Juliá, por ejemplo, ha escrito que “la
más hueca y obtusa de las barreras que en política se pueda concebir, [es] la
del no es no. En política, el no nunca es no, salvo cuando quien lo repite como
un papagayo quiere meterse en un túnel sin salida”. Son palabras duras y
contundentes. En una línea parecida, José Ignacio Torreblanca ha apelado a la
distinción weberiana entre la ética de la responsabilidad y la ética de las
convicciones para mostrar el cerrilismo y la intransigencia que laten en el ya
famoso “no es no”. El “no es no” sería la respuesta de quien no se hace cargo
de la realidad ni de las consecuencias de sus actos, alguien más preocupado por
la pureza de sus principios que por el interés general.
A mi juicio, las posiciones críticas con el “no es no” se equivocan al
pasar por alto la anomalía democrática que supone la continuidad del Partido
Popular en el poder. En un país en condiciones normales, no hubiera sido tan
raro que, con un Parlamento fragmentado, el segundo partido hubiese permitido
al primer partido formar gobierno. Mediante un pacto de gobierno, o una gran
coalición, o cualquier otro mecanismo semejante, el segundo partido podría
garantizarse una influencia importante sobre la acción del ejecutivo. Así, de
hecho, ha sucedido en varios países europeos en estos últimos tiempos. No es
ninguna aberración política permitir que el partido ganador en las elecciones
gobierne si a cambio se obtienen contraprestaciones en las políticas que se
lleven a cabo.
LA SALUD DEMOCRÁTICA DEL PAÍS, ME PARECE, ES MÁS
IMPORTANTE QUE SI SE CELEBRAN DOS O TRES ELECCIONES
Ahora bien, lo que debe reconocerse ante todo es que en España no nos
encontramos en una situación política comparable a la de otros países europeos.
Ya quisiéramos. Los analistas no parecen reparar en que el partido político al
que se va a permitir gobernar es una organización carcomida por la corrupción.
A estas alturas ya no es preciso entrar en detalles: todo el mundo ha oído
hablar de la Gürtel, la Púnica, el caso Palmarena, los sobresueldos en los
papeles de Bárcenas, el pago en B de las obras en la sede central del partido,
el saqueo de Cajamadrid, etc., etc., etc., por no mencionar la guerra sucia
contra los partidos independentistas catalanes realizada desde el Ministerio
del Interior, uno de los episodios más degradantes de los últimos años que no
ha tenido consecuencia política alguna.
En este sentido, no puede olvidarse que el PP todavía no ha hecho una
autocrítica seria por la corrupción, no ha colaborado con la justicia, no ha
pedido disculpas a la ciudadanía y no ha asumido responsabilidad política por
los hechos descubiertos. En estas condiciones, ¿qué significa abstenerse y
permitir que continúe gobernando Mariano Rajoy, principal responsable de las
tramas corruptas de su partido? Simple y llanamente, condonar la corrupción del
PP.
Se dirá que el castigo de la corrupción corresponde a los votantes y que
estos han optado por dar una mayoría simple al PP. Sin embargo, no hay ningún
mandato ciudadano que obligue a los diputados de otros partidos a permitir que
el PP forme gobierno. No se olvide que en una democracia parlamentaria la
formación de gobierno tiene dos fases: la primera es la celebración de
elecciones legislativas, la segunda es la votación de investidura. Los
resultados electorales se han traducido en 137 escaños para el PP, muy por
debajo de los 176 que necesita para gobernar. De ahí que en esta ocasión el PP
tenga que sumar apoyos en el Parlamento para continuar en el poder. Si los
diputados de otros partidos le prestan ese apoyo, estarán garantizando la
impunidad parlamentaria de los escándalos de corrupción protagonizados por el
PP.
Gobernabilidad o impunidad
La necesidad de evitar que el PP continúe gobernando se puede justificar
apelando a un sencillo cálculo de costes y beneficios. Baste subrayar las
consecuencias futuras que para el sistema democrático tiene el hecho de que un
partido involucrado en toda clase de prácticas corruptas continúe en el poder:
implica que se puede sobrevivir políticamente a pesar de haber cometido abusos
gravísimos, consagrándose así el principio de impunidad.
No es un disparate defender que más importante que la gobernabilidad en el
corto plazo es impedir que la impunidad domine la democracia española. Gracias
a numerosos estudios sobre calidad de gobierno, sabemos que la combinación de
alta desigualdad económica y elevada corrupción es letal para el futuro
de un país. Constituye lo que los expertos llaman un “equilibrio malo”, del que
resulta muy difícil escapar. Los países que sufren desigualdad y corrupción se
quedan sin perspectivas de mejora. En España, durante los años de crisis, la
desigualdad ha aumentado notablemente, colocándonos en las posiciones de cabeza
en Europa. Asimismo, se han destapado numerosísimos casos de corrupción. Si no
frenamos la desigualdad y no corregimos la corrupción, España se transformará
en un país sin oportunidades, con un sistema institucional ineficiente, sin
posibilidad de mejora.
Lo que está en juego, según lo veo, es algo tan trascendental como la salud
democrática del país. Esta, me parece, es una cuestión más importante que si se
celebran dos o tres elecciones, o si se gobierna con el apoyo o no de los
independentistas. Muchos ciudadanos que defienden el “no es no” así lo
entienden, por más que algunos comentaristas les consideren víctimas de la
demagogia.
SE HA DEMOSTRADO QUE EL REGENERACIONISMO DE CIUDADANOS
ERA DE PACOTILLA
La crisis de gobierno que arrastra el país desde hace ya casi un año ha
servido para que cada partido se retrate. De esta forma, se ha demostrado que
el regeneracionismo de Ciudadanos era de pacotilla. A pesar de sus promesas
electorales repetidas e insistentes de que no iban a apoyar un Gobierno
presidido por Mariano Rajoy, al final lo han hecho, exigiendo a cambio
una comisión de investigación sobre financiación irregular del PP. Han
antepuesto la formación de un gobierno de derechas a la lucha contra el abuso de
poder y la construcción de un Estado imparcial. Ni siquiera han pedido la
cabeza de Rajoy. Los ideólogos del partido naranja nos aseguraron que su
objetivo era acercarnos a Dinamarca: ¿alguien se imagina cómo podemos avanzar
en esa dirección con un partido que distribuía un PowerPoint a sus cargos
intermedios enseñándoles cómo saltarse la ley?
El PSOE, por su parte, se ha metido en su propio laberinto, optando
inicialmente por el “no” pero autoimponiéndose limitaciones absurdas que
impedían formar un gobierno alternativo. Como es lógico, una posición tan
incoherente tenía que acabar explotando. Las fuerzas más conservadoras del PSOE
se han conjurado para deshacerse de un secretario general que amenazaba con
ensayar un gobierno de izquierdas posibilitado por los partidos nacionalistas;
al proceder así, la única salida que les queda es la abstención. Han conseguido
de este modo algo que parecía difícil, ahondar aún más en su déficit de
credibilidad entre amplias capas del electorado progresista.
Podemos, mientras, sigue encantado de haberse conocido, presumiendo de ser
distinto a todos y de ser el partido de la “gente” (con un 21% de apoyo entre
los votantes, lo que supone que el 79% restante son la antigente).
Ha considerado que su pureza ideológica está por encima del objetivo urgente de
desalojar a la derecha corrupta como sea (lo que puede suponer votar con PSOE y
Ciudadanos).
Precisamente porque lo que hay en juego es la impunidad, los partidos de la
oposición tendrían que haberse mantenido en el “no es no”, para a continuación
intentar formar un gobierno alternativo. Desgraciadamente, no han estado a la
altura. Con la dejación del PSOE a última hora, se superará la crisis de
gobernabilidad, pero a costa de permitir que uno de los partidos más corruptos
de la historia europea siga en el poder. Vaya ganancia.
AUTOR
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de
Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos
libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La
impotencia democrática (Catarata, 2014) y Atado y mal atado.
El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza,
2014).
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