El PP se desvincula del PP
Para desmentir el tango, Soraya Sáenz de Santamaría ha asegurado que veinte años sí, es mucho tiempo. Tanto que el PP de la Gürtel no tiene nada que ver con el PP de la Púnica, nada salvo alguna cosa, como Mariano, que por aquel entonces, en lugar de presidente en funciones, era ministro de algo. Pero Mariano ha llegado a ocupar muchos cargos importantes en este país -hasta ministro de Cultura, creo recordar- porque siempre era otro Mariano, un Mariano distinto, renovado hasta el último pelo de la barba. De todas las células marianas -desde la oreja sosteniendo las gafas hasta las huellas dactilares del pulgar tecleando mensajes de ánimo a futuros delincuentes- que orbitaban en aquellos años locos de finales de los noventa no queda un solo testigo, una sola superviviente.
Esta defensa metafísica resulta difícilmente rebatible. Por ejemplo, yo echo la vista atrás, digamos hacia 1996, cuando vivía en Fuenlabrada y todavía no había publicado un solo libro, y me entran escalofríos. No recuerdo apenas ningún detalle de mi yo pretérito, hasta el punto de que Correa podría señalarme mañana mismo como beneficiario de alguna mordida millonaria y no podría desmentirle. ¿Cómo puedo saber yo si en aquella época no tenía un despacho en Génova y recogía sobres a dos manos? ¿Cómo estar absolutamente seguro de que no era un ministro corrupto o un empresario feliz de los que levantaron el país a ladrillazos?
“Yo no sabía que tenía el dinero en Suiza, me llevé una sorpresa cuando me detuvieron” ha confesado Correa. En la sala, a la hora de declarar, tiene que recurrir a los apuntes, reconstruye su memoria línea por línea, va confeccionando el pasado a medida que va leyendo. Disculpe, señoría, no lo recordaba. Esto da bastante vértigo porque uno se pregunta qué pasaría si a Correa, en vez de darle una carpeta del sumario, le dieran, no sé, el diario de una niña de quince años. Sí, salí de fiesta con trenzas y un vestido verde. Aquí lo pone. Es cierto, señoría, suspendí matemáticas y mi novio de entonces me ayudaba en las tareas de recuperación. Estudiábamos juntos COU, se llamaba Pablo. Lo cierto es que esta hipótesis, rigurosamente inverosímil, no difiere en lo esencial de lo que se está oyendo en el juicio y alrededores.
Entre conseguidores, tesoreros y correveidiles, cada día queda más claro que Génova 13, a mediados de los noventa, era un inmenso agujero negro en el espacio-tiempo donde el dinero (negro, evidentemente) corría de mano en mano siguiendo principios de la mecánica cuántica. Más allá del nivel subatómico, allí nadie dirigía nada, nadie se enteraba de nada y nadie era responsable de nada. Mucho reírse de su desprecio por la cultura y por la ciencia, pero, desde la relatividad de la financiación ilegal, no se puede determinar al mismo tiempo la posición y la velocidad de ningún político del PP por esas fechas. De ahí que, al trazar la parábola de la carrera de Rato o de Matas, salga la órbita del chorizo. José María Aznar, por ejemplo, ha desvinculado la fundación FAES del PP, se ha desvinculado a sí mismo de los invitados a la boda de su hija y se ha desvinculado incluso de su propio bigote. No sólo es que el Mariano de 2016 no guarde el menor parecido con el Mariano de 1996: es que el PP, en efecto, ya no tiene nada que ver con el PP.
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