Carlos A.
Trevisi Cuando hago referencia a la educación que se brinda a nuestros
niños me topo con una deriva que alude a los escasos presupuestos -recortes,
que se dice-, a cambios intrascendentes tales como agregar un año más (o uno
menos) a un nivel determinado de la currícula; a que habría que terminar con
los deberes en casa y un sin fin de cosas –sí, cosas- que no se corresponden
sino lateralmente con la realidad de un proyecto educativo que sigue
remitiéndose al siglo SIGLO IXX.
No voy a insistir en
aquello por lo que las 56.000 visitas a http://Guadarramaen marcha.blogspot.com ya han incursionado: Qué
significa educar, la transformación de individuo en persona, el valor de las
actitudes, el desarrollo de la imaginación, la creatividad, un afán por
descubrir, ir más allá de la mera percepción para penetrar planos del
pensamiento, de la reflexión y hasta la creación de un proyecto de vida
comunitario EN EL QUE TODOS QUEPAN.
Me voy a permitir
abordar a los docentes: maestros, profesores, y directivos.
Una niña de apenas 10
años fue agredida por seis compañeros de clase en el patio del recreo al
extremo de que tuvo que ser ingresada en el hospital aledaño. El brutal
atentado fue perpetrado en una escuela pública de Mallorca. Todo el mundo
escandalizado: madres temerosas que no quieren enviar a sus hijos a la escuela
mientras los niños agresores sigan asistiendo a clase, los telediarios
comentando profusamente el hecho –fotos de la niña internada, con lesiones en
las costillas, moratones, desprendimiento de un riñón y qué no, pero NI PALABRA
DE LOS DOCENTES, NI DE LA DIRECCIÓN, NI DE LOS RESPONSABLES QUE SE SUPONE QUE
ESTABAN –ACASO NI ESO- A CARGO DEL PATIO DONDE LA CASTIGARON CRUELMENTE.
La última novedad que ha
trascendido es que había dos maestros de vigilancia en el recreo, lo cual
empeora más el caso: ¿qué diablos hacían allí como para que les pasara inadvertido
el el castigo que estaban propinando a la niña.
Tengo una vasta
experiencia en el tema.
Siendo presiente del
AMPA de un colegio público, según caminaba por uno de los pasillos del
área académica me crucé con una niña de unos 10 años que, ensangrentada corría
hacia el baño en busca de papel para contener la sangre que corría por su
carita. La acompañé al baño y cuando estuvo más o menos controlado me dijo que
se había golpeado y el maestro la había autorizado a ir a “lavarse”.
Quince minutos más tarde
apareció el maestro en el baño. Le pregunté qué había pasado. Su respuesta fue:
“usted sabe cómo son los chicos de inquietos” y se la llevó de vuelta a la
clase. Fui a ver al director para comentar el hecho: “Usted sabe cómo son los
chicos”. A nadie se le ocurrió -acaso lo disimularon- poner de relieve el
“descuido-desinterés” del maestro.
Una madre me llamó muy
inquieta porque a su hijo le iba muy mal en la escuela; tenía diez años; hablé
con él. Era brillante. La maestra le había puesto un “CERO” en una prueba
escrita agregando la palabra ¡SOCORRO! "¿Cómo se te ocurre poner que el
Guadalquivir desemboca en el Mar del Norte?", le dije. Me respondió: "Porque
un día le pregunté dónde estaba la Torre el Oro y me contestó que eso lo
veríamos más adelante. No lo sabía.
La menor de mis hijas me
comentó un día que la maestra de inglés les había explicado que THIS
sonaba igual que THESE pero se diferenciaban porque THIS es singular y la otra
plural.
El director del colegio
no dejaba pasar a los padres al edificio porque molestaban a los maestros.
En la escuela faltaban
ordenadores en relación con la cantidad de alumnos que lo poblaban. El AMPA
decidió invertir unos dineros que guardaba en comprar cinco máquinas. Un grupo
de familias, encabezadas por un conspicuo miembro del PSOE se opuso. Adhirió
otro que era de Izquierda Unida, y el cuerpo docente. Me amenazaron con denunciarme
porque los fondos no eran para invertir en lo que tenía que ser responsabilidad
del gobierno. Me fui el AMPA. Hacía apenas 6 meses que había llegado a España
con la esperanza de que las cosas serían de otra manera.
Me equivoqué una vez más.
Poco antes de terminar
el año escolar me llamó una autoridad del colegio para recomendarme que sacara
a mis hijas porque “éste no es lugar para ellas”.
Acababa de instalarme en
España – de esto hace 20 años- y tenía muy frescas experiencias profesionales
de la Argentina que ponían de relieve que mi compromiso con los alumnos
me obligaban al extremo de adoptar actitudes que la formalidad de la ley
–la bendita ley, las benditas normas, las no menos benditas reglamentaciones-
no alcanzaban para educar en los términos que hemos señalado unas líneas más
arriba.
Mis niñas terminaron
yendo a un colegio de curas que les ofreció afecto, impulsó su imaginación, las
hizo reflexionar, ver la realidad y, como me dijo el cura secretario cuando
pedí información acerca de las actividades que se desarrollaban en la escuela:
"AQUÍ NO LES VAMOS
A ENSEÑAR
COMPUTACIÓN NI INGLÉS, PERO LE
GARANTIZO QUE VAN A APRENDER
A VIVIR EN LIBERTAD.
Tal cual. Se trata del
Colegio Alfonso XII, el que funciona en el Monasterio de El Escorial. Cuando
egresaron le agradecí al director que no hubiera echado a perder el proyecto de
vida que tanto mi mujer como yo habíamos planeado para ellas.
NB. Olvidaba decir que
mis hijas no estaban bautizadas y que nosotros, sus padres, siendo agnósticos,
jamás tuvimos limitación alguna en el ámbito de la escuela; hasta
llegamos a pertenecer a la Asociación de Padres y Madres del cole y tener una
relación excelente con el personal docente.
Y ahora la pregunta del millón: ¿Qué pasa en la escuela pública
que no alcanza a satisfacer un mínimo de exigencias más allá de enseñar cuánto
mide El Tajo?
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