Reflexión de Carlos A. Trevisi
sábado, 12 de diciembre de 2015
La muerte se había hecho presente. Pero, ¿Qué era la muerte? ¿La
continuidad de la vida por otros derroteros? ¿El fin del camino? ¿Seguir
viviendo en los demás? ¿Enfrentarse a Dios y rendir cuentas?
¿Qué
cuentas podrían rendir mis nenes? ¿No le dolería a ese Dios matriculado en
bondades, que se le hicieran presentes dos angelitos para rendirse a su juicio?
¿Y si la muerte fuera sólo un acontecer biológico? ¿Y si fuera así, dónde iría
a parar la idea del Dios justo? ¿No sería tan sólo un Dios normativo? ¡Un
dios normativo: a la izquierda los malos… ¡ Sí, pero mis nenes eran
inocentes. Si Dios es normativo no le cabe la misericordia, ni la
justicia; sólo la ley. ¿Hasta dónde le importan la inocencia a las normas
y a la legalidad?
Un dios legal,
normativo, finito, inmisericorde que sólo administra a derecha e izquierda pero
no entiende de inocencia, de pureza, de dolor. Si no, ¿por qué murieron
mis nenes?, ¿por qué?
¿No será por el
simple ejercicio de la naturaleza que tiende a un permanente equilibrio?
¿No será que Dios no tiene nada que ver con nosotros?
¿Qué será de ellos cuando ya no haya quien
los recuerde, quien los lleve consigo? El olvido
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