Ya
tuvieron lugar las elecciones generales en España.
De
poco le ha valido al PP ser el partido más votado, ni al PSOE ser el
segundo.
Se
entiende el fracaso del PP si se valora la incapacidad de Rajoy para conducir
el estado siguiendo a pie juntillas las imposiciones que le impusieron las
directivas de Merkel, del FMI, de la UE, del Bco Europeo y cuanta organización
de aquí, de España, o acullá, del mundo financiero. La gran novedad
consiste en que ha pasado a la historia eso de "derecha e izquierda",
algo que también incumbe al PSOE.
No
se puede gobernar –ni aspirar a hacerlo- desde las ideologías.
Rajoy
pensó más en España que en su gente, como si España pudiera existir sin los
españoles, para él unos meros adornos. El PP es una versión moderna de ¡viva
España!, cuando los españoles recibían por alimento un huevo por familia,
gracias a una generosa cartilla que administraba su hambruna.
El
PSOE vive atado a la sensibilidad que sienten sus militantes por la gente, por
el temor a que vuelva –ya ha vuelto- el huevo por familia, pero no tiene
encaje porque no sabe despegarse de la atadura ideológica decimonónica que lo
tiene atenazado: el capitalismo del que reniega.
Han
aparecido en la escena política otros partidos. El de un joven bien puesto,
Albert Rivera, que pintaba como pragmático y hasta contaba con el apoyo de
mucha gente para aspirar a algo más que 40 escaños. Su postura de centro-derecha
–otra vez “izquierda y derecha”- lo condenó porque se lo pensó alternativa del
PP o eventualmente “socio”, pero lo negó tantas veces que se quedó corto de
votos como para aspirar a más.
El
otro que apareció en escena, el “coleta”, como al comienzo se lo denominaba
despreciativamente en el PP, supo hacer las cosas: se definió como de
izquierdas, pero no quiso acuerdos con las izquierdas ideológicas; sin renegar
de su izquierdismo supo interpretar las necesidades de la ciudadanía sin que la
ideología lo inmovilizara. Su ideario
era terminar con un huevo por familia, pero no fue lo único. Supo interpretar
el presente y proyectar un futuro en el que
todos cupieran.
El
resultado de las elecciones, ahora en manos de todos los políticos, exige una
gran reflexión que tiene que contemplar que, dada la indefinición respecto de
un partido ganador que gobierne los próximos 4 años, será menester, acaso,
llamar nuevamente a elecciones. No se vislumbran acuerdos programáticos entre
los partidos más votados. Ninguna de las dos fuerzas emergentes
alcanza un número suficiente de representantes para encaramar un futuro
presidente: ni del PP (Rivera), ni del PSOE (Sánchez).
Lo
que mucha gente ve como una debacle del sistema me permito verlo como la llave
de un cambio que ayudará a España a salir de la mediocridad política en la que
el bipartidismo la ha hecho caer.
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