revista CRITERIO, BUENOS AIRES
Si algo faltaba decir sobre el peronismo, quien se ha encargado de revisarlo todo es Fernando Iglesias –un ensayista con mayúsculas–, que investigó primero, reflexionó después y luego escribió un espléndido trabajo que se titula Es el peronismo, estúpido. Cuándo, cómo y por qué se jodió la Argentina.Se trata de un libro inevitable para comprender lo que nos ha ocurrido.
El relato empieza por la tapa, donde hay una foto del general José Félix Uriburu llegando en auto descubierto a la Casa de Gobierno para deponer al presidente Hipólito Yrigoyen. A su lado, dando instrucciones –desde el estribo derecho– aparece el capitán del Ejército Juan Domingo Perón. La fecha es clave en nuestra historia: el 6 de septiembre de 1930. Allí tomó el poder el Partido Militar y se instaló el primer gobierno de facto. Ese día se consolidó lo que sería el mejor aliado del populismo, que empezó a gobernar al producirse el segundo golpe militar, el 4 de junio de 1943.
El hombre elegido por el destino fue Perón –militar y populista–, dotado de las mejores armas para instalar el fascismo después de su estrepitosa derrota en la Segunda Guerra Mundial. Era simpático y seductor, capaz de despertar el patrioterismo con su sola presencia. Aquí está su derrotero.
La tesis central de este libro es simple; la define el autor: “El peronismo es el problema principal, central, troncal, de la República Argentina. Sin solucionarlo el país no tiene destino. El peronismo y su autoritarismo mal encubierto, su patrioterismo entreguista gritado, a los cuatro vientos, su corrupción siempre mayor y su violencia. El peronismo, como sistema cardinal de poder estatal mafioso, disfrazado de movimiento político. El peronismo, y más que el peronismo, la hegemonía peronista, el monopolio casi absoluto del poder político por parte del peronismo, la transformación de las política nacional en una interna del Pejota”.
Naturalmente, también encuentra culpas en la oposición, que Iglesias concentra en su debilidad, su complacencia y su complicidad –según los casos– con el gran psicópata alrededor del cual gira la política argentina. Por eso sentencia: “No hay solución posible para el país, no hay reversión de la progresiva y veloz decadencia en la que hemos entrado, sin salir del sistema peronista-céntrico en el que hemos caído desde hace menos de un cuarto de siglo; sin generar una alternativa de poder republicano frente al poder mafioso y de democracia ante los abusos de un poder concentrado y devastador”.
El autor insiste en identificar al peronismo como una síntesis entre el Partido Militar y el Partido Populista. Entre los militares hubo una interna académico-ideológica que libraron los intelectuales revisionistas, elitistas los unos, populistas los otros; antirrepublicanos y antidemocráticos todos. El propio Perón –militar antes que político– lo definió en una frase: “Dentro de la Comunidad Organizada, las Fuerzas Armadas de la Nación son algo así como la columna vertebral que sostiene la vertical de todo el organismo” (cita de Félix Luna). A lo que Iglesias remarca: “Columna vertebral. No los trabajadores sino los militares”.
Esto se vio con claridad después del 17 de octubre de 1945, cuando Perón dejó estampada su versión estrictamente castrense de los acontecimientos. Lo hizo en un folleto que firmaría con el nombre de su perro (Bill de Caledonia), y donde no menciona a ninguno de los dirigentes obreros, ni a los tres hombres fuertes que manejaron la situación: Cipriano Reyes (en los sindicatos), Domingo Mercante (con los militares) y Juan Atilio Bramuglia (entre los políticos). No lo dice el autor, pero lo digo yo, que puedo hablar de estos hechos por haberlos estudiado e investigado hasta el mínimo detalle (ver mi Historia del Peronismo, tomo I). El folleto se llamó “¿Dónde estuvo?” y se imprimió en la Penitenciaría Nacional, por orden de su titular Roberto Pettinato. Una copia del mismo se halla en mi poder.
En la crónica de Iglesias falta consignar la versión de un peronista como Ángel Perelman, secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, quien expresó que el 17 de octubre la actitud de la policía comenzó a cambiar: “Lo notamos en los numerosos vigilantes que perdían su aire de autoridad. Nos miraban ya sea con una actitud confusa o con una vaga simpatía. La situación se aclaró de repente cuando vimos, a eso de las 15 horas, atravesar a toda velocidad, cruzando enfrente de nuestro taxi, a un camión de Correos cargado de vigilantes que gritaban, ante nuestra sorpresa: ¡Viva Perón!” (Cómo hicimos el 17 de octubre; por Ángel Perelman. Editorial Coyoacán; Bs. As., 1961).
También vale la pena corregir un pequeño error en el libro de Iglesias: donde dice que consta en los archivos de la Conadep denuncias de aproximadamente 600 secuestros que se habrían producido antes del golpe militar, es decir, durante tres años de gobierno peronista. “Otras fuentes –agrega Iglesias–, han elaborado una lista completa de 685 víctimas, a razón de unas 300 anuales, producidas y financiadas por el gobierno peronista”. La verdad es que fueron muchos más que 600 los muertos del peronismo. Empezando por Lastiri y Perón, que tienen 66 víctimas con nombre y apellido, entre ellos Carlos Mugica y Constantino Razzetti. Si les sumamos los 964 de Isabelita se supera el millar; llegan a 1030 los muertos del peronismo. Todos con nombre y apellido, asesinados por la tristemente célebre Triple A, creada por Perón y manejada por su ministro José López Rega.
Ni que hablar del Proceso, que continuó la matanza y dejó casi diez mil muertos identificados. Iglesias le echa –con razón– la culpa de todo a Perón, quien avaló a los montoneros, puso a su mujer en la vicepresidencia y le dejó el poder (y al loco de López Rega) con el manejo de la Triple A. Vinieron luego los militares y, amparados en la ley peronista de aniquilar al adversario, no dejaron vivo a ningún guerrillero.
Las mañas del peronismo para aguijonear y debilitar profundamente a los gobiernos democráticos siempre fueron parecidas. Lo confesó Cristina Fernández de Kirchner, y la cita figura en este libro. Se refiere a los finales de De la Rúa y Alfonsín, cuando dice que “este es un manual para saqueos, violencia y desestabilización de gobiernos que tiene sus historias (…) Quiero ser absolutamente sincera y honesta, como lo he sido siempre, porque se inauguró el primer tomo de ese manual en el final del gobierno del doctor Alfonsín. Más allá de sectores políticos y fundamentalmente sectores del Pejota, todos lo sabemos perfectamente (…). Porque fui, soy y seré peronista pero antes que peronista soy argentina. La verdad no debe ofender a nadie. Y la verdad es que tampoco fueron espontáneos los saqueos que terminaron con el gobierno del doctor Alfonsín. Todos lo sabemos”. Agregó Cristina Fernández que “lo mismo pasó en el 2001. Más allá de los terribles errores y horrores del estado de sitio de De la Rúa y las 38 muertes (…) Sabemos cómo se organizó eso. Sabemos quiénes eran los actores. Sabemos que comenzó en la provincia de Buenos Aires (…) Bueno, toda la vieja historia que ya conocemos los argentinos”.
Dice también el autor que la Presidente no aclaró por qué no había denunciado los hechos en 2001, como era su obligación de funcionaria pública, en vez de “andar pidiendo la renuncia de De la Rúa”.
Para los peronistas los únicos que saben gobernar son ellos y nadie más. El kirchnerismo se considera “la etapa superior del peronismo”. Y tiene razón. Iglesias lo pone así, sin ambages, aunque otros lo nieguen para salvarlo. Son los que creen que vivimos una panacea de felicidad. Y lo que puede ocurrir es que se trate de la última etapa del peronismo.
Todos sabemos que Perón se adjudicó tres banderas famosas: un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano. Quienes lo hemos vivido sabemos que esto no fue cierto. Lo primero se agotó con el eslogan “Braden o Perón”, porque el préstamo del Eximbank, la nueva ley de entidades financieras, los acuerdos con la Standard Oil y las deudas de Menem al sistema financiero internacional, más las relaciones carnales con los Estados Unidos arriaron e hicieron trizas las tres banderas peronistas.
Lo segundo, la justicia social, tampoco se logró, porque las leyes protectoras de los trabajadores ya existían antes de su llegada y eran todas socialistas. Y la tercera bandera, la soberanía política, tampoco se da, pues los acuerdos con otros países son cada vez más perjudiciales.
Queda finalmente por descubrir en este libro cuándo se jodió la Argentina. Está la respuesta y tiene tres fechas. En 1930, cuando el Partido Militar irrumpió en las escena nacional y estableció luego, con el Populismo, un monopolio de poder que aún persiste; usurpando el lugar del liberalismo y la socialdemocracia. Fue también en 1946, cuando el voto popular convalidó el golpe profascista de 1943. Y la Argentina se terminó de joder en 2001, cuando el populismo inorgánico de las puebladas, las plazas y las asambleas rompió el orden constitucional, abortó el segundo intento de la sociedad argentina de liberarse de las alternancias entre los militares y el peronismo, y abrió el camino al populismo organizado del Partido Justicialista y a la tercera década peronista después de las de Perón y de Menem.
El autor se complace en recalcar lo que han dicho los candidatos de la oposición al Gobierno de los Kirchner: las instituciones, “paulatinamente demolidas ante la indiferencia de las mayoría de las población”, han sido reemplazadas por la Mafia, la Caja y la Patota. “La corrupción del peronismo kirchnerista –dice– no sólo es mucho mayor que la del peronismo menemista; ha alcanzado una diferente magnitud. Es de otra escala”. Dice que no es corrupción sino apoderamiento del país por parte de una mafia cuyo método es la disolución del Estado en nombre de su reconstrucción y su reemplazo por una oligarquía mafiosa.
Es muy importante que un hombre de 57 años como Iglesias, que no ha vivido el primer peronismo, haya escrito este trabajo, porque revela, con argumentos indiscutibles, que el peronismo representa una sola cosa: el atraso del país. Como partido político ha logrado imponer un estilo diametralmente opuesto al del resto de las agrupaciones. Se maneja con códigos; como la Mafia, no respeta la ley, la incumple, la viola, la desconoce. Cree que el Estado le pertenece como cosa propia. “Para los argentinos de hoy –advierte Iglesias– la ley es fascismo y el orden de Derecha. Por eso la ley y las normas no pueden siquiera ser nombradas. Las hemos reemplazado por códigos, es decir, por reglamentos mafiosos nacidos en los ambientes tumberos, trasplantados al ámbito futbolístico y extendido al conjunto de las sociedad a medidas que el Partido Populista fue ganando la batalla cultural, valientemente comandado por su Vatayón Militante”.
Finalmente, hablemos de la desocupación y comparémonos con nuestros vecinos uruguayos. En 2003 tenían empleo un millón de personas en ese país; a fines de 2013 los trabajadores uruguayos empleados superaban el millón y medio. Según los cálculos de Iglesias, si los kirchneristas hubiesen hecho lo mismo, de los 12.393.000 trabajadores desocupados que recibió Néstor Kirchner al llegar al poder, hoy habría 7.730.000 con trabajo real. Y confirma que la mentira mayor del kirchnerismo fue la del pleno empleo. “Este modelo hizo del trabajo un eje fundamental (…) Hemos creado seis millones de puestos de trabajo”, dijo Cristina Fernández en la última apertura del año legislativo. ¿Dónde están?
Para el jefe del peronismo, la ideología nazifascista siempre mereció una atención especial. Se citan en el libro frases de Perón, en donde considera que la infamia más grande de las Segunda Guerra no fue Auschwitz sino Nüremberg. Se recuerda también la facilidad con que entraron al país criminales nazis como Adolf Eichmann, Josef Mengele y Erich Priebke.
También encuentra Iglesias datos similares en las dos parejas gobernantes: el hombre cínico, la mujer fanática. “Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia”, decía Evita. “Sentir pasión por algo, sentir pasión por un club es también, ¿sabés qué?, estar vivo”, dice Cristina.
Iglesias deja bien claro que el kirchnerismo no sólo es peronismo, sino su etapa superior. Por dos motivos: 1) ha potenciado y mantenido la vigencia de las peores características del peronismo en pleno siglo XXI, en un escenario en el que el populismo autoritario y nacionalista no es ya la regla sino la excepción en América latina; y 2) es la consumación inevitable del fracaso del modelo estatista-nacionalista-populista-industrialista que el peronismo impuso bajo el rótulo de proyecto nacional. Concluye Iglesias: “El peronismo es el responsable de la decadencia que en estos últimos veinticinco años ha vivido la Argentina, fuertemente agravada en el período kirchnerista a pesar del contexto internacional excepcionalmente favorable”.
Antes de terminar recordemos a Raúl Alfonsín, cuando denunció el pacto sindical-militar. Le pedían pruebas y nadie encontró ningún papel. Porque no lo había. No estaba escrito. Estaba, eso sí, en la memoria de quienes asistieron a la asunción del General Juan Carlos Onganía, quien llegó a asumir la presidencia del brazo del cardenal Antonio Caggiano, ante la respetuosa presencia de todos los jefes de los sindicatos argentinos. Éstos habían arreglado la devolución de las obras sociales a cambio del apoyo al nuevo gobierno. Echaron a Illia y apoyaron a Onganía por los millones que significaban los sanatorios y los servicios médicos de los gremios. Todos se enriquecieron.
Termino diciendo que este es un libro para leer y guardarlo, porque servirá de prueba de lo que se vivió en esta época. Que no fue ganada sino saqueada, como bien la define el autor.
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