“La vida blanca”
por Eduardo Mallea, escritor argentino.
“Se ha venido dirigiendo el país con criterio de ama de casa. La Argentina ha ido llegando, poco a poco a la dispersión de todo cuánto podía mantener su cohesión: un plan ideal y no sólo un plan vital"
En vano se busca a alguien cuyo corazón no tenga los límites de un víscera. En vano se busca una intrepidez, un gesto, una definición que destaque el espíritu diferente, la disidencia enérgica, la pasta de una gran franqueza o de una gran rebeldía. Nada. Todo es agachamiento, todo es parecido, todo es mediano, todo permanece a nivel y la línea general de la Nación desciende, forzada, desesperada, violenta, al nivel de la crasa medianía.
A un hombre se lo juzga en Argentina por sus posibilidades extrínsecas de poder, nunca por sus posibilidades intrínsecas de ser; de ahí nuestro aire frecuente de espectros distinguidos.
Los prestigios se miden en términos de publicidad. El prestigio de alguien es una indigestión para los otros. No conviene que nadie sea demasiado diferente; que nadie se permita el lujo de ser por dentro lo que los demás aparentan ser por fuera.
Denostamos colectivamente lo sobresaliente en sus más altas formas de tenacidad y repetición en el esfuerzo, o sea, lo que concierne al intelecto, y festejamos lo sobresaliente por la bravata, el azar o la aventura, o sea lo que concierne a lo hazañoso.
Un maciza indiferencia hacia la cultura que no quiere decir erudición ni cosa que se le parezca, domina con persistencia la vida pública argentina.
El hombre joven argentino entra en la vida con una sombra en el alma y una decepción tácita en la mente, con un protesta que quedará siempre ahogada y que no sabrá a quien dirigir, ni desde qué momento, ni porqué. Afán de parecido, pasividad, tibieza, beatería. Todo ordenado a reglas medias, rara vez a las más altas, pues es más cómodo obtener con moderación que pretender con problematicidad. Los resultados de esta forma administrativa, formulista, artificial, inhumana de encarar la existencia quitan levadura a la vida argentina y van a rebotar sin remedio con su influencia negativa en lo más serio que existe: la educación del hombre, la educación en un sentido filosóficamente formativo y no en un sentido de mera y mediocre instrucción.
Uno se pregunta si este es el fruto correspondiente a la semilla.
“Carta a un joven argentino” (1922)
por Ortega y Gasset
El hombre argentino propende al narcisismo. Al mirar las cosas no abandona sobre éstas la mirada, sino que tiende a usar de ellas como de un espejo donde contemplarse. De aquí que, en vez de penetrar en su interior, se queda casi siempre ante la superficie, ocupado en dar representación de sí mismo y ejecutar cuadros plásticos. Es necesario que irrumpa frenéticamente dentro de ellas, merced a un viril apetito de perforación.
[...]
La nueva generación necesita completar sus magníficas potencias con una rigurosa disciplina interior.
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La impresión que una generación nueva produce sólo es por completo favorable cuando suscita estas dos cosas: esperanza y confianza. La juventud argentina me inspira más esperanza que confianza. Es imposible hacer nada en el mundo si no se reúne esta pareja de calidades: fuerza y disciplina. No basta curiosidad para ir a las cosas; hace falta rigor mental para hacerse dueño de ellas.
Coordinó Carlos A. Trevisi
Y eso que llevamos varios años desde que nos lo advirtieran
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