El retorno de Marx
ÁNGEL RUPÉREZ
que hicieron de él las revoluciones que se llamaron marxistas, todas
fracasadas, ha impedido que reconozcamos, sin esos lúgubres embargos, la
grandeza de algunas de sus ideas (no de todas, desde luego). Pero de la misma
manera que podemos leer el Evangelio de Jesús liberados de las coacciones que
ejercen sobre él los atropellos cometidos en su nombre -múltiples crímenes de
toda laya-, así también podemos y debemos recuperar la figura de Marx sin
consentir que ninguno de sus usurpadores lastre el alcance del poder crítico y
liberador de su pensamiento. Y en estos momentos en los que el capitalismo ha
dado muestras evidentes de sus flaquezas más demoledoras, la figura de Marx
debe ser recuperada precisamente para recordar la forma como describió el
funcionamiento del capitalismo, siempre voraz y dispuesto a cualquier forma de
abuso con tal de hacer valer su principio esencial del beneficio por encima de
todo.
Que la idolatría del
dinero supusiera la humillación de miles y miles de seres humanos, era algo que
al primer capitalismo no le importaba la más mínima higa. De ahí que Marx,
genial intérprete de esos mecanismos de dominación, fuera a la vez alguien que
quisiera y se propusiera cambiar el signo de la historia con el fin de
superarla en un proyecto ideal que, al hacerse él mismo historia, degeneró en
sociedades también esclavizadas, con el crimen político como bandera y la
segregación social como método de dominación. Al caer esos regímenes
totalitarios y estafadores, pareció que el capitalismo no tenía oponentes y por
eso alguien que se hizo famoso pudo decretar el fin de la historia, que sólo
era el sueño de la impunidad absoluta. Ninguna tropelía cometida en nombre del
capitalismo podría seriamente ser objeto de una desautorización global en el
siglo XXI, puesto que no había ideas alternativas, ya que las únicas que se
habían alegado y puesto en práctica habían fracasado estrepitosamente. Incluso
un país como China, mastodonte que mantiene intactas las hechuras de un Estado
totalitario, hizo su particular revisión y se afilió al capitalismo antaño
denostado y del que ahora es un principal motor en el mundo, atropellando a su
paso los derechos humanos y también los derechos de la Naturaleza (que son
también derechos humanos).
Pero si leemos sin prejuicios los escritos de Marx, nos daremos cuenta del
portentoso aliento que hay en ellos para penetrar en los entresijos de la
maquinaria del capital voraz y ciego con el fin de no someterse a la primacía
del dinero como valor supremo, convertida en ideología inapelable, es decir, en
auténtica ley de la historia inmune a cualquier justificada y desconfiada
sospecha y no digamos a cualquier intento de superación. Una reflexión crítica
sobre nuestro mundo nos avisa, como avisó Marx en el XIX, de que el dinero es
el ídolo absoluto que los capitalistas financieros, enfermos de avaricia, han
pretendido multiplicar, en forma de beneficios ilimitados, por medio del engaño
y la mentira. Las víctimas de sus operaciones fraudulentas no serán
precisamente ellos mismos, los grandes tiburones de las finanzas, inmensamente
remunerados, a salvo de cualquier imputación legal, lejos de cualquier cárcel
justamente punitiva, sino todos los que, gracias a ese bandidaje de cuello
blanco, conocerán la ruina de sus vidas, aquí y allá, cerca y lejos, en los
países desarrollados pero también en los países pobres, más pobres aún, más
miserables aún si cabe cuando la marea negra se extienda. A ese capitalismo
ilimitadamente voraz hay que imputarle, con la ayuda de Marx, el encerramiento
de la existencia en la cárcel exclusiva del dinero idolatrado y de su progenie
no menos ciega e inhumana: los valores que se arrastran detrás de esa estela
que no mira más que a su ombligo, y es ajena al horror de la pobreza de los más
pobres que ya lo eran y a la de los que lo serán a partir de ahora.
La avaricia insaciable ha dejado al descubierto la esencia de un sistema
que solo cree en el fondo en el dinero como único valor y sobre el que pretende
que fundamentemos todas las manifestaciones de la existencia. Así, la
productividad económica rige los últimos derroteros de la educación superior;
las desmesuradas ganancias rigen los principios de la actividad económica; la
acumulación de dinero rige los anhelos de tantos y tantos seres humanos,
doblados en pequeños terratenientes de sus idolatradas -aunque modestas-
riquezas; el valor de cambio de las obras de arte -Hirst y compañía- sustituye
con creces su contenido de verdad, como diría Adorno, y, a la postre, su
invitación a ser un hecho revelador del hombre esencial antes que un sustituto
del dinero. Los escritos de Marx nos ayudan a no creer en esos ídolos y a
denunciar las mentiras sobre las que se sustentan. No sé si habrá otras
alternativas, pero al menos ese pensamiento, que parecía enterrado, nos
devolverá, en el espejo roto de nuestra reciente historia, la mejor imagen de
nuestra dignidad.
Ángel Rupérez es escritor y
profesor de Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense de Madrid.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 30
de noviembre de 2008
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