¿El Estado de Bienestar es
insostenible porque “resulta imposible mantenerlo”?
29 mayo 2017 |
Juan Torres Vázquez
ATTAC MADRID
ATTAC MADRID
Las palabras que encabezan este
artículo son textuales. Las dijo en abril de 2009 el ex presidente José María
Aznar (Aznar cree insostenible el actual Estado del bienestar) y las ha vuelto
a repetir en nuevas ocasiones, más o menos de la misma forma que los demás
responsables de las políticas económicas que se han aplicado en los últimos años.
Y, como ha ocurrido con otros mitos y mentiras, a fuerza de repetirse se ha
conseguido que la gente termine creyéndose esa idea y que acepte las medidas
que recortan sus derechos y los bienes públicos a los que venía accediendo.
Pero ¿qué hay de verdad en esa afirmación? ¿Es cierto que los gastos públicos
destinados a garantizar bienestar social son tan elevados y necesitan una
financiación tan exagerada que resulta “imposible mantenerlos”?
A mi juicio, tanto si contemplamos
el caso español como el de otros países avanzados, se puede concluir fácilmente
que lo que dicen Aznar y otros políticos o economistas de su misma orientación
es el resultado de sus preferencias ideológicas y contrario a la realidad que
muestran los números.
En primer lugar, habría que
explicar por qué en otros países se puede mantener sin demasiados problemas un
porcentaje de gasto social sobre el PIB más elevado que el español y en nuestro
país no. Es más, lo que habría que considerar es que nuestro gasto social más
reducido es una rémora a la hora de generar más ingresos y actividad económica.
Es decir, que conviene ponerlo a la altura de los demás, en lugar de reducirlo,
si queremos que nuestra economía funcione mejor.
Increíblemente, los economistas y
políticos neoliberales que atacan el gasto social y al Estado de Bienestar lo
hacen considerando que es un gasto perdido, una especie de dispendio que se
desperdicia en la propia barriga del Estado y que, por tanto, no tiene utilidad
ninguna. Digo que resulta increíble que se diga eso porque resulta obvio que
cada euro de gasto que realiza el Estado en sanidad, educación, pensiones…, o
en cualquier otro concepto, se convierte (más o menos inmediatamente y en mayor
o menor proporción) en un euro de ingreso del sector privado. El gasto público
lo reciben empleados públicos que se lo gastan en consumo de bienes y
servicios, o empresas que igualmente lo incorporan a la actividad económica
invirtiendo y gastando a su vez, o rentistas que adquieran deuda pública (otra
cosa es, como señalaré después que se tenga que gastar en intereses o que salga
de nuestra economía).
Yo no defiendo que el Estado gaste
por gastar, sino que se evalúe con el máximo rigor la conveniencia social del
gasto público y su forma de realizarse. Pero eso es una cosa y otra creer a los
economistas liberales cuando, para rechazar al Estado por preferencias
ideológicas, se inventan el mito de que el gasto público no ayuda a la economía
privada o a la actividad económica en general.
La realidad es que el gasto social
y público en general tiene dos grandes ventajas. La primera, que cuando se
realiza puede generar un incremento final en la renta mucho mayor. Es lo que
los economistas llamamos el “efecto multiplicador” del gasto público (parecido
al que tienen la inversión o las exportaciones) y que algunos economistas
anarquista-liberales incluso se empeñan en negar con tal de justificar sus
preferencias ideológicas. Es cierto que puede ser mayor o menor, o incluso anularse
en determinadas circunstancias, pero, como las meigas, haberlo, háylo. Como
explico en mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas,
organismos tan conservadores como el Fondo Monetario Internacional no solo
confirman su existencia, sino que han tenido que reconocer que es más grande de
lo que se creía. El gasto público no llena la barriga del Estado, sino el
bolsillo del sector privado, como saben muy bien los grandes promotores,
constructores y banqueros españoles, sobre todo, pero también la inmensa
mayoría de los empresarios que pueden vender sus productos gracias a que hay
quienes reciben ingresos, por una vía u otra, del Estado.
La segunda gran ventaja del gasto
social (y público en general) es que se puede financiar sin coste alguno por el
banco central puesto que el dinero que presta se crea de la nada. Es evidente
que eso hay que hacerlo garantizando siempre que la demanda que se crea tenga
oferta suficiente para que no suban los precios, pero significa que el gasto
social puede utilizarse sin problemas para activar la economía cuando el sector
privado no consigue hacerlo.
Y esta ventaja del gasto social
lleva directamente a descubrir otra de las grandes mentiras de los políticos y
economistas neoliberales sobre su sostenibilidad. La que afirma que es el
causante de los déficits y de la abultada deuda pública.
La oficina de estadística europea
Eurostat acaba de publicar los últimos datos de deuda pública e intereses de
España y del resto de países europeos y son bastante claros al respecto.
De 1995 a 2016, la deuda pública
española ha aumentado en 811.349 millones de dólares (de 295.604 millones a
1,106 billones de euros) y en ese periodo España ha pagado 509.730 millones de
euros en intereses. Es decir, que 62 de cada 100 euros del incremento que ha
tenido la deuda pública española corresponden a intereses. Dicho de otra
manera, eso significa que si nuestra deuda pública es tan elevada no es porque
el gasto social o el público en general hayan sido muy grandes sino porque se
renunció a que lo financiara el banco central, que puede hacerlo sin intereses.
Es fácil deducir que si eso hubiera ocurrido, si el Estado español hubiera sido
financiado en las mismas condiciones en que el Banco Central Europeo financia
actualmente a la banca privada, la deuda pública española no sería superior al
100% del PIB sino que ni siquiera pasaría de la mitad.
Los economistas y políticos
liberales enseguida me replicarían diciendo que estoy pidiendo que el banco
central financie sin límite al Estado para que derroche. Pero no es eso lo que
estoy planteando: he afirmado que soy partidario de que el gasto público sea
eficiente y lo más austero posible, no ilimitado, y que se realice sin
despilfarro y sin corrupción. Y lo cierto es que la deuda pública y, por tanto,
el gasto público serían mucho más bajos si el banco central financiara
correctamente a los Estados. Por el contrario, es la política neoliberal que
concede a la banca privada el beneficio de financiar con dinero que crea de la
nada y que genera artificialmente escasez de ingresos lo que aumenta la deuda,
como mostré en mi anterior artículo ¿Quiénes son los adictos a la deuda?,
publicado en este mismo diario.
Otra falsedad sobre el Estado de
Bienestar consiste en afirmar que se benefician unos de él y lo pagan otros, de
modo que genera un efecto de inequidad que, entre otras cosas, limita la
libertad individual.
Dejaré a un lado el debate sobre
la redistribución de ingresos que efectivamente genera el gasto social porque
es una cuestión moral y sobre la que solo caben decisiones políticas que
dependen de nuestras preferencias y no del análisis económico.
Pero sí hay que subrayar que se ha
podido demostrar que los beneficiarios de los gastos del Estado de Bienestar
contribuyen mediante sus impuestos a financiarlo incluso en mayor medida de lo
que reciben. Los investigadores Anwar Shaikh y Ahmet Tonak han comprobado, para
varios periodos de la economía estadounidense y de otros países, que el valor
neto de las transferencias (es decir, el que queda una vez que se deducen los
impuestos que pagan sus beneficiarios) ha sido negativo durante la mayoría de
los años que han estudiado.
Finalmente, la mentira que hay
detrás de los argumentos de Aznar y demás políticos neoliberales se demuestra
si tomamos en cuenta los recursos con que se podría disponer para financiar el
Estado de Bienestar. Valga un sencillo razonamiento.
El gasto que realizan anualmente
todos los gobiernos del planeta es de unos 20 billones de dólares anuales.
Según el Banco de Pagos Internacionales,
el volumen total de transacciones financieras en todo el mundo fue de unos
9.765 billones de dólares en 2015 (estoy hablando de millones de millones).
Por tanto, todo el gasto público
mundial (no solo el destinado al bienestar) se podría financiar haciendo
desaparecer TODOS LOS IMPUESTOS QUE SE PAGAN EN EL MUNDO (este es el momento en
que los economistas liberales deberían levantarse al unísono para hacer la ola
a los economistas que hacemos esta propuesta) y estableciendo solo y
simplemente una minúscula tasa de 20 céntimos por cada 100 dólares de
transacción financiera. Ni un impuesto más.
Sé que el ejemplo es algo burdo
porque me consta que las transacciones son complejas y que una medida de esta
naturaleza requeriría medios y voluntad política hoy día inexistentes. Pero
sirve para lo esencial, esto es, para demostrar que el problema básico al que
se enfrenta el mantenimiento, no solo del Estado de Bienestar existente sino el
de uno muchísimo más avanzado, no es la falta de recursos. Como también podría
llegarse a la misma conclusión sobre la financiación del Estado de Bienestar en
España: se podría financiar sin dificultad simplemente logrando que todos
españoles y todas las empresas contribuyeran al fisco tal y como se establece
en la Constitución española, de acuerdo con su capacidad económica y bajo los
principios de igualdad y progresividad.
No hay falta de recursos, hay
miseria de voluntades y una ideología anarco-capitalista con suficiente poder PARA
imponerse a base de mitos y falsedades.
ATTAC Madrid no
se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son
firmados por la propia organización.
VER "EL ESTADO DE BIENESTAR (II)" -FUNDACIÓN EMILIA Mª TREVISI
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