DERROTADA LE PEN, DESENMASCARAR A MACRON
OPINIÓN
08/05/2017
Cada
vez que hay crisis económica -y en el capitalismo siempre hay crisis cíclicas
cada vez más agudas- el statu quo aprieta las clavijas para mantener sus
beneficios. Cuando ya no puedes apretar a los países del sur -incluso con
guerras, como la que están preparando en Venezuela-, a la naturaleza y a las
generaciones futuras -vía deuda-, la explotación regresa a la vieja Europa que
apenas aguantó medio siglo precisamente exportando los problemas afuera, al
futuro o a la naturaleza. Y en especial, como las grandes pagadoras siempre,
las mujeres, que sostienen la vida y sus cuidados a un precio incalculable por
las grandes compañías, cuando no sirven como mano de obra barata, flexible y
silenciada.La
democracia liberal, asentada sobre una economía guiada por el beneficio y
articulada por el mercado, siempre pone en marcha cuatro tipos de estrategias
en las crisis, jerarquizándolas en virtud del peligro que represente la
alternativa. Cada una tiene su momento, pero suelen aparecer rasgos de todas en
cada situación histórica concreta. La primera es convencer de que no hay
ninguna otra salida. Los premios Nobel y los académicos son muy útiles en esa
fase. En segundo lugar, articular una gran coalición entre los dos grandes
partidos y sus satélites -que es otra manera de decir que no hay alternativa-,
de manera que se junten las lógicas de “centro-izquierda” y “centro-derecha” en
un remix cargado grasas saturadas. Es el momento de los periodistas del
establishment y de los beneficiados por el sistema, también, claro está, de la
universidad. La tercera, buscar a un populista de derechas -Trump, Rivera, Le
Pen-, que agitará los excesos del sistema pero nunca cambiará el sistema (ahí
están los vacíos cien días de Trump), y que ofrecerá identidad y más identidad
para que la gente sacie el hambre real que tiene y va a seguir teniendo. Es el
momento del periodismo pantuflo y de la telebasura. El cuarto, cuando fallan
los demás, es el autoritarismo, la represión policial o militar, el estado de
excepción o las bandas fascistas, neonazis o paramilitares toleradas por el
poder. En todas ellas, las mayorías van a pagar los platos rotos por las
minorías.
Le Pen
es la fase del populismo de derechas. Muy evidente. Macron es la fase de la
gran coalición, que siempre es una mentira encubierta. El neoliberalismo aún no
ha sido desenmascarado. Y por eso llegamos a callejones sin salida como el de
este domingo en Francia. Cuando un fascista da una paliza, niega el Holocausto
o desprecia a los inmigrantes es muy fácil identificar el acto de fuerza.
Cuando Macron afirma, como recuerda Olga Rodríguez, que “hay que dejar de
proteger a los que no pueden y no van a tener éxito”, genera y justifica mucho
más dolor que las bandas fascistas, pero es más difícil identificarlo.
Había
que pararle los pies a Le Pen, porque su entrada en el gobierno es la
naturalización del fascismo. Era
echar por la borda medio siglo de lucha contra la inhumanidad de los campos de
concentración, del colaboracionismo, del exterminio y el genocidio. Pero ese
gesto de tantas francesas y franceses que han ido a votar a Macron con el alma
rota, tiene que servir para lograr desenmascarar a ese nuevo enemigo de la
gente. Porque Macron son las privatizaciones, los recortes, la pobreza y la
angustia de los ancianos, la venta de armas a países en conflicto, el apoyo a
las guerras en Siria o Irak, el sostén de dictaduras en África, el aliento a la
guerra civil en Venezuela, la banlieu de las grandes ciudades francesas donde
el Estado ya no existe, el fin de las universidades públicas, el reinado
incuestionado del capital financiero y el mantenimiento de una Europa al
servicio de los mercaderes. La patronal francesa tiene a Macron para seguir
apuntalando el nuevo contrato social sin derechos, y sigue teniendo el plan B
de Le Pen. Por eso, desde este mismo lunes, toca desenmascarar a Macron.
Porque, de lo contrario, el Plan B se activará más temprano que tarde y cogerá
desprevenida a la Francia demócrata. Ponerlos en el mismo saco es inadmisible
para mucha gente. Y la apuesta meridiana de Le Pen por el odio de raza la
convierte, incuestionablemente, en enemiga de cualquier demócrata. Ya hemos
arreglado cuentas con Le Pen. Ahora, para que no siga recibiendo apoyos, vamos
a arreglar cuentas Macron y su defensa del neoliberalismo. Vamos a arreglar
cuentas con ese, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, “fascismo social”
que envuelto en ropajes democráticos prepara el camino para la violencia, la
exclusion y la guerra.
La
derecha corrupta ha votado a Macron y a Le Pen. Algunos amigos de la izquierda,
llenos sin duda de dignidad, se han abstenido o votado en blanco. Es
comprensible. La izquierda del Partido Socialista y la mitad de la Francia
Insumisa ha decidido pararle los pies al fascismo votando a Macron. Sin duda
les habrá costado en enorme esfuero. Pero ahí están las fuerzas para empezar de
nuevo.
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