... la obra de ingeniería hidráulica que ha
‘ahogado’ a Ignacio González
Autor: Carlos Salas (colaborador de
idealista news)
La capital de España nunca ha tenido
un gran río que colme sus necesidades de agua. Y encima Madrid es una ciudad seca, con
veranos saharianos. Durante siglos, los habitantes de Madrid obtenían el agua
perforando pozos y localizando manantiales. Eran las matrices visigóticas (del
romano matrix, derivado de mater o madre). De ahí, el agua se llevaba a las
fuentes públicas por medio de ‘viajes’ (canalizaciones hechas de ladrillo), y
desde esos sitios, se distribuía en las casas por medio de aguadores, o por los
mismos madrileños.
Para
acabar con este desabastecimiento crónico, en 1848 se aprobó un real decreto
que permitía poner en marcha el proyecto de dos ingenieros españoles, Juan Rafo
y Juan de Ribera. La meta
era traer hasta la capital las aguas del río Lozoya. Se creó
así la sociedad Canal de Isabel II. Era la obra hidráulica más ambiciosa de
España, y una de las más avanzadas de Europa.
Según
el semanario La
Ilustración, para financiar el costo se optó por el método de
suscripción pública. La Reina
Isabel II suscribió cuatro millones de reales, a lo que se
sumaron casi dos millones más de los otros miembros de la familia real. El
Gobierno puso dos millones más y el Ayuntamiento dieciséis millones.
El
problema es que el proyecto se quedaba corto de dinero. Así que se abrió la
suscripción al público: se sumaron 103 grandes capitalistas, aristócratas e
inversores anónimos.
En
1851, Francisco de Asís y Borbón, rey consorte, puso la primera piedra de la
obra. Era en el Pontón
de la Oliva, a 70 kilómetros de Madrid, cerca de Patones. El
presidente del Consejo de Ministros, Bravo Murillo, entregó al rey un cofre
(una cápsula del tiempo), que contenía un ejemplar de la Constitución, y
monedas de oro, plata y cobre.
“Una música militar tocó la marcha real y se oyeron al
mismo tiempo disparos de barrenos para arrancar piedra que imitaban
perfectamente el ruido de los cañonazos”, dijeron las crónicas de la época. El
Pontón de la Oliva era un cañón por el que pasaba el río Lozoya, y sobre el que
se elevó una
muralla de 28 metros de altura, y 72 metros de longitud.
Más de 1.500 reos –principalmente prisioneros carlistas–
picaron toneladas de piedras, asentaron los gigantescos sillares, perforaron
los aliviaderos y horadaron la roca para construir el primer gran dique de
Madrid. La idea era traer diariamente a la capital 32.000 metros cúbicos de
agua por día del Lozoya, a través de canales, túneles, acueductos y sifones,
desde las presas del Pontón de la Oliva.
Para coordinar los diversos frentes de obras a lo largo de
70 kilómetros se utilizaron palomas mensajeras, pues a caballo se podía tardar
más de cinco horas entre los tramos.
En
1855 se descubrió con horror que las aguas se estaban filtrando por multitud de
grietas en el vaso de la presa. Se nombró como director del proyecto a a otro
ingeniero, Lucio del Valle, quien decidió reforzar el dique con miles de sacos
de arcilla depositados en la base.
A
ello unió guijarros, arena y cantos rodados, que procedían del propio río. Pero
el mal era aún mayor. Después de abrir galerías y taponar con mortero
hidráulico todas las fisuras, los ingenieros se encontraron con un enorme agujero por el que escapaba el agua en
masa.
Fue
entonces cuando apareció el ingeniero de minas Casiano de Prado. Presentó un
informe al presidente de gobierno, Bravo Murillo, explicando el tipo de piedra
que se encuentra en esa zona: se trataban de calizas cavernosas atravesadas por
conductos irregulares. Casiano del Prado no solo era ingeniero, sino que
practicaba un conocimiento que era novedoso para la época: la geología.
Pero
había llegado tarde, de modo que en 1858 se inauguró una presa casi inservible.
Estaba llena de filtraciones y llegaba menos agua de la requerida. La reina
Isabel II asistió en Madrid a la traída de aguas en el Campo de Guardias, un
antiguo polvorín convertido en gigantesco depósito de aguas situado entre las
calles Bravo Murillo, Cea Bermúdez e Islas Filipinas. Los medios de la época
asistieron asombrados a este espectáculo y un novelista lo calificó así: “Un río se ponía de pie en Madrid”.
El
depósito que recogía las aguas había sido diseñado por el ingeniero Juan de
Ribera Piferrer. Seguía el modelo de las viejas cisternas romanas: consiste en
una inmensa sala hipóstila rectangular (con 524 pilares) seccionada en dos
vasos independientes, de modo que uno quedara en funcionamiento mientras que,
periódicamente, se podía limpiar el otro depósito de los fondos y los posos que
se acumulaban.
El
proyecto que se había calculado en 80 millones de reales, al final costó 127
millones. Pero el problema seguía siendo el mismo aguas arriba. Como las
filtraciones eran manifiestas, dos años después –en 1860– hubo que prolongar el
canal aguas arriba y construir la presa de Navarejos.
Las
obras continuaron porque en 1882 la presa del Pontón de la Oliva fue sustituida
por El Villar, situado a 22 kilómetros. Esta fue la primera presa de arco de
gravedad construida en Europa. Consiste en un triángulo isósceles, fabricado de
hormigón, de modo que el propio peso de la estructura es el que resiste al
empuje del agua, y lo transmite hacia el suelo. El Pontón de la Oliva quedó
para retener agua en épocas muy húmedas, cuando los embalses superiores sueltan
mucho agua.
En
esas fechas, finales del XIX, Madrid ya era una ciudad de un cuarto de millón
de habitantes y necesitaba más de 140.000 metros cúbicos de agua al día. Por
cierto, que durante la revolución Gloriosa, que derrocó temporalmente a la
monarquía, el canal pasó a llamarse Canal de Lozoya, pero luego volvió a su
nombre original con la Restauración.
Se
construyeron más depósitos en la ciudad porque Madrid se empezaba a acercar al
medio millón de habitantes a principios del siglo XX. En 1905, cuando se
estaban acometiendo las obras del tercer depósito, hubo un derrumbe de la cubierta que causó 30 muertos y
más de 50 heridos.
Los
estudios determinaron que la elevada ola de calor de aquel verano dilató los
nervios de acero del hormigón armado, un nuevo material que estaba
revolucionando la construcción. Ese depósito se terminó el 1915.
Durante
la Guerra Civil, sorprendentemente, el Canal no sufrió grandes daños en todo su
recorrido. Los madrileños nunca sufrieron graves desabastecimientos de agua.
Eso sí: volvió a llamarse Canal de Lozoya. En 1945 se inauguró el depósito
elevado que hoy puede verse en la Plaza de Castilla, y se procedió a mejorar
las canalizaciones, los alcantarillados y se instaló la primera de las
estaciones de tratamiento de agua potable (ETAP).
En
1972 se inauguró la gigantesca presa de El Atazar, que es la que abastece
principalmente a Madrid. Sirvió
como escenario de rodaje de una de las secuencias de Doctor Zhivago. La presa tuvo momentos de
peligro porque, un año, el exceso de lluvias creó pequeñas grietas que podrían
haberse convertido en una de las mayores catástrofes de la comunidad. Pero al
final la presa resistió y se consiguieron arreglar los desperfectos.
En
1977 el Canal de Isabel II pasó a ser una empresa pública dependiente del
Ministerio de Fomento. En 1984 pasó a ser gestionada por la Comunidad de
Madrid. Desde entonces, la presidencia de la sociedad la detentaba algún
político ligado al partido gobernante.
Uno
de los últimos ha sido Ignacio González, también ex
presidente de la Comunidad.En su etapa, el Canal Isabel II
comenzó su expansión internacional, comprando empresas el Colombia y en Brasil.
Las irregularidades en esas operaciones han llevado a la detención de González, acusado de cobrar comisiones millonarias.
Pero
desde el punto de vista empresarial y de servicios, hoy el Canal de Isabel II
(llamado en acrónimo CYII) da servicio a seis millones de personas. Posee
catorce embalses. Tiene a su disposición 22 veintidós enormes depósitos
reguladores y 240 cuarenta de tamaño medio.
A
lo largo de su recorrido posee 18 estaciones de elevación, más 12 plantas ETAP
(tratamiento de agua potable), en 14.000 kilómetros de red, 500 kilómetros de
grandes conducciones. Por último, cuenta con 150 estaciones depuradoras de
aguas residuales y 5.000 de alcantarillado, a los que se unen 700 kilómetros de
colectores. Todo eso permite que los madrileños abran el grifo cada día y se
encuentren con una de las mejores aguas potables del mundo.
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