PÚBLICO, 31 de agosto
La verdad es que Felipe VI, por primera vez en su vida quitando las novias, tiene un problema. Nadie le afea que haya propuesto a la más entusiastacheerleader de los corruptos (“Luis, sé fuerte”) la formación de gobierno. Pero muchos lo pensamos y la Historia lo recordará, creo yo. No habrá paz para los malvados. Qué buen título y qué mal chiste. Un rey empeñado en perpetuar su fama de incorrupto, incólume, inane y otros montones de ‘in’ le encarga al presidente de un partido político imputado por una metástasis de corrupciones que se adueñe del futuro de la patria. Se cavila poco sobre esto, pero guarda desternillantes paradojas.
La mujer del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo, aconseja un sabio y algo machista dicho. Y yo creo que en eso ha reparado poco nuestro espigado y preparadísimo rey: encargar la formación de gobierno al líder de una banda de delincuentes no estará bien visto en algunos pueblos de la futura España.
Estos tiempos borrascosos nos han aventado la evidencia de que la monarquía no es solo un adorno y un negociete. Tiene la potestad de encargar la formación de gobierno a quien dicte su capricho. Y ahora ha degradado su imagen y su memoria otorgándole ese honor a Mariano Rajoy y a lo que representa. Supongo que todos estamos de acuerdo en que no se trata solo de sospechas. Bajo las alfombras que ha ido pisando Rajoy durante toda su carrera política hay tanta basura y tantos hilillos de plastilina que hiede Moncloa.
Joaquín Sabina y otros más o menos fehacientes intelectuales acaban de firmar un manifiesto proponiendo una pacto transversal con el PSOE como falo y Podemos y Ciudadanos como testículos. La sola imagen provoca dolor de huevos. Podemos es la antítesis de Ciudadanos tanto como la tesis del futuro PSOE. Es tan complicado de decir que ni yo me entiendo.
El caso es que, gracias al hediondo (alfómbricamente hablando) Mariano Rajoy, nuestros más izquierdistas intelectuales están dispuestos a aceptar a Albert Rivera como intermitente derecho del motor de España. Un político tan de derechas que propone que los obreros, a través de sus impuestos, se paguen a sí mismos un complemento salarial que permita al empresario ofrecer sueldos de miseria. Es pelín esperpéntico, mis queridos intelectuales. Salvando distancias poliédricas, es como sugerirle a Azaña un gobierno de salvación con Primo de Rivera.
Aquí de lo que se trata es de incorporar a la idea de gobierno (no al gobierno, si no quieren) a las fuerzas nacionalistas o independentistas, y eso es algo que incomprensiblemente da mucho miedo. El PP y ciertos sectores del PSOE han alimentado el mito de que es más pernicioso dialogar con los rompedores de España que con franquistas como Jaime Mayor Oreja, Manuel Fraga Iribarne, Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa y tal.
Con la incorporación de Ciudadanos a su gran pacto, nuestros más o menos fehacientes intelectuales cierran la puerta al diálogo con vascos, catalanes, gallegos y españoles que quieren refundar, de una u otra manera, este griterío de jirones al que llamamos España.
De la Monarquía a la intelectualidad, la gran victoria de Rajoy es habernos dejado a todos en ridículo. Es perverso y eficaz, siguiendo una larga tradición de nuestra derecha. Nosotros somos quien somos, basta de historia y de cuentos. Gabriel Celaya se refería a lo que nunca nos atrevimos a ser. Mariano Rajoy, sin haber leído a Celaya, es quien mejor lo ha entendido.
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